viernes, 30 de agosto de 2013

De noches perras y estrés infinito (Parte II)


Y cigoto y yo salimos del cuarto, confusos y con los ojos doloridos de estar dos horas a oscuras -como los que salían de la Cueva de Platón- y hacemos tiempo hasta el último bibi y luego nos acostamos, él en su cuna y yo con la loca y pasamos una noche de ensueño, entre patadas y biberones, sueños surrealistas y cabezadas mortales de las que me despierto como las locas sin saber si ya he hecho selectividad o si me toca entregar el último cuadernillo del periódico que cerró hace siete años.

Y la niña que se mueve más que MC Hammer, patea la cuna cada tres segundos y el cigoto levanta los brazos como Lola Flores y abre un ojo con mala leche y amenaza con gritar pero le pongo el chupete y se conforma, pero solo la primera vez, luego estalla en violencia y la pelirroja se despierta y tenemos fiesta. Y cambio a la pelirroja de sitio aunque me obligue a estar palpándola cada tres minutos para que no se suicide cama abajo y al final me levanto y pongo la barrera al borde del lumbago, que mi colchón pesa seis toneladas. 

Y como enciendo la luz del pasillo, la niña abre un ojo y quiere pis y luego agua y luego un apartamento en Torrevieja y cuando volvemos, me da tiempo a empezar un sueño cuando el cigoto gruñe y descubro que es casi su hora de comer y me levanto a por el bibi, acojonada, antes de que aquello vaya a mayores y se me despierte la otra y le endiño el bibi, mientras pone caras raras amenazando con defecar y defeca. Y cuando le cambio el pañal, la gran vomitona. Y le cambio el body y me cambio el camisón y nos vamos al catre y dejo la mano cadáver –esto es la mano colgando entre los barrotes para que note mi presencia y se relaje- hasta que se me cangrena, pero me da igual, sólo quiero una cabezada larga y la doy, pero sólo hasta que amanece y la pelirroja dice que ya no tiene más sueño y mientras la soborno para que aguante un rato más, al cigoto le suenan las tripas y pide el bibi. Y me hago la sorda y meto la cabeza bajo la almohada y la pelirroja me imita. Y desisto y me levanto. Como diría mi madre, para poca salud, ninguna. Y los tres majaras nos vamos al salón dando bandazos.

Y al rato llega el pater, como si viniera de Bosnia y me dice: ‘¡Qué noche más mala he pasado! Y por aquí, ¿qué? ¿cómo ha ido la cosa?

Y le miento, que bastante tiene el pobre con lo suyo y así igual se me mejora el karma y la próxima vez se me aparece la niña muerta en camisón y la puedo poner a cantarle colombianas al cigoto. Con lo que le gustan.


jueves, 29 de agosto de 2013

De noches perras y estrés infinito (Parte I)


De un tiempo a esta parte, en casa se nos han complicado las noches, no todas, que hay que ser justos, más bien una de cada tres, pero eso sí las emociones vividas me duran para una semana de tics nerviosos, que las montañas rusas emocionales es lo que tienen y si no que se lo digan a Lindsay Lohan.

Y es que tenemos a la abuela de la pelirroja malita en el hospital, pero vamos, nada grave, que con toros más bravos a toreado mi suegra -que cualquiera diría la fortaleza que tiene con ese metabolismo agraciado que la mantiene con un tipito envidiable que para mí lo quisiera yo- y claro, al pater le toca quedarse algunas noches con ella para vigilar que todo vaya como tiene que ir y de paso, leerse los dos libros de romanos que tiene atrasados… a mí me va a engañar…

Y claro, entretanto, los pelirrojos y una servidora nos quedamos solos en casa como Macaulay Culkin pero con más miedo, sobre todo yo, que una por el día se maneja bien con el dúo dinámico, pero la noche son palabras mayores, con los sueños y gritos de una desde su cuarto como si la estuvieran matando, los alaridos pidiendo bibi del otro o los gruñidos de haber dejado escapar el chupete y el temor infantil de mi persona de quedarme sola en casa de madrugada, no porque venga una banda de rumanos a partirme las piernas sino porque se me aparezca un espíritu de ésos de las películas que tienen los pelos mojados y van en camisón. Que cada una gestiona sus temores como quiere y tiene sus prioridades terroríficas.

Pero lo más duro no es el miedo sino el estrés infinito del que disfrutamos desde las ocho y media de la tarde y hasta las ocho y media de la mañana, doce horitas de ensueño que un día me van a dejar tiesa de los picos de tensión que me dan… que el otro día hasta se me saltó una vena del ojo izquierdo y parecía un Lobezno enfurecido.

Y es que cuando el pater se va, meto a la pelirroja en la ducha que por mucho que hayamos intentado ducharla antes siempre es imposible y el día que lo conseguí, se echó un vaso de cocacola por la cabeza –así es mi prole, toda ingenio- y hubo que volver a empezar. Y mientras la niña se baña, le preparo la cena mientras el cigoto, que ha estado todo el día frito, abre un ojo y empieza a pegar berridos como si le estuvieran clavando chumbos y frío los nuggets mientras canto por colombianas y amenazo a la pelirroja para que cierre el grifo y no nos inunde la casa.

Y tras freírlos, quemarme tres dedos, mecer con el pie al hermanísimo y sacar a la pelirroja de la bañera tras descubrir la ‘fiezta de la ezpuma’ que ha creado en el baño –en todo el baño- grito en arameo y la siento a comer bajo coacción y amenazas y se sienta a manosear la cena y se pasa el tenedor de manos mientras le doy el bibi al peque y la sien me palpita nivel DJ ibicenco.

Y cuando los pelirrojos han cenado, nos vamos todos al cuarto grande, como en una comuna, meto a la pelirroja en mi cama, le pongo el aire nivel Siberia para que tenga que taparse y le dé el sueño y le cuento los dos cuentos de rigor, uno con los ojos abiertos y otros con los ojos cerrados, tal y como mandan las normas familiares, mientras mezo al cigoto como si tratara de lanzarlo al bloque de enfrente y la pelirroja dice que ella es la mayor y hasta que el hermanísimo no se duerma, ella no se duerme. Y el perraco llora para dejar claro que no piensa entrar por el aro y la otra protesta y se niega a cerrar los ojos hasta que me ve la cara de rata rabiosa y se acojona –no se va a acojonar…- y cierra los ojos y una hora después, se duerme.

Continuará...

miércoles, 28 de agosto de 2013

Carta a padres feriantes (II)


6.- No seré yo quien critique el hecho de que usted sea de los que ponen a sus hijos a orinar en la calle en Feria. Aunque podría. Sólo le pido que elija un arbolito o una alcantarilla o al menos una esquina recóndita. Que su hijo orine justo detrás de mí y su chorro, que todo lo alcanza y todo lo abarca, me pase entre las sandalias mientras espero para comprar un algodón de azúcar, no me agrada. Ni a mí ni a nadie que esté bien de los suyo.

