viernes, 28 de junio de 2013

Cinco secretos sobre el hermanísimo que todos deberían saber. Parte II


6.- Que es un poco cochino porque no protesta cuando ‘ezcupe leshe’ -que diría la pelirroja -sobre sí mismo y se deja encharcadito, pero se vuelve muy Jack Nicholson en ‘El resplandor’ a la hora del baño. Como si en lugar de en agua lo estuviera metiendo en los ríos de lava de Mordor. Y claro, entra en bucle de violencia y no hay opción de usar mi súper neceser de cremas, bálsamos y colonia mustela para dejarlo hecho un pincel, que era una de mis tareas favoritas de la maternidad. Ingrato.

7.- Que tiene principios de bulimia. Que no deja que pasen las tres horas que presuntamente hay que dejar entre biberón y biberón, pero luego tras unos primeros chupetones con la ansiedad de los concursante de Supervivientes ante un trozo de tarta, -que hasta se atraganta y me deje al borde del colapso nervioso y con el número de emergencias marcado, que una sigue muy mal de lo suyo- pone cara de obispo irlandés y pasa de seguir comiendo hasta que la ansiedad le vuelve a poner los ojitos güertos.


8.- Que tiene un pito rebelde y cada vez que le cambio el pañal, da igual que vaya preparada como un Geo, con otro pañal para hacer pantalla, una toalla y un paquetón de toallitas… siempre, siempre logra escapar y hacer el pipí más largo del mundo, moviéndose como una manguera incontrolable y habitualmente en mi vestido o en la cara del pater, que gracias a Dios, es menos escrupuloso que yo ante esta versión familiar de la lluvia dorada.

9.- Que es un señor que se niega a echar gases por ningún sitio, que no se diga que en esta casa no tenemos clase. Y da igual lo que hagamos y la de manzanillas antigases que le meta entre pecho y espalda y las posturas propias del Circo del Sol que le haga coger, el niño no pierde la compostura. Dice la pediatra que no pasa nada pero yo vivo sin vivir en mí ante el miedo de un posible cólico del lactante que casi mata a mi hermana por falta de sueño maternal.

10.- Que apenas llora -a no ser que sea en el baño o para comer, aunque en este último caso sólo gimotea cual gaviota estreñida-, lo que es de agradecer dado mi estado de madre hormonalmente desatada que bastante tiene con repartirse a partes iguales entre mecer, dar biberones, lavar biberones, cantar el Clavelito, mecer, cambiar pañales, dar biberones, lavar biberones, cantar la Encrucijada… y además cuidar de que el pelirrojismo no me lo mate a achuchones y/o a besos lapa. En ocasiones, hasta me ducho.

jueves, 27 de junio de 2013

Cinco secretos sobre el hermanísimo que todos deberían saber



1.- Que es un sibilino y se pasa el día roncando a pierna suelta para que las visitas le digan ‘pero si es un ángel y no da un ruido’ para después a la anochecía, exactamente a las cuatro de la madrugada decidir abrir los ojos como un lémur y clavarme los ojos hasta las seis, sin permitir estar en la cuna ni un solo segundo pero sí en cualquier otro sitio. Suerte que este mes me he comprado todas las revistas y me paso unas noches lectoras la mar de entretenidas. Eso y que es al pater al que le toca el turno malo… que levante la mano a quien le hayan rajado la barriga, gracias.

2.- Que es el bebé más lento del mundo tomándose el biberón. Que vale que la pelirroja era un rayo –imagino que de ahí vendrían las grandes vomitonas sin fin que me obligaban a ir como Arguiñano con un paño de cocina en la mano a cualquier sitio- pero es que el hermanísimo no sólo necesita media hora para beberse un minibibi de 90 sino que, además, hace paradas entre sorbo y sorbo como si estuviera en una cata de vinos. Come, se queda en coma y vuelve a pedir comida y así hasta que los nervios me corroen entera.

3.- Que sospecha y esconde algo en su interior, por eso mira de lado a lado con sus pequeños ojos de sospechador como tramando un plan maligno que seguramente pase por huir de capotas y trajes asarasados de los que a mí me gustan y entregarse en cuerpo y alma al grupo Inditex. Suerte que tengo mano dura en este asunto y no pienso flaquear. Otro gallo cantaría si lo que tramara fuera no dejarme dormir jamás a modo de chantaje, en cuyo caso lo dejaría vestirse de lagarterana.

4.- Que le gusta la copla como a su hermana. Y es que cuando a una ya le faltan nanas en el repertorio, que además son muy aburridas y me dan a mí más sueño que a él, tira de canción melódica de los 80’s, de éxitos de verano del Boom 5 y hasta de Georgi Dann si hace falta. Y cuando todo falla, Marifé de Triana, un descubrimiento para cigoto, con la que se le desencajan los ojos de la emoción.

5.- Que le cambia la cara cada diez segundos como al dios Juno o como a Nicolas Cage y a John Travolta en aquella película infernal. A veces es un pepón guapísimo, digno de un anuncio de Nenuco y otras, es un obispo irlandés con cara de pocos amigos y orejas, digamos que generosas. Que a veces es rubio clarito con cejas blancas y otras luce reflejos claramente pelirrojos. He barajado la opción de que en realidad sean dos que se intercambien cuando no miro como las gemelas de Los Palacios de Gran Hermano, pero el pater dice que eso son las hormonas que me han trastornado. A saber.

miércoles, 26 de junio de 2013

Amor pelirrojo


Que la pelirroja haya celebrado con aplausos, saltos y carcajadas de loca la llegada del hermanísimo a casa y no haya sentido ni la mínima punzada de celos es, aparentemente una buena noticia. Pero claro, tal y como una vaticinaba en uno de esos días en los que recibe un rayo de lucidez, a cambio de mirarlo de soslayo o no mirarlo siquiera como le ocurre a otros niños, ella está en un estado de histeria permanente, emocionada ante cada paso que damos con el pobre cigoto en brazos, lampando por participar en cualquier rutina aunque implique limpiar cacas o leches regurgitadas, que a mi niña se le ha despertado el instinto maternal y esto ahora no hay como frenarlo.

Así, desde que se levanta por las mañanas y sale corriendo a darle los buenos días y a cantarle el ‘Gracias Miliki’ –para terror del nene, que pega un respingo y pone los brazos en alto como Lola Flores en plena actuación cada vez que la huele por el pasillo- no para de rondarlo como una tuna un sábado noche y le da besos y estrujones y le acaricia los pies –que es lo único para lo que realmente tiene permiso- y le vuelve a cantar y le baila el Gamgan Style con más ganas que arte y le acaricia el pelo echándole para atrás la frente y dejándole los ojos en blanco y le grita lo ‘muchizízimo’ que lo quiere y me lo mata a disgustos poco a poco mientras yo acecho tras ella cual jaguar, sin fiarme un pelo y regañándole cada tres milésimas de segundo como el poli malvado que soy.

Y es que la nena tiene devoción con el hermanísimo desde que lo vio por primera vez y se abalanzó para conocerlo de manos del pater y desde entonces todo han sido atenciones y mimos y luchas por no despegarse de él, máxime cuando aprovechando mi debilidad y la de mi útero –ambos agotados y tumbados en la cama articulada-, el pater se dedicó a ganar adeptos para su candidatura a padre del año y no sólo le dejó a la nena cogerlo en brazos sino que hasta le permitió darle medio biberón. Para morirse. Para matarlo. Así que desde que me enteré de la fechoría y puse toda mi autoridad al servicio de la ley de vigilancia maternal, me ha costado la misma vida hacerla entrar en razón y ya sólo me suplica cogerlo unas quinientas veces al día, mientras me persigue para ponerle el pañal, echándole el talco hasta en las pestañas, hacerle echar ‘el flauto’ a base de caricias en la espalda –con la fuerza de Hulk, que un día le va a partir la columna-, incrustarle el chupete en el cielo de la boca, recolocarle los calcetines hasta la ingle como si fuera un niño de la falange, cogerle la mano moviéndole el brazo al borde del desencajamiento y otras presuntas muestras de cariño, que me lo tienen mirando de lado a lado, como sospechando, previendo y temiendo el momento en el que la pelirroja le grite el ‘te quiero muchízimoooo’ y empiece la oleada de amor fraternal.

De hecho, es tanto el amor que le profesa, que ayer mismo mientras le cantaba al hermanísimo la nana esa de ‘Este niño chiquito no tiene a nadie y por eso le quiere tanto su madre…’ la pelirroja vino corriendo desde su cuarto dedo en alto y me dijo medio regañándome: ‘No digaz ezo mamá, que el helmanito no eztá zolo, que me tiene a mí y a papá y a mami y a Kico Nico porque yo ze lo prezto’.

