lunes, 28 de diciembre de 2015

Seis consejos para disfrutar de la Navidad


1.- Cómetelo todo, mujer, que es Navidad. Disfruta de la guarnición de patatas de tu madre, del tocino de cielo de tu tía y del Suchard, que es una vez (o dos) al año y dale alegría a tus caderas, que bastante deprimidas llevan las criaturas todo el año con tanta zumba y tanta dieta hipocalórica. Y si no te cabe el minúsculo vestido de lentejuelas que tenías pensado ponerte para dar el golpe en Nochevieja, cambia de look, que un vestido no merece unas navidades a calabacín hervido. ¿Es que aún no sabes que tu encanto no está en el vestido? Mírate al espejo y sonríe. Está ahí.

2.- Baila. Baila mucho. Con tus hijos, con tu pareja, con tu hermana, con tu madre o con tus amigos. En el salón lleno de trastos, de madrugada en la discoteca, en la oficina o en la terraza pelándote de frío. Un pasodoble con la abuela, un lento con tu novio, un reggaeton con tu hermana o la coreografía del villancico de Mariah Carey que ha aprendido el nene en la guardería. Baila. Baila mucho y ríete. Es el único secreto para casi todo.

3.- Acuérdate de los que no sueles acordarte. Una postal, una llamada, un mensaje… A veces con algo muy pequeño le alegras la vida a alguien.

4.- Tómate una copa. O dos. Brinda por todo lo bonito que tienes y pásatelo pipa. Emborráchate, haz el tonto, ríete de todo y déjate llevar por la exaltación de la amistad y el buenrollismo. Si no lo haces en Navidad ¿cuándo lo vas a hacer?

5.- Déjate de whatssaps y queda para tomar café.

6.- Vuelve a ser una niña, emociónate, tírate al suelo a coger caramelos en la Cabalgata, escríbele una carta a los Reyes y pídete algún capricho, come bombones, ríete a carcajadas, píntate los labios... deja de ser la jefa, respira y disfruta de la Navidad. Que te lo has ganado.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Quiérete mucho

Puede que tu niña sea la más despeinada de la clase, que tengas la casa hecha un desastre y haga demasiados días que te acuestes en una cama sin hacer. Que los bizcochos nunca te suban. Puede que en tu trabajo no seas la primera y haya mañanas que quisieras reventar la oficina con un bazoka. Puede que te pases cinco días a dieta extrema y que al sexto te comas dos cajas de galletas oreo. Puede que a veces seas un desastre y creas que nada te sale a derechas y a veces sea verdad. 

Puede que a veces seas bipolar y te plantees hacer justo de lo que ayer renegabas y que mañana reniegues otra vez. Puede que tengas el pelo de loca y no tengas tiempo de hacerte la plancha y que cuando lo tengas, no tengas ganas y que cuando las tengas, se te acabe erizando al minuto y que nunca tengas la melena que se supone que debías tener. Ni la melena, ni el cuerpo, ni la postura ni la tersura epidérmica. 

Puede que la cagues y metas la pata. Puede que a veces te enfades más de la cuenta, que la vida se te ponga cuesta arriba y maldigas hasta al último elfo del Polo Norte. Puede que tus niños no saquen sobresalientes aunque te pases todo el día repasando las tablas con ellos y que sean los más cafres del parque. 

Puede que no llegues a fin de mes por mucho que ahorres y que se te acumulen las facturas impagadas y las tareas pendientes. Que prometas a tus amigas cuidarte más y ni siquiera te eches el sérum que te regalaron porque por la noche ya no te quedan fuerzas en los brazos y hayas perdido la cuenta de las siestas por echar. 

Puede que no seas cool, que a ti el rollo casual te haga parecer una mendiga, que no te sienten bien los labios fucsia, que no te guste el gin tonic. Puede que nunca cumplas las listas aunque quieras hacerlo, que no tengas tiempo de casi nada y que se te olvide comprar el pan, el traje de pastora o la vela que hay que llevar mañana al colegio para la procesión de la Virgen niña y tengas que inventarte otra excusa para que la señorita no te mire mal. 

Puede que creas que no llegas nunca a ningún sitio y que te castigues por no ser omnipresente pero ¿sabes que te digo? Que dejes de castigarte porque lo estás haciendo muy bien. Que tienes hijos y eres capaz de levantarte siete veces por noche y acurrucarte con ellos bajo las sábanas y quitarles los miedos de un plumazo, que no tienes fuerzas para sérums pero nunca te han faltado para mecer a tus bebés y consolarlos de sus cólicos y sus males o vitorearlo en un partido de fútbol hasta quedarte afónica, que vas cada día a trabajar y rindes como la primera aunque no hayas pegado ojo, que no dejas de intentarlo, que sonríes a los vecinos en el portal y lloras con un anuncio bonito, que siempre estás ahí para consolar a un amigo, que igual no pagas todas las facturas a tiempo, pero nunca te falta para comprarle un helado al peque, que lloras y empiezas de nuevo, que te cansas pero nunca te rindes, que bailas en el salón y te saltas la dieta cuando lo merece aunque nunca te acabe cerrando el pantalón, que te armas de paciencia para explicarle a la nena las decenas y celebras su aprobado como si fuera un Nobel, que a veces no llegas porque te detienes a oler las flores del camino y no lo sabes, pero eso es lo que te hace especial. No lo olvides nunca y quiérete mucho porque yo ya te quiero. Y lo más importante, me gustas un huevo.

Feliz Navidad 

lunes, 14 de diciembre de 2015

Querido Papa Noel



Como vivo sin vivir en mí, ardiente en deseos varios que mejoren mi complicada existencia de madre trabajadora con dos bestias pardas a su cargo, no he podido evitar hacer ya mi lista de Papa Noel, que a quien madruga dios le ayuda y aunque en casa somos más de los Reyes Magos, cualquier ayuda es poca
                  
1.- Quiero una doble de mi persona preparada para las escenas de acción familiar como hacer los copiados infinitos con la pelirroja, desenredarle la cabellera llena de nudos marineros de tres cabos, llevar al hermanísimo al parque de columpios y verlo morir tobogán abajo, limpiar la casa y hacer cola en McDonalds para descambiar la careta del pony rosa como si fuera un asunto de seguridad estatal. Por supuesto, los demás creerán que soy yo, por lo que habré que despeinarla cada día y ponerle rictus de chunga para que no sospechen.

2.- Vale, acepto que el cuerpo de la Pataki no me lo vas a traer ¿pero sería posible un metabolismo ya no te digo bueno, pero uno que no me engordara cinco kilos las caderas por lamer dos pastillas de chocolate? Gracias.

3.- Quiero que las cejas siempre estén depiladas, las uñas pintadas y el pelo planchado o por lo menos que lo estén los primeros veinte minutos de salida, no que a la segunda copa ya tenga las uñas desconchadas, el pelo fosco y el rimel a medio correr. Y para las cejas mándame una esteticien que no tenga uñas de actriz porno y que no se empeñe en dejarme las cejas de un transexual brasileño.

4.- Detén mi envejecimiento prematuro. Ahora. O si no, dame billetes para ácido hialurónico en vena. ¿qué mierda son estas canas? ¿y este tonteo con el descolgamiento facial con inicios de surcos peligrosos? Sólo tengo 37 por dios. On fire.