7.- Entiendo que es usted un padre aprensivo de los que mueren de pensar que su hija se monte en un autobús público sin tres cinturones de seguridad, pero subirse junto a ella en el carrusel acompañándola dando vueltas junto al camión de bomberos de La Sirenita es una cosa muy triste y muy bochornosa. Esta actitud de padre enfermo sólo se permite en niños menos de 2 años o si el susodicho ha elegido un caballo o cualquier otro vehículo en el que coquetee con un traumatismo craneoencefálico. Si no, nos reiremos de usted.

8.- Si una familia va en grupo, va en grupo. Esto quiere decir que si van cuatro primos juntos no se haga usted el loco y meta a su niña con tres de ellos en la taza gigante con la cara de Peppa Pig sólo porque el cuarto primo tarda en subir. Y si quiere el tazón, espérese a otro turno, pero no me deje a un primo aislado en la excavadora de Mickey Mouse y al resto con la sensación de ascensor en la gigantotaza. La familia es sagrada. Véase el Padrino y lo entenderá.

9.- No seré yo quien la señale por vestir a su hija con un traje de gitana con extra de volantes y una flor del tamaño de un asteroide en la cabeza junto a doscientas peinetas, pero haga a favor de sentarla en un cochecito para ella sola, a ser posible descapotable, para que tenga espacio para el coquete, y no la encaje de mala manera en el que ya va un chiquillo, dejándole arrinconado contra la puerta, clavándole los volantes en la barbilla y dándole florazos en la cara, tratando de dejarlos tuerto, durante las cinco vueltas que dura aquello.

10.- Que yo no digo que no haga calor, pero que igual no es una buena idea traerse a la Feria un abanico XXL tipo Locomía o de ésos que decoran cabeceras de cama en los hoteles baratos de playa… primero porque va usted a dislocarse la muñeca –que mire que las tendinitis están a la orden del día- y segundo porque tiene usted aterrorizada a media Feria cada vez que lo menea, incluida a mí, que me debato entre morir de un abanicazo a traición o de una pulmonía cogida por el cogote. Gracias.

martes, 27 de agosto de 2013

Carta a padres feriantes (I)



1.- Si tiene usted dos niños y cada uno quiere montarse en una atracción diferente, hágalo por turnos. Es decir, no haga como las marujas en el mercado que piden la vez al mismo tiempo en la pescadería y en la carnicería y se pasan el rato correteando de un puesto a otro a ver si le toca ya, volviendo loco a todo el mundo, -incluso a mí que odio el mercado y aprovecho ese rato para abstraerme y meditar frente a las gallinas de campo y los filetes de de babilla- y claro, al final acaba tocándole el turno en los dos sitios a la vez y así va la pobre mujer, al borde de la bipolaridad pidiendo cinta de lomo al pescadero y cuatro y mitad de chanquetes a la señora que vende el perejil. Pues lo mismo.

2.- El pitido abocinado de las atracciones indica que ya pueden subir a sus hijos a los carricoches no que empiezan los bombardeos, así que no hay por qué ponerse histérico,  empujando al personal cual jugadores de rugby y con el niño en alto cogido por las axilas en volandas como si escaparan de una invasión otomana.

3.- Aunque no haya una cola física, hay una cola moral. Un respeto. Así que cuando vea a alguien al que le faltan tres nanosegundos para sentar a su retoño en un coche choque, queda terminantemente prohibido correr nivel ‘semequemalacasa’, colársele por la izquierda y sentar al niño con el tiempo justo para que cuando el otro chiquillo meta el pie ya le dé en el hombro al suyo. Así no. Algunas madres estamos cansadas o somos vagas y no queremos tener que matarnos a springs en cada atracción.

4.- Todo padre tiene un comodín para colarse en la cola del servicio alegando que se lo va a hacer encima. Pero sólo uno. Repito: sólo uno. Todos los niños de la cola –y de cualquier cola de cualquier servicio del mundo- han avisado con el tiempo justo de ‘en los próximos tres segundos se me escapa’, de hay las poses en cuclillas convulsionando. Aquí todos estamos en el mismo barco. No abuse.

5.- Vale que las chucherías típicas de toda Feria son a) los algodones de azúcar b) los chupetes de caramelo con sabor a posguerra c) los buñuelos del Pato, pero si su hijo quiere una pasta de picapica o un paquete de gusanitos, cómpreselo y no lo torture con un vasito de chufas. Tenga corazón.

lunes, 26 de agosto de 2013

Madre sí hay más que una. 65.- La madre colona


La madre colona es una profesional del despiste y de las malas artes y aprovecha para darle conversación a la cajera mientras con el pie va empujando la cesta carrito y colocándola a la derecha del minúsculo hueco que tú, inocente, has dejado entre tu cesta y el trasero de la señora anterior, dejándote a ti -que estabas aprovechando el tiempo de espera para contestar a todos los whatssap acumulados- con la duda de si estaba o no antes que tú porque como lo hace con esa seguridad a lo Mercedes Milá una acaba creyendo que es imposible semejante desfachatez, así que te callas y la dejas pasar, culpable, encima, de pensar que ella creyera que querías colarte.

La madre colona es tu peor enemigo en los parques infantiles porque es lista como un zorro y tiene la desvergüenza de un concursante de Jersey Shore y antes de que te des cuenta ha levantado a tu chiquillo del columpio con el pretexto de ‘es que la nena se quiere montar pero sólo un ratito’ como si el tuyo quisiera esperar ahí a que le dieran la Primera Comunión. Y cuando la cola, que lleva al sol desde hace media hora sudando como pollos, le increpa, dice algo así como ‘hay que ver la gente el mal humor que tiene, pero si es una niñaaa’, pero allá sigue empujando a la criatura como si escuchara de llover.

La madre colona siempre llega al médico dos horas tardes o mejor aún, sin número, pero te dice aquello de ‘anda déjame pasar que es sólo para que me receten el apiretal’ y tú, que tienes prisa y llevas allí desde la amanecía, la dejas pasar por buena persona y por imbécil y al final le hacen el Niño Sano y la prueba de la alergia a sus tres retoños y sales del pediatra a la hora de la merienda.

La madre colona es una experta en transporte público y justo cuando aparece ese taxi que ves como agua de mayo y levantas la mano como puedes entre el macutón del niño que pesa seis toneladas y el niño berreando y mientras tratas de placar con el pie a la niña para que no se inmole en la carretera, aparece de la nada y antes de que puedas tragar saliva ya está subida al taxi y te saluda con la mano diciendo ‘es que yo estaba antes, hija, pero no te preocupes que en nada pasa otro’. Y te quedas con la cara partida.

