La -carísima- vuelta al cole

A veces me endemonio. Algunas veces. Muchas veces. Porque estoy cansada y hace mucho calor y yo lo que quiero es irme a Bali a tomar agua de coco y a hacerme fotos de los pies con el mar de fondo mientras me bronceo y escucho a Georgie Dann y como no me voy y lo que hago es estar al pie del cañón maternal sin horarios ni vacaciones con este dúo pelirrojo que me da la vida y me la quita a partes iguales, pues tengo los nervios a flor de piel, como Mila Ximénez y me descubro cual perro de presa criticando algún programa de la televisión o indignada porque el culo de Paula Echevarría que saca esta semana la Cuore en portada tiene truco o porque la nueva temporada otoño-invierno no me gusta nada... Y así me veo, argumentando como si se me fuera la vida en ello cuando el asunto me importa tanto como la cosecha francesa de fresas o las elecciones municipales de Villanueva del Trabuco. 

Pero hoy me he endemoniado con razón. Con un poco de razón al menos. Porque una está ilusionada con la vuelta al cole y todo es felicidad y algarabía y cuando va a comprar los libros y el material escolar, descubre con pavor que la broma le sale por más de 230 euros. ¿Estamos locos? Pues sí, un poco al menos, porque 230 euros en libros para una niña de cuatro años que ni siquiera distingue el azul del verde me parece un poco exagerado, máxime cuando la mayoría son fichas para colorear y pegar bolitas de algodón, que se ve que las manualidades están en alza con tanto DIY y 'tanta leshe' que diría mi abuela. Y aún me queda comprar una caja de 300 regletas -que a saber qué demonios es eso-, el libro de matemáticas que, ojo, viene de Harvard -a ver si con él aprende a contar hasta el 20- y unos pocos materiales más, que a la chiquilla me la van a matar a trabajar con las manos como si estuviera en una fábrica de balones clandestina, con lo delicada que tiene la pobre la piel y lo poco que me gustan a mí los collares de macarrones.

Y aún me queda el uniforme, con sus politos, sus jerseys, sus petos, los zapatos, las zapatillas de deporte, el chándal, el babero y lo que encarte, que el uniforme tiene más piezas que el traje de lagarterana y esta niña me crece como si fuera descendiente de Gulliver, que comer no comerá, pero la hormona del crecimiento la tiene de calidad premium.

Pero aunque lleve uniforme, también me toca comprar ropita para el otoño invierno, de paseo y para guerrear, que tocará mucho parque y mucho paseo y no es cuestión de llevar a la niña con el uniforme de por vida como si estuviera en un internado suizo. Así que me tocará hacerme con camisetas, vestiditos de punto , pantalones cómodos, gorritos, chaquetones... Casi nada.

O sea que entre una cosa y otra, calculo unos 370 ó 400 así a bote pronto. Hala, alegría. Como si en lugar de Segundo de Infantil, la niña estudiara Ingeniería Aeronáutica. Pero bueno, todo sea por recuperar 4 horas y pico de soledad diarias porque bueno, aún me queda el cigoto en la recámara, que también da guerra, pero hablar habla poco y eso se agradece. Así que, en cualquier caso, bienvenida sea la vuelta al cole... aunque haya que pagarla.

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