'Desninguneando' a cigoto

Cigoto ya tiene cajón y ése es un pequeño paso para la humanidad pero un gran paso para cigoto que hasta ahora había sido ninguneado por todos, especialmente por mí, que apenas he pisado una urgencia, con lo que me gustan a mí los dramas y las enfermedades que descubro por Internet.

Ni mi madre, que ya sabéis que es de armas tomar, ha seguido dándome la lata con el nombre, ni con la cesárea –que ella quiere que cigoto me deje sin suelo pélvico de un cabezazo mortal y me tenga que reconstruir la vagina después del expulsivo, que ya os dije que lo esperan de 5 kilos- ni siquiera ha criticado el traje elegido para salir del hospital, que es una cosa muy importante y muy de madres… Y la gente igual, que si tienes mucha barriga, que si no estás (tan) deforme y poco más, pero pocos se acuerdan de que cigoto es un pequeño señor que vive en mi interior y que más pronto que tarde verá la luz como ser humano de pro.

Sólo la pelirroja pregunta por él día y noche y me pega un par de cabezazos diarios para según ella escuchar al bebé, cuando lo que hace es lanzarlo contra los riñones, pobretico mío, pero lo que es por el resto, ni agua.

Lo peor vino hace unos días, cuando una lectora me preguntó que si ya tenía hecha la maleta para el hospital –como dando por hecho que sí- y yo, que con la pelirroja tenía el macutón preparado tras el segundo predictor, ahora, a falta de un mes y con la barriga de un ballenato no tengo ni un triste body comprado, así que de maletas ni hablamos. Qué poca vergüenza más grande.

Así que el otro día en un acto de rebeldía maternal, me lancé a la calle a comprarle un par de modelitos al cigotismo, para que vaya hecho un señor desde el primer día, que no se diga que en esta casa no tenemos buen gusto, y una legión de bodys y pijamitas de manga larga –porque al parecer durante los primeros días hay que ponerle manga larga al pobre aunque estemos en agosto- y en un derroche de amor cigotil le habilité no uno, sino dos cajones del cuarto de la pelirroja, uno en el armario y otro en la cómoda, tirando la casa por la ventana.

Y lavé las sabanitas de cuna y de coche –que es de lo poco que conservo de la pelirroja- y hasta una toquilla de hilo blanca y un arrullo en camel y lo coloqué todo ordenadito como a mí me gusta fantaseando con su llegada y los paseos con sus nuevas ranitas hecho un gentleman y prometiéndome a mí misma que esta segunda vuelta a la maternidad sería mucho más relajada. Y en esto estaba cuando entró la pelirroja por la puerta, que el pater la traía del cole, con los pelos enmarañados en dos coletas y las manos como de haber amasado alquitrán y antes de que pudiera placarla, se lanzó al cajón gritando ‘qué bonito todo ¿te ayudo, te ayudo, te ayudo, puedo ayudalte?’ Y antes de tragar saliva ya tenía todos los bodys en el suelo y a la pelirroja de rodillas doblándolos nuevamente –esto es haciendo bolas de trapos- y aplastándolos al fondo del cajón mientras me decía ‘mamá, ez que yo ya zoy mayorz y tengo que ayudalte con el hermanito ¿a que zí?’.

Y entonces barajé la opción de llegarme a urgencias y así con suerte me dejaban encamada hasta el nacimiento del cigoto y podría descansar los últimos días antes de la traca final, porque me da a mí que tranquila, lo que se dice tranquila no va a poder ser esta segunda maternidad. Ay.