Y en el autobús tres cuartos de lo mismo, mantiene su sitio en la cola –que se ve que no tiene arrojos para enfrentarse a los jubilados- pero cuela a la niña con el típico ‘anda pasa y vete sentándote que luego arranca y te caes’ y la niña, que de tonta tiene un pelo, coge seis asientos para toda la familia y un séptimo para los bolsos, que con este calor no hay quien los lleve encima. Y tú, que ibas tres puestos por delante de ella y te creías ganadora por una vez, acabas de pie, empotrada entre la barra y la papelera mientras una señora te refriega por la pierna sin descanso seis bolsas de pescado que trae del mercado central.

(Nivel de identificación personal con 'la madre colona' 0 sobre 10.)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 23 de agosto de 2013

Las atracciones favoritas de la pelirroja (II)



La jungla. Esta es una atracción presuntamente familiar en la que cinco individuos inconscientes se suben en una barca redonda y bajan y suben cuestas y cataratas entre gorilas de plástico made in Taiwán y ruidos de monos en celo. No sé si lo peor fue el acabar con el rimel corrido de las bocanadas de agua que tragamos cada vez que la barcaza saltaba, el culo chorreando de la balsa de agua del asiento -que me obligó a ir enseñando el trasero transparentado por toda la Feria- o el cara a cara con la muerte que tuvimos la pelirroja y yo, las últimas en acceder a la barca infernal justo cuando ya estaba en movimiento. Nosotras que somos de agilidad reducida. Si no hubiera sido por el ‘acomodador’ rumano que se partía en mi cara, igual hoy sería cadáver. O seguiría en la jungla haciendo de extra junto a la cebra paticorta.

Las camas elásticas. Lo curioso es que siempre pensé que la niña sería una asustona para esas cosas como su madre, pero no. Todo lo contrario. Y desde la primera vez que vio las camas elásticas con arnés vivía sin vivir en ella. Y no me da tiempo de colocarle las correas cuando ya está saltando como una gigantopulga pelirroja muerta de risa, mientras yo, madre cagona por excelencia, cuento los minutos que quedan para que se abra la cabeza contra el hierro que bordea la cama. De momento, el único incidente fue una patada mortal que me llevé en la coronilla y con la que he perdido tres centímetros de altura y los recuerdos de 1998.

El tren de la bruja. Este año nos hemos librado por el momento y por mis maniobras de distracción porque el año pasado, además del trauma de ver a la bruja –que en realidad era un hombre con barba disfrazado de anciana con hirsutismo- tuvimos que pasarnos tres semanas sufriendo los escobazos de la pelirroja con una miniescoba que le regalaron en la atracción y que pinchaba como un erizo enfurecido.

Los patos. Vale que no es una atracción sino una especie de juego en el que por 3 euros pescas tres patos que parecen recién salidos de Chernobil y te dan un cutreregalo para que los padres acarreen toda la noche. La pelirroja que es poco ducha en trabajos manuales tuvo que ser ayudada por una servidora antes de que acabara ensartando a la pobre mujer que regentaba el chiringuito y que se movía con la destreza y la rapidez de Speedy González cada vez que veía a la pelirroja empuñar la caña. Y a la nena le tocó elegir entre una imitación de los Littlest Pet Shop o una minimuñeca ligeramente bizca pero monísima. Pero como los primos eligieron dos pistolas con chupones, la pelirroja y su falta de personalidad no pudieron resistirse y desde entonces el cigoto teme por su vida.

jueves, 22 de agosto de 2013

Las atracciones favoritas de la pelirroja


El tren del gusanito. Después de casi matarse a la entrada y a la salida, de que los primos pasaran de su cara y la dejaran sola en la parte de atrás del vagón con una niña famélica con cara de vieja prematura a la que la pelirroja no podía ni ver, se lo pasó en grande siguiendo a su ritmo (?) y con interpretación libre las instrucciones  de la animadora, levantando los brazos cuando la muchacha pedía aplaudir y aplaudiendo cuando tocaba gritar. La parte positiva es que además de torpe, la niña tiene una autoestima nivel Concha Velasco y se creía que había hecho la coreografía de Beyoncé.

El carrusel deprimente. Tuvimos que esperar dos turnos para que se pudiera montar en el camión más feo del carrusel -que ya era triste de por sí- en el que había pintada una sirenita falsona que se parecía a Lady Gaga con resaca, pero que la traía loca. Y una vez dentro del camión que le venía estrecho -y aquí estoy siendo generosa-, con las rodillas clavadas en la barbilla, la niña se pasó todo el viaje embobada con el unicornio lila de al lado, segura de haber apostado a caballo perdedor y con la marca del volante marcado a fuego en las doloridas espinillas.

Los coches de choque. Después de dos años suplicando por subirse, por fin logró convencerme, pero en lugar de partirse el cuello que es lo que yo esperaba, se pasó todo el tiempo girando sobre sí misma a la velocidad del rayo pero sin moverse del mismo metro cuadrado. El dinero mejor invertido de mi vida. Hacía mucho que no me reía tanto.

Los ponis. Tras varios momentos bochornosos de tratar de obviar las preguntas de qué era eso que le salían a los ponis por abajo y tenerlos a todos cabeza abajo haciendo cábalas, elegí el que tenía más pinta de caballo percherón que de poni por aquello de los 24 kilazos pelirrojiles y me coloqué a su vera como un señorito andaluz para acompañarla en el trote por aquello de que ya estaba en fase 'estoy dormida despierta y puedo hincar la frente en cualquier momento' y entre el espacio tan estrecho que quedaba, los meneos de la pelirroja acomodándose y los violentos estornudos que me sacudían de la alergia galopante que me dan los caballos, casi me acabo morreando en dos ocasiones con el poni. Cómo no iba a estar contento el chaval.

NOTA: He colgado algunas fotos en el facebook por si queréis echar un ojillo al pelirrojismo gitano...

miércoles, 21 de agosto de 2013

Feria, feria...


En Málaga ya estamos de Feria. De Feria y de 40 grados a la sombra con lo que eso supone para una madre de hormonas disparadas -que no quiere feria pero que si la quisiera la querría sola con su cuerpo serrano-, una pelirroja hiperactiva y amante de toda fiesta y/o verbena que se le ponga delante y una pequeña ameba aspirante a pelirrojo que sólo piensa en beber bibis, dormir y dar guerra.

La gente, esto es la familia y los amigos, se creen que una es la de antes y le proponen dos mil planes por minuto como si una tuviera su útero intacto y nunca hubiera roto aguas y fuera libre como el viento, como si aún le quedara energía después de mantener con vida al dúo dinámico un día más y como si a una le siguiera gustando la Feria.

Así que me paso el día excusándome para no hacer planes molones y me organizo una serie de planes torpedos con la prole, que quitan el hipo del susto que dan. Porque claro, una puede declararse una renegada de la Feria pero tiene una hija que se emociona hasta el grito cada vez que ve un farolillo y un revuelo de volantes y unas tablas de un escenario para saltar sobre ellas y darlo todo como si fuera la reencarnación de Antonio el bailarín.

