Cuando el ginecólogo te confirma que estás embarazada,
enseñándote una ecografía en la que no se ve absolutamente nada -por mucho que el
pater finja que ve algo o que la gires o que te quedes mirándola fijamente sin
pestañear como a las postales en 3D de los 90’s-, la vida cambia de golpe, y es
en esos momentos, antes de que lleguen las náuseas, los ardores y las estrías, cuando
la maternidad se perfila en el horizonte como la experiencia más maravillosa
del mundo.
Es posiblemente por eso por lo que a las embarazadas no
les gusta escuchar historias de niños que no duermen, que no comen o que no
dejan vivir a sus madres, en parte por instinto de supervivencia mental y en
parte para conservar la ilusión que las mantenga vivas a lo largo de los diez
meses de infierno que aún le quedan por delante, haciéndoles creer que la
maternidad es todo encajes de chantilly y merceditas de badana.
Yo era una de ellas y detestaba que las madres
experimentadas soltaran lindezas del tipo “Yo no sé para qué le compras tantos
faldones y tanta capotita si al final sólo le vas a poner pijamas” ¿Perdón?
Claro, una miraba a la madre de pelo ralo y mirada perdida -sin saber aún que
eso era un valor añadido de la maternidad y que esa mujer una vez fue normal- y
pensaba que era lógico que no entendiera la importancia de un faldón en la vida
de un recién nacido…
Así que cuando me decidí por un Arrue para pasear al futuro
bebé, se abalanzaron sobre mí todas las madres del mundo, explicándome, entregadísimas,
todas y cada una de las razones que hacían de ese carro el peor enemigo de una
madre: que si era muy grande, que si las ruedas no giraban, que si pesaba
mucho, que si no cabía en los ascensores ni en los maleteros…
Y yo, ilusa, con mi cigoto danzando en la barriga como única
relación con el duro quehacer de la maternidad, hacía oídos sordos y miraba su
brillante carrocería, su flamante capazo azul marino de estilo inglés y sus
maravillosas ruedas de un blanco impoluto ¿Que no giraban? Y qué, eran tan
bonitas que bastante tenían con rodar…
Pero llegó el día del estreno y con él, el infierno. Bonito
seguía siendo, eso sí, aunque menos, la verdad, sobre todo al comprobar que empujarlo
era como empujar un tanque de la Segunda
Guerra Mundial que ni el mismísimo Mr T hubiera podido pasear
sin perder las ganas de vivir. Y, dado que las ruedas no giraban y que yo no
estaba en mi mejor momento, con mi recién estrenada mala vida, mis noches de
insomnio y mi barriga abierta en canal, acababa dándome de bruces contra
esquinas, bordillos y jubilados ociosos, un día sí y otro también.
Las mayores masacres las cometía al doblar las esquinas,
donde me llevaba por delante a grupos completos de transeúntes confiados que
miraban con pavor cómo el gigantocarro se les venía encima y yo, como buena
madre agotada, pedía disculpas, abrumada, a unos y a otros como una famosa
saludando a su público. Pero posteriormente, a medida que aumentaba mi cansancio
y, por ende, mi agresividad como conductora de trailer, ya me paseaba con
altanería, arrasando a mi paso, sin mirar atrás.
La gente del barrio empezó a conocerme y en cuanto veían
asomar el filito azul de la capota corrían a esconderse, a cruzarse de acera o
a meterse en un portal para poner sus pies y sus vidas a salvo. El gigantocarro
era su peor enemigo y el de mis maltrechas articulaciones también, pero admitir
que me había equivocado no era una opción en aquellos tiempos en los que aún
conservaba algo de dignidad.
Así que me vi obligada a tirar de esa barcaza
durante algo más de un año, fingiendo que era el cochecito más cómodo del mundo
y vistiéndolo con colchas de piqué, medallitas con lazadas y almohaditas de
encaje tras las que ocultar ya no sólo que el carro era un atentado contra la
maternidad sino que, efectivamente, dentro la nena iba en pijama.
Jajajajaja, gigantocarro malo. He de decirte que le regalé a little Julia un precioso piyama para Reyes que mi hernana decidió cambiar por un pantaloncito vaquero. Que ilusa, ahora se arrepiente y no para de comprar pijamas que, casi no le da tiempo a lavar. Pijamas, gasas y bodies inundan la lavadora. That's is the truth!!!
