Una se queja -porque si no se queja no es una y además le
sale un tumor cerebral de tanto estrés metido para adentro- porque sus retoños
son unos malhechores que le tienen la casa como si hubiera sufrido un
terremoto, porque hay que dejarse la vida y las entrañas para que recojan sus
juguetes o hagan los deberes o se metan en la bañera sin decir esta boca es mía
o dejen de complicarle a una la vida un domingo a las diez de la noche... y eso
es para quejarse. Para quejarse y para ponerle una hoja de reclamaciones a la
cigüeña por publicidad engañosa.
Sin embargo, a veces la prole se compadece de una, con esta
cara de loca que se me está poniendo, siempre con los ojos chicos en plan furia
nivel ocho, y trata de hacer el bien presuntamente para contentarme, y entonces
la divina providencia y la cigüeña, unas hijas de su madre ambas dos, se parten
de risa al ver los resultados de tanta bondad que generalmente son infinitamente
peores que la maldad en sí misma. Un juego de palabras del destino, mire usted.
Como cuando en plan amor amor, para compensarme 'por todo lo
que hacez' me confecciona un improvisado collar con un cordón de lana de color
de rata muerta y cuatro presuntas estrellas de papel mal coloreadas y pegadas
con pegamento de barra al cordón. Y me lo tengo que poner y me debato entre
arrancarme cuatro capas de epidermis a rascones de lo que pica la lana o frenar
el brote de dermatitis que me está dando del pegamento refregado por todo el
cuello o hacerme la muerta para que nadie me vea haciendo el indio de esa
manera. Pero luego en mitad del restaurante, con las estrellas pegadas en el
pelo, descubro a otra pobre desgraciada que soportando el peso de dos millones
de caracolas medio rotas combinadas con macarrones que lleva atadas al cuello, me
mira con cara de cordero degollado desde la mesa de al lado, sufridora también
de la bondad de sus hijos.
O cuando quiere agasajarme y me prepara unas galletas 'con
todo mi amol' untadas en leche condensada y mantequilla y con una aceituna
arriba, y cuando me ve poner cara de espanto me anima con un 'pero zi no tienen
güezo ni bola -léase anchoas-' y es tanto el entusiasmo, que al final, aunque
lleve dos semanas a dieta extrema y no me tomara ni una copa de vino en el
cumpleaños de mi amiga, me jalo las dos mil calorías más asquerosas del mundo.
O cuando la nena para dar una sorpresa decide meterse sola
en la ducha y echarse medio bote de mi carísima mascarilla en la coronilla para
acabar con el pelo grasiento nivel no me baño desde 1997 durante tres semanas.
O cuando me meto en la ducha quejándome del desorden que hay
en el salón, planeando calmar mi ira echándome veinte litros de agua hirviendo por
la cabeza y la pelirroja entreabre la puerta para preguntarme cuánto me queda
porque tiene una 'zuperzorpreza' para mí. Y yo que sólo quiero soledad y que aún
no me he quitado las braguitas, le digo que se vaya, que aún me queda, y que yo
la aviso. Pero no. Se queda allí, echándome el aliento por la rendija de la
puerta como un psicópata y tosiendo de cuando en cuando para hacerse notar. '¿Cuánto
te queda ya? ¿Ya te haz lavado la cabeza? ¿te estás peinando? ¿Cuándo vaz a
zalir? Ez que eztoy ezperando...' Y al final cuando ya no puedo más de tanto
estrés, me envuelvo en la toalla y salgo con los pelos chorreando como la Niña
de The Ring para acabar con el martirio. Ella abre los ojos como un lemur
cocainómano y me enseña el salón aparentemente recogido. Y digo aparentemente
porque los gusanitos asoman por debajo del sofá, junto a los cortadores de
plastina y los paquetes de aspitos que habrá empujado con el pie creando una
microsociedad ahí abajo y detrás del cojín está la familia entera de Peppa Pig
junto a un zumo a medio beber y el pañal que el hermano ha tenido a bien
arrancarse ahora que está en plan nudista subversivo. Y claro, lo peor es que
una no puede ni quejarse porque la criatura se cree que ha hecho un trabajo
fino filipino y que te ha dado la sorpresa del siglo, así que ya no puedes
solucionar ese desaguisado para no herir sus sentimientos.
Total, que no hay manera de ganar.
Me troncho con tus metáforas Flor! Deberías ir haciendo una recopilación de las más originales.
ResponderEliminarAhora si que estoy segura de que tienes cámaras y escuchas en mi casa!!!
ResponderEliminarJajajaja. Lo malo de las cosas hechas con buena intención es que una no puede dejar salir toda la ira acumulada. Besotes!!!!
ResponderEliminarJajajaja...si es que, ya ves, nos quejamos de vicio jajajajja, mira como se esfuerza la pelirroja para sacarte el estrés, no me digas que no se lo curra...y mucho!!! Por estos lares suele pasar algo muy parecido, lo malo es que no me hace tanta gracia jajajja, pero qué mala soy, pero cuando te ven a mil, se ponen ellos a dos mil para luego terminar yo a tres mil..., pero que gusto da verlos preocupados por la salud de una jajajaj. Buena semana. La de los churumbeles. PD- esos collares son lo más de lo más, creo que no hay madre que no se haya colgado uno, algunos, bastantes días de su vida.
ResponderEliminarJajaja siempre me sacas una sonrisa con tus anécdotas..
ResponderEliminarSabes, creo que mi ingenio se ha agudizado, ya son varias veces que me descubro siendo más sarcástica de lo normal y usando expresiones que he leído en tus entradas :D
Lo bueno es que mis muñequitos ya son grandes (11 y 7, a punto de cumplir los 8) y no hay más que decirles que la sirvienta de la casa (o sea yo, porque la de verdad solo va dos veces por semana y ella sí que termina su turno) terminó su turno y que no estoy para nada, afortunadamente a esas edades ya puedo "delegar". O de plano, hacerme la dormida, o la desmayada, o la que tiene un ataque de catatonia. Mis hijos no me dieron ningún collar de macarrones, pero si de cuentitas (encontradas entre mis cosas de manualidades) muy bien "combinadas" entre sí, que también tuve que ponerme y lucir con mucho orgullo.
ResponderEliminarJa, ja ... Eso es como cuando los niños te quieren peinar o dar un masaje para que te sientas bien. Ahí sí que estás arriesgando no solo tu salud mental, sino que la física también. :-)
ResponderEliminar¡Jajaja! Me encanta el ceceo de tu peque y sus ínfulas de psicópata acosadora a través de las puertas.
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