No me digáis que no es un amor. Un amor tormentoso, eso sí, pero un amor al fin y al cabo.

martes, 25 de junio de 2013

El poder de las madres


Las madres –como Barcelona- tienen poder. Mucho poder. Y no lo digo por nosotras, que al fin y al cabo somos madres recién estrenadas y no sabemos de técnicas de atosigamiento ni de lavado de cerebro a nivel profesional. Hablo de nuestras madres, de las que llevan más de dos décadas ensayando, calculando y elaborando estrategias depuradas para conseguir sus propósitos al más puro estilo Maquiavelo pero en versión casera y maternal.

Yo, personalmente, tengo puntos de vista bastante diferentes de los de la mamma, básicamente porque me gusta el progreso, confío en los médicos de menos de 40 años y no veo el abismo en cada esquina, pero su poder es tal que al final después de desgañitarme y de haber argumentado mi decisión maternal con todas las herramientas que tengo y con cara de ‘novesqueestoymuylocadéjameenpaz’, es verla salir por la puerta y empezar a replanteármelo todo y al final, acabar haciéndole caso, no por ceder, sino porque de pronto me parece la mejor y más sabia opción de todas las posibles. De locos.

Tengo una amiga que recibió la visita de su madre que vivía fuera y que se volvió loca con ‘los grifos tan feos’ que tenía, alegando que había que cambiarlos sí o sí. Mi amiga no sólo se negó si no que llegó al trabajo rajando del asunto, que si sus grifos eran muy bonitos, que si su madre se metía en todo, que si blablabla… Y así el par de días que duró la visita de su madre, que la tenía hasta el moño con el tema de los grifos, hasta que al tercer día, empezó a recoger para salir pronto y al preguntarle nos dijo. ‘Es que me voy al Leroy Merlin a por unos grifos y no quiero que me cierren’… Y cuando nos reímos y le dijimos que al final había entrado por el aro, ella se puso seria y nos dijo ‘No, de eso nada, es que los grifos que yo tenía eran muy feos y había que cambiarlos…’.

Moraleja, que las madres no sólo consiguen que hagas lo que quieras sino que además hacen que creas que ha sido idea tuya. Bueno, pues ésa es más o menos la historia de mi vida.

Así que cuando cigoto nació y mi madre descubrió que no le habían puesto ni cristalmina ni gasa en el ombligo, entró en cólera, alegando que aquello era un despropósito muy grande y que al niño había que ponerle algo para que no cogiera una infección muy grande que acabara gangrenándolo entero.

Yo que soy hipocondríaca y aprensiva hasta decir basta no voy a negar que aquella serie de alegatos me aterrorizó un poco, pero como el pediatra me explicó los beneficios de la nueva técnica ‘quesesequesolo’ y yo otra cosa no, pero soy de confiar en los médicos, pues aquello me bastaba. Pero claro ahí está la mamma, mascullando y preguntándole a todo aquél con el que se cruzaba –esto es otros pediatras, enfermeras, auxiliares y hasta a mi propio ginecólogo- la mejor manera de secar un cordón y claro cada uno contaba la película cómo le iba, que si nada, que si gasa seca, que si alcohol de 70, que si cristalmina, que si unicornio albino y así en un no parar, mientras yo fingía mirar al infinito para no entrar en bucle violento.

Pues fue irse a la mamma a casa y empezar a sentir como una auténtica necesidad lo de la gasa y dejar a mi niño sin gasa empezó a parecerme no sólo una osadía sino un despropósito muy grande, que una gasa en el mundo del ombligo del recién nacido se ve que lo es todo y ya sabéis la aprensión que les tengo a los ombligos normales, así que ya podéis imaginaros a los de los bebés que aún son tripas sin secar. Muero.

Y para más inri, el ombligo del hermanísimo era gigante, con lo cual nos dijeron los pediatras que más tiempo tardaría en secarse, casi como 15 días, y que incluso podía echar una gotitas de sangre ¿estamos locos? Cristalmina y gasa, pero a la voz de ya.

48 horas después, el ombligo estaba seco y caído.

Desde entonces no hay quien aguante a la mamma. Y a mí 15 días, cada vez me parece menos tiempo. Ay.

lunes, 24 de junio de 2013

Madre sí hay más que una. 56.- La madre franquicia

La madre franquicia está metida en todos los fregados del mundo, bien por vocación tardía de comercial ‘a puerta fría’, bien por beneficios económicos –que generalmente no le dan ni para dos paquetes de pipas-, bien por puro convencimiento –que la madre franquicia es muy intensa en cuanto a gustos y preferencias- o simplemente por dar palique –y por saco- a las otras madres que bastante tienen con cuidar de sus bestias como buenamente pueden y no morir en el intento.

La madre franquicia lleva siempre un par de catálogos bajo el brazo para en un descuido mientras te haces la muerta en el banco del parque ignorando cómo tu hijo se abre la cabeza otra vez y fantaseando con una sesión de spa que te deje como Blake Lively, metértelos por los ojos –de manera literal- y obligarte a comprar una sombra color arcoiris y un brillo labial sabor melocotón de esos que pican y que una vez que cierras la boca ya no te deja volver a abrirla jamás como si de una capa de cemento se tratara.

La madre franquicia aprovecha para endiñarte dos cupones de descuento para la próxima compra y un ambientador de coche de regalo con la idea de que te veas obligada a comprarte un desmaquillador facial con extracto de baba de caracol –con el asco tan grande que te da eso- en la próxima vez que te cruces con ella en las puertas del colegio o en la cola del súper, que la sombra de la madre franquicia es alargada y tiene manía persecutoria.

La madre franquicia también vende joyería por catálogo, de plata falsa y diseños de telenovela, que te presenta como si fueran de Bvlgari por lo que el verdadero favor te lo está haciendo ella al venderte una esclava con tu nombre y una pandereta y un porrón colgando a modo de joyería autóctona, pero no es ésta su única relación con el mundo de la joyería, ya que también vende oro alemán de estraperlo que lleva en una alfombrilla que te despliega bajo la nariz cada vez que te hace contacto visual y que quiere que entre todas le regaléis a la maestra para las vacaciones de verano.

Como no podía ser menos, la madre franquicia también es presentadora de Thermomix y te acosa diariamente hasta que, por miedo a que se presente en tu casa de madrugada con un navaja mariposa y una careta de Richard Nixon, le das una cita para que vaya a visitarte y a prepararte un montón de comida –que toda sabe a masa de patata y que tiras nada más verla salir por la puerta- para demostrarte a ti y a tus seis amigas a las que tienes que engañar para que asistan, los enormes beneficios de la máquina infernal.

Y cuando no es la Thermomix, ni Avon, ni Christian Lay, son los Tupper y no los TuperSex, que al menos esos nos darían para unas risas, sino los TuperWare para guardar los pañillos de comida y los vegetales de los niños en una reunión que dura más de tres horas y en las que, para colmo, hay pastas de té con sabor a masa de patata.

(Nivel de identificación personal con 'la madre franquicia' 0 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 21 de junio de 2013

Crónica de un nacimiento anunciado. Parte IV


No sé si sería la anestesia epidural que evitó el atontamiento prolongado de la otra vez o que una ya está acostumbrada al malvivir maternal, no como en 2009 cuando yo venía de un mundo de lujos horarios, cenitas románticas, fiesta y jaleo y maratones de películas y todo parecía más estresante y agotador que ahora, que apenas si tengo tiempo para peinarme… La cuestión es que esta vez todo fue sobre ruedas y es más, hasta relajado diría yo, que no es tan difícil pasar de tener a una pelirroja hiperactiva danzando alrededor día y noche a estar en una habitación de hospital –que no parece de hospital- con un bebé que sólo duerme y pide el bibi, visitas con las que hablar sin decir el clásico ‘espérateunmomentoquelaniñasemevaamatar’, revistas y una televisión sólo para mí en la que el Disney Chanel ni se huele.

Así que cual Padrino fui recibiendo la visita de más de 70 personas –que las he contado- que venían a conocer al pequeño Nicolás y a dar su veredicto sobre si sería pelirrojo o rubio o chino mandarín. Si se parecía a la hermana, al pater o al ministro del aire, si tenía las manos grandes o pequeñas, la cabeza redonda, los ojos más o menos azules o la risa del primo segundo de parte de madre que vivía en el pueblo.

Nicolás fue bueno desde el primer día y sólo abría los ojos para las tomas y a veces ni para eso, traía locas a las enfermeras del hospital, sobre todo porque es un gordilirondi y redondito y lo trataban como a un rey, visitándolo incluso cuando no tocaba, sólo por verlo por lo que mi hipocondría estaba calmada ya que siempre había alguna a la que comerle la cabeza con neuras variadas y que me mirara mitad con compasión, mitad con espanto ante la mente tan perturbada que puedo llegar a tener.

