lunes, 29 de diciembre de 2014

Propósitos para el año 2015


1.- No tener bigote. Cada vez veo a más madres con bigote, y no pelusilla inofensiva -en realidad ninguna pelusilla lo es- sino mostachón de señor con puro. Un drama. Y no las juzgo, dios me libre, que las criaturas igual no se miran al espejo desde 1997, pero dado el grado de 'personalidad' que han adquirido mis cejas a lo señor jubilado de pueblo, que ya ni se me ven las pestañas, no me extrañaría que la cosa fuera a más. De la barba, de momento, nos libramos. No sé por cuánto tiempo, la verdad.

2.- Gritar menos. O menos veces o menos alto. O insonorizar las paredes para que nadie descubra que aunque tenga un bolso nuevo de Bimba y Lola fabuloso y lea la Vogue con un cóctel, soy una verdurera con altas dosis de agresividad, de ésas que cuando salen a matar gente en camisón, los vecinos cuentan en el telediario que saludaba y eso pero que normal, normal no era y que lo cierto es que se lo veían venir.

3.- Dormir. Aunque sea contra el quicio de  la puerta fingiendo meditar cual monje tibetano o en la parada del autobús con la frente en el regazo de la paraguaya que cada mañana se bebe dos litros de mate como si acabara de llegar del desierto. La cuestión es recuperar tersura epidérmica y ganas de vivir.

4.-   Exorcisar a Cigoto aunque tenga que revivir al padre Karra e invitarle a una mariscada. Que salvarle la vida al pequeño Nicolás cada tres segundos, me deja al borde de la muerte por estrés y con el tic del ojo hiperdesarrollado. Eso sin contar la de kilos de harina, arroz, lentejas y sucedáneos que llevo barridos. Como tengo yo la espalda.

5.- Leer. Algo más que el prospecto de los medicamentos. Y lo que es más importante, enterarme de lo que estoy leyendo. Que luego una dice que se ha leído lo nuevo de Muñoz Molina, le preguntan que de qué va y parece una concursante de Mujeres y Hombres y Vicerversa queriendo hacerse la cultivada.

6.- Hacer deporte.

7.- Dejar de fingir que voy a hacer deporte.

8.- Tener un tipazo.

9.- No comer Oreo bañadas en chocolate cuando me deprima por no tener un tipazo. Y sin bañar tampoco.

10.- Ser feliz. Y me temo que será el único punto que cumpla. Otra vez.  A fin de cuentas, es de lo que se trata ¿no? Pues eso!

¡Feliz año 2015!
... Y bueno, ¿cuáles son los vuestros?

lunes, 22 de diciembre de 2014

La letra pequeña de la Navidad


La Navidad me está matando. Como en años anteriores desde que me di a la maternidad pero en peor. En mucho peor. Porque este año soy coja a tiempo parcial, porque este pie tullido lo mismo va bien, que se pone tonto y se me rebela y claro así no puede una entregarse abiertamente a la batalla campal de las compras y dice el traumatólogo que qué quiero, que por lo menos hasta dentro de dos meses no andaré bien. Como si yo tuviera dos meses.

Y además de esta cojera extraoficial, este año soy bimadre y no como el año pasado cuando metía a Cigoto en el carro y a volar. No. Ahora Cigoto es un ser independiente, que ambiciona hacerse con el poder mundial y esparcir toda su maldad allende los mares, dejando trastornados a dependientas, camareros y a sus consaguíneos que lo sufren en toda su plenitud. Que el otro día mi madre amenazó con dejarme tirada en los probadores infantiles de Zara, mientras la primogénita daba giros en leotardos –en solo leotardos- por media tienda –que se ve que su vergüenza es selectiva- y el hermanísimo le lanzaba botas de montaña a la cajera que las esquivaba la criatura escondiéndose tras el mostrador.

Pero no todo es cigotismo, también sufro a la pelirroja que está en plan Beyoncé y no admite que no se la escuche atentamente cuando canta por Elsa de Frozen y una se ve obligada a agudizar las trompas de Eustaquio como cuando hacía los listening de examen 1º de BUP con el miedo en el cuerpo a perder alguna estrofa o alguna de sus actuaciones memorables a leñazo limpio contra el mobiliario o sus transcendentales conversaciones surrealistas sobre los Reyes Magos o las preferencias alimenticias de los camellos en invierno. Una cosa muy de ibuprofeno.

