viernes, 31 de mayo de 2013

Los preparativos para el advenimiento cigotil


Soy una persona organizada a niveles patológicos o al menos intento serlo y para ello cuento con una libreta de Jordi Lavanda para hacer muchas listas -a veces hago listas de las listas entrando en un bucle enfermizo- y tengo dos agendas y eso que soy una mujer parada con pocas citas importantes. Así que ya os podéis  imaginar la que traigo liada con el advenimiento del cigoto, preparándolo todo con toda la rapidez de la que soy capaz y a escondidas de la pelirroja, cuyo aliento noto detrás de la oreja cada vez que me dispongo a hacer algo relacionado con el hermanísimo y que, por supuesto a ella le parece lo más interesante del mundo. En cualquier caso, mis tareas de estos días son las siguientes:

1.- Limpiar la casa. O al menos lograr que aparente estar limpia de cara a las futuras visitas que la invadirán una vez que cigoto vea la luz. Así que me propongo hacer una tarea desagradable al día, esto es, limpiar las ventanas, por supuesto, justo el día antes de que llueva y yo entre en cólera, ordenar los armarios, algo que me encanta si no fuera porque la pelirroja me persigue y se prueba a escondidas toda mi ropa y luego la hace bolas y la estampa al fondo del cajón para 'ayudalme', limpiar las puertas y sentarme y levantarme del suelo haciendo ruidos propios de un orco y otros muchos trabajos poco agradecidos. Al pater por su parte lo tengo como empleado a tiempo parcial 'estrosaíto' limpiando como yo -he de reconocer que a él le dejo las tareas más complicadas para mí o las que más detesto por manías personales- y además demostrando sus dotes con el bricolaje para que luego me deje los montajes cojos -el hecho de que siempre sobren tornillos me mosquea especialmente- y la casa aún más sucia que antes, que es lo que tiene jugar con cajas, poliespanes y taladradores, que de todos es bien sabido que los carga el diablo.

2.- Preparar las cosas de cigoto. Seleccionar, lavar, planchar y posteriormente esconder del pelirrojismo todo el universo textil del cigoto, esto es, ropita, sábanas para el coche, la cuna y la minicuna -no entiendo por qué no miden todas igual o llevan un letrero grande que ponga 'CUNA' y que le facilite la vida a una madre agotada e inútil como yo-, las toquillas, los arrullos y demás cosas que finalmente no usaré que para eso vivimos en Málaga y en su epicentro de calor infernal, pero que he de preparar para no volverme muy loca al final.

3.- Pintar la casa. Bueno yo no, sólo me faltaría para morir de agotamiento. Sé que esto es una locura fruto de un intenso síndrome del nido, pero es que es ver llegar la fecha del parto y verlo todo tan pocilguero que no puedo con mi vida. Así que vamos a pintar al menos el salón para que las visitas crean que toda mi casa está igual de impoluta.

4.- Hacer las galletas de fondant de recordatorio para el nacimiento. Que conste que sólo las he hecho porque estaría feísimo no hacérselas al cigoto cuando se las he hecho a otros recién nacidos que, aunque amados míos, no me salieron del útero, pero es mirar el fondant y tener ganas de lanzarlo por la ventana junto al rodillo y a las pocas fuerzas que me quedan. Para hacerlas a escondidas de mi primogénita y de mis ganas de hacer las cosas bien, me han salido bastante monas. Igual luego pongo una foto en el Facebook sólo para recibir piropos. Aunque sean fingidos.

5.- Sesiones de belleza. Y cuando digo belleza, me refiero a un mínimo de adecentamiento para a) no asustar a nadie en el hospital por si acaso me ven sin pintar b) sentirme menos calluna cuando desaparezca la gigantobarriga en pro de la barriga blandiblú desorientada que ya tuve cuando nació el pelirrojismo c) no morirme de pena cuando me vea reflejada en el espejo del hospital con los pelos de Iñigo Montoya. Así que tengo cita con pedicura, manicura y cejas y además me he comprado una sombra de ojos color fiestero-choni para iluminar la mirada y que nadie note que me acaban de rajar el útero. La mar de bien.

