Soy una persona poco constante, básicamente porque me canso
del asunto en cuestión o porque básicamente me olvido, que ya os he dicho
muchas veces que no me encuentro en mi mejor momento intelectual, que el otro
día quise retomar un libro de Saramago y al llegar a la segunda página, tuve
que volver a la primera, releerla, poner los ojos en blanco y luego cerrar el
libro para ponerme a ver Jersey Shore.
Un despropósito.
De ahí que mis amigos hagan apuestas secretas sobre mí
acerca de cuánto voy a durar en el gimnasio –asistiendo, no apuntada, que lo
segundo sí que se me da bien, oye-, si llegaré al segundo trimestre en mis
nuevas y tediosas clases de inglés –por supuesto me borro el mismo día en el
que me compro todos los libros- e incluso si iré a mi cuarta clase de
preparación de oposiciones porque no saben que me rajé en la misma
presentación… y así con todo. Y claro, yo me ofendo por esta falta de confianza
manifiesta y me hago la digna y a veces hasta oculto que ya he abandonado mi
último proyecto por no dar mi brazo a torcer, pero ellos que no son tontos,
huelen el abandono a distancia y entre eso y mi poca capacidad de memoria,
tengo que acabar confesando en la penumbra y con la voz distorsionada como los
invitados ocultos de Sálvame que sí, que me he vuelto a rajar. Otra vez.
Sin embargo, desde que los caracoles llegaron a mi vida y a
la del pelirrojismo y llenaron mi casa de cajas agujereadas, babas y hojas de
lechuga con restos de caca, soy toda constancia y no he tenido otra cosa en la
cabeza que no fuera el planear cómo deshacerme de ellos sin flaquear ni un solo
segundo, elaborando estrategias sin desistir y entregarme al desaliento y
trazando planes maestros que causaran el menor impacto posible sobre la
pelirroja y su nuevo amor gasterópodo.
Así que cual madre cruel y manipuladora,
decidí cambiar los cuentos de princesas que no comen y se hacen pequeñas,
pequeñas hasta que se las come un perro –una aprovecha cualquier situación para
meter una moraleja en su propio beneficio- por una retahíla de historias de
caracoles que los habían arrancado de los brazos de sus familia y de campos
preciosos y llenos de flores para meterlos en una caja solitos y tristes porque
no estaban con sus amigos ni sus mamás.
Y la niña, que porculera es un rato, pero
tiene un corazón que no le cabe en el pecho –que diría una madre muy apretada
que conozco y que habla con la intensidad de Lola Flores aunque esté hablando
del precio de las habichuelas verdes-, me miraba con los ojos como platos,
mitad culpable, mitad temerosa de que le dijera de entregar los caracoles y me
decía cosas como ‘Pero mamá, miz caracolez eztán contentoz porque yo zoy zu
mamá ¿a que zí? Y la caja ez muy bonita y lez guzta porque en el campo ze lo
comen laz cabraz que me lo ha dicho la abuela y aquí no ze loz come nadie ¿a
que no? Y a lo mejor a zu mamá de verdad ze la comió una cabra grande ¿a que
zí?’…
Pero ahí estaba yo, pico y pala, pico y pala
cada noche, hasta que fue la propia niña la que una mañana, imagino que después
de una noche de pesadillas y sentimiento de culpa extremo, me dijo ‘mamá, yo
creo que loz caracolez eztán tristez porque echan de menos a zu mamá’ / Yo
también lo creo -dije con los ojitos güertos de la emoción-. Entonces… ¿te parece bien que los llevemos a
un jardín donde está su mamá y su papá y sus amigos?’ / Pero mamá, ez que yo
los voy a echar de menoz muchízizimo / Pero más lo echará su mamá y además, si
los soltamos, te compraré un regalito para que no los eches tanto de menos, te
parece?’ / Zí!! Me parece un buen plan. / Que se ve que la niña tenía el apego
justo a los bichos y tendrá un corazón de oro, no digo yo que no, pero el gen
consumista de su madre, también.
Así que iniciamos la operación destierro y como
en el centro no hay muchos jardines, elegí unos pequeños setos que rodean una
estatua que hay cerca de casa, un poco secos del sol, la verdad, pero frondosos
y con sus margaritas y todo.
