viernes, 30 de mayo de 2014

Publicidad, sobornos y otras maravillas. ¡El verano ha llegado a Pisamonas!



Aún no sé ni cómo ha sido pero el verano ya está aquí y lo que es peor, ha traído consigo el cambio de armarios, con lo cansada que está una, y el obligarnos a empezar a lucir el blanco nuclear bajo los vestidos, con lo feo que está eso.

Y como no podía ser de otra forma, también llega la hora de las compras para equipar a toda la familia y lucir como una familia de bien, lo que sin duda es la mejor parte.

De ahí que hoy os presentemos la nueva colección de verano de nuestros amigos de Pisamonas, que siempre ofrecen diseños actuales realizados con materiales de la mayor calidad para que resistan los envites de los pequeños de la casa y, sobre todo, para que los nenes estén cómodos, que es lo más importante, sin rozaduras, heridas, tiritas y quejas.





 
Y es que Pisamonas cuida mucho los diseños y la confección de sus zapatos –realizada en España-, así que ya estás tardando en echar un ojo a su web y a los muchos productos que ofrece. Y no te olvides de que los envíos y el cambio de tallas son completamente gratuitos. Sin compra mínima. Casi nada.




Mocasines, zapatillas de lona, merceditas, menorquinas, náuticos, bailarinas, alpargatas y un sinfín más de estilosos modelos te esperan para que tus retoños luzcan como auténticos príncipes y princesas.

La pelirroja, por su parte, ya se los ha pedido todos…Es lo que tiene tener una ‘mini fashion victim’ en casa.

No dejéis de pasaros por su web y ver todos los modelos:
http://www.pisamonas.es/

Y no os perdáis el vídeo '’El verano a tus pies’… Una monería!!


lunes, 26 de mayo de 2014

La 'muchachatunga' y otros misterios. Segunda Parte.


En casa, muy a mi pesar, seguimos ensayando para la gran actuación de la ‘Muchachatunga’, que nos tiene a todos ‘estrosaítos’ con las idas y venidas de la niña dando manotazos a diestro y siniestro como si estuviera espantando moscas, dejándose las muñecas en cada esquina de la casa y echando la cabeza hacia atrás al borde del dislocamiento o de la posesión demoníaca. Pero es que la ‘Muchachatunga’ es una actuación estelar y ya se sabe que las actuaciones estelares necesitan de muchos ensayos.
                       
Así, de noche, de día y de madrugada la tengo haciendo el majara, con las manos en la cabeza y moviendo las caderas con la gracia de una bielorrusa bailando flamenco, que se ve que el dinero que invertimos en esto del baile igual hubiera sido mejor destinarlo a la cría de lombrices en cautiverio porque por mucha castañuela y mucho ensayo, no se le ve mucho color al asunto, que una será su madre y tendrá una cicatriz que lo atestigua, pero las cosas hay que contarlas como son, que luego viene esto del karma y las energías del universo a rendir cuentas y no está una para recibir guantazos de la providencia. Como tengo yo el cutis de delicado en primavera.

Lo bueno es que al pelirroja es de autoestima alta y ella va a lo suyo, poniéndose el pijama de ‘peshitos’ –esto es remangado hasta que le queda como una especie de sujetador improvisado- y moviendo la barriga como si le estuviera dando un cólico cerrado de los malos, mientras el hermanísimo –pobre criatura- la mira desde el carro con los ojos desencajados tratando de averiguar qué es lo que se cuece en la casa y sobre todo si él acabará pillando rasca en el asunto.


‘Ez que le encanta cómo bailo ¿a qué zí mamá?’ me dice la pelirroja moviendo la cabeza como un rapero venido a menos. 'Buenooo, le encanta, míralo que no te quita ojo’... Y ella se vuelve loca de la emoción y da dos giros seguidos en plan Bisbal hasta estamparse contra el sofá mientras al pobre hermano se le achinan los ojos y empieza a hacer pucheros. Pero es que claro, la criatura no sabe de arte.

