Daños colaterales de la maternidad

Ayer me compré un contorno de ojos. Una crema quiero decir, aunque si vendieran el contorno nuevo directamente sería una mejor inversión. Pero no. Así que me compré la crema porque me dijo la dependienta que iba a realzarme la mirada y a mí siempre me gustaron mucho los realzamientos. Lo cierto, es que yo no tengo arrugas, de momento, oiga, y menos en el contorno de los ojos, pero vamos eso es como la factura del IBI, antes o después te llega y te hunden y hay que prevenir antes de curar porque así ya llevas medio camino andado o eso me cuenta la chica de rabillos infinitos de detrás del mostrador.

Y es que mi hermana dice que la maternidad envejece más que la edad y que ahora que tengo dos pues igual la regeneración celular se me relaja y me pongo como una pasa enferma antes de la comunión de la pelirroja. Vale que mi hermana tiene el Divinity y que es la única persona que lee la sección de belleza de las revistas de moda y eso le ha hecho mucho mal. A ella y a nosotras que la escuchamos. Daños colaterales lo llaman. Pero lo cierto es que sí, que la maternidad envejece y perdemos lozanía a cada biberón. Como la vida misma.

De hecho, el otro día mi amiga Sandra –que además es mi comadre- me dijo que había estado viendo las fotos de su boda y que yo estaba muy guapa ‘¡Qué va! Si en tu boda estaba en plan morsa' –le dije, y además era verdad- 'Qué va, qué va… estás monísima porque se te ve muy niña, vamos que se nota que aún no tenías el malvivir maternal'… Así, a bocajarro. Y eso que se casó en 2008 no en 1984 y que somos amigas desde niñas. Para guantearla.

Y yo estaba por no hablarle más, pero lo peor es que tiene razón. Una mira fotos de antes de la maternidad (A.M. a partir de ahora) y todas las que por entonces no eran madres y ahora lo son, han encallecido, algunas más y otras menos, pero a todas se les nota el brillo de la maternidad, del amor en sus corazones y de la vejez prematura.

Y es que una ve a las amigas que siguen solteras y enteras y no sólo no están más viejas, sino que ahora están mejor que nunca, con pelazo, una piel tersa y estupenda y una sonrisa de oreja a oreja. Como no van a sonreír si se escapan a Tarifa cada dos meses, si se hacen masajes a cuatro manos en un spa y si van a la peluquería una vez por semana antes del tratamiento láser y después de la sesión de blanqueamiento dental. Y si a todo eso le sumas que duermen sin ruido de fondo de pelirrojos y/o patadas en los riñones, que se duchan en soledad y armonía y no con gente aporreándote a puerta o lanzándote tazas de plástico a los pies o dándote la chapa sobre Dora la insufrible, si desayunan relajadamente mientras leen un libro o ven los informativos y no mientras hacen coletas, lavan caras y amenazan para que hagan pipí unos esfínteres ajenos a los tuyos, pues claro, todo es tranquilidad y tersura epidérmica.

Así que como yo no tengo tranquilidad, imagino que lo de la tersura no me va a durar mucho, máxime cuando mi intranquilidad es cada día más intranquila y más que lo va a ser a medida que el aspirante a pelirrojo vaya creciendo. Que me lo ha dicho mi hermana. Que en tres años –que es lo que nos llevamos- si voy a la playa tendré la piel como un pollo asado. Aterrorizada me he quedado. Así que voy a invertir en belleza. Aunque no pague la luz y nos la acaben cortando. Igual así se me ven menos las arrugas.

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