Y entre todo esto, tengo que lidiar con un pelirrojismo hiperactivo -es lo que tiene el calor y las ganas locas de ver al hermanísimo-, un resfriado atascado en la nariz y en los oídos, un cansancio nivel 'alguien me ha envenenado'  y muchas pero que muchas ganas de hacerme la muerta.

Ay.


jueves, 30 de mayo de 2013

Talentos dudosos


Siempre me he quejado de no ser una chica talentosa de ésas que saben tocar el violín o bailar danza clásica o hacer el pino puente o cantar por columbianas antes de desayunar y sin despeinarse y que encima suene bien... Yo no sé hacer casi nada y mucho menos nada que tenga que ver con un rollo artístico y no porque no lo haya intentado porque ya os he contado alguna vez que quise ser cantautora atormentada y mi padre me compró una guitarra y me apunté a clases con un heavy gordo que jamás logró sacarme una nota afinada y que no me podía ni ver y  que también me apunté a clases de baile flamenco con un conocido bailaor malagueño que a punto estuvo de echarme del local a patadas antes de que se lo echara yo abajo a base de manotazos y vueltas mal cerradas que amenazaban con tirarle alguna que otra pared...

De hecho ni en las conversaciones surrealistas que manteníamos a la hora de comer en un periódico donde trabajé muchos años encontré ningún talento friki en mi persona que poder contar como los de mis compañeros que sabían lamerse la nariz con la lengua o dar la trecha o echar aire por un ojo o cualquier otra estúpida habilidad molona que poner en el curriculum de majaras.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte estoy descubriendo un mí un talento innato que si bien no es tan molón como meter la cabeza entre los codos en plan contorsionista sí que deja asombrada a la plebe y es que además de poseer una habilidad especial para hacerme con todo virus ajeno que pase a mi alrededor soy capaz de estornudar hasta 10 veces seguidas en menos de 10 segundos sin ni siquiera tragar saliva.  Una eminencia del estornudo, oiga.

Y es que aquellos mocos de los que os hablé que había pillado la pelirroja y que sólo fueron mocos sin más resfriado ni neumonía ni otitis ni gripe ni ninguna de esas cosas fabulosas a las que nos tiene acostumbrados, han decidido mudarse a mi organismo y ahora, la nena está casi perfecta y yo estoy hecha una ruina, estornudando en bucle infinito y a la velocidad del rayo, goteándome la nariz incluso dormida, que me tengo que poner un tapón para poder dormir algo, con una castaña en la cabeza que ni con una resaca de Año Nuevo  y con unas ganas de guantearle a la cara a cualquiera con el que me cruzo que estoy al pique de un repique de entrar en de extrema locura peligrosa porque esto de vivir con una barriga XXXXL pegada cual caparazón tortuguil, sin poder moverte normalmente -de agacharnos ni hablamos- con una miniciática que aparece y desaparece en el cachete derecho del culo y que me obliga a pegar un salto en cualquier momento y lugar, y unos calambres que me dejan tiesa ya eran suficiente malestar, así que este extra de resfriado mortal me viene grande.

Tan grande que cuando ayer por la tarde encadené siete estornudos sin tragar saliva -agarrándome la barriga para que no se me escapara el cigoto en uno de esos arranques- y un pobre señor se me acercó y me preguntó si me encontraba bien... yo le miré con mi mirada de gestante asesina y no le abofeteé porque vi el miedo reflejado en sus ojos -como lo veo en los ojos del pater cuando me vuelvo muy loca- y al final tuve que sonreírle y darle las gracias, pero con la boca chica para que no viera cómo se me afilaban los colmillos dentro...

Definitivamente el embarazo saca lo peor de mí. 

miércoles, 29 de mayo de 2013

El macutón o cómo llegar al hospital como un sherpa (II parte)

Y sigo...

6.- Toallitas a gogó. Vale que con la pelirroja era primeriza e incrédula pero nunca acabé de creerme que aquello del meconio fuera tan infernal como finalmente fue, que pocos acabamos sin mierda en la cara, así que para esta vez llevo nada menos que cuatro paquetes de toallitas prensadas en la maleta como fardos de coca.

