A mi hijo, ni mijita

Cuando decidí embarazarme por segunda vez estaba segura de que sería un niño o al menos eso era lo que quería, algo raro en mí, con lo que me gusta un lazo y un vestido y un traje de princesa, pero imagino que me apetecía probar algo distinto, menos lentejuelas y volantes y más balones y coches de carreras, con lo poco que me gustan los Gormittis y los Pokemon, pero quería un niño que siempre he sido una caprichosa y no voy a cambiar ahora que ya tengo 35 años cumplidos y una pérdida considerable de agudeza mental.

Y nació Nicoleto y me salí con la mía. Y todo fue felicidad de tener a la parejita para volcar mis frustraciones en un lado y en otro e inventarme historias de madre majara de cómo mi niña me llevará de compras a Londres en fin de semana y cómo ni niño me llevará al teatro a ver la última obra de éxito mientras ambos me cuentan sus muchos éxitos profesionales y personales y somos amigos por siempre jamás.

Sin embargo, ahora que el pequeño va creciendo y por fin mantiene la cabeza erguida aunque con los cimbreos propios de un perro de ésos de plástico que llevan los taxistas en el salpicadero –junto a la foto de la familia y la plaquita de san Cristóbal-, empieza a darme pena que sea un chico y no por mí –con la ilusión que yo tengo de dejarle un pelucón como si fuera de las nuevas generaciones del PP y ponerle bermudas y menorquinas y llevarlo a tenis cada viernes- sino por él. Y no porque vislumbre que cigoto quiera ser en realidad una niña y ponerse los trajes de su hermana, que aún es pronto para eso, sino porque recapacitando entre cabezada y cabezada y flato con bocanada, he llegado a la conclusión de que ser un niño es una tarea más complicada.

Que sí, que las niñas se tienen que depilar y eso duele –quien diga lo contrario miente o es comercial de Phillips o tiene la piel de un agricultor-, tienen que maquillarse y desmaquillarse, que es peor –sobre todo cuando llegas de fiesta con ganas de clavarte en el colchón- tienen que estar habitualmente más monas y lo que es peor, tienen que embarazarse y dejar de ser personas para ser recipientes durante 10 meses que terminarán con la traca final de unas contracciones cercanas a la muerte, unos poquitos de puntos arriba o abajo y unas estrías decorando las caderas… Pero aún así es mejor. Menos duro diría yo porque ser mujer tiene otras muchas cosas maravillosas, muchas más que ser un hombre y aunque suene muy ridículo, ahora me da mucha pena que mi cigoto sea un niño. Como te lo digo.

Porque feminismos aparte, seamos sinceros, cuando mi niño sea mayor y tenga su propia familia ¿Quién va a tener que encararse a un hipotético y malvado atracador para defender a su familia? Mi cigoto. ¿Quién va a tener que levantarse del sofá para traerle una cocacolazero a su esposa la floja? Mi cigoto. ¿Quién va a tener que hacerse el fuerte y consolar a su pareja cuando haya un drama? Mi cigoto. ¿Quién va a tener que levantarse de noche y a oscuras cuando se oiga un ruido? Mi cigoto. ¿Quién va a pasar frío en una boda porque tenga que cederle la chaqueta a la novia? Mi cigoto. Y lo que es peor ¿quién va a tener que matar las cucarachas y sacar a las palomas que amenazan con colarse en casa? Mi cigoto. Y nada de recibir flores ni de que le abran la puerta del coche ni de que le compren bombones en una caja con forma de corazón con un lazo gigante.

Pues eso. Que no hay derecho.

PD. Hoy publicamos post en el blog de El Planeta del Bebé sobre una hamaquita nueva y cómo evitar que el hermanísimo acabe estampado en el televisor... No os lo perdáis!
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