De esa manera, como no me quedaba otra, hace unos días hicimos nuestra primera incursión en el mundo ferial nocturno, ella ataviada de gitana y con los tirabuzones engominados cual Mario Conde y estirados al máximo hasta abrirle los ojos como Ozil y con una gigantoflor hincada en el minicoco, que al echar la cabeza hacia atrás se le clavaba en la nuca como una daga traicionera, pero más contenta que unas castañuelas a pesar de que las merceditas de lona que le compré le quedaban ligeramente estrechas tirando a ‘vamosaamputarteelpieporfaltaderiegosanguíneo’, que la chiquilla pone voluntad cuando se trata de pasarlo bien e iba como las locas más contenta por ‘montarze en loz escenarios a bailar’ que por las atracciones de Feria, que ya os digo que voluntad artística no le falta.

Y al Real de la Feria nos fuimos con los primos, para que pudieran matarse vivos entre atracción y atracción y nos obligaran a los adultos a estar contando continuamente entre el gentío para comprobar que no nos faltaba ninguno como si fuéramos una versión feriante de Rainman.

Así, tras un accidentado viaje en coche en el que a la novia de mi primo casi se le cangrenan las caderas, encajadas de mala manera entre sillita y sillita, aparcamos a unos 4 kilómetros del recinto, por aquello de hacer deporte para generar endorfinas y nos encaminamos al cogollo de la fiesta donde nos esperaban los demás para negociar en cuáles atracciones podían montarse sin morir en el intento. O sin morir mucho al menos.

Y se montaron en mil cosas, incluidos los ponis que tanta pena y tanto asco me dan, cada vez más histéricos… y en un tren les regalaron una espada láser con la que trataron de dejarse tuertos unos a otros con tesón un par de veces y unos globos con los que nos dábamos unos a otros sin querer –que ya se sabe que los padres somos mulos de carga- como si fuéramos una chirigota gaditana, desorientados en mitad de la nada como guiris trasnochados, y se comieron unos algodones de azúcar que se le pegaron en las pestañas a la pelirroja y que le ralentizaban el pestañeo lo que, con el rabillo y el lunar negro que le había pintado, le hacía una mirada raruna en plan madame borracha.

Y de ahí a una caseta, pero no una caseta molona, a una caseta viejuna para picar algo, y acabar bailando con la pelirroja entre las mesas como una solterona cincuentona en las bodas desde reaggetton hasta house hasta que la niña empezó a poner ojos de cabra, amenazando con quedarse dormida ella y sus 24 kilazos pelirrojos.

De hecho, hizo la ruta senderista de vuelta al coche a pique de un repique de hincar la cabeza en la acera pero fue entrar en el coche y volver a escuchar música y volverse loca nivel Pocholo, riendo a carcajadas –con los pocos movimientos faciales que le permitía el recogido hiperengominado- y bailando con los brazos en alto…

Y llegamos a casa, llenas de polvo, algodón de azúcar, fanta de naranja y agotamiento extremo. Pero a la niña aún le quedaban fuerzas para despertar al hermano y a medio vecindario y para empuñar la pistola que se había ganado en los patos y lanzarme un chupón en la garganta que casi me deja sin aliento.

Pero desgraciadamente sobreviví. Y mañana me toca más feria. Danger.


martes, 20 de agosto de 2013

Torpeza pelirrojil


Mi pelirroja no es una niña lista, qué le vamos a hacer. De hecho es algo que ya iba viendo venir desde que en la guardería me la suspendieron en reconocimiento del círculo amarillo y el pater y yo entramos en depresión ante la idea de que la niña no nos iba a salir arquitecta, que es lo que nosotros queríamos, por fardar y porque nos quitara de pobres, pero no, porque no saber lo que es un círculo amarillo es una cosa muy grave y muy de para toda la vida como el que no sabe distinguir entre el porque, el por qué y el porqué. Eso ya no se supera.

De hecho, el pater que aún tenía esperanzas en que aquello fuera una ojeriza que la seño cara de Gusiluz le había cogido a su niña, se implicó en el asunto dibujándole con su tableta gráfica todo tipo de círculos y buscando academias donde los círculos y el color amarillo fueran los temas troncales, pero nada.

Y de esos barros vienen estos lodos y ahora la niña no está especialmente suelta en según qué materias. Vamos que es capaz de hacerte un resumen de la película de Antena 3 que está puesta de fondo o usar mil artimañas nivel profesional para conseguir otro helado más, pero es pedirle que te traiga la gasa que está justo detrás de ella y da cuatro vueltas por toda la casa antes de dar con ella. Que sí, que yo también tengo un pésimo sentido de la orientación y que jamás distinguiré la derecha de la izquierda, pero hasta ahí llego. Un respeto.

Este año, en el cole le habían enseñado a contar hasta diez, cosa que los primos saben desde que empezaron a hablar, pero ha sido entrar en vacaciones y ahora al 8 le sigue el dieciséis, así, por la cara, pero luego viene otra vez el nueve como si nada hubiera pasado y como si el dieciséis estuviera entre paréntesis, pero después del 10 vuelve el dieciséis, como si tuviera una especie de síndrome de Tuareg numérico y tuviera que decir ‘dieciséis’ por necesidad psicológica. La de cosas.

Bueno, pues también ha olvidado un poco el tema de las letras, aunque tampoco la culpo que sólo tiene 3 años largos y para ella son trazos más que otra cosa, pero es que yo veo a algunos niños que te escriben el abecedario antes de usar el orinal. Pobretica mía.

Y luego está su extraño follón con un par de colores, que yo me creía que la niña era daltónica y todo, pero no, porque el rojo lo distingue perfectamente porque además ‘ez el color del corazón’ y uno de sus favoritos y luego es capaz de distinguir entre el lila y el rosa muy clarito y entre el morado y el violeta y entre el fucsia y el púrpura y entre el amarillo y el mostaza… como si fuera una pantonera andante. Surrealista todo.

Pero vamos, yo no tendría problemas con esta falta de perspicacia pelirrojil si la niña no me dejara en evidencia, que una tiene una reputación que salvaguardar. Poca, pero algo queda. Y va diciendo por ahí que tiene 34 años o que se va a quedar a dormir con la tita hasta el ‘lunez pazado’, que a ver dónde encuentra mi hermana una máquina del tiempo para devolverme a la niña, con lo liada que está la pobre.

Pero el colmo fue el otro día que le regalaron un preciosísimo traje de gitana para esta Feria de Agosto y dentro de su histeria inicial que la obligó a colocárselo con flor y todo y a dar vueltas cual posesa, llamó a la abuela para decirle que le encantaba y que lo que más le gustaba ‘ez que ez azul preciozo’.

Sobra decir que el vestido es verde. Verde pistacho para más señas.

