La pelirroja y el cigoto

La nena es caprichosa como su madre, así que cuando vio que su primo Nachete tenía un hermanito nuevo empezó a presionar con el asunto, sospecho que alentada secretamente por las abuelas, lamponas por un nuevo nieto en la tribu para malcriar y no había día en que el reclamo del hermanito no saliera de la boca pelirrojil junto a la petición de pegatinas de Hello Kitty y a unos patines rosa, que la nena es muy ecléctica para las peticiones.

Así que cuando empezamos con el asunto y nos salieron las dos rayas –como en un rasca de la Once- pensamos en correr a decírselo al pelirrojismo para que pudiera empezar a emocionarse ante la idea de un nuevo huésped en nuestra casa de locos. Pero gracias a Dios, tuve un momento de lucidez y me vi a mí misma dando la noticia y  a la nena emocionarse esperando que el bebé apareciera tras una cortina con un sombrero de copa, con música y confeti como en los premios del 1,2,3 y en su desilusión al saber que habría de esperar 10 meses –esto es un cuarto de su vida- y lo que es peor, en el sinvivir en el que viviríamos cada día, sobre todo yo, acosándome para que pariera, mirándome por el ombligo en busca de su hermano perdido y haciendo preguntas complicadas que yo y mi agotado estado psicológico no estamos preparados para contestar.

Así que no le dijimos nada del embarazo en sí, que a ver cómo se le explica a una niña de 3 años y mucho peor a una pelirroja desquiciada que tengo a su hermano metido en la bartola y que lo voy a tener ahí hasta el verano porque no sé si el asunto le daría pesadillas o si directamente querría metérseme por la boca para hacerle compañía y yo ya estoy en plan Falete como para meterme otros 20 kilos dentro. Pero sí le dijimos que compraríamos –sí, no se me ocurrió un término menos chungo que el embarazo está acabando con las pocas neuronas que me quedaban- un hermanito cuando llegara el verano que ahora hace demasiado frío y podría ponerse malito.

Y ella encantada. Tan encantada que el hermanito ya está presente en la casa, tanto que está empezando a dar miedo. De hecho hay que ponerle hasta cubiertos en la mesa ‘pa que no ze enfade, mamá’ y cuando hacemos el tren de camino a la cama, asegura que el último va a el hermanito ‘que pa ezo es shhico’ y así hasta el infinito del terror.

Y cuando estamos tumbadas en el sofá, yo aguardando la muerte y ella pateándome la riñonada, me cuenta cómo me va a ayudar dándole el biberón y bañándole –pero zólo loz piez, ¿verdad mamá?- y cantándole el Tallarín ‘para que zea güeno y ze duelma’ y echándole cremita… y yo no sé si emocionarme o aterrorizarme ante la imagen del pelirrojismo emborrizándole de crema las pestañas al pobre chiquillo, salpicándole los ojos de gel o cantándole el popurrí de los Cantajuegos a voz en grito junto a la cuna… que igual el pobre cigoto –como le llamamos al hermanísimo hasta que nazca porque feto me parece un poco ofensivo para el pobre chaval- opta por pedir el divorcio de la familia como hizo Macaulay Culkin. Y no le culparía. Sobre todo, cuando la pelirroja asevera que ella lo que quiere es ‘un hermanito niña’ que se llame Lucía y que se vista de princesa, por lo que veo al pobre cigoto travestido hasta que tenga uso de conciencia o deje de temerle a la hermana y a sus dotes de sargento. O sea, nunca.

Y es que cuando le digo a la nena que no, que no quedan niñas y que lo que nos van a dar es un niño, me pone cara de asco hasta que le digo –jugándomela a una sola carta- que si no quiere no nos traemos nada, pero entonces recapacita y acepta el trato porque un príncipe para bailar valses no es moco de pavo.

El único requisito que nos plantea es venir con nosotros a elegirlo a la tienda. A ver ahora cómo solucionamos ese pequeño detalle...