Que tu segundo hijo sea un terrorista es una cosa muy mala.
Porque si es el primero igual te acostumbras a que la maternidad es a ese nivel
de malvivir tipo entrenamiento militar yihadista e igual hasta cierras las
puertas de tu útero para que no te venga un segundo terromoto a ponerte las
neuronas del revés, pero si después de un niño de comportamiento ligeramente
normal o incluso nivel pelirroja, que ya te ha dejado exhausta, con más mala
cara de la que esperabas para tu edad y con las fuerzas al mínimo, te llega un
loco de la colina dispuesto a arrancarte los últimos coletazos de vida, es para
pedir la inyección letal o buscar un país sin acuerdo de extradición y
esconderte bajo una piedra.
Eso es lo que nos pasa en casa con Cigoto, que nos ha
llegado tarde a casa y ahora no tenemos fuerzas para enfrentarnos a su fuerza y
agilidad sobrehumana, a su inteligencia extraordinaria y a su maldad si límites
y lo dejamos destrozarnos la casa y la vida, mientras nos dejamos morir por
cualquier esquina tragando red bulles y pharmatones a ver si levantamos cabeza.
Cigoto vive al acecho de que alguien se olvide de cerrar la
puerta del cuarto de baño y una vez dentro se debate entre meterse en el váter
- todo él-, comerse los discos desmaquilladores y vaciar todos los botes de
gel, meterse en la bañera para descalabrarse con la mampara o inundarlo todo
abriendo y cerrando el grifo del bidé como si no hubiera un mañana. Y eso
siempre que no esté dentro el cubo lleno de
la fregona, en cuyo caso mete la cabeza hasta que le falta el aire y la
vuelve a sacar, chorreando y lleno de Don Limpio hasta las cejas.
La otra opción es meterse en la cocina, sacar las especias y
echarse al gaznate tres puñados de pimienta o una guindilla o tres lametones a
un palo de canela y por supuesto luchar por tratar de abrir el tabasco sin que
de momento haya dado resultado.
También coge lápices y me pinta la pared o el letrilandia de
la resignada hermana, o me tira los libros y cds de la estantería con si fuera
una mujer al borde de un ataque de nervios en una película de Almodóvar y lo
mismo se come uno de mis pendientes que se echa por encima tres chicates de
vinagre entre carcajadas de loco.
Y como vea un parque de columpios te mete tres patadas en los
costados y sale corriendo a subirse con la agilidad de un tití a toboganes,
castillos y balancines, pero no a los pequeños, que en realidad son para niños
mayores que él, sino a los grandes, a matarse vivo subiendo la escalera o
tratando de tirarse boca abajo y con la lengua fuera.
Y una, lo persigue a medio gas, porque no tiene fuerza ni
para tragar saliva y porque sabe que Cigoto es invencible como el mal y aunque
se ponga de pie en el balancín de mayores y trate de ir de esquina a esquina a
la pata coja y con una cesta de puercoespines en la cabeza, jamás se cae y si
lo hace nunca se hace daño.
Si ya me lo dijo la maestra de la guardería que era para llevarlo
al Circo del Sol... Aunque más que un piropo, yo creo que me lo decía en serio a
ver si lo perdía de vista.
Es que Cigoto es mucho Cigoto.
Es que Cigoto es mucho Cigoto.