Lo que yo te diga.

lunes, 19 de agosto de 2013

Madre sí hay más que una. 64.- La madre folclórica


La madre folclórica ama sobre todas las cosas el calendario festivo de su ciudad –y el de las localidades aledañas- y no sólo no se pierde ni un solo momento de la Semana Santa o de la Feria sino que las vive activamente como si se le fuera la vida en ello y, por supuesto, obliga a toda su familia a hacerlo también como si estuvieran contratados por el Ayuntamiento para animar el cotarro a modo de atrezzo festivo.

Así, en Semana Santa, los niños tienen obligación de salir en al menos tres procesiones, a elegir entre de nazareno, de monaguillo o de mini mantilla y el resto de los días a ir itinerario en mano persiguiendo todos y cada uno de los tronos, perfumados en incienso y con un limón ‘cascarúo’ ardiéndole las comisuras de los labios, que nadie dijo que esto tuviera que ser divertido.

La madre folclórica también adora la Feria y tiene trajes para que se vista toda la familia y para dejar en herencia a toda La India, así desde el bebé que lleva cubrepañales de lunares hasta el mayor vestido de campero, pasando por un par de minimarisoles con trajes cortos y tacones de la talla 21 en rosa fucsia, la familia al completo se entrega a las sevillanas y al solano como si no hubiera un mañana y bailan y sudan a partes iguales y trasnochan cada día hasta que los gitanitos acaban hincando la cabeza en la mesa de la caseta junto a dos platos de tortillas secas y un arroz plastoso que tira a verde.

La madre folclórica también se viste de marenga para el día de la Virgen del Carmen y, por supuesto, viste a su prole y los obliga a desfilar descalzos por el paseo marítimo y gritarle ‘guapa’ a la Virgen con la biznaga clavándosele en las sienes y refregándole el helado de chocolate a medio coro rociero. Y si el bebé llora, eso es de emoción pura. Que no se diga.

La madre folclórica tampoco se pierde las fiestas de los pueblos de los primos segundos de su abuelo paterno y allá va, vestida de fallera o de lagarterana, según mande la ocasión dispuesta a darlo todo y a hacer de pinche en la elaboración de la paella más grande del mundo.

La madre folclórica tampoco hace ascos a la navidad y desde el puente de la Inmaculada y hasta el día de Reyes tiene a la niña vestida de pastora y sólo la deja cambiarse de noche, cuando le coloca el pijama-traje de Papa Noel que encima es de los chinos y pica un poco pero… y lo mona que está.

Total, es una vez al año…

(Nivel de identificación personal con 'la madre folclórica' 6 sobre 10.)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 16 de agosto de 2013

La mamá, la madre postiza y la mamma (Part. II)


Como os comentaba el otro día, a las dificultades propias de la crianza de un segundo pelirrojo se le suma el duelo de poder que nos traemos entre las tres generaciones femeninas de la casa, la mamma, una misma y la pelirroja que ha decidido encarar esta pérdida de protagonismo con grandes dosis de amor fraternal y una asfixiante actitud de madre postiza.

Vale, no voy a engañar a nadie, lo cierto es que duelo de poder no hay ninguno, en realidad manda la mamma, como siempre, aunque yo me encare alguna vez para demostrar mis dotes de oratoria y mi fuerza verbal y digo verbal porque al final siempre acabo haciéndole caso, protestando pero entrando por el aro –qué vergüenza- y la pelirroja, que ha salido a la abuela materna y a la bisabuela paterna ya está ganando terreno en esto de imponer criterios.

‘Mamá, ez que el helmano no quiere eza colonia, quiere la mía / Ya, pero es que él tiene que usar ésta que es más suavita / Pero ézta ez muy zuavita y mira que bien güele / Ya, pero ésta suya es de bebés y la tuya de niña mayor / Pero la mía ez de loz Pitufoz que zon chiquitilloz como los bebéz, azí que ze la echamoz mejor ¿vale, mamá? Anda, que éza que tú le haz comprado güele musha pezte, mamá, pobrecillo el helmano...

Mamá ez que al helmano no le guzta el traje de las florez porque ¿te acuerdaz que el otro día ze creían que era una niña, mamá? / Sí, pero eso es porque es muy guapo / No, mamá, ez porque llevaba un traje de florez, azí que mejor ze lo quitamoz ¿o ez que quierez que ze rían del helmanito?

Mamá, yo creo que hay que echarle crema en loz piez / Eso por la noche cuando lo bañemos / No, no, mejor ahora porque tiene los piez sshicos y tiene que echarze crema o ze le ponen maloz / Pero… / Ya voy yo por la crema, mamá

Y al final, después de doscientos millones de negativas, argumentos, explicaciones y ganas de arrancarme los ojos de las cuencas y tirarlos por el balcón, acabo cediendo y cambio al niño de pelele y me veo bajando los escalones con el niño resbalándoseme de entre los brazos como una lagartija epiléptica, de los pegotes de body milk que le han llegado hasta las cejas, y un pestazo a aroma de Pitufina que tira para atrás.

Si nos viera la mamma…

miércoles, 14 de agosto de 2013

Carro nuevo, vida nueva


Una de las cosas que más me preocupaban de esta segunda maternidad, además de cuestiones de vital importancia como el tamaño de la barriga que se me iba a quedar o si dormiría o no lo suficiente para mantener las patas de gallo a raya, era cómo daría mis paseos diarios por el centro ya no con uno sino con dos miniterroristas en la chepa, sembrando el caos y el terror a nuestro paso como Atila.

Como una es parada y poco casera y le teme más a un encierro con la fiera que a una estampida de búfalos es, desde que se inició en esto de la maternidad y el malvivir, muy de tirarse a las calle en busca de la paz o del agotamiento pelirrojil para volver a casa con la niña agotada y con su nivel de hiperactividad bajado considerablemente.

Así, la idea de hacerlo con la pelirroja dando corretadas calle arriba y abajo, lamiendo escaparates y sentándose en todos los escalones llenos de orín, como hasta ahora, y además un pequeño bebé reclamando alimento, chupete o atenciones desde el carrito, me daba pavor, máxime si tenía que tirar de mi gigantocarro y sus dos mil toneladas de peso calle arriba y abajo que me impedían huir rauda y veloz si la cosa se ponía fea, esto es, si la niña amenazaba con hacerse caca encima o si armábamos tal follón que teníamos que darnos a la fuga antes de que nos persiguieran con antorchas como a la Bestia. Por eso, sólo de imaginar tener que volver a ese infierno de arrastrar el tanque por las calles estrechas, pisoteando a todo el que se cruzara con nosotros mitad por necesidad y mitad por agresividad maternal con mi cicatriz dolorida y mis brazos débiles obligados a apopeyarse, me daban ganas de enclaustrarme como una carmelita hasta el fin de los días.