5.- Quiero dormir. Mucho y bien. Quiero nueve horas diarias durmiendo sin despertarme, sin que me tiren de la manta sin ronquidos, gritos, llamamientos, miedos pises y demás. Por la dignidad en el sueño ya.

6.- Quiero que mi cuerpo crea que voy al gimnasio. Que se me pongan los muslos de acero y la barriga remetida y el cerebro me segregue endorfina o lo que sea que segrega cuando haces deporte y que está muy bien, mientras yo leo la Vogue en el sofá. O si no al menos que me dé fuerzas para ir al gimnasio más allá  del día de la matriculación. Y que incluya en el pack un agente de la condicional que me lleve y me traiga con mis horribles mallas del Decatlhlon. Algo hay que hacer. Aunque siempre puede hacerlo la doble, claro, que para algo me la he pedido.

martes, 8 de diciembre de 2015

Consejos para sobrevivir a la Navidad



Cuando una es madre debe hacerse a la idea de que siempre está en activo como un agente de la CIA o una vendedora de Avon y que por mucho que quiera hacerse la muerta en el sofá o hincando la frente contra una esquina del salón, ha de prepararse para lo que esté por venir, que generalmente no suele ser bueno.

Así, ahora con la llegada de la Navidad una ha de prepararse concienzudamente y no sólo con una dieta hipocalórica para luego darlo todo en las comidas familiares sin reventar el pantalón de fiesta, sino como quien va a la guerrilla colombiana, que cualquier preparativo es poco con tanta luz y tanto niño y tanto catálogo de juguetes amenazando en el buzón y tanto turrón Suchard cortejándote desde la estantería.
He aquí algunos consejos para que la Navidad no te acabe matando.

1.- Toma vitaminas y todo tipo de sustancias energéticas que caigan en tus manos. La Navidad es larga, la familia grande y el calendario de actividades imprescindibles aterra de solo mirarlo. La función del colegio, la visita al paje, los chocolates con churros, el encendido del alumbrado, la visita de belenes, los puestos navideños, la Nochebuena, la comida de Navidad, los encuentros con amigos… y así hasta echar espuma por la boca en mitad de la plaza mayor. Con lo que eso traumatiza.

2.- Esconde todos los catálogos de juguetes o rómpelos o quémalos, que los catálogos los carga el diablo y en menos que canta un gallo la niña se habrá aprendido todos los nombres de todos los juguetes que quiere, que generalmente son todos –lo mismo le vale la Barbie soñadora con Pegaso que la caja completa de los Vengadores- y cuyo precio total oscila entre los dos y los tres millones de euros y te verás alquilando un trailer para traerlos al salón y lo que es peor, rehipotecando la casa. Como está ahora el Euribor.

3.- Huye de juguetes con muchas piezas o de juegos de hacer cosas si no quieres acabar con 200.000 perlitas para el pelo repartidas por la casa, clavadas en las plantas de los pies o en el iris del pater o acabar con el hermanísimo intoxicado después de beberse el líquido para hacer jabones de un trago y tres cuartas partes de los experimentos del quimicefa.

4.- Si tienes ocasión, colócale un chip de localización a los niños, sobre todo si vives en una ciudad en cuyo centro se da cita un número de amantes de la navidad equivalente a la población de la India, pero llenos de bolsas de regalos, paraguas, abrigos y mucha ansiedad, por lo que o te grapas tu jersey al de los niños o acabarás con las pupilas locas como Marujita Díaz buscándolos entre la muchedumbre.

5.- Cómetelo todo. Total, vas a engordar igual y al final te verás con cara de pringada el 7 de enero con una barriga cervecera como la de un irlandés borrachazo sin ni siquiera haber probado el turrón. ¿estamos locos? Si luego vamos a tener que sobrevivir todo enero con el vestido de premamá que todas guardamos en nuestro armario para épocas difíciles –sí, tú también, chata-, al menos que sea por haberlo disfrutado. Hombre ya.

6.- Escribe una carta a los Reyes y pide por esa boquita. El metabolismo de Elsa Pataki ya me lo he pedido yo. Sorry.

Y sobre todo disfruta. ¡Es Navidad!

lunes, 30 de noviembre de 2015

Tipos de cansancio maternal



El estado natural de toda madre que se precie, además de la locura, claro está, es el del agotamiento físico, mental y hasta emocional si me apuran, que dormir poco y estresarse mucho es lo que tiene, que te deja los biorritmos como los de un cadáver del siglo XIX, el pelo sin brillo y las pupilas desquiciadas al fondo de las cuencas.

Por eso, al igual que los esquimales distinguen entre más de 30 tipos de color blanco porque las criaturas no ven otra cosa desde las ventanas de su iglú, nosotras distinguimos entre varios tipos de cansancio dentro de un mundo de constantes vitales bajo cero.

He aquí algunos tipos:
 
Sueño infernal. Da igual que la alarma del móvil te diga que te vas a llevar ocho horas de sueño en el body. O no te dejan echarlo a pierna suelta con biberones, chupetes, miedos y pipís o los echas pero no los notas. Duermes pero no descansas. Y vas por la calle con los ojos empequeñecidos cual puñadas en un tomate, loca por dar una cabezada en la mesa de la oficina o en el hombro del compañero de autobús o hacerte la muerta junto a la fotocopiadora hasta la hora de dormir.

Subida al Everest. Es un cansancio más físico, que bien puede estar justificado con las idas y venidas al colegio, al fútbol, a la catequesis o al baile regional o simplemente porque el cuerpo se planta en modo agotamiento on y se niega a funcionar más. Este cansancio puede hasta incluir agujetas y lesiones no identificadas y no se elimina a no ser que te dés una cura de sueño de dos lustros.

Agotamiento extremo. Para que nos entendamos, ésta es la sensación de un martes de verano a las cuatro y media de la tarde llegando a pie de hacer la megacompra en el Mercadona por una avenida soleada. Pues lo mismo pero siempre. Con este agotamiento no es que quieras acostarte es que sólo te quedan fuerzas para que te induzcan un coma o para tirarte al suelo boca abajo y babear.

El cansancio camuflado. Esto es cuando para evitar arrastrarte hasta el cumpleaños de la amiguita del cole de la pelirroja con cara de cadáver y que te ingresen antes de que saquen la tarta, ingieres cantidades no recomendadas de red bull, pharmaton y otras lindezas y entras en un estado de euforia yonqui y descanso ficticio, así lo das todo creyéndote recuperada y hasta eres capaz de mantener tres conversaciones a la vez y rescatar a siete niños al borde de la asfixia en el parque de bolas para luego, una vez que te bajen de golpe los niveles de cafeína y ginseng en sangre, caer desfallecida sobre la merienda en plan dama de sushi y que tengan que levantarte los de la grúa para llevarte a casa a acabar de morir.

Shock multiorgánico. Te puede asaltar en cualquier momento y lugar, se parece a estar enfermo y se caracteriza por dejarte al borde del coma, como si estuvieras incubando el Ébola, pero en peor. Te duele la cabeza, te pesan los brazos y te asaltan las dudas sobre si vas a morir en la próxima media hora. Pero no. Pasas un par de días esperando la llegada de la gripe o de la muerte, pero al final renaces como si nada hubiera pasado. Hasta el próximo pase.