7.- Chupetes. Aunque en el hospital le dan, voy prevista de tres chupetes molones, que esta vez me niego a que la mamma se me vuelva a colar por la espalda y le endiñe al cigoto un gigantochupete de goma de ésos que le puso a la pelirroja la boca de trompo y que costaba encontrar más que el santo grial. Esta vez puedo prometer y prometo que tendrá chupetes monos o al menos no favorecedores de bocas tipo Aerosmith, a no ser que mi madre aproveche una bajada de tensión o su terrorífico poder de persuasión al estilo Don Vito, que tampoco tengo tanta fuerza psíquica, para qué vamos a engañarnos.

8.- Toquilla, arrullo y muselina. Ala, ahí, a lo grande. Que una no sabe si cuando cigoto vea la luz hará calor tropical, lluvias torrenciales o primavera árabe, que esto del cambio climático sumado a lo del ‘hasta el 40 de mayo…’ me trae por la calle de la amargura.

9.- Un juguete para la pelirroja como me han aconsejado las madres sabias y expertas de cara a que la nena no deteste al hermanísimo desde el minuto uno –al menos, que espere como todos los demás hasta que no nos deje dormir a alaridos-. El problema es que lo que ahora anda solicitando es un micrófono ¡un micrófono! ¿estamos locos? Eso era lo que nos faltaba para el ingreso en una habitación acolchada –quién la pillara- así que tendrá que conformarse con la Barbie gimnasta o cualquier otra cosa no ruidosa que bastante tenemos con la papeleta que nos espera para ir sumando despropósitos.

10.- Revistas. Imagino que poca gente lo entenderá pero estoy frita porque me encamen un día antes para poder pasar una velada tumbada a la bartola sin pelirrojismo rondando y dedicarme a mis labores de lectora de revistas de moda y cotilleos como si no hubiera un mañana… Fantaseo con este asunto cada vez que pienso en la llegada del momento. Qué vida más triste.

11.- Cámaras varias. Me niego a que cigoto sea ninguneado como todo segundón que se precie y acabe como una servidora que apenas tiene cuatro fotos de cuando era pequeña mientras que los álbumes de mi hermana atascaban los cajones de todos los muebles de casa. Así que aunque ande cual Chiquito o quede nuevamente postrada en la cama por la epidural prometo retratar al chiquillo aunque tenga las cejas corridas y sea poco agraciado, que para eso su padre es diseñador gráfico y sabe mucho de photoshop.

martes, 28 de mayo de 2013

El macutón o cómo llegar al hospital como un sherpa (I parte)


Hace como dos semanas que empecé a hacer el macutón para el hospital, básicamente porque me lo dijo una lectora y caí en la cuenta de que no había preparado nada aún y eso está feísimo con la barriga de Obelix que tengo desde hace demasiado y que anuncia que a pesar de que yo quiero cesárea programada -sí, ahora podéis gritar enfervorizados y pedir que me quemen en la hoguera- cigoto podría querer salir en cualquier momento, que estos niños de hoy en día cada vez tienen menos respeto por sus padres.

Pero como digo, sólo empecé porque cada día he de abrirlo y meter o sacar algo, básicamente porque la ropa del bebé hay que lavarla antes de usarla y porque cada día descubro una necesidad súper urgente y súper necesaria que incluir en el macutón de sherpa que me estoy preparando.
De momento os cuento lo que llevo metido:

1.- Tres camisones pueriles para parecer una jovenzuela despreocupada de Teen Mom. Uno de Minnie, otro de rayas y un tercero de Blancanieves, que he de tapar con todo mi yo cada vez que noto a la pelirroja cerca, al acecho, porque sólo Dios sabría qué pasaría si los descubriera. He de confesar que he comprado y devuelto un par de camisones previamente porque enseñar en culo en mis paseos suero en mano por la habitación, no entraba en mis planes y al parecer era mi única opción si no quería un camisón de madre o de enferma mental.

