lunes, 12 de enero de 2015

Cabalgateando



Hay gente que pierde la cabeza cuando bebe, con las drogas o con el exceso de carbohidratos. Yo la pierdo con la Navidad. Me idiotizo, pierdo riego sanguíneo a fuerza de jalar turrón Suchard y acabo haciendo cosas impropias de mí y de cualquier persona en su sano juicio, tirando de espíritu navideño y exaltación de la familia.

Así que tras una semana horrible de compras navideñas junto a dos millones de personas dopadas con algún medicamento radioactivo y energizante, que se llevaban la mercancía de las estanterías como si esperaran la tercera guerra mundial, dejándome siempre a dos palmos de conseguir hacerme con algo pero sin éxito, con el pie cual pez globo y la cara de demacrada como si hubiera vuelto del más allá, llegó el 5 de enero y cual madre entregada y lobotomizada decidí llevarme a la cabalgata, ya no a la pelirroja con su gigantobolso de Peppa Pig partiéndome las pantorrillas, que también, sino al pequeño terrorista pelirrojo, sacándolo de sus mazmorras y enfrentándolo al mundo exterior para que pudiera hacer de las suyas a plena luz del día porque, imagino, que me pareció una idea estupenda.

Con la Navidad pasa como con hacer actividades con niños. Todo huele mejor de lo que sabe. Y una se hace una imagen idílica en su mente con sus difuminados y su música de anuncio de compresas y luego llega la realidad, las cáscaras de altramuces en el bolso nuevo, las pestañas pegadas de algodón de azúcar y los ojos desencajados de las órbitas para que no se te escape ningún niño, porque a estas cosas se va en pandilla. Sólo dios sabe por qué.

A día de hoy aún no sé si hubiera sido mejor no alquilar las sillas y verlo entre la muchedumbre ansiosa y muy loca por conseguir tres caramelos de ésos que te arañan la lengua y saben a rancio, pero lo que sí sé es que la opción elegida no era ni la mitad de relajada que imaginaba.

Las sillas estaban tan pegadas entre sí que prácticamente estaban montadas unas sobre otras, por lo que el culo de la señora de al lado estaba sobre mi cadera, lo que no la coartaba para ponerse de pie a aplaudir y luego dejarse caer cual bomba atómica sobre mi persona para buscarme un hematoma terminal o una fractura severa. Para colmo, los padres y abuelos caraduras que estaban detrás aprovecharon para meter a sus hijos en el espacio entre filas, por lo que me vi con una pandilla de preadolescentes con flequillo a lo Ronaldo y cara de futuros yonkis justo delante, por lo que tenía que girar la cabeza nivel niña del Exorcista para poder ver alguna de las carrozas de los chinos que iban desfilando completamente descompasadas. Todo esto, mientras la pelirroja se partía la cara con los primos para ver quién había cogido más caramelos, entre empujones y violencias callejeras, los niños me pisoteaban los empeines desollándome viva por tres caramelos de limón desenvueltos y mi tía me amenazaba con una bolsa de bocadillos de queso, mientras Cigoto me maltrataba nivel Hermano Mayor para escapar de mis brazos y lanzarse al maravilloso mundo gourmet de las colillas aplastadas y las cáscaras de pipas barbacoa.

Tres veces lo solté a petición de mi hermana, que es hippie desde que leyó que era mejor que el bótox para la piel, y tres veces tuve que salir corriendo a buscarlo dos kilómetros más allá mientras media fila lo jaleaba y Cigoto levantaba el brazo como Rocky, sabedor de ser una estrella del mal, mientras su madre daba culazos a los asistentes, agachada como si hubiera tenido un ataque de lumbalgia aguda para que la gente pudiera ver a los tres reyes falsones con trajes de cuatro pesetas y trincar al pelirrojo antes de que cogiera el metro rumbo a un piso franco.

Después de tres carreras, dos millones de pisotones y tres cardados de pelo por los tirones que me regalaba de cuando en cuando una anciana que tenía detrás con pinta de desvalida que creía ver caramelos en mi cabellera, la cabalgata dio por terminada al mismo tiempo que mi cordura, sobre todo cuando se recompuso la banda familiar, con la mamma, mi tía y mi primo que se habían ido perdiendo por el camino y nunca llegaron a la cita, así que venían con fuerzas renovadas y con la firme intención de ir a tomar chocolate con churros a la cafetería más abarrotada del centro de la ciudad.