Y todo mientras mi madre me apremia para que bajemos a comprar en una de esas sesiones maratonianas que a ella le gustan ‘que no veas el retraso que llevo por tu culpa’ –esto es, manda huevos, porque me partí el pie y no pude hacer de Lazarillo de Tormes dando bandazos con los ojitos güertos por El Corte Inglés-, o mis amigas dicen que qué pasa con las comidas de Navidad y las copas de después y la pelirroja tiene una calendario de belenes y cuentacuentos navideños y yo ni siquiera tengo una carta de Reyes que echarme a la boca. Como tengo el armario de raquítico.

Y por si no fuera poco, ahora me toca hace un trabajo manual para Nochebuena, un ‘amigo artesano’ que me inventé el año pasado para intercambiar con mi familia, cuando me invadió el espíritu navideño y la sinrazón, y que este año trataba de eludir. Así que en diez minutos libres que tenía entre la rotura de la puerta de la nevera que se me vino encima cual satirón de discoteca a la cinco de la madrugada y que ahora hay que abrir como si fuera una cámara acorazada, y limpiar la cocina para que Sanidad no nos cierre el chiringuito, decidí ponerme a hacer un huevo de chocolate.

La idea era mojar un globo en chocolate, dejarlo secar hasta que se pusiera duro y quitar el globo. Aparentemente sencillo. Aparentemente. El primero nos quedó – y uso el plural porque la pelirroja huele trabajo manual y se me adhiere a la cadera- tan fino que se partió cuando le quitábamos el globo, así que el segundo lo empapamos con una capa de medio centímetro de grosor de chocolate fondant y antes de poder posarlo en el plato, me explotó en la cara. En toda la cara. Toooooda. Y después de dejármela como si hubiera metido la cabeza en el cuenco, con los ojos pegados de pegotones, los restos del globo siguieron volando como poseídos, esparciendo pegotes de chocolate como un aspersor y dejando al pater y a la pelirroja cual dálmatas y a la cocina para que viniera la ‘maga riego’, que diría mi abuela.

Pero sin perder mi nuevo rollo slow –esto es la misma mala leche, pero metiéndola para adentro- me fui al baño a quitarme las plastas no sin antes encontrarme a Cigoto en el pasillo, que había logrado abrir tres botes de témpera y se los estaba jalando a dos manos con la cara verde manzana con trazos bermellón.

Si yo lo único que quiero es ponerme un vestido de lentejuelas, hacerme un moño italiano de señora y darme a la bebida de garrafón… Vida perra.


lunes, 15 de diciembre de 2014

Las vergüenzas



Imagino que es la preadolescencia temprana pero a la pelirroja la vergüenza la invade toda. Que digo yo que es lo que tiene el pavo anticipado, que lo mismo te pides un sujetador de encaje para los Reyes, que huyes a tu cuarto a esconderte bajo la cama a mirarle a los ojos a los pelusones cuando vienen las visitas.

Aparentemente esto no sería un problema tan grave, no tan grave al menos como que Cigoto –ahora también conocido como el Pequeño Nicolás- trate de meterse en el horno hipnotizado por su luz interior o que me lance botellas de cocacola a los pies para que las esquive, como si fuera una trampa de un templo de Indiana Jones.

Pero no, lo de la pelirroja es igual de grave porque que venga tu tía a medirle los bajos del pantalón del chándal y la niña esté encerrada en el baño con pestillo y todo como si acabara de venir candiman, pues tampoco mola. Porque una a la que esto de la maternidad le saca lo peor de sí como las colas de los supermercados y las teleoperadoras incombustibles, se debate entre los diálogos civilizados para quedar bien delante de las visitas o la locura extrema nivel ingreso permanente, a través de la puerta como un negociador hasta que la niña sale, con su cara sonriente y sus ojos cándidos a saludar escondida entre sus tirabuzones sin decir una sola sílaba.