2.- Calcetines. A mí no me gustan los pies. No sé si os lo he dicho alguna vez, pero sólo me gustan los míos. Pero dado que no me dejan pintarme las uñas como la mujer de bien que soy, me he comprado un pack de calcetines tobilleros y hosteras de los que venden junto a las cajas de H&M para que nadie me mire los pinreles mientras estoy encamada como Caballo Viejo.

3.- La ropa del cigoto. ¿Os acordáis que os dije que mi madre estaba desconocida y que no se metía con lo que le había comprado de ropa? Pues se ve que era una promesa a algún santo que ya ha cumplido porque me trae por el camino de la amargura con mis cubrepañales monísimos de la muerte y mis ranitas de piqué. Ahora resulta que he de llevar al pobre cigoto en pijama. Habrase visto ultraje más grande.

4.- Neceser.  Además de lo básico para una higiene saludable, llevo un espejo de aumento para ver mi malacara en todo su esplendor y unas pinzas porque las malas noches me dan por generar cejas a lo Marianico el corto, pinturas para encalar mi casa y fingir a base de colorete y rimel que soy una mujer sana y hasta mona y un par de botes de plástico blanquecino que el pater me compró en los chinos para rellenar de Nenuco y crema del pelo que parecen sacados de la casa de los Alcántara y que le dan a una ganas de colgarse de sólo mirarlos.

5.- Gigantobragas. Dan tanta vergüenza que las tengo escondidas al fondo de la maleta y son las culpables de que no reclamara el macutón en caso de extravío. Quiero dejar constancia de que en mi vida normal uso ropa interior mona, pero dada mi futura cesárea y mi costurón bajo la barriga, me consta que necesitaré gigantobragas sobaqueras que me cubran hasta casi el ombligo. Todo sensualidad y desenfreno. Gracias a dios en el hospital no hay que pasar por ningún detector de ropa interior de anciana y nadie va a darse cuenta a excepción del pater, que ya está curado de espanto y además ha prometido amarme delante de un cura. Y reírse sería sacrilegio o cualquier otro pecado muy terrible que lo condenaría a una eternidad de sufrimiento viendo Dora la Exploradora...

lunes, 27 de mayo de 2013

Madre sí hay más que una. 53.- La madre juerguista


La madre juerguista convierte cualquier evento infantil en un sarao y en lo cumpleaños de sus hijos hay más botellas de alcohol que sándwiches de salchichón y más Pitbull que Cantajuegos, que la vida es corta y la maternidad larga y agotadora. Y en la nevera apenas hay hueco para la tarta con las trescientas cervezas que se han comprado para la ocasión, que las bolas dan mucha sed y eso lo sabe hasta Torrebruno, que en paz descanse.

La madre juerguista te acecha a la vuelta de la esquina para proponerte celebrar el fin de curso con una cena de madres del cole con o sin la profesora, que la cuestión es salir de fiesta y buscar gente y excusas para ello.

La madre juerguista siempre quiere hacer los disfraces de gomaeva en grupo, con la excusa de compartir ideas y talento, cuando lo que en realidad quiere es pimplarse un par de cócteles margarita de los que según ella le salen tan bien en la Thermomix y los disfraces ya los comprará por Internet, que hay monerías por dos duros.

La madre juerguista propone mil y un planes para el fin de semana con la excusa de juntar a los niños para que disfruten de un día de juegos y de su mutua compañía, cuando lo que en realidad espera es un día de tapeo y chatitos de vino, nada de Mc Donalds ni historias infantiles, que de toda la vida de Dios, los niños se han ido acoplando a los mayores y ella es muy tradicional para según qué cosas.

La madre juerguista no admite un plan infantil ni aunque haya un pequeño homenajeado de por medio y se las apaña para con nocturnidad y alevosía para cambiar los planes de zoo y hamburguesería por playa y mojitos sin despeinarse y  a ser posible dejando a los niños en la cuneta, que ellos no van a disfrutar de eso, que mejor se quedan en casita con la abuela.