Modo resacón. Este modelo es más de la primera etapa de la maternidad cuando los niños duermen a ratos y te pasas las noches calentando biberones, cantando nanas desafinadas y maldiciendo tu estampa y las mañanas medio zombie con el estómago del revés, la jaqueca martilleándote la sien y cara de haberte bebido cuatro destilerías escocesas, aunque no bebas una gota desde 1997. Como aquellas nocheviejas de mozuela en las que tus amigas te obligaban a quedarte hasta que amaneciera y a tomarte dos churros fríos para desayunar y volvías a casa envuelta en el chal cual chulapa, muerta de frío, dando traspiés con los tacones y ‘estrosaíta’ viva. Pues más o menos igual, pero cambiando la juerga por tres bocanadas de leche agria regurgitada en la cara.

¿Cuál es el tuyo? A mí, me los pone todos, por favor.




lunes, 23 de noviembre de 2015

Yo tenía un novio



Yo tenía un novio, mire usted. Y nos cogíamos de la mano y nos mirábamos a los ojos y hacíamos todas esas cosas que hacen los novios, hablábamos largas charlas místicas con una copa de vino -'u tres'-, veíamos temporadas de series completas en maratones interminables, hacíamos escapadas y viajes, salíamos de juerga y lo dábamos todo y, en definitiva, éramos una pareja molona.

Pero claro, una se metió en esto de la maternidad así a lo loco y ahora ni tiene novio ni tiene ná o lo que es peor, en su lugar, tiene dos mininovios, pelirrojos y menores de edad, posesivos, gritones y de manos pegajosas, que me persiguen cual psicópatas, me llenan el bolso de gusanitos chupados, piruletas abiertas y restos de muñecos Kinder -hasta medio nuggets tieso me encontré el otro día al llegar a la ofi enganchados en las llaves, pero me hice la tonta y lo empujé al fondo para que no pensaran que soy una diógenes o una guarrindongui o una bulímica que precisa tener carbohidratos a mano- y se maquillan como apaches con mi barra de labios nueva, incrustándosela en las pupilas si hace falta y provocando el microinfarto familiar y el empadronamiento en la sala de urgencias del Materno.

Así, una ni puede tener novio ni depilación exhaustiva ni cordura mental, y el que era mi novio, criatura -que también vive con nosotros y sufre como yo el mal del pelirrojismo y la bimaternidad- me mira con ojitos de cordero degollado, a sabiendas de que ha pasado de ser el amore a ser el pater, pero no por nuestra elección, dios nos libre, sino porque esto de ser una pandilla no da tregua para el romanticismo.

Pero luchamos, digo si luchamos, y los fines de semana antes de las nueve ya los tenemos bañados y repeinados al estilo florido pensil y cenados, listos para encamarlos y poder disfrutar de una cenita a dos y ver una peli bajo la manta de las dos mil toneladas. Pero ni mijita. Siempre pasa algo y las opciones son ilimitadas. La opción número uno es que se nieguen a dormir y tengamos que meternos con ellos en la cama para que se crean que vamos a dormir todos y cuando por fin lo logramos, salir con los ojitos güertos y el cuerpecito cortado de dar dos cabezadas para fingir que tenemos ganas de otra cosa que no sea tirarnos a roncar cual lirones.

Otra opción es que se duerman y que al minuto aparezcan corriendo y muertos de risa por el pasillo como si fueran una aparición mariana y se nos acoplen a la mesa para poner cara de asco de nuestra comida, en el caso de la primogénita, o para tratar de comérselo todo y escupirlo después en plan rumiante de las praderas, en el caso del hermanísimo.

También podemos sucumbir a los encantos del fin de semana y ponerles una peli en su cuarto, para que a los diez minutos ya estén pidiendo sitio en nuestro sofá y cobijo paternal y ante el riesgo de dejarlos traumatizados con la interesantísima película europea que estábamos viendo, decidir cambiar de canal, a ver si con suerte en el clan están echando un chiguagua en cualquier sitio y así poder arrancarme los ojos de las cuencas.

Otras veces, el entusiasmo de la pelirroja por ver algo en familia es tan elevado que ni siquiera lo intentamos y nos preparamos para poder ver Los Descendientes en bucle, mientras Cigoto coquetea con la muerte subido a la mesa y el pater me mira como un novio furtivo y yo le guiño un ojo de soslayo, separados por una carabina de metro treinta con un bol de palomitas XL.

La otra opción es escaparse el finde y lanzarlo con las abuelas para que no haya intromisión posible, pero claro, también es arma de doble filo y no sólo porque se pasan la noche mandándote audios terroríficos desde el primer móvil que pillan sino que a la mañana siguiente con el cuerpo rotito del trasnoche que una ni se acordaba de qué iba el asunto, hay que ir a recogerlos. Y hacer de madre con resaca es algo muy duro.

Así que a la espera de que se nos casen y nos dejen vivir, el pater y yo nos mandamos whatssaps secretos y hablamos en la hora del desayuno del curro como si fuéramos dos novios de estreno y a veces en un alarde de romanticismo me da la mano en la cocina mientras hace la cena y hasta me sorprendo de lo grande que es acostumbrada a las manitas regordetas de los herederos o me da un beso y la pelirroja se muere de la risa.

Al menos, algo debemos andar haciendo bien porque luego la primogénita me cuenta que cuando sea mayor será como yo -pobre criatura condenada a la dieta Dukan y a la bipolaridad- y que se echará un novio bueno y guapo como el pater y que tendrá una familia como la nuestra pero que para que no nos pongamos tristes, vivirán todos allí mismo, en mi salón y que ella y su novio dormirán en una cama grande junto a la mía y a la del hermano, que también tendrá a su novia bajo nuestro techo, para que vivamos todos siempre juntos y felices 'por ziempre jamaz'. Y yo le sonrío con los ojos espantados, mientras me debato entre jalarme una tableta de Suchard o ponerme una pastilla debajo de la lengua.


lunes, 16 de noviembre de 2015

Entrenamiento rural


Como primer paso de nuestro yunquerismo fraudulento, el sábado nos fuimos al campo. A lo loco. Me llamó mi hermana que está loca por trincar un rayo sol y me lo propuso esperando de mí un grito de horror pero como ahora soy slow y me debo al mundo rural, dije que sí, total una debe acostumbrarse al senderismo y a las alimañas del bosque si va a hacerse ermitaña un día de estos, así que me tiré al armario en busca de algún atuendo adecuado para la ocasión.

Yo no tengo chándal por principios, ni pitillos ni nada ligeramente deportivo que no sean los culottes que me compré cuando me dio por el spinning y que tienen culo propio, como si no tuviera una suficiente con el suyo, y poco más. Los vaqueros estaban descartados porque los míos son más bien estrechos tirando a “en realidad usted tiene una talla más” y no era plan de perforarme la pleura frente a un olivo y darle un mal rato a los domingueros. Pero por suerte descubrí un pantalón de H&M de esos que una nunca sabe si es un pijama o un chándal y me lo coloqué con una camiseta de leopardo que es la única cosa de manga corta que tenía a mano y que me daba un aspecto muy de extrarradio o de simpatizante de Camela, pero mire usted, en el campo todos los gatos son pardos.