‘Lo peor de todo, mamá, ez que ezto me va a coztar mucho trabajo de hacer cuando me tenga que tirar para atráz con el disfraz de cereza puesto, ¿a que zí? Menoz mal que eztoy enzayando durízimo ¿a qué zí?’… Me soltó mientras se contorsionaba como si le estuvieran dando espasmos a los pies de la cama. Y claro, yo me quedé perpleja ante la idea de que la niña tuviera que ir vestida de cereza…  a ver si las maestras en plan mojigatas habían hecho una versión frutal del asunto, lo cual era como poco surrealista... o peor aún , a ver si al final la canción no era la ‘Muchacha turca’ de Hakim y era yo la empanada…

‘¿Pero seguro que tienes que ir de cereza?’  / ‘Seguro que zí... yo creo que zí ¿ez que no te guzta de cereza?’ / ‘Sí, sí que me gusta pero no sé yo, yo creí que te disfrazarías de mora’... Y entonces la niña paró de bailar -o lo que fuera que estuviera haciendo-, abrió lo ojos como platos y gritó ‘Ezo mamá, de mora, ez que me había equivocado de fruta’.

Pues eso, que no hacemos carrera de la criatura.


lunes, 19 de mayo de 2014

Aquellos maravillosos años. Los juegos.



La agilidad física nunca fue lo mío –y desde que soy madre la mental tampoco- pero ni cuando había que jugar al elástico en séptima posición y estirar la pierna hasta desencajarte la pelvis, ni hace dos años cuando media clase de step iba hacia la derecha y yo hacia la izquierda, fucsia del esfuerzo y con los pelos en la cara como la típica guiri bailando el ‘Follow the leader’. Una pena.

De ahí, que en mi niñez fuera lo que viene a denominarse ‘un paquete’ en prácticamente todos los juegos, aunque, por suerte, una es de autoestima alta y me lo pasaba en grande pese a que nada más empezar a jugar me llevara un balonazo en la cara jugando al ‘mate’ o al ‘balón prisionero’ y las partidas me duraran menos de 15 segundos. Y también, por suerte, siempre he tenido una vida social muy activa, lo que era muy importante en los sistemas de juegos de antes porque para establecer los equipos se elegía a dos capitanes –que solían ser los máquinas en la materia- que por turno y a dedo iban eligiendo integrantes, sacándolos del pelotón sudoroso y lampón por no quedarse el último, que era una cosa muy de avergonzarse y muy de ser un pardillo, un puesto que generalmente estaba reservado al gordo con gafas que no se movía ni con un aviso de bomba o a la niña escuálida con aparatos en los dientes y empanamiento severo, que en realidad no quería jugar pero su madre la obligaba, o a paquetes como yo, que ponían ganas pero no daban pie con bolo.

Por suerte, mi amiga Rocío siempre era capitana y la criatura me elegía a mí de las primeras, a sabiendas de que aquello le costaría la derrota, pero afianzando nuestra amistad y dejando al contrincante salivando por poder elegir a dos de los buenos seguidos. Todo muy trama política.

Personalmente, lo que más me gustaba era el elástico. Probablemente porque se me daba mal, pero menos mal que el resto, y siempre había unos cordones de tenis a los que echarle la culpa si se te enganchaba en segunda posición con el Elefante Rosa - El Elefante Azul o ‘Starsky y  Hutch, Starsky y  Hutch, son dos detectives de lo más sensacional’. Nosotros jugábamos en el rellano de mi casa o en la calle, que antes no había tantos violadores ni tantos rumanos que raptan a niños en los probadores del Primark. Como mucho, te daban un empellón por soltar un ‘no piqui’ antes de abrir el ‘poloflán’ semiderretido de la tienda de la esquina.

En mi barrio por lo que nos matábamos vivos era por pintar el guiso o la rayuela en el suelo con los restos de la escayola del techo del cuarto de baño de cualquier vecino que estuviera haciendo obras y al final había que jugar al ‘piedra, papel, tijera’ para ver quién hacía los honores para luego poder criticarlo porque lo había hecho ‘daleao’.