La madre juerguista pone barra libre en la Comunión de su hijo y contrata un Dj que pinchó una vez en Pachá para darlo todo hasta que el cuerpo aguante, mientras un mago y una Blancanieves venida a menos, entretienen a los niños en otra sala, evitando cualquier interferencia infantil.

La madre juerguista pide los teléfonos para crear grupos de whatssap en los que proponer mil y un planes a las otras madres de la clase o de la catequesis o del parque o del autobús, para poder tener todo el mes cubierto de eventos aunque luego se queje de estar muy cansada y de no tener tiempo para nada, menos para Pitbull y Christina Aguilera, eso sí, que para eso son gente de bien.

(Nivel de identificación personal con 'la madre juerguista' 4 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 24 de mayo de 2013

Parsimonia pelirrojil


Que la pelirroja no para quieta un segundo es algo que ya todo el mundo sabe, los que leéis mis desvaríos diarios a modo de terapia intensiva y los que os cruzáis conmigo y mi cara de madre desquiciada y mis gritos amorancados en plena calle y mis pelos de indigente arrojagatos y mi malvivir generalizado. Sin embargo, muchos se sorprenden cuando les hablo de la parsimonia y la tranquilidad extrema de la niña –nivel Sara Montiel recitando un poema- frente a la vida en general, es decir, frente a todo lo que no sea dar guerra.

Y es que, además de desobediente y sorda por elección personal, la niña nos ha salido tranquila para según qué cosas y hacer cualquier mínima actividad diaria requiere del doble de tiempo necesario, el triple de paciencia y cuádruple de amenazas y castigos.

Así para vestirla, por ejemplo, hay que cogerla primero y una vez que lo consigues con mayor o menor eficacia, que las mañanas son muy malas y una tiene muy mal despertar, hay que atraparla con las piernas como un alacrán y mientras ella se retuerce o te cuenta cualquier milonga delirante, tú aprovechas para colocarle leotardos, polo, falda peto y jersey y hasta peinarla aunque sea con los dedos, de ahí sus pintas de sombrerero loco.

Pero una vez que abras las piernas volverás a estar perdida –qué gran metáfora- y la verás sentarse a jugar o meterse bajo la mesa del salón a cantar María de Nazareth –que desde Navidad no levantamos cabeza con este asunto- o a hacer el mono babuíno o punto de vainica doble, la cuestión es hacer lo que sea menos lavarse la cara o hacer pis hasta por lo menos la tercera amenaza mortal. Por suerte, desde que estoy en tamaño XXL por mi gigantobarriga, le dejo esta tarea al pater que tiene mucha más paciencia que yo y que no despierta a los vecinos a alaridos ni a blasfemias aunque eso sí, lo noto más envejecido desde entonces.

Pero claro no todo es arreglarla por la mañana para ir al cole, hay que sentarla a comer, meterla en la ducha a quitarle el aspecto de mendiga neoyorquina con el que llega del colegio, obligarla a recoger el campo de minas que cada día esparce por casa y que me tiene los pies agujereados, acostarla para que una pueda regenerar neuronas y colágeno y mil tareas más que se convierten en la Odisea de Ulises pero sin final feliz.

Y es que a los treinta segundos de amenazarla cual jefe narco de una banda colombiana y dejarla acostada o frente a la tarea a realizar, me giro y me la encuentro de pie frente a la televisión pegada a la pantalla cual cegata, lamiéndola o recitando alguno de los poemas del cole como si rezara el rosario. Y me toca volverme loca y llamarla como llaman las madres antiguas que a veces me doy miedo hasta a mí misma y volver a sentarla o a acostarla o a meterla en la bañera a empujones.

Y de todas las tareas pendientes, recoger es lo que peor se le da del mundo mundial y lo peor para el karma y el alineamiento de los chakras –si es que a estas alturas sigo teniendo de eso- que después de una ardua discusión y sus ‘Ez que eztoy canzadaaa’, la pongo a recoger y antes de darme la vuelta la tengo bailando su extraña versión del Gamgan Style o haciendo como que se abre de piernas cual gimnasta olímpica con la agilidad de una anciana pero entusiasmada como si fuera Almudena Cid en sus mejores tiempos o tratando de hacer el pino dejándose la nuca contra cualquier esquina o dando vueltas como un derviche trastornado para acabar mareada y derrapando contra el sofá.

