Nos crecen los enanos

Aún no tengo claro si nos ha mirado un tuerto con mala condición o se nos ha cruzado una banda armada de gatos negros con sarna o si me he mirado yo misma con inquina desde el otro lado del espejo uno de estos días que madrugo y detesto al mundo –o espera, creo que las embarazadas sólo dábamos orzuelos- la cuestión es que en casa no levantamos cabeza, vamos, que estamos enredados en un bucle de malvivir que ya se está pasando de castaño oscuro hasta para nosotros, acostumbrados como estamos a vivir al límite de la cordura y el fallo multiorgánico.

Como sabéis y si no ya os lo recuerdo yo, en casa disfrutamos de un maratón de gripe desde hace meses, sí, sí, meses, porque aquí somos así de intensos y nos gusta hacer las cosas a lo grande, que no se diga…

Ya no recuerdo si el primero fue el pater o la pelirroja o yo misma en introducirme en el maravilloso mundo de las toses, estornudos y mal cuerpo en general, la cuestión es que todos hemos pasado por todos lo estados de la gripe en mayor o menor medida pero a tiempos descompasados, lo que se agradece por un lado porque estar todos dejándonos morir a la vez en el sofá como en una peli de Tarantino como que estaría muy feo, pero claro con nuestro sistema de enfermar por turnos tampoco vamos bien porque justo cuando ya empiezas a ver la luz y no se te salen los pulmones por la boca cada vez que toses y ya no deseas la muerte o no al menos al mismo nivel, pues empieza otro y antes de que puedas levantar cabeza, vuelves a reinfectarte y de nuevo, a la casilla de inicio del malvivir gripal.

Lo peor de todo y no es por quejarme, que ya sabéis que yo me quejo poco y que si lo hago es para que no me salgan arrugas –que eso lo leí una vez en la Vogue Belleza- yo soy la que peor lo llevo porque por si no os acordáis, estoy preñada hasta la boca, esto es cúrate del ébola a base de zumo de naranja y miel –que además me dan unos ardores de la muerte- y agua mucha agua, como si no mearas ya lo suficiente.

Pues en estas andábamos, cambiándonos de cama como en un episodio de Benny Hill, dejando confinado al más enfermo del momento en el cuarto de la nena para que los virus no nos lleguen con nocturnidad y alevosía y los otros dos malduerman en la cama grande, cuando al pater –que era un fijo en esto de las toses del inframundo- van y le diagnostican neumonía. Hala, hala, alegría. Como si no tuviéramos suficiente con el nivel amateur.

Así, que ahora es el protagonista de todas nuestras oraciones y cuidados y la víctima de los virus más malignos, aunque lo cierto es que como lleva malo casi tres meses pues como que no notamos mucho la diferencia. Vamos, que es más de lo mismo.

Y yo trato de cuidarlo como buena esposa, -pero desde lejos, que el pobre cigoto bastante tiene con lo suyo y con mis propios virus como para pillar ajenos- con la idea de que el pobre pater abnegado descanse y pueda recomponerse pronto.

Entretanto, a mí me toca lidiar con el pelirrojismo a solas y lo que es peor, levantarme a la amanecía para llevarla al cole –una tarea que hacía el pater desde que me preñé y yo era muy feliz porque ya no es que tenga mucho sueño, que lo tengo, es que yo no soy de las que se levantan y se tiran a la calle, que yo soy una señora y necesito un proceso por lo que me toca levantarme aún antes- y lo que es mucho peor, compartir cama con ella, que por las noches se convierte en una trapecista del Circo del Sol y me empuja y me patea y llora y tiene pesadillas y a veces, hasta me tira del pelo en sueños. Todo amor.

Y sé que está muy feo quejarse cuando es el pobre pater el que tiene los pulmones deprimidos, pero yo creo que casi prefiero que se me depriman a mí también y tumbarme a leer todos los libros atrasados, aunque sea al borde de la muerte, antes que el momento siamesas con la pelirroja día y noche, noche y día y, lo peor de todo, tratar de que no le dé mucho la lata al pater del que se declara una fan incondicional, principalmente para que el enfermo pueda descansar, pero también para que la nena no pille virus y vuelva a entrar en el resfriado del que salimos hace una semana.

Y así voy, preñada de casi seis meses pero con una barriga tamaño King África, tosiendo cual tísica, con ojeras de judío insomne del maldormir y hasta con un poco de ciática del maltrato nocturno al que me somete el pelirrojismo, todo ello aderezado con ardores nivel dragón chino de los litros de zumo de naranja que me meto entre pecho y espalda para tratar de frenar esta tos de orco pero que sólo sirve para hacerme la vida un poquito peor. Como si no tuviera ya bastante.

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