Y allá nos fuimos, todos disfrazados, porque en esta casa éramos muy urbanos y no teníamos fondo de armario campestre, a tirarnos al monte como los maquis, eso sí, previa hora de carretera por los montes de Málaga con el estómago en la nuca. La primogénita preparada con dos litros de Biodramina en sangre, pero el aspirante, que nunca se había mareado, iba a pelo y se tornó verdoso a mitad del camino, vomitando todo lo que tenía que vomitar. Y un poco más.

Pero aquello no nos iba a amedrentar con lo contenta que iba yo con mi gorra y mi cara de campestre novata, aunque como somos unos gafes, cuando llegamos a la zona de ‘esparcimiento’ en lugar de las mesas habituales, sólo estaban las patas porque al parecer estaban desmantelándolas para cambiarlas así que no había donde sentarse más que tirados en el suelo en plan 15-M o sobres las futuras patas para perder la virginidad o tontear con un desgarramiento anal.

Así que improvisamos un campamento horrible, con tablones llenos de hormigas que colocamos sobre las patas y que cuando nos sentábamos se torcían cual balancín y acababan lanzando la tabla por los aires para terror de los otros campestres que vieron amenazada su integridad física como quince veces, dieciséis si contamos cuando Cigoto lanzó un tarugo de leña contra el campamento colindante para desfogar su lado pandillero para terror de una señora que casi se cae en su propia paellera.

Por supuesto, allí de slow no había nada o igual sí lo había antes de llegar nosotros, quién sabe, con tanto niño corriendo, la parrilla lampona por achicharrarnos la cara, el pantalón pijama arrastrando una hilera de piñas y la pelirroja con su agilidad limitada mordiendo el polvo por todos los terraplenes con cara de horror.

Pero en el mundo rural, el ánimo nunca decae y mi hermana nos llevó de excursión a coger piñas y madroños, donde estuve a punto de encontrar la muerte clavándome una rama en la sien, pero emocionada con los bolsillos de la parka llenos de madroños y una bolsa llena de setas preciosas que nos encontrábamos por el camino junto a flores espantosas y restos de lo que parecían piñas devoradas por un jabalí que me iba dando el niñerío a modo de trofeo campestre mientras se daban leñazos contra todo arbusto existente y yo me infartaba por las esquinas.

El único que parecía haberse criado en el campo era el aspirante, mire usted, qué clase para apartar matojos, agacharse en el momento justo y hasta rodar cual croqueta para evitar un peligro mayor. Hasta que en un traspiés se desolló toda la barriga con las hojas secas y le vio los ojos a la muerte y yo para rescatarlo, también, con el consecuente despachurramiento de madroños bolsilleros que se convirtieron en una masa amarillenta y pegajosa que acabó traspasando la parka y el pantalón pijamero y haciéndome una especie de mascarilla natural sobre la pistolera derecha para cachondeo general del personal, sobre todo del pater, que encima me tiró las setas con la ilusión que yo tenía en el cuerpo, porque al parecer no eran aptas para el consumo.

Con estas y otras magulladuras más, llegamos a casa siete horas después de haber salido, con los pelos foscos y semicardados de los enganchamientos sorpresa con la arboleda,  con suciedad para repellar dos casas, con olor a candela en las entrañas, tres madroños pegajosos que sobrevivieron a la masacre, un puñado de aceitunas verdes en un vaso de Peppa Pig y la certeza de que en esta casa necesitamos más cultura campestre. 

Y un euromillón, claro, pero ésa es otra historia.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Venirse arriba y otras prácticas peligrosas



Una podría rendirse y aceptar que sólo tiene fuerzas para abrir la puerta y tirarse en la entradita en plan cadáver del CSI, que entre los madrugones, los pelirrojos, el otoño, la alergia, los deberes y los virus que llevamos pegados a la espalda como una amenaza fantasma o un buitre de discoteca, una no tiene energía ni para mantener las constantes vitales en su sitio, que si no fuera por como me late el tic del ojo diría que en realidad soy un espectro.

Pero claro, una es madre y aunque quisiera pasarse las tardes mirando a la pared hermosamente decorada por los garabatos de Cigoto, en plan testigo principal de las películas de Antena 3 de ‘he tenido un shock traumático y como mucho puedo balancearme con los ojos fuera de las cuencas’, no puede, y no puede no por conciencia, dios me libre -que eso, como la depilación de cejas, es para las nomadres- sino porque la vida no te deja rendirte y babear en el sofá, y los pelirrojos, menos, con lo bien que me vendría a mí el balanceo para los nervios y las cervicales.

Así, que ante la idea de tener que ir sí o sí al parque a que la prole coquetee con la muerte y una infección por tétanos, al súper a ver a maris atascando los pasillos y paseando como si estuvieran en el paseo marítimo o a la mesa de torturas del salón a hacer los deberes del demonio, una prefiere no reptar luciendo cara de ánima de la Virgen del Carmen y la bola de pelo fosco asomando por detrás y, sobre todo, no andar dando cabezadas sobre el libro de caligrafía y las malditas m con rabito, así que hace lo peor que se puede hacer que es venirse arriba.

Como ahora me ha dado por la cutremeditación, el slow y el rollo hapiness fraudulento y bueno, la bipolaridad que una ya trae de casa, una pasa de la muerte por cansancio a los gritos en plan alien el octavo pasajero y de ahí al modo Xuxa o Torrebruno el amigo de los niños y me tomo una dosis extra de cafeína o de taurina y en lugar de ir a ritmo normal y hacer lo que se espera de una, me vengo arriba y en lugar de hacer los deberes me invento hacerlo de una forma más creativa incluyendo invenciones de cuentos, teatros improvisados y juegos variados para aprender las partes del cuerpo en inglés con acento de Canillas de Algaidas.

O en lugar de pasar la tarde en casa, dándole a los rayos catódicos o la flojería, me saco de la chistera un plan de chicas de compras para probarnos las nuevas colecciones  o de cine o de museos o de juegos y hacer un pack mortal de Monopoly, parchís y suicidio o de cualquier cosa que en ese momento parezca una maravillosa idea pero que absolutamente siempre resulta ser un infierno.

Así, me entusiasmo, los entusiasmo y nos tiramos a las calles para a mitad de camino empezar a tener un shock multiorgánico y los sudores fríos de premenopáusica de ver a Cigoto corriendo hacia la carretera lampón por tragarse un parabrisas o escalando por una farola mientras la pelirroja se enfada porque no estoy escuchando la historia de como Beatriz ya no se habla con Rodrigo, que ahora ya no juega con Nachete, cuando yo lo único que quiero es volver a casa y tirarme en la entradita y babear.

O cuando llego del trabajo y tengo una cita posterior y me vengo arriba y me quito el maquillaje, la pintura de uñas y vuelvo a lavarme el pelo y… en un momento mientras la pelirroja me suplica que la maquille, el hermanísimo mastica mi última barra de labios y me veo frente al espejo con mi cara de ‘en realidad usted está muerta’, me entra la flojera inicial y verdadera y me enfado por tener que volver a darme la chapa y pintura y a meterme la plancha con lo bien que estaba una, aunque con el rimel semicorrido pareciera un mapache enfermo y tuviera dos desconchones en la uña del anular.

O hacer un día en familia que suena a anuncio de Coca Cola family y que termina como el rosario de la aurora y conmigo en plan Mila Ximénez on fire, gritándole a los pelirrojos y al mundo y gastando mis últimas rayitas de vida y maná en mitad de calle Larios para sorpresa de los transeúntes que me miran entusiasmados, creyendo que formo parte de una performance o un teatro ambulante de neorrealismo italiano.