‘Tú
eztás zegura de que aquí vive zu mamá?’ / Claro que sí, si la abuela los cogió de
aquí mismo’ / Yo no la veo, mamá, a lo mejó ze ha ido / Qué va, seguro que está
ahí / Llámala, mamá, llámala / Y ante el terror de que la niña se
arrepintiera cual madre de alquiler, decidí hacer el majara y ante la atenta
mirada de los transeúntes, yo, con mi cara de loca, mis ojeras propias de la
falta de sueño y con una caja de adidas agujereada en la mano, me puse a llamar
a la mamá caracol, avisándola de que ya le traíamos a sus bebés.
Y coló. Soltamos a los caracoles gordos y
negruzcos, tiré la caja pestosa y todo fue felicidad…
El problema es que ahora cada vez que pasamos
por allí, hemos de agacharnos frente a los matojos llenos de pipís perrunos, a
saludar a los caracoles a voz en grito y a hacer un conjuro inventado para que
no se acerquen las cabras a comérselos.
No os podéis hacer una idea con la cara que
me mira el chaval de la MRW
que trabaja enfrente.
Con lo que yo he sido.
Con lo que yo he sido.
Jajaja qué inocencia! Buen fin de semana
ResponderEliminarJa ja!!Que pobre, y menuda situación!!gracias por hacernos reír cada mañana, besotes
ResponderEliminarjajaj santa inocencia la de estos pequeñajos jajaj...tu conjura hija que si con ello consigues que no te los meta otravez en casa,jajaj
ResponderEliminarOtra anécdota más para avergonzarla delante del novio jejejeje.
ResponderEliminarBesotes.
Jajaja, al final te saliste con la tuya. Feliz finde
ResponderEliminarBieeeeeeeeennnnnnnn!!!!!! Al menos ya han desaparecido los caracoles de tu casa!!!! Lo de tener que saludarlos todos los días es pecata minuta comparado con tener que soportarlos en el hogar. Oye, que buena estrategema la del cuento joer, hay que ver que psicología la tuya, a mi no se me hubiera ocurrido.
ResponderEliminarMe imagino la cara del de MRW... jijijijiji..... Esta pelirroja es fantástica!
Me encanta... Ya me gustaría a mi vivir en tu barrio, estoy por cambiarme y todo!!.. jaja para poder ver todas éstas cosas en directo...
ResponderEliminarBendita inocencia...lo malo es que esto a mi no me sirve, porque por mi jardín no hay cabras, y además creo que de todas formas el mío prefiere espachurrarlos él, antes de que otro animalejo se los coma.. Además creo que odia a todos los bichos en general.. Yo he tenido una guerra diaria con la casa de enfrente que tienen gatos, pero siempre en mi jardín, nunca en el suyo.. Les he explicado mil veces que si yo quisiera animales me los compraría, pero no hay manera.. por lo que no puedo dejar colchonetas en las hamacas, ya que campan a sus anchas.. así que cada vez que veo uno, se me escapa decir PUTO GATO.. Y hace cosa de un mes en el cole pusieron un film de un gato que se llevaba a una princesa, y en mitad de la clase mi hijo soltó lo mismo que su madre.. Puuuuuutttoooo gattttoooooo, con un énfasis que la maestra a poco más me manda a la protectora de animales a mi casa.. jaja Y claro, lo dijo en Español, pero maldita mi suerte que en italiano se dice parecido, tendré que inventar un taco que no entiendan...
Buen fin de semana.. besitos
Jajaja. Al final te saliste con la tuya... Pues a mí me da pena, qué quieres que te diga... La pelirroja te ha salido amante de los animales. No coartes su vocación!!! Jajaja. Besotes.
ResponderEliminarLlévala al zoo, que se harte de bichos! lol
ResponderEliminary esta es una de las cosas que violeta no deberá leer nunca! que sino no te cree una más en la vida! jaja hermosa la pelirroja
ResponderEliminarQué bueno! Yo me voy quedando con la copla, no fuera que algún día, Dios no lo quiera, entrara por la puerta de mi casa un bicho de esos babeantes! jajajajaja
ResponderEliminarY que adorables nuestros niños.. ayyyy
Buen fin de semana!!
P.d- Aunque no siempre deje rastro no me pierdo ni una sola entrada. Me encantaaaa jajaja