La comba era lo peor porque si te despistabas te llevabas un combazo en la cara o en los riñones y encima la bronca de la que se metía contigo en ‘A la salida del tres, métete’ y quedaba eliminada por tu poca gracia al saltar. Como si fuera poco el combazo y los dos dientes que te habías dejado en el adoquín.

Sin embargo, en mi colegio no estaba permitido jugar a la comba –gracias a dios– y al elástico tampoco, al menos hasta 7 de EGB, así que además de a ‘V’, nosotros jugábamos a ‘Poli ladro’, que era básicamente un pillapilla sofisticado, al ‘Sota, Caballo y Rey’ que era un juego muy raruno donde uno metía la cabeza en el culo del de delante haciendo una cadena sobre la que la gente saltaba como una especie de potro raruno, hasta que Javier Martínez –que en realidad era la reencarnación del diablo- se partió un brazo y se prohibió para siempre jamás y durante un mes lo pasearon por las clases con la escayola para aterrorizarnos con el asunto.

Con el tiempo también prohibieron el ‘Gori, gori… chorizo colgante’, con lo que molaba, porque en mi colegio eran muy aprensivos y sólo querían que jugáramos al teléfono escacharrado, que era un tostón, pero que molaba por aquello de que el guaperas de tu clase te susurrara al oído. Casi nada.

Pero el juego por excelencia era el de los pañuelitos, donde había dos equipos –cada integrante con un número asignado- y en medio una  que hacía de ‘madre’ con dos lazos en las manos y gritaba ‘el 7’ y cada siete de cada equipo salía que se las pelaba, cogía el lazo y lo ataba a la pierna de alguna del otro equipo, luego volvía a su equipo a deshacer el nudo que el otro le había puesto y ganaba quien llegaba antes a atarle el lazo en la muñeca a la madre. Muy complicado todo.

Por supuesto, las trampas estaban a la orden de día y a la que le hacían el lazo se lo iba desatando antes de que llegaras para facilitarte la tarea y si la ‘madre’ era amiga tuya, movía la muñeca para que al del otro equipo le costara la vida atárselo. Y así siempre. Y cuando se descubría la trampa, en este o en cualquier juego, había revolución y aquello era como el Parlamento ucraniano, todos en pie metiéndonos empujones y gritando con nuestras voces chillonas hasta que alguien decía de jugar a otra cosa y tan amigos.

Y todos jugábamos con todos, incluso con el que te había dado un balonazo en el cogote a traición. A no ser, claro, que alguien levantara los brazos y dijera aquello de ‘Juego cerrado con llave y candado y quien lo abra tiene mil pecados’, mientras lanzaba una llave imaginaria al vacío.

Que eso era como una maldición y a las maldiciones hay que respetarlas. Siempre.

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lunes, 12 de mayo de 2014

Aquellos maravillosos tiempos. Los viajes en coche



A diferencia del tópico, mis padres no tenían un 600 - la que lo tenía era mi tía Laly y con él nos estrelló una vez a traición  contra una farola, pero ésa es otra historia- sino un Renault 6 que era un poco más grande y mucho más feo, como ortopédico, de un color amarillo crema depresión y forrado por dentro con pegatinas y calcomanías de los personajes de los Mosqueperros y SportBilly a medio rascar, que daban un aspecto la mar de decadente, incluso en aquella época.

El coche no era especialmente grande, imagino, pero en él cabía la población de Sri Lanka y dos bandas de cornetas y tambores y si nos apretábamos, podíamos incluir a los primos segundos que venían de acople a la comunión de la prima Susana porque el espacio no era un problema para los coches de antes. Vamos, que hasta que no empezabas a morir por asfixia o a cangrenarle las piernas al que estaba sentado bajo el que estabas sentado tú, no se decidía que allí no cabía nadie más. Y claro, allí ni el Tato se ponía cinturón, total si de allí no podíamos desencajarnos sin hacer fuerza, vamos, que si hubiéramos dado tres vueltas de campana con el coche, hubiéramos acabado todos en la misma posición, incluso bocabajo, lo cual puestos a pensar, tenía algunas ventajas.