Más complicado es en la calle, que cuando alguien le dice lo guapa que es o le pregunta como se llama, contesta con un susurro como una niña en camisón llegada del más allá y antes de que le contesten, se me coloca rauda y veloz detrás de mi espalda, con la cabeza incrustada en mi rabadilla, al borde de partirme la columna, que de hecho la gente que me ve por delante y que cree que voy sola, dada la anchura vil de mis caderas, queda mitad aterrada mitad asombrada ante mis saltos espontáneos fruto de los envites de la primogénita.

Lo peor es que ahora que el frío azota la ciudad y llevo el abrigo del Hobbit conmigo, la niña se me mete dentro haciéndome parecer un centauro, con lo poco que me gustan a mí los centauros y lo poco que me favorece a la figura. Vamos, que casi la prefería cuando enseñaba el culo a los transeúntes.

PD. Que no se alarme nadie, que en cuanto coge carrerilla y pierde el pánico escénico inicial a lo Pastora Soler, atormenta a la gente con su repertorio de canciones de la madre Petra y Frozen y sus exhibiciones de presunto baile regional a ritmo de la Niña de Puerta Oscura... Ahí es nada.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Arboleando


Ayer montamos el árbol, que cada uno vive el deporte de riesgo como quiere, que hay gente a la que le da por hacer puenting o rafting o escalar con un desfiladero a la espalda y a mí me da por hacer un árbol con los pelirrojos y dos millones de bolas que se rompen. Cada uno gestiona la adrenalina a su manera.

Para ser sinceros, diré que dada la malignidad innata del aspirante y su vocación de deshacerlo todo, me planteé la posibilidad de no poner árbol, pero la Navidad es la Navidad y después de darlo todo con mi Belén de plastilina y mi metatarsiano estrosaíto no iba a amilanarme ahora, máxime cuando Cigoto ya se había comido un pato, la cabeza de un pastor y tres bolas de pimienta que se supone que era la comida de los cerdos y había sobrevivido estoicamente.

Así que nos pusimos manos a la obra, con un ataque de alergia de lo malos, que los ácaros navideños los carga el diablo, tirando del árbol de dos metros diez y con la pelirroja embistiendo desde atrás con las patas de hierro verde a pique del apuñalamiento o una violación de las malas hacia mi persona.

Como somos mala gente y le tememos más al hermanísimo que a la cepa del ébola, aprovechamos que se estaba echando la siesta matutina para ponernos con el asunto con toda la alevosía del mundo.

Después de casi perder un ojo con una de las flores de plástico tipo pascuero y ser ensartada por otras dos cual fakir improvisado, que las flores made in China es lo que tienen, tuvimos que negociar arduamente sobre la disposición de las bolas. Esto es, las feas van por la parte de atrás que va pegada a la pared y las bonitas en la parte frontal para engañar al personal.

Pero claro, para la niña la bonita no es la que simula una lamparita de araña o la bola con un angelito encima o el miniportal que mi padre trajo de México de mil colores, para la niña los bonitos son un muñeco de nieve con cara de pervertido cuyo cuerpo es como un muelle dado de sí y que ocupa tres cuartas partes del árbol, un muñeco de corcho con sombrero de copa y mil kilos de purpurina que no sé de dónde ha salido y que para ser feo tiene hasta dos bocas, yo creo que porque era una versión desechada de una fábrica tercermundista y otros horrores similares que le quitan a una el espíritu navideño.

Pero al final tras una ardua conversación y algunas cesiones (muchas cesiones) por mi parte, montamos el árbol. Extraño, descompensado y con algún que otro objeto raruno colgando por aquello de la diversidad y arte kitsh como una pulsera de perlas que le regalaron a mi madre con un suavizante y el colgante de un gato de Primark con pinta de haber sobrevivido a la sarna.

El problema gordo vino cuando Cigoto se despertó, salió corriendo por el pasillo como  un toro en los San Fermines, derrapando en casa esquina y parándose perplejo justo a tres centímetros de estamparse contra el árbol.

Después de dos millones de interjecciones, emocionado como si hubiera tenido una aparición, mirando las luces y las bolas y los colgajos extraños, tan contento que hasta aplaudía, decidió que ya era el momento de terminar con aquello, que para Cigoto un árbol dura el tiempo que tarda uno en descubrirlo y admirarlo y antes de poder hacerle un vídeo para la posteridad fue a por su carro de la compra y empezó a descolgar las bolas hasta dejarme los bajos raquíticos sin un brillo que echarme a la boca.