Probablemente, el primer día fue el peor de todos porque tuve que pasarme 24 horas tumbada mientras la gente me hablaba mirándome desde arriba como si yo fuera Blancanieves en su urna de cristal y las enfermeras, que debieron pensar que yo estaba muy sucia, vinieron a lo largo de aquella tarde nada menos que tres veces a lavarme, en un jaleo de toallitas jabonosas, levantándome las piernas que seguían ajenas a mi persona, obligándome a ponerme de lado con ese dolor y sobre todo ese miedo infinito a que se me abriera mi recién estrenada cicatriz, con miles de palanganas y toallas y compresas y un infierno muy grande, que me hizo darme cuenta que si alguna vez soy una anciana impedida voy a ser de ésas que no quieren lavarse nunca y se esconden de las auxiliares detrás de los armarios oliendo el gel a lo lejos como quien huele gas butano.

El problema vino cuando a las 24 horas tocaba levantarse y descubrir si tenía el cuello de persona normal o no y una, que es cobarde por naturaleza, como que no quería descubrirlo y tuvo que venir medio hospital, incluido mi propio ginecólogo, que descubrió que seguía siendo la misma loca de siempre para animarme a levantarme y andar, como el Lázaro aquél, aunque claro, a él no le habían clavado una aguja en a espalda ni tenía la barriga abierta como una víctima de la mafia colombiana. Y además contaba con ayuda divina.

Hay que explicar que desde un primer momento yo me sentí con el cuello bien, pero claro, mientras estaba postrada en la cama decidí ponerme mi fabulosa camisola de Minnie con gafas de sol para dar el golpe de cara a las visitas y dejar de mostrarme tapada por la sábana pero como me dios me trajo al mundo debajo, que una es una señora y se viste por los pies, y aunque me lo puse tumbada con unas contorsiones que ni un niño chino del Circo del Sol, noté algo al metérmelo por la cabeza y aunque no compartí mis locuras con nadie, pensé que me había jodido el cuello.

Pero no me quedaba otra, así que antes de que acabaran levantándome ellos, aproveché un hueco de treinta segundos sin visitas y con ayuda del pater, decidí ponerme pie, con la agilidad de un octogenaria, supurando miedo por todos sitios y sin dignidad alguna, que aún tenía colgando de la nueva gigantobola enmarañada de pelo –sí, otra vez- el gorro verde del quirófano, los sueros con su respectivo palo de Gandalf el gris, la sonda de ‘estáustedmuyenferma’, las manosglobo y los piesglobo a lo Kim Kardashian… y todo con la cara de loca de ‘seguroquemecaigoenredondoentressegundosymuero’…  

Primero bajé una pierna, que ya volvía a ser mía, y luego la otra y entonces traté de incorporarme agarrándome a las sábanas y al pater que casi lo dejo sin camisa y a todo lo que pillé a mano para no tirar de mi nueva herida de guerra maternal y haciendo todo tipo de sonidos de la selva, que tuvieron que aterrorizar a toda la planta, me puse en pie para comprobar que mis piernas eran del todo mías y además respondían a las órdenes de mi cerebro, aunque tenía unos tobillos de metro y medio de diámetro nunca vistos hasta entonces, que mi herida dolía mucho menos que la otra vez y que la cabeza empezaba a darme vueltas…

‘No te asustes que es normal’ dijo el pater con una cara de terror que lo delataba. ‘Es que llevas muchas horas tumbada y por eso te mareas’, me decía con los ojos de un lemur lastimoso, mientras yo con cara de apio, lo veía todo dando vueltas, pero antes de poder entrar en bucle de locura, maldecir mi suerte y tirarme nuevamente a la cama; el pequeño Nicolás rompió a llorar y casi sin darme cuenta, me giré para ver qué le pasaba y de pronto el mundo se paró en sus ojos Y no volvió a moverse.

Esta vez todo había salido bien.

jueves, 20 de junio de 2013

Crónica de un nacimiento anunciado. Parte III


‘Es muy guapo, muy grande y parece pelirrojo’ me dijo el ginecólogo y una vez más me lo tomé a broma, sobre todo cuando el otro cirujano dijo que para él era rubio como las candelas… así que yo seguía a lo mío, medio hipnotizada por el llanto del bebé y sin creerme nada, que mucha puntería tendría que haber tenido para volver a hacerle una carambola a la genética y tener un segundo hijo exótico cuando tanto el pater como yo somos morenos tirando a gitanos, que se supone que son los genes dominantes o si no que baje Gregor Mendel y me lo explique.

Y en ésas andaba, con mi medio cuerpo cadáver y mi otro medio lampando por ver al pequeño, cuando la matrona lánguida, sigilosa y sin decir esta boca es mía, apareció a mi lado con el que me pareció el niño más bonito del mundo, hecho una bolita minúscula a pesar de sus 4,065 –cinco gramos más que la hermana, que otra cosa no, pero ojo tenemos- y untado de arriba abajo con una especie de pasta blanca que apenas me dejaba verlo bien, pero era tan redondito, tan blanquito y tan guapo que hasta la manteca ésa le sentaba bien, que no se diga que una no es madre chocha.

A los cinco segundos se lo llevaron y me lo volvieron a traer limpito como un señor y no había coñas, el niño era pelirrojo o al menos, rubio pelirrojo –para no echar gota- y guapo como él sólo –aviso, aquí puedo no ser objetiva- y se lo volvieron a llevar y me cosieron y me recosieron y me pasaron a otra camilla como al Cristo del santo Traslado, haciéndome temer por mi vida y viendo cómo me movían las piernas de un lado a otro como si fueran las del vecino del quinto, mientras sacaban al niño de la zona de quirófanos para que el padre, que había permanecido a las puertas del quirófano con su traje de astronauta de la NASA, pudiera mostrarlo al resto de la familia como en el Rey León.

Y a los cinco minutos me sacaron a mí en mi nueva camilla –en la que ya me cabía el culo decentemente- por un pasillo lleno de gente a la que le faltaba aplaudirme en una escena muy de Almodóvar, que me recordó a las imágenes de los toreros rumbo a la enfermería tras una cornada mientras el respetable le aplaude y mueve pañuelos como si no hubiera un mañana, y entretanto llegué a mi habitación cuchitril que me pareció más bonita que nunca.

Como esta vez no había sido por anestesia general, tenía la cabeza perfecta –si obviamos el pelo enmarañado enredado en el gorro y el trastorno habitual, claro- y aunque allí había mucha gente concentrada dispuesta a felicitarme por el alumbramiento, no fue nada agobiante o al menos no tan agobiante como la otra vez, más bien todo lo contrario, ni siquiera la pobre pelirroja que se debatía entre morirse de miedo de ‘loz cablez’ que me salían del brazo –léase los sueros con los que yo la amenazo cuando no quiere comer y le digo que se va a poner malita- y de emoción ante la llegada del nuevo hermanito y de su mama ‘zin barrigota’, dio guerra. Mucha guerra quiero decir.

Y antes de expulsar a las visitas que se iban a almorzar en trupe –para luego volver al epicentro de la fiesta hospitalaria, por supuesto- me trajeron al nene en su cunita transparante, con un gorrito calado hasta las orejas, un pijamita celeste y una carita redonda y monísima que me recordó a la de la pelirroja cuando nació, aunque eso sí, ligeramente más varonil y algo menos pelirroja.

El pater, emocionado, me lo colocó bajo el brazo para que pudiera achucharlo, mientras la pelirroja se empinaba sobre sus pies regordetes, apoyándose en su padre para darle al hermano el primero de una interminable cadena de besos. Y sin apenas mover el cuello por aquello de respetar el reposo de la epidural y que no me volviera a pasar lo de la otra vez, bajé la mirada para verle la carita y me crucé con sus ojos achinados que me miraban como si lo hubieran hecho toda la vida. Y miré a la pelirroja que a su vez  miraba a su hermano con los ojos como platos. Y miré al pater, exultante, que no podía dejar de sonreír. Y volví a mirar a Nicolás, tan pequeño, tan bonito, tan indefenso, tan mío.

Y entonces tuve la maravillosa sensación de saber que, por fin, ya estábamos todos. Como si siempre hubiera tenido que ser así.