Y es que con los años y las reválidas maternales, una ya va espabilando y esta vez al cigoto no le esperaba tanto chantilly ni tanto faldón, que no está el horno para bollos ni las hormonas para florituras, pero claro en este reciclaje maternal, la barcaza se libraba de ser expulsada del domicilio familiar por pelas y porque aún no quería reconocer que me había comprado el Anticristo de los carritos. Tan bonito y elegante como demoníaco.

Así que cuando los chicos de El Planeta del Bebé me regalaron un New Loola de Bebé Confort para el cigoto entré en estado de éxtasis –como cuando duermo 9 horas seguidas- porque además de bonito y moenno como el de las chicas más it de la ciudad es tan cómodo, tan fácil de llevar que igual me daría que fuera un adefesio… porque se pliega como una tijera, porque pesa nada y, sobre todo, porque puedo arrastrarlo con una sola mano mientras me queda otra libre para poner el dedo en alto cual Maruja de extrarradio y amenazar a la pelirroja o incluso beberme una cocacola Zero como Sienna Miller y fingir que soy una madre tranquila y cuerda.

De momento sólo he usado el capazo pero creo que el pobre ya está harto de ir tumbado por la vida como Caballo Viejo y en breve colocaré el huevo para que cigoto pueda pasear viendo mundo como la reina del carnaval… el problema es que quedará expuesto a las dolorosas muestras de cariño de la pelirroja y lo que es peor, quedará desvelado el secreto de sus gigantorejas…

Vaya, ya lo he dicho…

martes, 13 de agosto de 2013

La mamá, la madre postiza y la mamma (Parte I)


Si ya de por sí es difícil criar a un niño de un mes y pico con una primogénita de tres años y medio, loca por los bailes, por la purpurina y por hacer la croqueta en cualquier esquina cuanto más sucia mejor, mientras tú tiras del carro y de tu sobrepeso postparto y alternas las canciones de cuna con las amenazas en arameo, más lo es aún cuando en estos duros quehaceres de la crianza te sobrevuelan dos madres aspirantes incombustibles (la mamma y la pelirroja) que están siempre al acecho para acabar por desquiciarte los pocos nervios que aún te quedan en buen estado. Los tres nervios, quiero decir.

Así, en primer lugar y con calzón rojo, tenemos a la campeona de los pesos pesados de la crítica creativa, conocida por sus dotes de mando militares y su perseverancia a pesar de la negativa: la mamma, capaz de organizarte la vida en tres nanosegundos y de pelear dos horas consecutivas para que le endiñes un biberón de agua al cigoto o peles a la pelirroja cual varón despiojado. Y si no obtiene resultado, mañana más.

Que digo yo, que este niño tiene frío, es que no entiendo cómo no le echas una toquillita por los pies / ¿Porque es verano, esto es Málaga y estamos a 38 grados? / Eso qué tendrá que ver… los niños tienen una sensación térmica de mucho menos grados -blablabla me lo estoy inventado todo y punto- Y antes de que repliques, le ha abierto la gasa para regurgitaciones y se la ha colocado encima. Ves, mira que tranquilo se ha quedado. Y cuando ve que el chiquillo empieza a sudar, se la quita disimuladamente y si la pillas, dice algo como A ver que fresquito hace, pero como tú no quieres pues se la quito…

Mira, que al niño hay que darle agua, mucha aunque tome el biberón o la manzanilla, agua, agua ¿o es que tú cuando tienes sed te gusta beber manzanilla? / Pero la pediatra… / Qué sabrá la pediatra… / Igual algo tras diez años estudiando, digo yo… / Anda ya… de toda la vida de dios –y empiezan las batallitas del abuelo cebolleta- y antes de que pueda reaccionar le está enchufando un botellón de agua al pelirrojo, que se tragaría hasta una botella de ron, así que mi madre me mira triunfante y me dice ¿Ves tú? Pobrecillo, la sed que tenía. Y el niño con el buche como Jordi Estadella me mira pidiendo clemencia.

Que digo yo, a esta niña nunca se le ha hecho una analítica, ¿no? Pues está muy blanca / Eso va a ser porque es pelirroja, mamá / Qué disparate es porque tiene anemia, así que se lo dices a la pediatra y si no, la llevo yo a Don Benito –el loco pediatra familiar- y le hago uno, que esta niña está débil / Mamá, si en la fila del colegio le saca dos cabezas a cualquiera y parece la repetidora de la clase y no para… / Te lo digo yo que no hay ná mas que mirarle a los ojos… Le faltan glóbulos rojos

¿Cómo estaría la niña si le cortáramos los pelos? / Ni idea pero no la voy a pelar que lo que tiene es una melenita y está muy guapa / Si, pero sudando como un pollo… / Pero mamá eso es porque es verano y viene de correr con el primo, él está igual / No, no, qué disparate, la niña suda más y qué tendrá que ver que corra, la niña tiene calor… con lo mona que estaría ‘pelailla corta’

Y lo peor de todo es que llego a mi casa echando chispas, pero a los diez minutos y sin saber cómo, empiezo a preparar un biberón de agua fresquita y lo coloco en el bolso del niño junto a la toquilla de verano como una autómata y antes de la cena, me escucho diciéndole al pater ‘Oye, a esta niña nunca se le ha hecho una analítica ¿no?’...

lunes, 12 de agosto de 2013

Madre sí hay más que una. 63.- La madre guayabo


La madre guayabo puede parir tres veces en cuatro años a niños de 5 kilos y medio, pero seguirá teniendo cinturita de avispa y una talla 38 de pantalón porque la 36 le aplasta el culo de modelo brasileña que tiene, aunque se jale dos paquete de pipas y un bote de Nutella a cucharadas mientras ve la tele.

La madre guayabo no ha ido nunca al gimnasio y su deporte más activo es perseguir a los niños para vestirlos, pero tiene los muslos duros como piedras y no conoce la celulitis ni las estrías porque aunque haya engordado 20 kilos en cada embarazo, tiene la piel de melocotón y tersa como la de una quinceañera jamona, mientras tú sudas como un pollo fucsia haciendo abdominales en casa como si no hubiera un mañana mientras los niños corretean pisándote los pelos y te gastas los cuartos en cremas anticelulíticas que te untas día y noche sin falta dislocándote las muñecas con los movimientos circulares que vienen dibujados en el prospecto para estar exactamente igual que cuando comenzaste la dieta.

La madre guayabo sale del paritorio como si fuera una que ha ido de visita, con el vientre remetido y unos vaqueros repegados que dan ganas de matarte o de matarla a palos, mientras tú sigues con pinta de embarazada casi un año después y tienes que andar rechazando asientos rojos en los autobuses humillada.

La madre guayabo tiene un pelazo siempre y para ella no hay ‘tiempo de las brevas’ ni ‘bajada hormonal’ ni pepinillo en vinagre. Ella tiene un melenón que se mueve sólo cuando anda, al compás de sus caderas perfectas, mientras tú te echas dos botes de espuma de volumen y te secas al revés para ganar frondosidad con la presión sanguínea golpeándote las sienes y para lograr, como mucho, la melena de Rosendo recién levantado y si te decides por la plancha para evitar el encrespamiento, la de un japonés que nunca se lava el pelo.