Pues eso, que reptar tan poco es tan malo y para los lumbares viene estupendamente.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Quiero vivir en un pueblo



Quien me conozca creerá que miento porque a mí los pueblos me dan una tristeza muy mala de ésas de película europea que se te cogen al estómago, con sus cuestas de 45 grados, su bar de la plaza y sus viejecitas en las puertas haciendo punto. Que no digo yo que no sea una cosa bonita pero yo, que soy de salir y entrar, eso me da una ansiedad muy mala en plan Gran Hermano rural.

Pero claro, eso era cuando yo era libre y cuerda y cuando estaba en otra escala de la pirámide de Maslow, donde soñaba con un Loewe y un Birkin y no ahora que sólo quiero dormir, peinarme la bola de pelo que tengo por coleta o tumbarme bocabajo en el suelo a babear hasta el día del juicio final. Ahora ya no sueño con un Amazona,  de hecho sería capaz de patearlo hasta saltarle las costuras en uno de mis días de furia extrema cuando el tiempo máximo entre trabajo-colegio-catequesis-deberes-ducha y cena son de treinta a cuarenta segundos y me autogenero de dos a tres crisis de ansiedad, cuatro si nos toca caligrafía o nos encasquetan el libro viajero y la mascota deforme a la que hay que fotografiar como si fuera una celebritie de postín, con la de plancha que tiene una.

Entonces la idea de vivir en un pueblo recóndito se me antoja una idea paradisíaca pero no para ser una pueblerina moderna sino una tipo fundadora y sentarme en la puerta a hacer punto y tejer bufandas infinitas y tener una mesa de camilla y comer castañas y mirar fijamente a la chimenea haciéndome la muerta. Sin estreses, sin extraescolares, ni inglés de Cambrigde, ni dietas para entrar en las faldas de Inditex, ni retoques de manicura de última hora… O mejor aún, hacerme hippie y vivir en las afueras y tener a los niños asalvajados en el huerto, sin colegio, que aprender a leer estar sobrevalorado, hombre ya, y yo con mi taza de coca cola mirando al infinito con el semblante tranquilo a lo Meryl Streep y darle la mano al pater y preocuparse sólo de ser feliz.

La mamma, que también se ha sumado al yunquerismo, que es como hemos venido a denominar este movimiento, se ha inventado –porque a la mamma le encanta inventarse las cosas y luego defenderlas hasta la muerte-, que ahora está muy de moda que los pueblos busquen repoblarse y ofrecen casas gratis y trabajos y huertos ecológicos para los urbanitas descarrilados, entre ellos Yunquera, un pueblo de aquí de Málaga al que iba de pequeña de campamento y que según mi madre, no sólo te acogen y te lo dan todo sino que hasta viene la banda de música municipal a recibirte en plan Bienvenido Mr Marshall.

Por supuesto todo es mentira y en la web del Ayuntamiento –a la que he entrado por tontear, no se me alteren, que también me hice vegana durante dos días y medio y luego me comí un Big Mac- no dicen ni mu del plan repoblacional que defiende la mamma, pero en cambio sí he visto que nos invitan a todos los internautas a la inauguración del nuevo tanatorio, como si se tratara de la de un parque o un estadio de fútbol, como si fuera lo más normal del mundo eso de comerse unos canapés en tanatorio, pero luego he pensado que igual es mejor que no se trate de un pueblo convencional porque cuando nos vean llegar en pandilla con los Cantajuegos a toda pastilla, Cigoto pintando las paredes encaladas con rotuladores, los cuatro maletines de pinturas y los cajones de Barbies de la primogénita, el estrés pasivo del pater y mis crisis de ansiedad a lo Carmen Maura, nos echan antes que el tipo del bombo le dé tiempo a llegar a la plaza. Y no les culpo. 

lunes, 19 de octubre de 2015

El futuro ya está aquí o el regreso de Marty McFly


El miércoles Marty McFly llega al futuro y yo, que no sé ni por dónde me sopla el aire, tengo la fecha grabada a fuego como la del cumpleaños de mi amiga Carolina que no veo desde segundo de parvulitos y que estuvo en mi vida 25 minutos, pero mi mente va por libre y prefiere olvidarse de las capitales del mundo y quedarse con la fecha de la muerte de Rocío Jurado. Una es así. Majara.

Pues con esto de la llegada al futuro en la que llevo pensando varias semanas, he caído en la cuenta de que no vamos a estar a la altura, vamos, que somos un futuro ruinoso sin monopatines a propulsión, coches voladores ni na de na. Un despropósito. Con la ilusión que nos hacía pensar en 2015 como si ya hubiéramos conquistado el universo y fuéramos de compras a Marte como si fuéramos al Primark, pero no.

Entonces me percaté de que si para Marty McFly el miércoles es el futuro para la versión infantil de mí misma con cara de refugiada -por culpa de los pelados a los que me sometía mi madre-, también. Y me acordé de todo lo que yo esperaba para mi futuro, que igual no incluía condensadores de flujo, pero sí una vida molona de súper ganadora de pelo frondoso y vestidor de 200 metros cuadrados.

Se supone que a estas alturas yo tendría que ser una periodista súper reconocida mínimo del Times, porque por supuesto hablaría inglés mejor que la reina madre, ganaría mucha pasta y tendría publicadas al menos tres novelas de éxito, de esas que la gente hace cola para comprarlas, viviría en un loft de lujo con mesa de billar y una cinemateca con toda la filmografía de Bette Davis y la Crawford y Bergman, tendría una talla 38, una piel fabulosa, un armario hasta arriba de bolsos de firma y una agenda repleta de citas para ir a ver obras de teatro, estrenos de cine, cenas en restaurantes molones, juergas sin fin, viajes exóticos y retiros en una casa de campo de la Provenza.

Cierto es que tengo el TCM clásico y ayer mismo pude ver casi 20 minutos enteros de Bajo Sospecha mientras la pelirroja bailaba por Beyoncé dándome culazos en la cara y el aspirante se comía un paquete de tizas en mi regazo, pero en casa somos más de ver ‘Mails del futuro’ y ‘Caillou’. Vale que mi casa es chula y tiene mesa de billar, pero que está pocilguera y repleta de fichas de juegos, billetes del monopoly, vestidos de la barbie llenos de rotulador y cartas de pokemon mordisqueadas y lo mismo te encuentras una pierna de la Barbie bajo la almohada que un lollypop chupeteado en tu blazer nuevo, pero preferimos gastar nuestro tiempo en jugar y reírnos o en hacernos los muertos en el sofá mientras la pelirroja nos lee cuentos. No tengo un Vuitton ni un Loewe, pero todos mis bolsos tienen restos de gusanitos y cartas de amor que me mete la pelirroja para que las descubra en el trabajo. Cierto es que no soy famosa y que dejé el periodismo a ful, pero ahora tengo un trabajo que me permite estar en casa por las tardes y gritar como un moranco y hacer la croqueta por el salón con Cigoto hasta la hora de cenar. No es que no descanse en la Provenza, es que no lo hago en mi cama porque hay pìernas y brazos y empujones por todos lados, pero también hay besos y arrumacos y juntarnos mucho para dormir los cuatro en una locura de manitas regordetas y respiraciones calentitas.   

