Embarazadísima

Desde que me inicié en el malvivir maternal con sus estreses, su falta de sueño y su agotamiento intensivo tuve claro que no repetiría la hazaña, que bastante tenía ya con hacer de la pelirroja una señora de provecho como para meterme en otros berenjenales, máxime con el deterioro físico y psíquico que la crianza trae consigo.

Sin embargo, la maternidad es lo que tiene, que la deja a una desprovista de sus plenas facultades mentales y le hace desear cosas que a todas luces son perjudiciales para su salud y aun sabiéndolo, aun estando cien por cien segura de que lo único que le falta para perder su último gramo de cordura y que la encierren de por vida en un manicomio es otro bebé gritón, lanza a la basura los profilácticos, y en la farmacia, en lugar de la píldora pide un predictor en el que espera con toda la ilusión del mundo que le salgan dos rayas, que emocionan más que un pleno en la quiniela, mire usted.

Pues eso es más o menos lo que nos pasó a nosotros, que el pelirrojismo se nos hacía mayor y la veíamos tan lampona por un compañero de juegos o un hermanito al que cuidar –en realidad maltratar incrustándole el chupete hasta el esternón o metiéndole la tetina por el ojo pero con la mejor de las intenciones como hace con su primo- y lo peor de todo, me vi la temporada completa de Baby Boom, que eso es un arma letal para los estrógenos… con esos bebés tan chiquitos y monos, vamos, que se nos nublo el juicio y nos lanzamos a la tarea y antes de que pudiera darme cuenta, ¡zas! preñado inmediato.

Me compré el predictor antes de que me tocara la regla, que una es muy ansiosa para estas cosas y mi nuevo pechamen a lo Yola Berrocal y mis náuseas matutinas –y vespertinas y nocturnas- auguraban que había un cigoto en mi interior o eso o tenía una tenia maligna devorándome las entrañas y una es optimista para estas cosas.

Debía de ser sábado porque la pelirroja estaba en casa dando guerra, así que decidí hacérmelo yo solita -que sólo me faltaba tener a la pelirroja controlándome el chorro cabeza abajo- ponerle el tapón al aparato, colocarlo sobre el lavabo y luego entrar con el pater a ver el resultado juntos. Pero el nivel de hormonas que yo tenía era tal que con el primer chorrito de pis apareció una raya rosa fluorescente que indicaba no sólo que estaba preñada sino que estaba muy preñada.

Entre eso y el barrigón XXXL que me salió en el minuto 1 de este mi segundo –y ultimísimo- embarazo, yo ya empecé a psicotizarme y a pensar en la posibilidad de estar engendrando no uno sino dos pelirrojos que vinieran a arrancarme la poca vida que me quedaba… y me planteé la posibilidad de huir, como la madre de Marco, a un país muy muy lejano y muy muy incomunicado… pero mi primera visita al ginecólogo y su avistamiento de un único saco –tras una hiperventilación inicial de verme por allí con el bombo, pobre hombre- me tranquilizó un poco.

Y tengo tanto que contar sobre este embarazo que no sé por dónde empezar, pero empezaré por el final, por el sexo de la criatura que es lo que os interesa…

Lo cierto es que con la pelirroja yo quería una niña sí o sí, porque soñaba con un universo de lazos y barbies y trajes de princesas y además no me gustan los culos de los niños que tienen muchas cosas para limpiarlos y me daba aprensión, que ya os he dicho muchas veces que yo no estoy bien de lo mío… Pero con este segundo cualquier opción –menos la de hermafrodita- me venía bien. Otra niña era sin duda lo mejor para la familia, para que fuera la amiga inseparable de mi pelirroja, compañera de juegos de princesas y todas esas cosas que tienen los hermanos del mismo sexo, pero yo, egoístamente, quería un niño. Porque sería algo diferente a la pelirroja y todo sería nuevo, habría más balones y menos tiaras reales, más patadas y menos valses y más celeste y menos rosa y me apetecía una nueva experiencia y sobre todo la esperanza de que se cumpliera el dicho ése de que los niños son más de las madres porque lo que es el pelirrojismo es fan muy fan del pater y yo muero de envidia cochina.

Pero el pater quería niña, para seguir acaparando atenciones el lagartón y porque dice que las niñas son más cariñosas y para la nena sería mejor y para la ropa y para muchas otras cosas. Y en éstas estábamos argumentando cada uno a su favor y escuchando las opiniones de media España que se posicionaba en un lado o en otro con argumentos tan o más surrealistas que los nuestros.

Y llegó la eco de las 16 semanas y los nervios y la emoción de saber cómo sería el nuevo miembro de la familia que vendría a acabar con la poca paz que nos quedaba, si es que nos quedaba alguna, y poder ya pensar en rosa o e azul, en Monster High o en Gormittis y en nombres y en ropa y en todas esas cosas con las que nos gusta fantasear a las preñadas entre arcada va y arcada viene.

Y me coloqué en el potro de tortura más emocionada que nerviosa,  el ginecólogo me echó un chorreón helado de gel que me dejó sin respiración y me subió el cigoto a la garganta, me pasó el aparato por la bartola, pegó la cara a la pantalla y sonrió.

Yo miré al pater y el pater me miró a mí y, entonces, yo miré al ginecólogo y me preguntó qué queríamos, como si aquello fuera a la carta. Yo dije que niño y el pater que es más políticamente correcto que yo, dijo que le daba igual, que lo importante es que viniera sano y el ginecólogo volvió a mirar la pantalla y volvió a sonreír. Luego nos miró y nos lo dijo.

Un pelirrojo venía en camino.