La madre guayabo va a la playa con sus hijos y aunque se preocupa poco del bronceado y se dedica a jugar a las palas con los niños –claro, ella puede lucirse- siempre está morena y sin señales del bañador, mientras tú, que te echas una crema para cada zona del cuerpo y dejas a tu hijo ahogarse en la orilla para coger un poco de tono acabas o blanca amarillenta como llegaste o achicharrada a parches y con dos tirantes en el escote nivel guirigamba mientras ella coge un tono Beyoncé más que perfecto.

(Nivel de identificación personal con 'la madre guayabo' 0 sobre 10. Con la amiga 10 sobre 10.)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 9 de agosto de 2013

Antiglamour maternal


Cuando una es una nomadre puede ir por el mundo fingiendo ser una chica perfecta, aunque tenga el culo del tamaño de Sudamérica, el pelo crespo y le caigan goterones de sudor por el cogote porque siempre puede encontrar un hueco para hacerse con un modelito que le haga buen tipo, hacerse la plancha con doble dosis de spray anticalor e incluso, para mitigar el calor, hacerse una trenza de espiga, de ésas que se llevan tanto ahora y con las que mi hermana me torturaba en sexto de EGB a base de tirones que me sacaban el líquido encefálico por los funículos capilares y que eran tan tirantes que me dejaba con cara de pequinés enfermo.

Pero cuando eres madre, acabas por ir corriendo a todos sitios, aunque no tengas prisas, y antes de salir -en ese justo momento en el que las familias entran riesgo de infarto colectivo- pasas una media hora infernal, corriendo detrás de uno y de otro para que se vistan, poniendo lazos, atando zapatos, cambiando pañales, preparando biberones y con mucha suerte te da tiempo a echarte dos pegotes de rimel y dos resfregones de colorete y en un alarde de narcisismo hasta mirarte al espejo en el ascensor para comprobar que tienes una mancha de leche regurgitada en el escote, nada que no pueda arreglarse con una toallita y fingiendo que no sabes que en breve acabarás oliendo a queso feta.

Sin embargo, con muchísima paciencia y mucho esfuerzo, una puede prepararse tres horas antes de salir, como si en lugar de a la heladería, fuera a la gala de los Oscar de pareja de George Cloney y acabar pareciendo lo que no es, es decir, una chica perfecta con hijos perfectos.

Pero no. Tampoco. Ni así. Por muy bien que salgas de tu casa y por muy acicalados que lleves a los churumbeles jamás podrás tener la imagen pública que tenías porque en mitad de una conversación con la dependienta de la boutique sobre la nueva colección de YSL, la niña empezará a gritar diciendo que se hace ‘musha cacá que cazi ze me zale’ y tú, que quieres fingir ser una chica glamourosa y con estilo –aunque anoche te acostaras con los restos de una bocanada de leche regurgitada en el pelo, que de eso no tiene que enterarse nadie-, querrás que te trague la tierra por un seísmo de 7 grados.

O puede ocurrir que cuando estés esperando turno en la caja del Corte Inglés, la pelirroja meta la cabeza en la papelera buscando perchas y se quede semiatascada con el culo en popa, para luego tras varias amenazas tuyas y algunos gruñidos suyos, conseguir sacar una y decir ‘¿ezta me la puedo robar, mamá?’ mientras el de seguridad se plantea cachearos a ambas y tú fingir un desprendimiento de retina.

O puede pasarte que cuando estés en la cola del banco simulando ser una madre perfecta con niños fabulosos que va a hacer un ingreso, el cigoto lance un gigantoeructo que haga volverse al interventor con cara de ‘nomecreoquehayasidoelniño’, aunque con suerte –por decir algo- el eructo venga acompañado de una bocanada-tsunami que empape el cogote del de delante y hasta los cristales de las gafas de la cajera y no te quede otra que sonreír tímidamente mientras empiezas a andar hacia atrás hasta que nadie te mira ya y entonces puedas darte la vuelta y salir corriendo como si te persiguiera el Yeti.

jueves, 8 de agosto de 2013

Como pez (borracho) en el agua


Que la pelirroja tiene la agilidad del hombre de hojalata es algo que ya sabía, vamos, como para no saberlo tras años de continuas estampadas contra la pared en patines o tacones de plumas y purpurina, sus caídas en redondo jugando al hulahop sin lograr que dé ni una mísera vuelta, sus intentos fallidos de hacer la voltereta logrando una croqueta al jamón deforme, sus continuos tropiezos con toda alcantarilla o escalón o papel de fumar que se encuentra en la calle y un largo etcétera de despropósitos que dejan a la niña magullada y a mí y a mis planes de que sea una bailarina clásica de postín, hundidos en la miseria.

Pues si es un tollo en la versión terrestre de la vida también lo es en la versión acuática, vamos, que no es lo que se dice una niña ágil ni espabilada de ésas que se tiran de cabeza como si lo hubieran hecho toda la vida y bucean y aprenden a nadar cual sirena estilosa sin aspavientos ni bocanadas de cloro.

La pelirroja es más bien torpona, para qué vamos a engañarnos. Que sí que está monísima con sus bañadores de corte vintage y sus tirabuzones rojos al sol, pero que ágil lo que se dice ágil, pues mire usted, no.

Así, mientras los primos se lanzan desde el bordillo a la piscina como pequeños saltimbanquis, la pelirroja hace su particular ritual de media hora en el que empieza poniéndose de espaldas, agachada con el culo en popa y prueba a bajar una pierna, desollándose todo el empeine del pie y media rodilla contra el bordillo y toca el agua con el dedo gordo, pero se ve que no se siente del todo segura, así que lo retira, volviendo a desollarse viva para acabar sentándose y arrastrando el culete por el bordillo y dejándose tres capas de la piel y el apresto del bañador contra la piedra y al final acaba lanzándose al agua con la elegancia de Falete y con los ojos desencajados de pavor.

Ya en la piscina si lleva manguitos cortándole la circulación de los brazos todo va bien y mueve la cabeza de un lado a otro como si estuviera haciendo mucho esfuerzo en desplazarse y se cree Esther Williams aunque en realidad no se está moviendo de su medio metro de piscina, pero yo le aplaudo, para subirle la autoestima y que no se le pase por la cabeza quitarse los maguitos en busca de mayor velocidad y de una lesión cervical para su madre.

Pero no siempre lo consigo y cuando se viene arriba se cree que sabe nadar y se quita los manguitos ‘porque yo ze nadar puzerbien’, una habilidad inventada que demuestra recolgándoseme del cuello, hincándome las uñas en el cogote de pura ansiedad y pegándome doscientas patadas en la cicatriz de la cesárea para demostrar lo bien que mueve las piernas mientras yo me debato entre morir por hemorragia interna o por rotura de cuello o vomitarle en la cara del meneo tan malo de cervicales que me estoy llevando.