La verdad es que esta vida que tengo no se parece absolutamente en nada a la que soñaba que tendría. No hay lujos, no hay tiempo, no hay suficientes horas de sueño, no hay tanta vida social, ni fiestas, ni soy famosa, ni una escritora de éxito, ni me caben los vaqueros de la 40, ni tengo pelazo, ni he heredado la piel de mi madre, apenas tengo tiempo libre, ni me queda pasta para ahorrar para un viaje a Bali, voy con la manicura hecha un asco y se me cae el pelo, cada día tengo más cejas y menos tiempo para arreglármelas, se me acumulan los libros por leer, no llego a tiempo a ningún sitio y no hay ni un solo día que no grite enfadada rompiendo la barrera del sonido, pero creo que si mi yo infantil de cara de refugiada me viera ahora, se sentiría orgullosa de mí. Y de vosotras también.

Este futuro mola.

lunes, 12 de octubre de 2015

Así(n) no se puede o cómo morir de vergüenza en las reuniones escolares



Me van a quitar la vida. Cierto es que desde que entré en el negocio de la crianza una ha bajado el nivel hasta términos insospechados, vamos, que si ahora mismo me pegara a la puerta Ryan Gosling con un ramo de flores, no le abría la puerta por miedo a que me denunciara a las autoridades y Sanidad me acabara cerrando el salón, pero en las cuestiones que mínimamente aún puede controlar una –que es el trabajo y poco más- soy una chica empollona, qué le vamos a hacer. De ésas que entregan los informes y los artículos dos días antes de la fecha de entrega, que van siempre con dos bolígrafos por si uno se estropea y muere de un colapso si comete un error laboral. Imagino que de ahí el sufrimiento de ver que mis vástagos son dos desastres con patas, que lo mismo me esconden los deberes que me refriegan un filete empanado por el televisor o me vacían una pomada en el sofá en la mochila de la guardería.

Que a ver que una conoce a sus bestias, pero siempre reserva la esperanza de que allende las fronteras del cuidado maternal sean gente de bien con cultura del esfuerzo y capacidad de trabajo, que de sueños también se vive mire usted.

Pues no. Ni mijita. Hace unos días tuve las reuniones escolares de principio de curso y no me echaron de la clase por caridad.

La primogénita estrenaba seño y aquello era una oportunidad de quedar bien, que quien no la conoce y la ve con su gigantolazo y su cara de muñeca antigua la toma por una niña ejemplar pero claro, la muy picarona de la maestra nos puso la reunión después de varios días de clase, vamos, que ya había tenido tiempo de descubrir el pastel.

Ya no voy a hablar de los pupitres de los otros niños con sus fichas ordenadas en las carpetas ni de los papeles de la pelirroja hechos bolas y aplastados por las libretas llenas de tachones sino de que cuando terminó la reunión y las madres se fueron acercando a hablar con ella, a todas les decía, ‘sí, sí. Es muy charlatana pero también muy trabajadora’ o ‘le cuesta un poco, pero se esfuerza mucho’ o ‘tiene muchas ganas de aprender’ hasta que llegué yo con mi cara de buenamadre fingida, que para eso me hice hasta la plancha, y nada más decirle quién era la mía me puso los ojos en blanco como Whoopi Goldberg en Gost y yo no sabía si es que iba a tener una revelación divina, una bajada de azúcar o si había sido poseída por la madre fundadora del colegio, con el miedo que me dan a mí estas cosas, así sin avisar ni nada. Pero no, cuando volvió en sí negó con la cabeza como cuando mi madre me veía vestida para salir de fiesta y me dijo no sólo que a la niña le gusta trabajar menos que a Dinio, sino que se distrae con la sombra de una mosca, vamos que cualquier cosa que no sea la ficha merece toda su atención. Y allí una con su plancha hecha, rindiéndose ante la evidencia de que este ciclo tampoco engañábamos a nadie. Y por si no fuera poco el hecho de tener a una niña floja nivel ojos en blanco, se me castiga con un ‘tiene que leer mucho y hacer muchas tareas y fichas y dibujos…’ y entonces la que ponía los ojos en blanco era yo, pero para adentro, claro, que para fuera fingía como si fuera la hermana de Paloma Cuevas para que la seño no se coscara de que detrás de la pelirroja fullera que prefiere hacer tachones a borrar, está una madre desastre que compra los disfraces en el chino y le da donuts para desayunar. De chocolate.

Pero aún me quedaba la esperanza del benjamín, que como la criatura se nos está criando solo como buenamente puede, igual nos daba una sorpresa escolar y estaba en el cuadro de honor de la guardería así a lo tonto, y me iba a poder poner las perlas de señora en la graduación con la entrega de diplomas y lanzamiento de birretes. Pero no. La señorita no me puso los ojos en blanco, de hecho no paraba de reírse contándome anécdotas de Cigoto, que digamos, es el masca de la clase, pero no el que va a leer el discurso de apertura del curso escolar porque de hecho es de los pocos que aún no habla, sino que es el que acabará con tres pendientes y una chaqueta de cuero, pobrecito mío, con las canijeras que tiene.

Según me contaron, se niega a sentarse casi todo el tiempo, sobre todo en la asamblea que al parecer eso es como de borregos para mi hijo que es muy antisistema, quien además se dedica a levantar a los demás y a llevarlos al reverso oscuro, que es el lanzamiento de piezas de puzzles educativos e intentos de fuga al patio., mientras la pobre seño se entrega a la lectura del proyecto educativo. Que a ver, que no es por justificar al niño, pero si yo tuviera que verle la cara al Pompito ése, que es la mascota de la clase y del libro que es un payaso feísimo, falsón y ochentero, también me daba a la subversión.

Y luego estaban las madres, las mayoría primerizas, imagino, preguntando por frutas y yogures, mientras yo preguntaba por las fiestas y los disfraces y ellas contando cosas del tipo ‘Mi niño todos los días me cuenta lo que ha hecho en el cole y si juega con uno o con otro’, ‘Pues la mía está loca con Andrea y siempre me está hablando de ella’, ‘Pues el mío cuenta hasta el diez’… y así todas mientras yo asentía para sentirme partícipe cuando el mío sólo chilla como un japonés malo de los nervios y con suerte me escupe a la cara ‘Peppa Pig’ dos veces por semana. Qué vida perra.

Total, que no hay manera de ir por la vida de madre ganadora, con lo que me gusta a mí un postureo.

lunes, 5 de octubre de 2015

No me da la vida o alegato a favor de la clonación humana



Yo soy de las que hace muchos propósitos, imagino que para fingir que así lo tengo todo controlado porque quien tiene un plan tiene medio trabajo hecho, aunque el otro medio no lo haga nunca, que todo no puede ser. Hombre ya.

Por eso yo, con la llegada de septiembre me había venido arriba y pensaba ser una mujer renovada, empleada del mes, madre perfecta y esposa amantísima, pero ha sido correrse la voz y tengo más tareas que un alumno de Bachillerato, vamos, que entre lo que me dice la Vogue, el jefe, el endocrino, las maestras de los pelirrojos, el médico de cabecera, la mamma y el primo hermano de la vecina del quinto he perdido el brillo en los ojos y me he apuntado para que las autoridades me concedan una muerte digna ante esta nueva vida que ni es vida ni leshes.