Y juraría que nunca había sido tan feliz.

miércoles, 19 de junio de 2013

Crónica de un nacimiento anunciado. Parte II


Obviamente, aquella tranquilidad que se respiraba en la habitación cuchitril no duró más de treinta segundos, el tiempo aproximado que precisó el familieo en invadirla con el habitual jaleo que nos suele caracterizar, muy al estilo ‘Mi gran boda griega’, pero en peor. Así que nada más que ponerme las banderillas en forma de vía  y engancharme unos pocos de sueros, empezó a llegar la comitiva de cerca de 20 personas que se fueron apretujando en la habitación para dar cada uno su opinión no pedida sobre la habitación en sí misma, mi opción de cesárea programada o la elección entre anestesia epidural o general, a grito pelado como en un parlamento ucraniano –pero sin agresiones físicas al menos no por el momento- y con argumentos muy surrealistas e inventados, todo ello dejando tiempo para terminar una porra que habíamos hecho sobre si cigoto sería o no pelirrojo, si pesaría o no cual elefante africano y alguna otra cuestión adicional, básicamente porque nos gusta el cachondeo y la algarabía y estamos todos majaras.

Y en mitad de ese caos, que incluía al pelirrojismo y al primo Ale -idea fantástica de la mamma- saltando por la cama con los zapatos puestos, pegando alaridos cual hienas salvajes y matándose vivos como siempre, yo perdí el miedo a quedarme tiesa en la mesa de operaciones, cualquier cosa con tal de salir de aquel infierno, así que cuando el gine vino a buscarme lo vi como una aparición de la mismísima Virgen del Carmen.

Después de la otra cesárea en la que empezaron pinchándome la epidural y terminaron con la general por aquello de que no me hacía efecto, pero eso sí, dejándome lisiada durante cerca de un mes con la cabeza de las dos mil toneladas, esta vez pensé en pasar de epidural y ponerme directamente la general que una es gafe por naturaleza y quién sabe si aquel pequeño hobbit de cejas peludas que me pinchó la otra vez no era en realidad el culpable del asunto sino mi espalda torcida y mi suerte maltrecha.  Pero no. Al final por presión popular y por la insistencia del ginecólogo decidí dejarme llevar y ponerme la epidural. Con la boca chica, eso sí, para poder echarle la culpa si volvía a acabar como la madre del Rey.

Y entré en quirófano y me sentaron sobre una camilla a la que a Calista Flockhart se le hubieran salido las caderas, con mis doscientos sueros reliados por la muñeca, mi gorro verde de ‘notieneusteddignidadalguna’ y mi camisón de enferma que me hicieron arrancarme como a una cualquiera en cuanto llegó el anestesista con su mascarilla verde, su aguja infernal y lo que es peor, con las mismas gigantocejas de la otra vez. Vamos, que de todos los quirófanos del mundo, había tenido que entrar en el mío. Otra vez.

Pero antes de poder protestar y hacerle una llave tipo Chuck Norris enfurecido y apartarlo de mi persona y mi columna vertebral, me clavó su aguijón mortal y las piernas empezaron a pesarme nivel tanque de hormigón y se convirtieron en las piernas de otra persona, más bien de una persona muerta con obesidad mórbida, en una de las sensaciones más extrañas del mundo mundial.

Y me pusieron una cortina azul a modo de telón para que no pudiera ver la sangría que se sucedía al otro lado, como si alguien que no fuera Dexter quisiera ver aquello,  y tras unas cuantas sacudidas como si estuvieran desempolvando una alfombra, unas ganas terribles de echar la pota -que mi nuevo muy mejor amigo el anestesista solventó con un suero de Primperán- y unas risas con mi ginecólogo, el otro cirujano, la matrona lánguida y el anestesista de cejas peludas como si estuviéramos en la terraza de una cafetería en lugar de una operación a útero abierto, de pronto se hizo el silencio y antes de que pudiera preguntar en mi nivel de paciente hipocondríaca si algo iba mal, Nicolás rompió a llorar.

Y ya no importó ninguna otra cosa.

martes, 18 de junio de 2013

Crónica de un nacimiento anunciado. Parte I


Hospitalizarse es una cosa muy mala siempre. Incluso si la razón es buena y junto al alta te dan un bebé para que te lo lleves a casa para acabar con la poca cordura que te quede. Incluso así. Básicamente porque los hospitales huelen a hospitales y tienen vías para clavarte en las venas en un descuido, sueros variados que enchufarte, médicos y enfermeras que se miran entre ellos y te hacen imaginar que vas a morir en los próximos cuatro segundos, baños con cuñas en el bidé, camas reclinables –bueno, esto en realidad mola-, jamón cocido, emblanco y otras cosas tristísimas que le hunden el ánimo a cualquiera.

Sin embargo, como una es madre desde hace tres años y medio y vive sin vivir en ella de estrés galopante, la idea de hospitalizarme esta vez para el nacimiento del hermanísimo no sólo no se me antojaba mala sino que me parecía el plan perfecto, sobre todo si me encamaban la noche antes de la rajada de útero, pudiendo así tener una noche entera de silencio, televisión y revistas. Que sí, que serán unas aspiraciones muy cutres, que no digo yo que no, pero es lo que nos queda. Así que cuando me dijeron que el encame sería la misma mañana de la cesárea, casi pongo una hoja de reclamaciones.

La pelirroja había sido expulsada rumbo a casa de los abuelos, que era donde ella quería quedarse imagino que porque sabía que no la llevarían al cole o porque mantiene un idilio con el abuelo o porque estaba segura que la dejarían hacer todas las maldades que se le ocurrieran –como transportar con su fuerza de Hulk por toda la casa las garrafas de 20 litros de agua del dispensador y tratar de vaciarlas sobre el sofá-, unas maldades que a lo largo de cinco días, son muchas, tantas que la mamma pide a gritos un internamiento en un balneario y mi padre que es un tipo grande y fuerte llegaba cada día más cabizbajo al hospital, arrastrando los pies y el ánimo y perdiendo altura y ganas de vivir por día. “es que no te puedes hacer una idea de lo que habla esta niña, es que no calla ni debajo de agua’ me decía. A mí. Como si fuera una que pasaba por allí.

La cuestión es que lo teníamos todo organizado y antes de las ocho ya estábamos el pater y yo en la clínica, con mi macutón y mi mala cara de enferma terminal debido al sueño mortal y a la falta de maquillaje y al miedo, que todo hay que contarlo, que no sé por qué esta segunda cesárea me daba un poco de terror, imagino que por no dejar sin madre a la pelirroja, que ya se sabe que es parir y ni morirse puede una.

Así que con el miedo el cuerpo, pero fingiendo para que la mamma no me volviera a insistir –y cuando digo insistir me refiero a técnicas de interrogatorio del ejército iraquí- con la idea de un parto natural y unos maravillosos puntos vaginales, llegamos a la habitación que poco tenía que ver con la suite de lujo de la otra vez, que tenía hasta un saloncito previo a modo de sala de espera de las visitas, que ya os dije que aquello fue la boda de Lolita y había que organizarse o por lo menos intentarlo.

Esta vez era una habitación más bien pequeña, con una sola cama, y el acompañante, o sea el pater, quedaba relegado a dormir en un sillón cama con pinta de estar más duro que el turrón de Alicante y por el que ya habrían pasado muchos culos visitadores. El baño también era más pequeño y más feo, pero eso sí, en la habitación cuchitril había un rollo zen que molaba -¿o es feng sui?- y había mejores vistas desde los balcones. A la catedral de Málaga para ser exactos, y según la mamma y su extraña pirámide de prioridades, eso era lo importante.

Deshice los macutones, golpeándome en la barriga con todos los cajones y me senté junto al pater, nerviosa, a esperar que vinieran a buscarme con más ilusión que miedo. Habían sido unas semanas intensas pero ya todo estaba listo, la ropita dispuesta, la casa limpérrima, la niña encasquetada y la barriga a punto de reventar. No quedaba nada. Todo estaba preparado. Ya sólo cabía esperar porque en cualquier momento de ese extraño martes 11 de junio, Nicolás vendría al mundo.

PD. Por cierto, para quien no lo sepa y tenga curiosidad, en nuestra página de facebook de 'Hija no hay más que una' hay fotos del hermanísimo y alguna que otra de la pelirroja...

lunes, 17 de junio de 2013

Nicolás


Nicolás ha llegado a la ciudad. Por fin. Y lo ha hecho vía rajada de útero, como yo quería, que ya sabéis que soy madre desnaturalizada que no entiende la magia del parto y cobarde hasta decir basta –aún tengo pesadillas desde que vi en un documental cómo de ‘atunelado’ debía ponerse el asunto (léase las partes nobles) en una clase de la matrona majara y violenta de la otra vez-, además de trastornada, pero ése es otro cantar en el que profundizaremos otro día. La cuestión es que estamos todos la mar de contentos con nuestro nuevo miembro familiar de pleno derecho a pesar de que nuestra mala vida, que ya estaba en niveles prohibidos por la Declaración Internacional de los Derechos Humanos, se ha intensificado notablemente, pero estamos tan cansados, tan realmente cansados que apenas si tenemos fuerzas para protestar y eso ayuda a mantener el nivel de cordialidad familiar y la sincronización de los chakras, que según un brujo con pinta de exyonqui que adivina el futuro de madrugada en una televisión local, no es poco.