ResponderEliminarjajajjaja, totalmente! Tú sabes que yo le ponía sus faldones y sus capotitas cuando podía, pero en pleno invierno, que tienes que llevarla al médico mil veces a horas intempestivas y ya estaba con el pijamita en casa, tan calentita, que me daba una penitaaa, así que la liaba en la toquilla y al gigantocarro. Qué sabe nadie, como diría Rafael!!
EliminarAbogo por el piyama style hasta que puedan andar, y bodys, muchooosss, por un tubo. Y nada de gigantocarro. Tomo nota y os leo atenta.
EliminarA mí también me toca sufrir el gigantocarro, pero como el mío es heredado, ni siquiera puedo quejarme...aunque hay días que maldigo la pasta que me ahorré y sueño con el día en que me pase a la famosa McLaren.
ResponderEliminarQuien te iluminó alma cándida con tamaño armatoste ? Confio en que ayudes a muchas futuras madres "ideales" a NO elegir ese carro-mojón.
ResponderEliminarQué disparate!! Que sufran lo que yo sufrí!! Además, era tan ideal para bodas, bautizos y comuniones...
EliminarPuedo vanagloriarme de que NO SABÍA QUE ERA UN ARRUE hasta que lo he buscado en San Google tras leer tu post. Si al final no tener interés por el merchandising infantil ha jugado a mi favor!
ResponderEliminarUn besooooo!
Sonsoles
Picarona...
EliminarMuy bueno lo del gigantocarro ja ja ja, yo a los seis meses cambié a la Maclaren (tengo gemelas) y fue una bendición, y eso que el primer cochecito que tuvieron no estaba mal, pero era como un tren de largo... una amiga con mellizos me aonsejo comprar la Maclaren desde el principio y yo ignoré su consejo...que boba fui ;-)
ResponderEliminarTe lo avisamos y muchas veces pero no escuchabas,estabas cegada con gigantocarro!!!yo por una vez en mi vida fui inteligente y Maclaren gemelar desde el nacimiento pero si te soy sincera también quería carro ñoño y cursi para mis niñas pero fui a lo cómodo,gracias a Dios!!!!!
ResponderEliminarEso, gracias a dios, viva el pragmatismo
ResponderEliminarLo peor de los faldones es cuando eres más bien manazas y torpes, que has dado gracias a Dios por inventar el velcro y los corchetes, y de repente descubres unos minúsculos botones que debes meter en unos reducidísimos ojales para los que te sobran dedos, y encima el lazo te sale hecho un churro, por lo que cuando terminas de vestir al peque resulta que ya se te ha pasado la hora de salir o tienes que quitárselo todo porque hay que cambiarle el pañal...
ResponderEliminarjajajjajaja, no puedo estar más de acuerdo!!
EliminarMe ha archi-encantado el post!!! mira que yo soñaba de siempre con el mismo cochecito porque cuando veraneo en Santander siempre veo a las mamis paseándolo orgullosas y me parecía la cosa más bonita del mundo. Al final, gracias a Dios, hice caso a mi madre q medijo q no era nada práctico y menos en el pueblo catalán dónde vivo y estas cosas no están nada de moda. Acabé con el feo,xo ligero Bugaboo cameleon, xo eso sí, le hice fundas y refundas beige con topitos blancos y lacitosxa compensar mi frustración...a mi blogroll q vas directa!!
ResponderEliminarHiciste bien!!!!! No sabes lo que es tirar del Arrue son haber dormido!! jajajja
EliminarLuego al tener al segundo no mequedó otra opción xa salir a la calle más que el MacLaren doble y con ese sí que me teme la gente del pueblo porque embisto a todo lo q se pone por delante jajajaj xo eso sí, con funditas de rayitas blancas y azul clarito con lazos a juego y los nombres de mis nenes bordados. Que ser práctica no significa ir fea, oye!
ResponderEliminarAh! y yo tb soy del club de las de "llevo a mi niño casi siempre en pijama y sucia a pesar de las toneladas de ropa q tengo" jajajajaj
jajajajjajajajajaj!!!! La Maclaren doble sí que da miedo!!! Mi amiga Sandra tiene una y se queda encajada en todos sitios y arrasa con todo a su paso, jajajjaja
EliminarXXX
¡¡Nooooo!!Te sigo desde hace tiempo y no había leído este post, que es precisamente el que me ha hecho registrarme. He soñado desde siempre que cuando tuviera un hijo le llevaría en un carricoche de los antiguos, estilo inglés, "digan lo que digan los demás" (siguiendo con Raphael) y me estás quitando la ilusión de un plumazo...
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