Chonismo dental

La pelirroja es una niña de manías y fijaciones como su madre y lo mismo le da por ver una temporada entera de Peppa Pig, pegada a la televisión sin descanso y riéndose a carcajadas como una trastornada, que de pronto ya no la puede ni ver ni aunque sean nuevos episodios y la alternativa sea una película de Antena 3… o le da por jalarse todos los yogures de Macedonia sin descanso cual bulímica, dejando caducar los demás al fondo de la nevera hasta que un día cambian las tornas y ahora son los de coco o los de fresa o ninguno.

O le da por una camiseta y no quiere ponerse otra cosa y cuando la echo a lavar quiere abrir la puerta de la lavadora entre lágrimas como si allí dentro hubiera un enano maligno dispuesto a comérsela o algo así y a los dos días ya ni caso, vamos que hasta se la deja poner a una prima que venga de visita. Con lo que ella es para su armario.

Bueno, pues ahora le ha dado por los dientes y la tengo todo el día mirándoselos en un pequeño espejo de tocador en el que se mira con la boca abierta de par en par como esperando a que suceda algo y después la cierra, abatida.

‘Mamá, ez que creo que ze me van a caer loz dientez’, me grita desde el baño ‘O a lo mejor ya ze me han caído ¿a que zí? y me enseña la boca de piraña para comprobar que obviamente tiene todos los dientes. Sólo me faltaba una niña de tres años desdentada. Con lo que yo tengo encima.

Y así me paso el día, entre bibi y bibi del pequeño, me toca inspeccionarle la boca a la pelirroja, que se me acerca como un cocodrilo hambriento a que le dé el parte sin tener muy claro si lo que mola es que se le caigan o no.

Según el pater, la niña lo que quiere es que se le caigan para que venga el Ratoncito Pérez a traerle una moneda, pero yo no lo creo, básicamente porque el día en el que le conté quién era el ratoncito y para qué venía, casi se tira por la ventana de la cocina, que la idea de que un roedor se le pegue a la oreja con nocturnidad y alevosía como que no acabó de convencerle.

Y el hada de los dientes de las pelis tampoco le apasiona porque la niña no acaba de tener claras las diferencias entre las hadas, los duendes y los orcos –sí, el pater ya le ha puesto el Señor de los Anillos, para que luego se sorprenda de que tiene pesadillas, vamos, que viene un psicólogo y nos quita la custodia- y la idea de que venga un orco alado a llevarse sus piños como que la aterra y no la culpo, que si yo lo veo aparecer me meto en el canapé de la cama hasta la graduación del cigoto.

Otra de las teorías que manejábamos era que la niña había dado un paso más en su obsesión por hacerse mayor y había decido pasar de la niñez a la senectud y lampaba por una dentadura postiza como la que tenía mi abuelo y que a mí me aterrorizaba cada vez que la ponía en remojo en un vaso. Allá cada cual con sus traumas.

Pero no. Después de más de una semana, ya ha confesado y al parecer lo que mola es que se le caigan pero no para que venga nadie a traerle regalos ni por la idea de hacerse mayor, la niña lo que quiere es que le salgan ‘loz dientez de diamantez’. Ahí lo llevas.


Lo que no me queda claro es si lo que quiere es que le salga una dentadura como la de Ryan Lochte o unas paletas con brillantes como las que tiene mi peluquera. Un drama, en cualquier caso.