Así que ahora hemos tenido que subir todos los adornos en la mitad superior del árbol, apelotonados sin ton ni son y en los bajos nada más que hojarasca y pobreza y aunque el resultado es un horror, estábamos contentos con nuestra eterna sabiduría para mantener a los pelirrojos con vida, hasta que Cigoto ha cogido el taburete de Ikea, lo ha subido encima del mueblecito de ruedas y ha intentado subirse como una cabra gitana malabarista para seguir capturando adornos hasta que prácticamente lo he cogido en el aire poco antes del triple salto mortal...

Pues eso, que al final sí que voy a comer Suchard.

lunes, 1 de diciembre de 2014

De 'peshitos' y travestismos



Si hay algo que la pelirroja desea con toda sus fuerzas, además de un pony volador o tener superpoderes, es un sujetador. Con sus aros y su poquito de relleno y si además puede ser de encaje y wonderbra, mejor, que sencilla lo que se dice sencilla no nos ha salido. 

Y en cada cumpleaños, reyes o fiestas de guardar me pide uno porque lo necesita 'muchizísimo ¿o ez que no vez que tengo pechitos?' y estruja los brazos hasta el borde de la asfixia para que le vea las minilorcillas que según ella son pechos de la talla cien que le destrozan la espalda a sus cinco años recién cumplidos.
Normalmente, haría de malamadre y le compraría ocho para que se callara o me haría la muerta para que dejara de atormentarme, dependiendo del día que la bipolaridad es lo que tiene, pero el temor a tener a una miniadolescente de cinco años acechando detrás de la puerta, como tengo yo los nervios, me obliga a tener tiento y a tratar el asunto con delicadeza y diálogo de ése del que hablan los pedagogos que no tienen hijas pelirrojas.

Pero da igual. Yo me quedo hablando sola en mi sofá fingiendo ser buena madre y explicándole que hay cosas para las que aún no tiene edad y que no hay que tener prisa por crecer -esto lo vi en un episodio de Caillou súper inspirador- y en cuanto me descuido se escapa a mi dormitorio y se coloca mi sujetador 'para poder bailar en bien', que se ve que sin sujetador es bailar en mal y eso no puede ser. Y pasa de mi cara.
Así que el mes pasado me encontré con un pack de camisetitas tipo sujetador deportivo de kitty para niñas revejías, eso sí sin aro ni relleno ni nada que se le asemejara a un sujetador, sólo nos faltaba eso, pero que igual daba el pego. Y digo si lo dio. Loquita está con sus 'pesshitos' como ella llama a la pseudocamiseta y ahora la tenemos todo el día en el salón con la falda del baile regional, los tacones y el 'peshito' de Kitty haciendo el majara con el hula hop.

Pero lo peor del asunto es que quiere llevarlo siempre puesto, como si fuera un amuleto o una férula, incluido para el colegio, transparentándosele a través del polo del uniforme para buscarme un disgusto con las monjas. Y a punto estoy a veces de hacerlos desaparecer, pero luego cuando vamos al parque -bueno cuando íbamos que todavía estoy tullida y enclaustrada- la veo tan emocionada enseñándole a las amigas la nueva adquisición y el bordado de la cara de kitty y los brillantitos y a las amiguitas que se ve que también quieren ser reina de la primavera, mirándolos boquiabiertas, que no sólo me ablando sino que me da una ternura muy grande y me recuerdo a mí misma y a mis gigantocejas emocionada con mis 'peshitos' de fresitas que me compró mi madre.

El problema es que el otro día cuando hacíamos la carta de Reyes me dijo que iba a pedir otros 'peshitos' 'pero mejol que zean negros o de oro y con boquetillos' -léase de encaje- y hubiera caído desmayada si tres segundos después no hubiera aparecido Cigoto con los peshitos de Kitty a modo de banda de reina de las fiestas, luciendo su travestismo tan dislocaito que no se lo pudimos quitar ni para dormir, que claro la criatura vería que aquella era la prenda estrella y quería subirse al carro de la moda.
De hecho, ahora para sumar fuerzas frente a los Reyes, la pelirroja dice que si le traen los 'peshitos de verdad de boquetillos y brillantez' los va a compartir con el hermano y que va a dejar que se los lleve hasta a la guarde.