Yo, rajada cual cochinillo de Segovia e hinchada cual ballenato embarazado de seis meses –que tengo una barriga globo que telita marinera, mire usted- me concentro para no hincar la cabeza en la cuna del hermanísimo y matarlo de un susto y pongo el piloto automático para hacer las tareas de madre entregada, tratando de no hacer demasiados aspavientos y con toda la naturalidad de los anuncios de Nenuco aunque en realidad estoy al borde de la muerte por agotamiento y como a los hechizados de las películas de la Barbie que el pelirrojismo ve en bucle, se me nota algo raro en los ojos como a Mowgli tras el encuentro con la serpiente.

El pater que por su parte, se debate entre su faceta de esposo amantísimo –pobretico mío que lo tengo ‘estrosaíto’-, su correspondido fervor por el pelirrojismo y su nueva y total entrega al hermanísimo, está cada día con más mala cara, más que pálido, azulón, sudando como un pollo día y noche y con pinta de ‘voyacaerdesfallecidoencuantotedeslavuelta’ pero fingiendo. Fingiendo siempre. Que otra cosa no, pero entusiasmo que no falte.

La pelirroja vive sin vivir en ella de puro gozo y después de 4 noches viviendo con los abuelos viene más asalvajada que nunca, pero es todo amor y cuidados al hermanísimo, su nuevo muy mejor amigo, que la mira con ojos aterrados cada vez que asoma los tirabuzones por la cuna o el cochecito y le canta ‘Chinito del alma’ pasando del susurro a la voz aguardientosa y terminando con un ‘te quiero taaaanto’ muy de telenovela que dice al terminar cada frase para dejar claro que a pesar de la cara de loca, viene en son de paz.

Eso sí, lidiar con ella y su perfecta y conseguida interpretación de Rebeca de Mornay en ‘La mano que mece la cuna’, haciendo de madre postiza y no dejándome ni darle un biberón sin echarme el aliento en el cogote, me hace vivir con el estrés en máximos históricos y con el miedo en el cuerpo de verla aparecer por el pasillo un día de estos con el niño en brazos como una madonna italiana.

Y entretanto, el pequeño hermanísimo que nació con nada menos que 4 kilazos y pico para poder enfrentarse a la fiera vikinga con cierta corpulencia, nos mira con mirada de sospecha, de lado a lado, como buscando una salida o urdiendo un plan maligno que de momento pasa por tirarse todo el día durmiendo para dar guerra por la noche, imagino que para librarse del yugo fraternal o simplemente para dar por saco. Como su hermana. Pero eso sí, parecer ser que el hermanísimo anteriormente conocido como cigoto, pasa muy mucho de ser un segundón y para ganar en personalidad está abandonando el tono pelirrojo que lució en el parto por un rubio alemán que sólo Dios sabe de dónde ha sacado… Lo peor es que hasta el ginecólogo ya me mira mal con este cachondeo genético que me traigo entre manos y me temo que ya no me quedan más tías exóticas con las que justificar el asunto…  

viernes, 14 de junio de 2013

Nenucos con incontinencia y otros dramas


Contar con una bañera grande que además es de hidromasaje me ha aportado no pocas satisfacciones en mi vida y no precisamente por darme largos baños de espuma copa de vino en mano y escuchando música inspiradora -qué más quisiera yo y mis nervios destrozados- sino porque es una manera fabulosa de tener a la pelirroja entretenida haciendo la sirena y la majara a partes iguales, pero entretenida y eso es lo importante.

El problema es que además de cantar, nadar, mojarse la melena y hacer el panoli, la nena quiere juguetes para dar rienda suelta a su imaginación de pelirroja destructiva y hacer que el aburrimiento tarde más en llegar y por tanto también las ganas de salirse y volver a estar en libertad por la casa, con lo peligroso y agotador que es eso.

Así que en su día le compré un paquete de muñecos Disney que se suponen que son para el baño y que son un poco feos a pesar de ser originales, ya que Daisy por ejemplo tiene el cuello de Fernando Alonso y Pluto –el pobre perro que es más pequeño que un ratón y no habla a diferencia de Goofy- tiene una pata tipo muñón que también deja mucho que desear. No obstante, han cumplido bien su misión de entretener al pelirrojismo y llevan media vida sobreviviendo entre los botes de champú.

Pero la pelirroja se hizo mayor y quería más, así que un día le dejé meter una décima parte de un gigantobolsón de menaje de cocina de plástico morado que la tita Patri en un derroche de mala leche tuvo a bien regalarle y que la niña adora. Así, se pasa el día echándose el té –es decir el agua con espuma- de una taza a otra y de la jarra al tapón del gel y de ahí a fuera de la bañera creando un charquito la mar de estresante. No obstante, eso es pecata minuta para el beneficio que otorga, el problema es que ahora tenemos las esquinas de la bañera llenas de platos, tazones, cucharones y hasta una minibatidora que dado que no puedo devolver al mueble de los juguetes porque seguirían goteando hasta el día del juicio final, los tengo dentro de un cubo de playa naranja sin asas ni aspecto de salubridad ninguna junto al gel volumen intenso de una servidora.

Así que ya llevamos a la familia Disney deforme –son seis miembros- más las doscientas piezas del menaje de Dani García, más las cosas normales que se tienen en los bordes de las bañeras como espuma, espuma rizos, espuma ultravolumen, espuma liso intenso, gomina, cera ultrafuerte, desodorantes variados –alguno que no usas porque huelen raro, pero que no tiras por si acaso en una emergencia…- cremas anticelulíticas sin estrenar y a punto de caducar, reafirmantes, espumas de afeitar, lociones crecepelo, lociones aftershave, champús, geles, mascarillas, acondicionadores, el bote del gimnasio que vale para la cabeza y el cuerpo y que aunque ya no vayas al gimnasio te da cosa tirar pero que nunca usas porque no te convence, sales de baño apelmazadas, body milk hidratante y nutritivo, aceite de rosa mosqueta, aceite de almendras dulces, cremas antiestrías, tres esponjas, un guante de crin que nadie usa, laca con olor a abuela… y muchas otras porquerías que conviven hacinadas junto a los juguetes en el borde de la bañera y la estantería superior.

Pero por si no fuera poco, la nena va y dice que lo que quiere es una muñeca para poder bañarla, así que en un día de locura y desenfreno, le dejé meter a dos nenucos, pero mira por donde ella lo que quería era una con pelo para poder darle tirones y desahogarse mientras yo, a su vez, la peino, así que tuve que meterle a la Nenuco con melena por lo que ya son tres gigantes los que se han mudado al baño y claro una vez dentro ya no pueden salir porque por mucho que los estrujes acaban embotados de agua que le sale por la boca y por el culo al mismo tiempo pero que por mucho que los sostengas en alto cangrenándote los brazos nunca quedan vacíos, por lo que han de quedarse allí en cuarentena hasta el próximo baño que vuelven a ser sumergidos y a coger otros quince kilos y así en un bucle infinito.

Lo peor es que a uno de ellos se le están poniendo los ojos muy rarunos porque es el que más tiempo pasa en la mar y al que le sale el agua hasta por los lagrimales y ahora ha empezado a darme asco pensar que sea agua estancada aunque el pater me jura y me perjura que no, pero qué queréis que os diga, yo ya no me fío de nadie.

Así que ahora además de los productos del baño y de la familia Disney y del menaje, tengo a tres nenucos gigantes con sobrepeso e incontinencia urinaria y me da fatiga que alguien ajeno a nosotros entre al baño y se crea que soy una de esas ancianas locas, que acumulan frascos vacíos y muñecas viejas, pero claro, a ver cómo me deshago de todo ese cargamento sin reemplazarlo por otro porque además del disgusto pelirrojil, en dos semanas estaríamos en las mismas… a no ser que encuentre una muñeca que no retenga líquidos y aguante bien el mundo subacuático porque eso sí, lo que no pienso es renunciar a los baños de una hora. Antes le meto la cocinita de Kitty y la bolsa de las plastilinas, que bajo el lavabo creo recordar que aún me queda un hueco…


jueves, 13 de junio de 2013

Cinco cosas que cigoto debería saber sobre su hermana


1.- Que está loca y que no es de la realeza aunque se pase el día vestida de princesa, dando vueltas sobre unos tacones de purpurina amarillos y metiéndose leñazos que hace como que no se ha dado contra todas las esquinas de la casa, fingiendo una dignidad que no tiene. Y que todos hacemos la vista gorda ante el asunto mitad por agotamiento, mitad porque estamos tanto o más sonados que la nena. Él debe hacer lo mismo si quiere sobrevivir.