Y si trato de despegarla entra en estado de histeria y me araña los brazos cual Lobezno enfurecido, tratando de agarrarse a algo como DiCaprio en el Titanic y si se envalentona y se suelta, traga tanta agua que al final tengo que cogerla por miedo a que nos deje sin piscina en la que bañarnos.

Y en la playa la cosa no mejora. Entre las piedrecitas de la orilla sobre las que anda como si estuviera sobre las brasas de una hoguera y los guantazos que le pegan las olas que la dejan dando vueltas sobre sí misma como un borracho de feria, sin dignidad ni memoria o con la cara incrustada en la arena, masticando restos de colillas, casi mejor nos centramos en los deportes de invierno.

Gracias a Dios vivimos en la Costa del Sol.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Conclusiones de un largo día de piscineo


1.- Que el número de niños nunca debe superar al de adultos a menos que quieras acabar con un soplo al corazón y con los ojos doloridos y fuera de las órnitas, girándolos como Marujita Díaz sin descanso para buscarlos entre el gentío y contando que estén todos para que cuando encuentres al último, se te pierdan los dos primeros y cuando los localizas, el último ya está cabeza abajo coqueteando con dejarse la nuca en los bordillos.

2.- Que por mucho que hayas ensayado la postura ‘asíparezcomásdelgada’ frente al espejo, en una jauría de este calibre has de olvidar cualquier atisbo de elegancia y agacharte con el culo en pompa cuantas veces lo requiera el niñerío para recoger manguitos, echar crema en los empeines, atar sandalias, sacar de la piscina, correr tras ellos o morir de agotamiento en el césped. Si alguien te grabara y luego te lo pusiera, negarías ser esa maruja que grita y se agacha como un recolector de boniatos.

3.- Que los niños son niños y las niñas, niñas y que por mucho que la pelirroja quiera jugar a los juegos de los varones, cuando empieza la lucha cuerpo a cuerpo, las ahogadillas nivel interrogatorio iraquí y los balonazos en el cogote, se retira cual señorita de bien a jugar con sus tazas de plástico sirviendo tés con sobredosis de cloro a todo el que se le ponga delante.

4.- Que da igual cuantas veces se lo expliques o los amenaces con un rito budú, siempre van a tirarse de cabeza a tres milímetros de a) la escalera b) el bordillo c) tu cabeza.

5.- Que por mucho que fantasees con la idea de hacer unos largos en silencio, recolgarte en el bordillo y divagar sobre el protocolo de Kyoto o el Art Nouveau alemán  o tumbarte en el césped a coger moreno, al final acabas amorancada viva al filo de la piscina maldiciendo en arameo o, como mucho, sentada en la piscina pequeña –más conocida como el lago de la orina- adonde has bajado con contorsiones antisensualidad, achicharrándote la espalda y tratando de mantener una conversación decente, mientras los niños te maltratan a) disparándote chorros de agua a la cara b) dándote raquetazos en la nuca c) balanceándose de tu pelo o d) todas las anteriores.

martes, 6 de agosto de 2013

De traiciones y filetes empanados


Mi niña no me come. Eso ya os lo he explicado mil veces a vosotros y a la pediatra que me mira por encima de las gafas con cara de ‘conquiéntevasaquedarchatasituhijaesgigante’, pero insisto porque yo no dejo de intentarlo, de luchar contra los elementos y los dioses griegos con el tenedor en la mano y doscientos quince millones de estrategias que pasan desde la amenaza al soborno y del soborno al cuadrante de caras sonrientes y de ahí a la psicología inversa y nuevamente a la amenaza y al final a arrancarme los pelos de las cejas de estrés e ira contenida, que lo que yo quisiera es romper platos como en una película de Almodóvar, pero finjo ser una persona psicológicamente estable muy a mi pesar.

También os he contado ya que la gente se cree que no lo intento, que no la placo como en Pressing catch para que pruebe un trozo de queso o que no la arrincono cual mafioso italoamericano para que le dé un bocadito al pescado, vamos, que le pido por favor que coma y si se niega, a otra cosa. Pues mire usted, no. Una lucha. Sin fuerzas ni ganas, pero lucha. Como una jabata. Como una jabata con vejez prematura, pero como una jabata al fin y al cabo.

Bueno, pues parece ser que después de mucho tiempo de explicarlo por activa y por pasiva y después de alguna muestra pública de su negativa férrea a probar nada, una se había ganado su poquito de credibilidad, incluso para la mamma, que un día se entregó al placaje, a la cuchara y a la cazuela de fideos y, por ende, al espurreo general, que acabó por lesionarle el ojo izquierdo de un fideazo mortal.

Pero como la pelirroja no deja de inventar nuevas estrategias para complicarme la vida y dejarme en mal lugar –ahora que ya no va por la vida enseñando la ropa interior- fue el otro día a casa de la tía y se jaló una loncha entera de jamón cocido. Del mismo jamón cocido que se niega a probar en casa, llorando como si le estuviera dando pesticida. Pues se lo comió y hasta me mandaron una foto de la hazaña, que no se diga que en mi familia se hacen montajes, que ellos van con las pruebas por delante. Sobra decir que llegó a casa y ya tenía yo tres kilos y medio de jamón cocido de todas las marcas del mercado, dispuesta a afianzar aquella nueva filia gastronómica. E imagino que también sobra decir que en diez días que lo hemos intentado, lo logramos uno y sólo se comió dos trocitos y, además, tuve que prometerle uranio enriquecido.

Y cuando ya iba yo pensando que aquello había sido una raya en el agua, un fenómeno de ésos que ocurren una vez cada diez años o una leyenda urbana como la del perro rata chino, va la niña otro día de visita a casa de la misma tía y se come un filete de lomo empanado. ¡Un filete de lomo empanado! Y sin amenazas. Y con foto, que a punto estuve de desmayarme cuando supe la noticia.

Pero pocos días después, que se fue con el pater y mi suegra al camping del tito Jorge a pasar el día -mientras yo me quedaba con el cigoto y un arsenal de revistas molonas- me suena el whatssap y me llega una foto de la niña tomándose una hamburguesa aliñada ¿una hamburguesa semipicante? ¿estamos locos? Pues no. O sí. Un poco. Pero la cuestión es que la niña se la comía como si fuera un nugget del McDonalds, sin aspavientos, sin gritos, sin sobornos ni amenazas. Sólo por dar por saco a su madre y dejarme ‘malamente’.

Así que ahora, en la nevera, junto a los tres kilos de jamón cocido, tenemos varios tipos de carne para empanar y una gigantobolsa de hamburguesas de diferentes carnicerías para dar con la cantidad de aliño exacto con la que poder repetir el logro, que el pater se ha emocionado con este repentino amor a la carne de la pelirroja y se ha venido arriba en el mercado. Como si lo viera.