Las brujas y otros seres terroríficos

La pelirroja no es una niña miedosa, no al menos como su madre que es incapaz de dormir sola en una habitación –de ahí que desde pequeña quisiera casarse sólo para poder dormir toda la vida acompañada-, que ve las películas de terror tapándose la cara con un cojín de un metro cuadrado –y aún así luego tiene pesadillas durante un mes y despierta al pater para que la acompañe a hacer pis, sí, a sus 34 añacos- y que tiene infinitamente más miedo a una aparición fantasmagórica por el pasillo que a la incursión de una banda de atracadores rumanos en casa, que una es selectiva para sus miedos y cuanto más irracionales sean más terror le dan.

La nena sin embargo no es miedosa, no suele tener pesadillas ni se queja de tener miedo de dormir sola en su cuarto y se pega a la pantalla como una cegatona cada vez que sale Maléfica en la tele, atenta a cada uno de sus movimientos como si planeara ser su sustituta en caso de un ERE en la Disney, que mira que ahora eso se lleva mucho…

Sin embargo, gracias a algunas amenazas que le suelto en el día a día cuando ya no me quedan fuerzas más que para desintegrarme y tengo los nervios peor que Mercedes Milá, basadas en brujas malas que observan a las niñas malas y se las llevan a su castillo por siempre jamás –yo nunca dije que fuera una buena madre- creo que he logrado traumatizar a la niña porque es capaz de recoger los mil vestidos de la Barbie antes de que termine de pedírselo. Y claro, ahora me da pena, que una es cruel sólo en una de sus personalidades, que en las otras soy una buena persona.

Total, que ahora trato de evitar nombrar a las brujas en los cuentos que la niña me exige cada noche y que yo me invento sobre la marcha y que creo que en el caso de ser transcritos no tendrían demasiado sentido, que a esas horas una hace ya lo que puede por no tener un infarto cerebral.

Pero lo curioso es que la niña debe de ser masoquista porque mientras le hablo de hadas que hacen fiestas en el bosque y comen chuches y bailan la sardana en camisón, la niña no me quita ojo y a medida que voy avanzando en la surrealista historia noto cómo se le va acelerando el pulso esperando la llegada del mal, pero cuando ve que no llega me dice:

-Pero mamá laz hadaz juegan en el bozque, pero al fondo ¿que hay, mamá, qué hay al fondo?
- ¿Al fondo? Un árbol lleno de chucherías para los niños que quieran

- No, mamá, máz al fondo, al fondo…

- Al fondo está la casita de las hadas donde hay una tarta de chocolate y juguetes…
- No mamá, máz al fondo, al final del todo… ¿no vez que al fondo eztá la bruja?

Y me lo dice con una cara mitad aterrorizada, mitad emocionada y al final tengo que decir que sí que había una bruja y entonces ella se tapa la cara con las manos y aplaude entusiasmada y abre los ojos como si fuera un dibujito japonés para escuchar la historia. Y eso me lo hace ahora con todos los cuentos, sean verdaderos o inventados, cada noche ella siempre pregunta que hay al fondo, al fondo de la piscina, del bosque y hasta de la habitación, vamos, que ahora le narro los cuentos con la luz encendida del miedo que me da, no vaya a ser que la niña tenga razón y haya algo al fondo...