2.- Que es probable que trate de suplantar a su verdadera madre tratando de vestirlo o de alimentarle con el biberón poniendo en riesgo incluso su integridad física porque aunque yo prometo estar al acecho cual ave rapaz, la pelirroja tiene el instinto disparado y en casa no creemos que podamos controlar ese subidón hormonal de madre entregada. Igual si vuelvo al red bull...


3.- Pocahontas, cocacolaZero sin cafeína, patatas de bolsa, gominolas, maquillaje y fresas son las palabras mágicas para sobornarla o chantajearla con cualquier fin. Se vende por cualquiera de ellas sin demasiado esfuerzo y encima te agradece el gesto con besos y abrazos. Una bicoca que debería memorizar cuanto antes.

4.- Que no va dejar fácilmente su trono de reina de la casa por lo que tendrá que acostumbrarse a ser el segundón a no ser que salga pelirrojo y compita en originalidad y poder destructivo con su hermana. Por el bien de la familia, mejor no. Gracias.

5.- Que se cree que tiene dotes artísticas y que canta como los ángeles aunque sean canciones inventadas sin sentido ni melodía alguna y pegue unos alaridos que dejen aterrorizado al vecindario y que se parecen sospechosamente a los de una gaviota malherida... Además, piensa que tiene mucha agilidad abriéndose de piernas en el sofá como una gimnasta artrítica y espera aplausos y vítores y cara de fingida sorpresa a cada minuto, pero si pasas de ella, se conforma con medio vaso de Aquarius de naranja.

miércoles, 12 de junio de 2013

Celos o entrega total, un infierno en cualquier caso


Con esto del segundo parto y la ampliación de esta familia de locos, me dicen las madres expertas que tengo que estar atenta y hacer nosécuántas estrategias para que la pelirroja no coja celos al descubrir que ya no es 'el único gallo del corral' como día la Mala Rodríguez y que tendrá que compartir mimos, atenciones y tiempo con un hermanísimo al que ni siquiera conoce y que llega dispuesto a ser el centro de atención, al menos durante los primeros meses y a volvernos a todos un poco más locos y no precisamente de amor o no sólo al menos.

Me cuentan historias de niños mayores que vuelven a querer ser bebés y usar chupete nuevamente y dar la guerra que un día dieron y de otros que ni miran al bebé haciendo como que no existe o se deshacen en estrategias para llamar la atención y volver a ser los protagonistas a toda costa como Bárbara Rey y sus historias para no dormir.

Conste en acta que no quiero ser yo quien desautorice las voces de las supertacañonas, que ser madre experta es un grado y estas señoras saben latín en cuanto a crianza se refiere, pero lo cierto es que tengo mis dudas respecto a que la pelirroja coja celos en ese sentido, lo que no quiere decir que sea especialmente bueno, oiga, que siempre hay cosas peores.

Y es que según las pistas que ya nos está dando con su emoción de ojos como platos ante el advenimiento cigotil van más encaminadas a que acabe convirtiéndose en toda una madre postiza, pesada y tormentosa y dispuesta participar en todas y cada una de las tareas que entrañe la llegada del nuevo inquilino, de ahí que se pase el día preguntándome cuándo va a salírseme por el ombligo -que conste que esto me da mucho miedo que me lo diga porque ya sabéis que a mí el ombligo como que no- y en cuántas cosas me va a poder ayudar 'para que no te canzez mussho', que me tienen paralizada por el horror en el que puede convertirse la crianza del pobre chiquillo.

Así, desde hace poco más de un mes, nuestras conversaciones se basan en exclusiva en la intendencia de un futuro próximo y en todas las cosas que vamos a hacer con el cigoto y en todo lo que ella puede yen lo que no puede ayudar, aunque obviamente en esto último suele hacerse la sorda y volver a preguntar al cabo de un rato para ver si me he olvidado o me ha vuelto a ganar por agotamiento cerebral, que es su técnica más depurada y mi criptonita como madre.

De ese modo, las conversaciones versan tal que así y siempre con mucho miedo por mi parte para no acabar pisando terreno resbaladizo y que acabe detestando al pobre hermano que aún no sabe lo que se le viene encima: Mamá entoncez, yo voy a bañal al helmanito, a ¿ que zi?/ Bueno, no, lo bañamos papá o yo pero tú puedes ayudarnos / Yo le lavo la cabeza, ¿vale? / La cabeza no puede ser, tú mejor traes la toalla y le cantas / O le lavo la cabeza / No, la cabeza no, que es blandita y tienen  que hacerlo los mayores / Pero yo zoy mayor, mamá, que me comí los pezcadoz con colita / Bueno sí, pero la cabeza no puedes, ¿qué tal si le lavas los pies? -ya empiezo a flaquear, pero mejor cojo que decapitado, digo yo- / ¿Los piez no son blanditoz? / Un poco sí, pero como eres mayor si lo haces con mucho cuidado... / Zí, zí, yo los piez y algunas vecez la cabeza ¿a que zí? porque yo voy a comer quezo... Y aunque no tengo clara la relación entre los lácteos y los lavados de cabeza tengo que cambiar de tema porque tres minutos más y acabaré cediendo a que le abra la cabeza al hermano con tal de que se calle.
'Mamá, yo creo que el helmano quiere que yo le dé el biberón, que me lo ha dissho porque zoy la helmana mayorz / Es que no se puede porque eso lo tienen que hacer las mamás que saben porque si no pueden ahogarse / Zí, mamá, pero yo ze lo doy a Bizcochito y no zahoga y eso que le doy chicle. Aquí normalmente empiezo a hiperventilar

'Mamá y yo puedo cogerlo? / No, Violeta porque es muy chiquitito y sólo pueden cogerlo los adultos / Pero zi yo eztoy muy fuelte porque me tomo los yogures de espuma... Además tengo que ayudalte que tú me lo haz dissho y no vaz a poder con la barrigota / Claro que me ayudarás pero con otras cosas, además ya no tendré barrigota porque el médico me sacará al bebé / 

Entonces se queda pensativa y me asesta el golpe definitivo con los ojos como un lemur de la emoción contenida: Mamá ¿tú quierez que te lo zaque yo, mamá y azí lo vemoz ya?

Así que si antes me costaba dormir con la gigantobarriga, los resfriados y los ronquidos del pater ahora tengo que hacerlo con un ojo abierto, no vaya a aparecer de madrugada con un cuchillo dispuesta a hacerme una cesárea casera porque otra cosa no, pero colaboradora mi niña es un rato.

martes, 11 de junio de 2013

Carta a cigoto


Querido cigoto

Apenas si quedan unas horas para que vengas a parar a esta familia de locos y aún no me hago a la idea de que pueda ser la mamá de alguien más que de la pelirroja, algo a lo que también me costó hacerme a la idea en su día, no creas, que ya irás viendo que no tengo el instinto maternal demasiado desarrollado, o al menos no desarrollado de fábrica como lo traen algunas, pero no te preocupes por eso porque sí tengo desarrolladas las ganas de quererte y eso es más lo importante. Créeme.

Tengo mucha curiosidad por conocerte y por verte la cara y empezar las ridículas cábalas de siempre de a quién te pareces más y a quién menos, saber si eres pelirrojo como tu hermana o moreno como el resto de la familia o rubio como la cerveza y como tu bisabuelo y nos acabas sorprendiendo a todos... y si eres dormilón -dios quiera que sí- y no das mucha guerra, y sobre todo, si estás sanito como una pera que eso es lo más importante de todo, que vale que es una cosa muy de abuelas, pero es una gran verdad con la que estoy aterrorizada como toda embarazada desde que el predictor nos dijo que estabas en camino... ¿ves? al final no soy tan diferente de las demás.

Resulta curioso que lleve más de 9 meses hablando de ti, discutiendo por tu nombre -que espero que te acabe gustando o tu abuela me partirá las piernas- por la ropita que te voy a poner y por la educación que pretendo darte, aunque ya con tu hermana aprendí que con estas cosas sólo funciona el día a día, el ir improvisando, sorteando obstáculos y sobreviviendo, que no es poco, y seguro que al final nos sale casi bien.