Según estas indicaciones, lo suyo es que me levantara antes de que suene el despertador a las seis y media porque levantarse por uno mismo es siempre mejor para el sistema nervioso, así que lo suyo será dormir con un ojo abierto para conseguir arrancar unos quince minutos a las cuatro horas de sueño que con suerte hilvano y en la que me despiertan de tres a cuatro veces con aguas, mocos, miedos y agresiones físicas infantiles como patadas en los lumbares o lanzamiento de brazos en el jeto.

Nada de café, ni cocacola, lo suyo es que con el cuerpecito cortado te bebas un vaso de agua caliente con limón porque si no, al parecer estás condenado a una muerte segura, luego desayunas un pomelo y pan sin sal y te duchas con agua casi fría para reavivar la circulación, te maquillas y te pones mona para ir a la oficina. Y cuando digo mona digo siguiendo los outfits de las revistas o los blogs de moda o estarás out y estar out es una cosa muy terrible.

Luego vete al curro y rinde mucho que hay que luchar por un ascenso aunque no lo quieras porque la ambición es también una cosa importantísima porque a ver si no de qué iba a estar Clara Campoamor dándolo todo para que tú no quieras ahora un despacho más grande, desagradecida.

Cuando llegas a casa con las piernas colgando y la malacara de Gollum, hazte una comida sana e insípida que no vea tu endocrino que has tirado de carbohidratos sinvergüenza, no vayas a coger un poco de energía con lo buena que están las espinacas hervidas y lo buenas que son para el colon… Y con el último bocado en el gaznate ponte a hacer los deberes con la niña, que te ha dicho la maestra que tenéis que colaborar, esto es que tú haces de profesora suplente en casa, pero ella no te barre el salón, que cada unos establece las colaboraciones como quiere.

Así que tengo que sentarme con ella clavándole las pupilas para que haga los deberes mientras repaso la lista de la compra que tiene que hacer el pater por la mañana y limpio la mesa al mismo tiempo que le explico las restas conllevadas, los conjuntos y la santísima Trinidad. Y además dice la seño que hay que traducirle los contenidos de sociales y naturales porque son en inglés y no quiere que se pueda ver perjudicado el contenido de la asignatura, que me parece muy bien, pero no está una para traducir las partes de una flor y las etapas de la Prehistoria como tiene el salón y los nervios. Pero ella dice que no tiene tiempo con sus veintitantos niños que se ve que tú, mujer, te organizas mejor.

Así que traduzco con mi inglés pueblerino mientras obligo al benjamín a dibujar para facilitar el trazo óculo manual, que dice su seño que es tema vital, aunque el niño lo que quiera sea comerse la cera y/o dejar tuerta a la hermana.

Tampoco nos podemos entretener mucho porque la niña tiene que ‘esparcirse’ e ir al parque pero también leer una media hora al día, así que podemos ir al parque arrastrándonos con nuestra dieta hipocalórica y nuestra cara tipo muñeca de Tim Burton para que la niña se esparza pero que se esparza leyendo aunque se abra la cabeza contra el tobogán y Cigoto coquetee con el suicidio en la barra de los mayores mientras hace ejercicios bucales de quince minutos a media hora diaria para que alcance una buena dicción en su vocabulario de cuatro palabras.

Y hay que volver a casa porque el pequeño tiene que hacer Yoga, no, no es una broma, que mi guardería es muy progre, así que mientras lo pongo en la postura del loto, hago flexiones que dice mi endocrino que no pierdo porque no hago deporte, así que me flexiono mientras el pequeño se reordena los chakras en el salón y la primogénita me cuenta lo que ha hecho en el día, que hay que hablar con los niños, sin interrumpirles ni terminarles la frase que eso está muy feo, así que mientras hago sentadillas, me puede ir repasando las intrigas palaciegas del patio del colegio o las propiedades mágicas de una canica con un desconchón que se encontró en el parque con dos millones y medio de gérmenes.

Y si aún no se me han parado los órganos vitales en seco, aún me faltarían los baños relajantes, las cenas sanas y tranquilas sin presiones pero sin que se dejen nada en el plato, que dice la pediatra que soy muy permisiva, jugar un rato antes de dormir, a ser posible haciendo un puzzle o algún juego educativo y acostarlos con un cuento antes de las diez. Luego, tener un rato para hablar con el pater y mantener viva la llama del amor, ver alguna serie de culto y leer a García Márquez o el poemario de Luis Alberto de Cuenca, que es premio nacional de poesía y hay que cultivarse aunque una ya no tenga neuronas ni para leer la receta del Apiretal.

Pues eso, que no me da la vida.

lunes, 28 de septiembre de 2015

El poder rejuvenecedor de la no-maternidad o las ventajas de dar esquinazo a los pelirrojos



Lo que cansa ser madre sólo lo sabe otra madre, u otro padre o la vecina del quinto, que es la tercera vez esta semana que te pregunta si te estás haciendo diálisis o si tienes previsto un trasplante de hígado o si se te ha muerto en la última semana algún familiar querido, porque al parecer este nivel de ojeras precisa de una explicación más contundente. Así que sólo ellos saben lo que significa que te regalen un finde en un hotel de lujo con tu spa y tu silencio y tus montañas y tus piscinas infinity para hacerte la moderna, que una será una madre de cejas tipo Yeti pero nunca dice no a un cóctel y a un hacerse la moderna.

Y así fue como el pater y yo abandonamos al pelirrojismo con la mamma, a su suerte, no a la suerte de los niños, sino a la de mi madre que no sabía la criatura lo que se le venía encima con la niña y su maletín XXL de maquillaje y el niño moqueando cual caracol con un resfriado de órdago y una tos de anciano de las montañas.

Llegamos al hotel como dos enfermos terminales, que aún no sé como la muchacha de recepción no nos llamó una ambulancia al vernos la mala cara que llevábamos porque una en lugar de ir con un maquilaje waterproof o algo, iba a ‘jierro’ luciendo jeto al natural, como tengo yo el jeto después de este mes de trabajo a ful, vuelta al cole y a los gérmenes, y dos pelirrojos non stop. Para chillarme.

No os contaré cuando le regañé al pater por pedirse una crepe poco antes de la hora de comer, ni cuando le di una voz a una guiri porque iba a resbalarse en el filo de la piscina ni cuando prácticamente obligué a otra a echarse de mi crema protectora ante el color gamba que iba cogiéndole la espalda. Vamos, que tardé como medio día en zafarme de mi rol de madre, que parece que no, pero cuanto más tiempo lleva una metida en el negocio de la crianza más se le va grabando la cara de madre, como cuando Frodo se ponía el anillo e iba sucumbiendo cada vez más a su poder. Igual de tenebroso.

Pero pasadas unas horas ya no sólo me la soplaba que el camarero me trajera un cóctel que no fuera el mío –mientras llevara alcohol y cosas flotando…- o que la compañera de hamaca fuera una especie de ángel de Victoria Secret frente a mí y mi biquini descolorido nivel Chernobil, ni que el pater leyera sin hacerme caso o jugara al clash of clan o se comiera media docena de gofres antes o en lugar de comer o que la guiri lampara por dos melanomas, yo a lo mío. Y tras unas horas de hamaca, carbohidratos y spa no sólo dejé de ser madre sino que rejuvenecí como diez años, vamos, que se me puso la cara tersa y se me borraron las ojeras que hasta la modelo de la hamaca de al lado parecía cada vez menos modelo.