Y me tengo que volver muy loca y convertirme nuevamente en la versión ballenato del sargento de hierro y la nena recoge mirándome de reojo tan o más aterrorizada que el pater que también me mira con miedo dada mi creciente locura y al final logran terminar la tarea en cuestión, pero entonces yo ya he perdido la cordura, tres mechones de pelo y por lo menos año y medio de vida.

jueves, 23 de mayo de 2013

Desvaríos de una madre majara


Ya os dije no hace mucho que se me hacía raro tener un niño varón y no porque la pelirroja fuera una niña y ya me hubiera acostumbrado a los vals y a las vaginas sino porque me resulta raro y difícil criar a un mozuelo por el simple hecho de ser yo una mujer y entender de las cosas de mujeres y de tacitas y de barbies y de maquillajes y de novietes y de estilismos que reduzcan los centímetros de cadera. Pero en cuestiones de varones, pues mire usted, no. Ya no de superhéroes ni de fútbol ni de bolsas escrotales sino de juegos, batallitas o técnicas para ligarse a una chica en el viaje de estudios antes de llegar al destino.

Me dice la gente que para eso está el pater, que sabrá explicarle la teoría del cazador discotequero con clase y elegancia como yo sabré explicarle a la pelirroja las técnicas de cómo ligarse a quién quiera haciendo creer que ha sido idea del otro, básicamente para poder seguir haciéndose la interesante como hacía su madre cuando era soltera y entera –y no tenía esta cara de loca, ni estos pelos de Eduardo Manostijeras ni estas ojeras oscuras y profundas- y era una chica molona y güenorra. Pero qué queréis que os diga, no me fío. Ni del pater ni de nadie. A ver si le va a estar enseñando a mi niño técnicas erróneas aprovechando que yo no estoy familiarizada con el asunto y ahora va y se liga a una choni maligna que me lo convierte en un choni y me engendra nietos chonis. Pues eso, que vivo sin vivir en mí. Máxime cuando ya he decidido cómo quiero que sea el cigoto, que si se cree que va a ser como quiera, teniendo sus propias opiniones y estilo y tomar sus propias decisiones, va listo. Que para eso lo tiene una 10 meses engendrándolo en la barriga para que ahora venga con el rollo de ser una persona autónoma y libre. Ni mijita.

Y tampoco tengo claro cómo hacer para no convertirlo ni en un matón ni en el pavo de la clase sino dejarlo en el justo medio, que con los niños los estereotipos son más duros que con las niñas que no tienen que enfrentarse a torneos de fútbol ni luchas en el patio ni competiciones de gallito. Muy complicado todo.

Pero, como digo, no hay problema porque ya he decidido cómo va a ser cigoto y no hay más que hablar. Y es que después de arduas consideraciones, he decidido que cigoto sea el capitán del equipo de fútbol –prefiero el tenis pero creo que allí no hay capitanes- o el cuaterbag estrella, que eso sale mucho en las pelis de instituto y se ve que mola un montón, aunque sea yo la que tenga que montar un equipo de rugby –¿o es fútbol americano?-. Y, por supuesto, estará muy bueno y será muy bueno, pero no tonto, un tipo simpático hasta decir basta y listo, muy listo, además de responsable y familiar y con un estilazo que ni el Kortajarena. Por supuesto sacará buenas notas y caerá bien a todos y será el alumno favorito de los maestros y el amigo predilecto de todos y el hijo que las madres quieren y el novio que todas las mozuelas desean y en la fiesta de primavera será el rey del baile y será alto, pero no Tachenco, y guapo pero no empalagoso y tendrá pelazo y se lo atusará descuidadamente mientras las carpeteras suspiran a su paso.

Sí, eso quiero. Y punto.