Quiero que sepas que estamos locos de ilusión con la idea de que nazcas y de que llegues a casa con nosotros y completemos la familia que iniciamos en 2009 como quien no quiere la cosa y con más inocencia que miedo y sin tener muy claro adónde íbamos y que hoy es la base de todo... De verdad. Por eso no quiero que te preocupes si me quejo demasiado cuando no quieras dormir o si pierdo los nervios cuando todo sea caos y no haya orden ni concierto para nada o si me enfado porque no pueda más o si lloro de estrés durante los primeros meses porque eso no significa nada más que quiero hacerlo bien, que quiero tener fuerzas para cuidarte y para llevarlo todo para adelante, tener tus cositas preparadas y las de Violeta y sentirme una buena madre, pero que quererte te querré un montón, ¿cómo no voy a quererte si ya te quiero y aún no te conozco? Y aunque bromee sobre muchas cosas que algunos consideran sagradas y me ría de nuestra sombra, vosotros sois lo más importante y eso me lo tomo muy en serio.

Lo cierto es que no vienes en nuestro mejor momento económico, que ya escucharás sobre crisis y recortes y otras movidas que a nosotros nos han fastidiado más que a otros, así que igual no te compro dos cuelgachupetes de Tous ni nos vamos a Eurodisney hasta que cumplas los  5 años, pero no dudes de que vienes en el momento perfecto para nosotros y eso es lo importante, que aquí, al otro lado de mi útero te espera una gran familia de abuelos locos por malcriarte, tíos abuelos que son como abuelos postizos, titos y titas entregados desde antes de conocerte, primos pequeños y grandes, primos segundos que molan como si fueran primeros, amigos que ya son familia y vecinos que siempre lo fueron y por supuesto, el mejor padre del mundo y una hermana que ya bebe los vientos por ti y por si esto fuera poco, hasta una legión de amigos virtuales, que me acompañan cada día en la locura de ser mamá y que se mueren  por saber de ti... Todos te esperan casi con las mismas ganas que te espero yo desde hace meses y aunque estoy segura de que tendremos días duros, también lo estoy de que seremos felices, que eso es algo que en esta casa se nos da muy bien.

lunes, 10 de junio de 2013

Madre sí hay más que una. 55.- La madre deportista


La madre deportista ha sido deportista toda su vida y no entiende la existencia sin su clase diaria de Spinning, sus siete kilómetros en la cinta de correr, sus largos en la piscina y su partido de pádel de los sábados y todo sin perder la compostura ni la firmeza de los muslos.

La madre deportista saca tiempo de donde no tiene para ir al gimnasio al menos cuatro veces en semana a dejarse las calorías y el estrés en el marcador de la elíptica y asegura sentirse llena de energía cuando vuelve a casa mientras tú, que como mucho has subido las escaleras y has fregado el baño de rodillas, estás para que te encamen.

La madre deportista obliga a toda la familia a sacarse el bono mensual que es súper importante y ventajoso porque les hacen un 1 por ciento de descuento en casi todas las actividades y somete al pater y a los dos niños a actividades colectivas para amortizarlo, hasta el punto de que el nene de cuatro años se hace experto en zumba en menos de una semana, aunque eso sí, se le disloca la cadera a la segunda.

La madre deportista organiza todo tipo de eventos que requieren de energía para los fines de semana, cambiando cines y centros comerciales por rutas senderistas sin fin por cualquier monte que se le ponga por medio y establece rutas y gincanas y juegos de competición que dejan al padre al borde del infarto y a las madres invitadas medio muertas, mientras los niños, que ya han desarrollado gemelos del tamaño de un alcornoque, se asalvajan entre la maleza.

La madre deportista no consiente que nadie suba en ascensor porque eso oxida los músculos  y aunque venga con la compra semanal sube como un rayo por las escaleras y luego hace pesas con las bolsas y los bricks de leche mientras planea un fin de semana en un campamento natural y el padre, con agujetas en las corvas de la última expedición, pide la inyección letal.

Como no podía ser de otra manera, la madre deportista sólo genera dos tipos de hijos, el deportista nato, que ya va de gimnasio en gimnasio, corre por las mañanas y hace el triatlón y el vago, que harto de sufrir en su infancia las agujetas y los esguinces fruto de su poca agilidad y de la ansiedad deportiva de su madre, decide hacer sedentarismo como deporte principal de su existencia.

Nivel de identificación personal con 'la madre deportista' 0 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 7 de junio de 2013

Tareas ingratas de la maternidad. (Parte III)


(...)

Buscar restos de caca.-
La pelirroja ya es una señora mayor que se niega a que nadie le limpie el culete, pero permite supervisiones para evitar desastres escatológicos. El problema surge cuando la voz de ‘mamááááááááá, cacotaaaaaaaa’ suele coincidir ya no sólo con la hora de la comida sino con el inicio del postre de gordo que me permito en este estado foquil. No falla. A la primera cucharada de natillas, grito escatológico, toallitas y estómago revuelto. La parte positiva es que me ahorro un montón de calorías… eso cuando no le endiño la tarea al pater, que yo con esta barriga…

Ver películas de dibujos animados.- Si son de Disney más o menos las tolero, pero las otras que tienen doblajes infernales y que gritan como buitres hambrientos me dan ganas de seccionarme la yugular antes de la primera media hora. A veces fantaseo con la idea de ojear una revista mientras, pero la pelirroja siempre me pilla y me regaña por mi falta de atención en esta presunta actividad de ocio familiar.

Peinarla.- Lo pelos a lo Bunbury de la pelirroja no son casuales. Peinarla es como lanzarle un enjambre de abejas rabiosas a la cara. Ni aunque Mr T me la placara sería tarea fácil porque aún quedaría lidiar con los movimientos de cabeza a lo Zubiri violentado que no me deja terminar ni un solo mechón decentemente. Lo mejor es cuando grita diciendo lo mucho que le duele antes incluso de que haya cogido el peine.

Ponerla a hacer sus cosas en los bares.- Después de preguntarle siete millones de veces y de que vayan al wc todos los de la mesa –con los que haber podido encasquetarla en un ejercicio de madre panderona- la niña me pide hacer pis o algo peor justo cuando traen la merienda o el almuerzo o lo que sea y justo cuando hay una cola que da la vuelta o mejor aún, cuando ya nos hemos ido del bar y tengo que buscar uno como alma que lleva el diablo para luego sostenerla en cuclillas –esto es para quedar bien, a veces sólo limpio la tapa y la siento aún a sabiendas del riesgo de que pille la sífilis pero es eso o que me lleve una fractura de columna y eso sí que no- y que haga exactamente tres gotas de pipi para luego gastar siete paquetes de kleenex en limpiarse y con suerte dejarse alguno dentro, lavarse las manos hasta dejarse los pellejos y dejarme con la espalda hecha un ocho como el Pozí.

jueves, 6 de junio de 2013

Tareas ingratas de la maternidad. (Parte II)


(...)

Pelarle pipas.-
Mi madre que siempre tiene ideas malignas para hacerme la vida una mijita más complicada –y reírse luego en su casa como una bruja de cuento, imaginando mi malvivir- le enseñó a la niña lo buenas que están las pipas, aunque claro está, no a pelarlas, que para eso tiene a sus padres cual loros de ésos que van en bicicleta y son capaces de pelar un paquete del Piponazo en quince segundos. Así que cada vez que pilla uno nos toca pelárselas compulsivamente, pero con cuidado de no chuparlas, que una es una señora. Y como la velocidad de la niña en comer pipas es cinco veces mayor de la mía pelándolas, al final entro en estado de ansiedad y acabo atragantándome,  revoleando el paquete con violencia callejera y maldiciendo la hora en la que la mamma desveló el secreto de las pipas con sal.

Echarle crema.- Sin duda ésta es una de las tareas menos gratificantes de la maternidad -junto con otras 300- básicamente porque poco tiene que ver con los anuncios de Mustela donde el bebé o el nene se deja acariciar y hasta masajear por la madre. La realidad o al menos mi realidad –como diría Belén Esteban- es bien distinta, teniendo que perseguir a la niña y atraparla para echarle esa plasta de escayola que llaman crema solar para que no se achicharre en el patio del cole cual salmonete a la brasa y como no deja de moverse acaba con crema en las pestañas y en la comisura de los labios, pero siempre mejor que en la versión playera, donde todo es arena rebozada en factor 50.

Subir escaleras.- Si ya es bastante infernal subir escaleras para una enemiga de la actividad física como yo, subirla con el pelirrojismo es un castigo de dioses griegos. Si es pequeña porque te la tienes que encalomar a la cadera como una gitana canastera y dejarte las vértebras por el camino y si ya anda porque sube los escalones de uno en uno, parándose cada tres segundos para coger cualquier porquería que se encuentre –colillas incluidas- o tratando de demostrar su agilidad saltando y dejándose la barbilla en el siguiente escalón. Para cuando llegas a casa ya has perdido 20 minutos y las ganas de seguir viviendo.