Y a la Policía aquello le parecía fantástico. Ya podías llevar a un recién nacido en brazos en el asiento delantero, tirando al arco por la ventana mientras llevabas atrás a la abuela y a los primos haciendo un castell con los pies sacados por la ventanilla, que no te paraban… a no ser que tuvieras cara de etarra, claro.

Los viajes solían ser largos porque imagino que el fin de tener un coche era poder ir a la playa que había a 90 kilómetros aunque hubiera tres mejores más cercanas, pero eso daba igual, si tenías coche tenías que hacer viajes interminables sin dvd portátil ni móvil, con suerte con una radio en la que mi padre nos ponía a Miguel de los Reyes o a Los Brincos… y a volar. Muy duro todo.

Yo siempre he sido de marearme mucho, así que solía ir con la cabeza encajada en la ventana, que no se abría entera sino solo un trozo y de manera vertical por lo que te quedaba la cara encajada entre el bastidor y el cristal y cuando venía un bache, además de perder la virginidad, el cuello te crecía dos centímetros y medio.

El coche de mi padre tenía la tapicería de skay, lo cual era un drama, sobre todo en verano, así que muchas veces poníamos toallas para no quedarnos pegados, como cuando veníamos de la playa, que era parte del ritual de cuando tu madre hacía como que te tapaba con la toalla para cambiarte el bañador y todo el mundo te veía el culo y tú acababas llorando. Entonces, mi padre nos ponía la toalla en el asiento y mi hermana y yo, con los pelos chorreando nos comíamos un Drácula o un Tiburón y nos poníamos hasta las cejas pegajosas.

A veces, cuando no venía mi madre, mi hermana y yo nos matábamos vivas por sentarnos delante y abrir la ventana –que ésa sí que se abría entera- y sentirnos súper maduras a los siete años. Y nunca morimos, fíjese usted, y mire que juraría que ni cinturón llevábamos.

Pero eso no era habitual, no por prudencia, dios libre a los padres de antes, sino porque como el coche siempre iba petado de familiares y espontáneos, tú eras el último mono con derecho a sentarse en el asiento delantero que era como el trono de los siete reinos.

De hecho, tan último mono era una, que en más de una ocasión nos han metido en el maletero, no en plan mafioso con cinta americana en las muñecas, que aquello era una cosa muy normal, que de hecho venían con una tapa que se levantaba precisamente para que la gente pudiera llevar a su hijos allí como si fueran ganado, que aquello era una moda muy en boga como los bigotes o los zuecos de madera.

Recuerdo una vez que mi tía Maricarmen nos llevó a una casa de campo en lo alto del monte, con una carretera que hoy la haría hiperventilar, en su Renault 5 amarillo a siete primos hacinados en la parte de atrás, dos de ellos en el maletero junto a la perra Laika –que era la versión perruna de Fujur-, dando saltos en los baches, pidiendo deseos en los túneles y cantando el ‘árbol de la montaña’ la mar de contentos, hasta que entró un abejorro por la pseudoventana y estuvimos media hora pegándonos guantadas unos a otros como en una batalla campal, saltando del maletero a los asientos de atrás y de los asientos traseros a los delanteros, sin saber de dónde te caían las hostias hasta que la perra empezó a hiperventilar y casi se nos suicida ventana afuera y pasamos un rato la mar de intenso al borde de la muerte hasta que mi primo Javi logró expulsar al abejorro con un paquete de gusanitos Lepitos de un duro. Y allí no hubo dramas ni paradas en estaciones de servicio ni reprimendas. Todos aplaudimos, nos recolocamos con nuestras piernecitas sudorosas pegadas a las de al lado, con nuestros minipantalones ‘rockys’ y nuestras camisetas de Amarras y seguimos cantando ‘Cuando Fernando VII usaba pantalón’ a voz en grito.