Sobre todo, después de que mis aspiraciones pelirrojiles de tener una niña finita, de pelo largo y mirada serena, que enamorara a su paso y fuera estilosa e hiciera ballet y fuera lista y sensata y dulce empiezan a caer en saco roto… Que mi pelirroja es una monería, que no digo yo que no, pero hablar con la zeta y a gritos, hacer la croqueta en el suelo a la menor oportunidad y levantarse el vestido mostrando las braguitas en cualquier ocasión y momento creo que no nos llevan por el buen camino… Vamos, digo yo. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

Juego sucio


Ya os conté una vez cómo tuve que abandonar mis técnicas de manipulación maternal hacia el pelirrojismo –aunque no del todo, que una es muy maquiavélica para según qué cosas y en la guerra y en la maternidad todo vale- al demostrarme la nena no sólo que me pillaba las estrategias al vuelo, sino que era ella la verdadera experta en este tipo de maniobras, dándome la vuelta como un calcetín a la menor de cambio y casi sin darme cuenta. Porca miseria.

La parte positiva del asunto es que la nena aún no maneja bien la sutileza y sus estrategias son curradas pero poco depuradas por lo que a pesar de que ya apenas me quede materia gris para abrir un paquete de pipas y no pasaría ni el test de Inteligencia de Sálvame ni preparándome con Punset, aún soy capaz de pillarla y de distinguir sus sonrisas naturales de las trabajadas, con ojitos de cordero degollado y caída de pestañas incluidas para conseguir, por ejemplo, hacerse con mi bolsa de maquillajes –que dada mis necesidades, es cada vez más grande y atractiva a sus ojos- y hacerme creer, encima, que ha sido idea mía.

La cuestión es que ahora que va haciéndose mayor y ya es toda una señorita –una señorita desquiciada, charlatana hasta hacerte desear arrancarte los tímpanos y con tendencia a enseñar el culo, pero una señorita al fin y al cabo- me sorprende cada día, depurando sus estrategias y afinando las técnicas de manipulación hasta el punto de que no me extrañaría que antes de que naciera el cogotismo, ya me tenga comiendo de su mano.

Y es que ahora le ha dado por apelar a mi lado emocional, sabiendo como sabe que tengo toda la dignidad perdida y las hormonas revolucionadas y que sería capaz de llorar viendo a Joselito en el Pequeño Ruiseñor, como mi padre, y de emocionarme con anuncios de champús y de colonias infantiles y hasta leyendo los cuentos infantiles que le regalé en el Día del Libro y en el que un perro se queda sin amigos, más solo que la una y tiene que pasar la Navidad sin compañía, mirando nevar por la ventana con una cara de pena que se me parte el alma de gestante hormonalmente activa. Vamos que lo voy a devolver.

Así que ahora que la nena se ha coscado de que me he vuelto una madre blanda –y no lo digo por las nuevas carnes alojadas en las caderas, un respeto-, ha empezado a usar la artillería pesada y me viene con frases grandilocuentes tipo “Mamá, te quiero tantízimo…” que obviamente tiene su segunda parte “…que voy a dejar de comer ya para poder abrazarte”. Y claro, ante tanto despilfarro de ingenio y de picaresca made in Spain, yo no puedo negarme y menos cuando se me acerca con los dedos regordetes llenos de ketchup y la boquita de piñón dispuesta a darme un abrazo de los largos…

Y cada día, cuando se va al cole se despide con un “Te voy a echal tanto de menoz, mamá”… Y antes de que pueda echar la lagrimilla y se me enternezca el alma, me dice, “Azín que recógeme pronto y tláeme una chuche por zi tengo hambre”… Y así siempre. Y aunque sé que son argucias de pelirroja sabionda con fines ocultos y oscuros, me pirra venderme por un par de abrazos “carita con carita de loz que duran mucho rato” y acabar cediendo a sus deseos… Total antes lo hacía por agotamiento y por no escucharla y no me llevaba nada a cambio, o sea que igual salgo ganando…

¿Veis? Ya lo ha vuelto a hacer.