Y así fue como envejecí otros cinco años.

11 comentarios:

  1. Las Navidades nos sacan canas, eso está claro. Yo antes las disfrutaba, ahora deseo que acaben desde antes de que empiecen :D

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  2. Tú lo has mencionado. SUCHARD. Esa es la magia de la navidad.

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  3. No me extraña que hayas envejecido cinco años, jajajaja!! Eyyy, pero lo entretenida que estuviste? No se puede decir que en tu vida falte emoción eh?? Yo le endiñé la mayor al pater, que se la puso a hombros y ahi estuvieron. Como el pater es bastante alto no tuvo problemas ni incidentes y yo me fui con la pequeña a un banco público a 50 metros de la Gran Vía de Bilbao, por donde pasaban los Reyes, a comer las chuches que le había comprado a la mayor... además, como también iba con mi padre y mi tía, pues ellos se hacían cargo de la pequeña, el pater de la mayor y yo pues... a comer chuches...
    Cuando terminó la cabalgata yo no había comprado chuches para nadie... Glups... Malamadre!

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  4. Parece un planazo, oye. No sé de qué te quejas. Jajajaja. Besotes!!!!

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  5. Jajaja estos pelirrojos no van a dejarte llegar a señora mayor!!!!!
    Con ese estrés seguro que estas hecha una sílfide.
    Lo mejor de la Navidad es el turrón de suchard

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  6. jo, llevo dos años seguidos trabajando la tarde de la cabalgata,
    con las ganas que tenía este año de luchar a brazo partido con mi sobrino por unos cuantos caramelos roñososos... bueno, otro año será.
    Un besote

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  7. Flor,eres única,me parto contigo jajajaja. ¡¡¡El libro ya,escribe ese libro ya!!

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  8. jajaja las viejas son las mejores! te van dando codazos disimuladamente y acaban delante tuyo sin que sepas como, impidiendo que veas absolutamente nada!
    existiendo la retransmisión de la cabalgata por la TV, y nosotras masocas nos vamos a primera fila jajaj

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  9. Quiero creer que los reyes te han dejado muchisiiimosss regalos...., es que hay que tener valor jaajjaj, es imaginarme el escenario, a la pelirroja, a cigoto...jajajaja, eres un 10 en la escala del uno al cinco!!! El tema caramelos me supera, no logro entender ese afán por conseguirlos, de los no-niños, a lo mejor hay un concurso a nivel nacional a ver quien se hace con el mayor número-igual a mayores-empujones y yo sin enterarme durante todos estos años de madre...En fin, que a mí la navidad se me hace cuesta arriba y la cabalgata se me atraganta del todo, como los churumbeles ya están de vuelta y media y para ver disfrazados..., dice el pequeño, y si aún colaran, dice el mayor. Este año nos pilló de regreso a casa, vale, que hice cuadrar un poco la hora jajajja, qué mala madre soy que los dejo sin cabalgata aposta.La de los churumbeles.

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  10. Jeje... Menudo panorama. Lo que yo no sabía es que hay sillas para ver las Cabalgatas, aquí se ven de pie, aguantando el "fresco" de enero...

    Menos mal que no os paso como a mi peque, que le dieron con los caramelos en la cabeza y luego decía: "los Reyes son malos, que me han pegado" jejeje... Pobres inocentes...

    Saludos!
    Aracno

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  11. Hola. me encanta tu crónica sobre la cabalgata y me siento identificada en muchos de los aspectos que nos relatas... Yo hace un par de años me planté y dije ''nunca más'.. Ahora la vemos desde la tele de casa y les compro yo los caramelos que más nos gustan... en fin... Acabo de descubrir tu blog y me gusta mucho la variedad de temas que tratas. También tengo dos hijas y en este momento he creado un blog dedicado a los jóvenes y al uso que hacen de las nuevas tecnologías. Te invito a visitarlo: http://cativodixital.blogspot.com.es/ Si quieres seguimos en contacto. Yo ya me hice seguidora de tu blog.

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