Y no era actitud, en serio, que el pater también sufrió del efecto Bejamin Button y nos hicimos fotos para atestiguarlo –en Instagram hay algo-.. Eso sí, como diría la Basilio la fiesta terminó y nos tocó volver y aunque llegamos a casa de la mamma todavía jovenzuelos, fue enfrentarnos a dos diarreas de Cigoto y a tres coreografías y dos millones chistes malos inventados de la pelirroja y perder la lozanía de un plumazo.

Eso sí, peor le ha ido a la mamma que a nuestro regreso no sólo había perdido dos años de esperanza de vida y tres o cuatro figuritas del salón, sino que se había reducido como al metro treinta y se había llenado de canas. ‘Fíjate, que me eché el tinte el otro día, vamos que no me lo explico’, me dijo la pobre desde mi cintura. Pero luego me miró e imagino que se dio cuenta de cómo me crecían otra vez la ojeras y lo entendió todo. ‘Es que estos niños tuyos tienen tarea, hijamía’… Y añadió ‘tú déjamelos cuando quieras que a mí no me dan tarea’ aunque con la boca tan chica que apenas podía vocalizar y a medida que salíamos por la puerta y la dejábamos vivir, fue recuperando su tamaño natural. Imagino que por eso, antes de que llegara el ascensor, ya había cerrado con llave. Pobre.

lunes, 21 de septiembre de 2015

De nuevas maestras y segundas oportunidades


Cuando fui consciente de que al cambiar de ciclo, la pelirroja cambiaba también de maestra, al principio me preocupé por aquello de que no acabara de adaptarse bien a la nueva señorita pero luego caí en la cuenta de que aquello era una fantástica oportunidad no sólo para la niña, sino para su madre, o sea, yo misma que podría reinventarse como madre perfecta a los ojos de la nueva tutora y borrar mi oscuro pasado de malamadre negligente.

Ya sé que era una hipótesis muy salchichera porque lo normal es que la seño anterior ya hubiera dado referencias sobre todos nosotros y nuestros vástagos y a ver, no es que nosotros seamos unos chungos, de hecho hay algunos más chungos que nosotros y además yo amaba sobre todas las cosas a la maestra del año anterior pero para ser sinceros nosotros no estamos en el nivel de los padres profesionales y más como está ahora el nivel con esto de la pedagogía infantil y los mantras de Paulo Coelho.

Vamos, que frente a las madres que devuelven a la muñeca mascota de la clase oliendo a lavanda y con las costuras repasadas, nosotros la llevamos atropellada por el carrito y con los ojos como el Dioni como secuela; mientras las otras rellenan el libro viajero con fotos y postales y poemas de Bécquer nosotros lo rellanamos en un escalón de la puerta del colegio con boli Bic dos días después de cuando nos tocaba haberlo devuelto… Y bueno, desde que trabajo por las mañanas y el pater es el peluquero oficial,  la niña va al cole como Mufasa pero con más enredos frente a las Sisí emperatrices de las compañeras y a veces lleva chándal cuando hay que llevar uniforme y viceversa o lleva las uñas pintadas y dos tatuajes de los Phoskitos en el brazo para infarto de la madre superiora.

Así, el plan era empezar a currárselo para poder estar entre las madres Premium que compran los cascabeles dos días antes de que lo pidan y cosen a mano los trajes de pastora mientras yo me recorro los chinos y encargo los cascabeles a cualquier alma caritativa. El problema es que incluso para llegar a este nivel ruinoso de madre mediocre una se deja el pellejo. Es decir, que trabaja tanto o más que la madre perfecta pero con peores resultados como cuando te pones a dieta con tu novio y el cerdo pierde tres kilos y tú 50 gramos y las ganas de vivir, pues más o menos lo mismo.

Así yo había comprado 20 metros de forro para forrar magistralmente todos los libros y poner preciosas etiquetas con el nombre de la pelirroja, para fingir ser una madre mañosa pero para arruinar mis planes la primogénita decidió avisarme un martes a las diez y media de la noche de un día horribilis que al día siguiente tenía que llevar los libros al colegio y yo que no había tenido ni tiempo ni acierto para forrarlos con antelación me decidí -soltando culebras por la boca- ponerme a ello por aquello de no arruinar mi plan y caernos en lo más llano. Pero entonces el padre se apiadó de mí y mientras Cigoto se comía las etiquetas, me confesó que ya estaba todo perdido, que ya habían tenido que entrar dos veces por conserjería por llegar tarde, que al parecer estamos en modo subversivo desobedeciendo el menú de desayuno y apostando por las grasas saturadas y que hay dos millones de papeles por rellenar que no sólo ya teníamos que haber entregado sino que ni siquiera sabemos dónde están.

O sea que aunque llevemos dos semanas de colegio y aún no le haya visto la cara a la nueva maestra ya hemos perdido toda credibilidad. Así que cerré la bolsa de los libros, y mientras Cigoto escupía restos de papel adhesivo, la pelirroja y yo misma le hicimos al pater un pase rápido de nuestra última performance por Raphael antes de irnos a la cama, con los rulos de forros a modo de palo de majorete.

Pues eso, que no tenemos remedio.

martes, 15 de septiembre de 2015

Todo lo que ya deberías saber de la vuelta al cole



1.- No nos engañemos. La vuelta al cole olía mejor en vacaciones cuando cualquier alternativa a los días de arena en los ojos y noctambulismo extremo era el paraíso, pero a la hora de la verdad cuando toca reeducar a las bestias y meterlas de cabeza en los horarios escolares, la cosa cambia y más aún cuando con los ojitos vueltos y las piernas temblonas de agotamiento extremos te toca hacer los preparativos de mochilas, meriendas, uniformes y demás un martes a las once de la noche cuando ya no tienes ni biorritmos.

2.- La mochila de Frozen de ruedas es como sangre de unicornio. No sólo cada gramo de su poliéster vale más caro que el oro de 24k sino que encontrarla en septiembre es como hallar el santo Grial en mitad de la Feria de Sevilla. Eso sí, será suficiente con que la compres en junio para que la niña decida en septiembre que ella la prefería de Violetta o de los Minnions o de Norma Duval y al final te la tengas que comer con patatas. En cualquier caso perderás pelo.

3.- Tendrás que rehipotecar la casa no una sino dos veces para hacer frente al desembolso que bien hubieras podido invertir en una lipoescultura de las buenas. Los materiales, los uniformes, los zapatos hechos con piel de gamusino tropical, los politos, los libros, los libros extra, las extraescolares… No te deprimas, igual luego se te hace notario y recuperas la inversión.

4.- La lista de los materiales es la ola que ya no parará más de la que habló el Che Guevara en la ONU. Da igual que la señorita te la diera en junio, en septiembre se irá expandiendo un día tras otro y tras otro hasta que tengas que vender a tu primogénito por otra caja de regletas o tres cuadernillos más de inglés o cuatro cajas de lápices Alpino que se ve que los niños se los jalan a puñados junto a los seis sacapuntas y las ocho gomas Milan y hay que comprarlos en cantidades industriales.

(...)