Lo dicho, es una profesional.

martes, 21 de mayo de 2013

Guerra de sexos XXS


Siempre he sido de las que ha defendido que los hombres y las mujeres no somos iguales, ni queremos serlo, oiga, que una cosa es reclamar la igualdad de derechos y oportunidades y otra tener que usar colonia unisex, con ese olor tristemente anodino a adolescente atormentado. Que yo soy una señora de bien que uso rimel y me pinto las uñas y además, para más inri, me gusta que me abran la puerta. Vamos, que no tengo remedio.

Por eso me hace tanta gracia comprobar cómo los niños desde muy pequeños van adoptando comportamientos masculinos o femeninos, según sea el caso y cuando se juntan en parejita acaban protagonizando divertidas parodias de ‘matromoniadas’ o como quiera que se llamara aquel programa infernal que echaban en Telecinco y que le encantaba a las abuelas, pero en versión casera y sin censura y además, con maternodolor de cabeza incluido.

Así que cada vez que se junta con el primo Ale o Nachete empieza una sucesión de discusiones en las que la pelirroja exige jugar “a laz princezaz y dizfrazarnos y bailar como Cenicienta y…” y antes de terminar se lleva un balonazo en el culo a modo de negativa poco discreta y de metáfora de lo que serán sus futuros desengaños.

Y yo no puedo más que reírme al ver la cara de enfado que pone, pero en cómo no desiste en su empeño amoroso y en cómo los coge de la mano por tercera vez y los mira con ojos golositos para dar el giro del vals, mientras ellos hacen muecas de asco con ojos desconcertados sin saber muy bien qué demonios se le viene encima ni por qué la loca de su prima les tira besos vestida de majara.

Precisamente el otro día, mi hermana se llevo al pelirrojismo a dormir a su casa –ya os contaré esta historia más detenidamente porque tiene miga- y entre risas e hipidos telefónicos, me contaba las peleas que se traían y que la tenían al borde del desmayo y de la risa floja con incontinencia urinaria incluida.

 Y es que al parecer los sentó a ver una película y mientras el chiquillo trataba de verla y de meterse en la trama, la pelirroja no paraba de cascar, como su madre, y decía “¿a que eztá bonita, Ale, a que zí? A mí ez que me guztan las películaz pero máz laz de princezaz, pero ezta también y a ti, a ti te guzta?” mientras el primísimo con los ojitos vueltos de desesperación le decía “pero ¿tú qué es lo que quieres? ¿Ver la película o estar de cháchara? que así no se puede” y ella le replicaba “Pero Ale, ez que yo lo que digo ez que eztá bonita, ¿a que zí?” hasta que el chaval acabó por desistir e irse a jugar a la Wii mientras la otra por detrás le gritaba “pero no íbamoz a ver la peli ¿por qué te vaz?” … y yo me imaginaba la situación y no podía dejar de ver al pater, parando Juego de Tronos –con desesperación pero fingiendo cordialidad- para que yo le contara cómo eran exactamente los ardores del embarazo por decimoquinta vez.

Y al parecer cuando ya se habían acoplado en la cama para dormir, el primísimo anunció que le había picado un mosquito ante lo que la pelirroja se levantó como impulsada por un resorte y le gritó “Ezpérate que te voy a echar clema pa que ze cure” / “que no, que yo no quiero crema” / “Zí, zí, clema hay que echalte pa que ze te ponga güeno y no te pique” / “mamaaa, dile que no, que luego se me queda el brazo pegajoso y me da asco” / “Que no, ya veráz como no, que eztá frezquita”…

Y por mucho que protestó el chiquillo, la pelirroja logró hacerse con el body milk de mi hermana y perseguirlo por toda la casa hasta que logró emborrizarlo de crema, -como hago yo con el pater en la playa- mientras el primísimo entraba en bucle de enfado encajado entre el sofá y la pared y se gestaba una guerra de cremas que acabó con una segunda ducha y tres nuevas arrugas para mi hermana, que aunque no me lo diga, me consta que se ha encomendado al Cautivo para que no le deje más a dormir a la pelirroja. Con lo feísimo que está eso.