Inflar flotadores, maguitos.- hablando de playa no hay nada más terrible uqe llegar a tu hamaca con tu cuerpo blanquecino de pisarla poco y tus orondidades propias del preñado o de los carbohidratos y en lugar de fingir ser una sirena, desnudarte encogiendo bartola y poniendo pose y tumbarte como una modelo venida a menos, tienes que hacer una serie de movimientos antisensualidad para desvestir a la prole, echarle la crema, ponerle las chanclas, colocarle el gorro, la camiseta feísima del Decathlon, amenazarlos para que no se alejen y cuando ya crees que todo está hecho y puedes fingir que acabas de llegar y eres una nomadre, llegan con sus tres mil cacharros inflables y te toca ponerte hacer el pez globo y dejarte los pulmones y las ganas de vivir hinchando cosas, tragando saliva ajena de anteriores inflados y masticando arena como si no hubiera un mañana.

Continuará...

NOTA: Hoy publico post en el blog de El Planeta del Bebé sobre la silla de auto Cybex y nuestras habituales odiseas con el pelirrojismo... No os lo perdáis Pincha aquí

miércoles, 5 de junio de 2013

Tareas ingratas de la maternidad. (Parte I)


Odio secarme. Dicho así parece una tontería, pero secarse es un rollo, una tarea odiosa y lo peor diaria, a la que he de enfrentarme cada mañana.

También odio el potaje de acelgas, las almejas y el olor de las carnicerías y muchas otras cosas absurdas, pero al menos puedo huir de ellas y no tener que mirarlas a los ojos cada mañana como parte indiscutible de mi rutina como el tener que secarme después de la ducha porque es eso o ponerme la ropa chorreando cual boqueroncito de la bahía y eso no estaría bonito.

Luego está la opción del albornoz que es todavía peor, porque tienes que esperar un tiempo muerto a que te seque solo y una no sabe que hacer por las mañanas aún mojada y si decido pintarme o cualquier otra tarea voy notando los chorreones de agua por las piernas y me estreso. Vamos, que tengo que secarme aunque lo deteste.

Una vez tuve un jefe que además era constructor de viviendas de lujo y en los baños de sus mansiones domóticas colocaba un gigantoventilador de aire caliente sobre la ducha para secarte antes de salir sin necesidad de toallas ni albornoz ni drama. Lástima ser pobre.

Pues todo esto viene a colación porque ser madre entraña una serie de tareas odiosas a las que hay que enfrentarse cada día y no, no me refiero al premio gordo de noches sin dormir y malvivir o a la falta de tiempo personal para hacerse el muerto en el sofá o las cosas típicamente de madres… hablo de pequeños detalles, imperceptibles para los demás, pero que a una la ponen de los nervios, máxime si tiene que hacerla todos los días.

Yo de ésas tengo varias y trato de encasquetárselas al pater y como no son tareas objetivamente desagradables, pues cuela, a no ser que nos enfrentemos a una que ambos detestemos, en cuyo caso nos pasamos la pelota disimuladamente y siempre sin confesar –entonces todo estaría perdido- hasta que uno de los dos, viendo que no hay tutía, coge al toro por los cuernos.

Dicho esto os cuento una serie de tareas que detesto hacer

Cortarle las uñas.- Ya sean de las manos o de los pies. Las uñas en general una vez cortadas me dan mucho asco, casi tanto como las tiritas usadas, pero en este caso no es por asco sino por complicado porque a la niña parece que le estoy cortando los dedos y se pone como una histérica moviendo las extremidades como una bailarina de breakdance mientras yo trato de atraparle algún miembro y cortar lo suficientemente rápido para terminar con el infierno antes de que me dé un infarto.

Arreglarle el ordenador cada vez que se le cruje.- A veces, algunas veces, pocas veces, la pelirroja nos deja ver la televisión tranquilos a cambio de ponerle en el ordenador unos episodios de Peppa Pig o Little Einstein o el cd de actividades que le regaló mi hermana y que es su nuevo tesoro, el problema viene cuando empieza a trastearlo con el ratón y acaba bloqueándolo justo en el preciso momento en el que tengo los pies en alto y en la televisión empiezan a contar justo lo que yo llevaba esperando el último mes y medio.


Secarle el pelo.- En realidad, como no podía ser de otra manera, odio secarla en general,  porque es como secarme yo, pero más agachada y luchando para que me pase el pie y la espalda y me deje alcanzar los espacios secretos como las axilas o las ingles vetados a la toalla y a mi persona. Pero secarle el pelo es peor porque como es pelo sano y no como el mío que es paja pura y se seca con que me sople un asmático, tarda una vida en secarse mientras ella trata de escaparse por el baño quejándose de que quema –aunque lo tenga en posición de frío, que la niña es más larga que ancha- y yo pegando tirones del cable y andando como la omaíta entre toallas, el soplón, la ropa sucia, los mickeys, nenucos y otros compañeros de baño y el barrigón-caparazón limitando mis movimientos ninja. Un infierno en vida.

(Continuará...)


martes, 4 de junio de 2013

La ropa postparto o cómo seguir siendo un callamen


Sólo hay una cosa peor que la ropa premamá -y esos elastiquillos de catequista bajo el pecho y esos estampados de Laura Ingalls y esas camisolas deformes que le dan a una ganas de echarse a llorar- y es la ropa post mamá, es decir, la ropa que ha de cubrirte el cuerpo al menos durante el primer mes después del parto, cuando sólo tienes ganas de tirarte por el balcón de agotamiento extremo o de perforarte los tímpanos para no seguir escuchando los alaridos de tu recién estrenado bebé.
Y es que en la vida real -quiero decir, aparte de Mirandas Kerrs y Alessandras Ambrosios- tras el parto, además de la mente, los cuerpos se quedan deformados durante como poco un par de meses y no, no hablo de con unos kilos de más, hablo de deforme, con carnes desplazadas, barrigas blandiblús y una especie de desorden físico la mar de malo que sólo tus ojeras son capaces de eclipsar. 

Así que no tienes la gigantobarriga de preñada pero tampoco tienes el cuerpo de antes, por lo que no puedes usar tu ropa de siempre porque no te cabrá, al menos hasta que tus caderas vuelvan a la posición de salida, y la ropa premamá ya no sólo te quedará grande sino que si ya era fea cuando lucías barriga, que le daba un aire más hippy chic y un rollo 'sólo me pongo esto porque estoy preñada hasta la boca' ahora cambiando la barriga empinada  por una de gorda deforme, la cosa se agrava y el aspecto de monja arrepentida pasa al de señora de 50 años que compra en tallas grandes de C&A. Para morirse de pena.

Y lo peor de todo es que como en esos momentos de estrés infinito y falta de sueño sólo tienes ganas de abrirte la cabeza contra la esquina del pasillo, pues como que pasas del tema de ser un callo y te pones lo que quiera que haya colgado en el armario sin importante si es un traje de catequista, de señorona demodé o de bombero torero, que bastante tiene una con no dejarse morir en el sofá.

A mí ya me pasó con el pelirrojismo, pero gracias a Dios sobreviví con un par de vestiditos evasé en negro que tenía de antes del preñado y que disimulaban mi cuerpo extraño aunque eso sí, me daban una cara de siciliana enfermiza que pa qué y un vestido de punto marrón que me compré una mañana de 'notengonadaqueponerme' en H&M y que detesté desde el minuto 1 porque era uno de esos vestidos que no me compraría jamás de los jamases por feo y por antiguo, pero que era lo único que adecentaba mi nueva figura y no me hacía cara de indio viejo ni culo de cubana con sobrepeso 2.

Y es que yo no soy de usar vaqueros premamá -y menos tras el costurón rozando con el botón- porque ésos sí que salvan la vida o las minifaldas vaqueras premamá , que sí que soy de usarlas, pero esta vez H&M no ha consentido traérmelas y sólo encontré una en C&A y da taaanta tristeza y es taaan feísima que aún ni la he estrenado y por supuesto no pienso hacerlo a no ser que una banda armada de rumanos me obligue puño americano en alto.

Así que ahora por aquello de ir previendo, ando a la caza y captura de algún modelito posparto para poder ir por la calle sin que me señalen con el dedo o me paren los de 'Tu estilo a juicio' y me hagan la vida imposible, pero claro una no sabe cómo demonios va a quedar, ni mucho menos qué talla va a tener por lo que me paseo entre los percheros de mis tiendas preferidas, tirándolo todo con mi descontrolada barriga y maldiciendo que esta vez que haya tocado lucir posparto en verano sin un abriguito 'cúbrelotodo' que echarse encima a lo Hagrid de Harry Potter... Porca miseria.