No eran malos tiempos.

lunes, 5 de mayo de 2014

El tiempo y otras ilusiones



Cuando una era nomadre y gustaba de ir dando lecciones de vida por el mundo con mi pelo perfectamente planchado y mis pestañas con sus dos capas de rimel como una señora de bien y mis ocho o nueve horas de sueño en el cuerpo, yo hablaba de la organización como el remedio de todos los males del mundo, vamos, que con un poco de eso una podía trabajar fuera de casa, tener hijos, ir al gimnasio, tener la casa como una patena, las cejas depiladas, la manicura hecha y la biblioteca al día de libros sesudos para agilizar el intelecto. Y si te apurabas igual te daba tiempo hasta de apuntarte a una ONG o a un comedor solidario e incluso a clases de inglés; qué digo de inglés, de alemán que es lo que se lleva ahora o de chino que es mucho más molón o hasta compaginar los tres, que los idiomas es una cosa muy importantísima, que ya lo decía mi profe de inglés de la EGB que se creía bilingüe y decía ‘jallou’ y se quedaba la mar de a gusto.

Pero, mire usted, fue meterme en esto de la maternidad, primero la simple y luego la compuesta con dos pelirrojos chupaenergías que me tienen la anemia en máximos históricos y el ictus a la vuelta de la esquina y mire usted, ni de respirar tengo tiempo. Y no, no es una manera de hablar, que el inhalador Foster lo tengo atado a la cadera como si fuera Lara Croft pero en versión asmática y con los músculos menos tersos.

Y claro, por si fuera poco el maldormir y el malvivir diario de madrecita del alma querida, va una y le da por ponerse a trabajar, con lo bien que estaba yo en mi casa cual maruja moderna, con mi Ana Rosa Quintana y mis resúmenes de Supervivientes… y claro, una encantada con volver al mundo de los adultos, las cosas como son, que mire usted ni un moco limpio, ni un zumo tengo que abrir ni cambiarle el pañal a nadie y recuperar de pronto mi identidad de nomadre por ocho horas diarias, eso no está pagado.

Pero claro, el problema está en que las cuentas no me salen y no sólo porque yo sea de letras y no sepa dividir con decimales –pero puedo recitarte a Cicerón en latín nativo- y me esconda bajo la cama si alguien nombra las raíces cuadradas, sino porque si a los niños, el colegio, el baile, la casa, la operación biquini, el blog, las colaboraciones y a la familia y a su agitado calendario de encuentros lúdicos-festivos les tengo que sumar ahora el trabajo, con sus ocho horas de ausencia, sus madrugones que me dejan más muerta que viva para todo el día y el estrés propio de un curro nuevo, pues mire usted, ando con los ojitos güertos, envejeciendo por dentro a la velocidad del rayo -y un poco mucho por fuera también, que estas ojeras/cuencas ya no engañan a nadie- y no tengo tiempo ni de hacer pis, que un día de estos me va a estallar la vejiga y vamos a tener un disgusto.

Así que ando recortando como el Gobierno a ver si puedo ganar unos minutillos extras al día y hacer un poco de deporte –jajjaja- o hacer los deberes con la pelirroja sin estar amenazándola con cara de loca para que no se duerma en los laureles y me termine pronto para que me dé tiempo a ducharla y a acostarla antes de las diez para que una pueda ver en la tele aunque sean los créditos de una serie durante cuatro minutos y poder acostarme pronto porque a las 6.30 el despertador no perdona… O plantearme echarme crema en las piernas que las tengo con escamas como los pescados o incluso depilarme las cejas y que se me vuelvan a ver los ojos de muerta viviente o hasta poder recoger la casa y que no parezca que ha entrado una banda criminal o el FBI o incluso tener los politos de la niña planchados para el día siguiente y no verme poniendo lavadoras a las once de la noche… Qué os voy a contar que no sepáis, amores míos

Así que me temo que voy a tener que reducir las actualizaciones de este nuestro blog y dejarlas a una vez por la semana, con todo el dolor de mi corassaun no crean, pero es que o bajo este ritmo o tendré que actualizar desde Carlos Haya… y me han dicho que allí el WIFI es una mierda.

Así que nos vemos los lunes…No me abandonen! Ayyyy...