Pues eso, que me van a quitar la custodia.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Efectos colaterales de la cojera


Mi padre siempre ha dicho que los cojos tienen muy mala leche, como que los que padecen de estómago son gente desagradable, que a mi padre le gustan mucho establecer el carácter de cada uno en función de sus dolencias. Y funciona. Porque otra cosa no, pero mi padre siempre tiene razón.

De ahí que ahora que le doy a la cojera estoy al borde de la crisis nerviosa y el triple parricidio a cada minuto, que esto de la invalidez de la pierna derecha es una cosa muy mala y muy de convertirla a una en el señor Scrutch un domingo de resaca. Vamos, que saca lo peor de mí como las ancianas colonas en la cola del supermercado y me veo refunfuñando con mi pijama desigual –que no de Desigual-, con mi pinza en pelo de Mari de extrarradio y mi cara desencajada de bruja, arrastrándome con mi silla de escritorio y derrapando en las esquinas como un piloto de Fórmula 1 casero.

Sin embargo no toda la culpa es mía ni de mi lesión metatarsiana, porque es imaginarme con la pata en alto pero sola y con tiempo suficiente para verme toda la filmografía de la Davis o el reality de las Kardashian que acabo de descubrir y casi me da un colapso de la emoción, pero claro, ése nunca es el plan.

El plan es vivir apoltronada en mi silla de piel plastiquera, impulsándome con la pierna buena, que cada vez es menos buena, soportando estoicamente los virus de Cigoto, que no nos abandonan por muy tullida que esté una, que la Providencia no es compasiva con mi nueva situación, lidiando con Tiburina, la princesa Sofía, Peppa Pig y otras lindezas martilleándome el hipotálamo y haciendo la vista gorda ante las fechorías del benjamín, que pasan por espachurrar el zumo pestoso ése que lleva leche para lanzar el chicate contra la tele, amasar magdalenas que luego me lanza a la pierna escayolada o hacer guardia con su carrito de la compra lleno de zapatos frente al baño, que es su templo de oro, cuando sabe que voy a entrar a ducharme. Que ése es otro cantar.

Y la pelirroja para la que hacer los deberes es como que le den descargas eléctricas, que se pasa el día vestida de majara haciendo bailes extraños y pintándose como una puerta para luego refregarse por la pared, empieza a tenerme miedo, viéndome gritarle con la vena en la frente y las mandíbulas desencajadas. Pero es que pasarse tres horas negociando para que se ponga a hacer los deberes es para volver loco a cualquiera. Así que a una coja ni te cuento…

Pero aunque a veces me den ganas de dar en adopción a la primogénita, el aspirante es peor. Peor que cualquiera. Y anoche mismo, mientras yo trataba de meditar y sacar este estrés que me invade toda, el pelirrojo no tuvo otra que abrir con sus manitas una caja de maizena de las grandes y espolvorearla hasta el último gramo por el suelo de pizarra de la cocina.

Y cuando ya todos teníamos blancas hasta las pestañas, mientras el pater trataba de limpiar el desaguisado, el pequeño se escapó de mi placaje extremo y sin saber cómo cual prestidigitador premium se hizo con un paquete de arroz Sos de kilo y lo fue derramando no sólo por la cocina sino por toda la case sin que nadie pudiera cazarle hasta que el paquete ya estaba prácticamente vacío.

Y yo mientras mascando bilis en mi asiento de Ikea sin poder salir corriendo a arrancárselo o escapar al bar de abajo a por un cóctel. O dos.

Así, que igual mi mala leche extrema no viene sólo por la cojera sino por ser madre de dos pelirrojos hiperactivos, que son una dolencia como otra cualquiera. Vamos, que se lo voy a contar a mi padre para que la incluya en su lista.


lunes, 17 de noviembre de 2014

La baja, la escayola y el Belén


Ya me lo dejó dicho el traumatólogo. Que tuviera el pie en alto para que no se me obstruyeran las venas y se me complicará el riego sanguíneo. Y claro, entre la falta de tiempo de tullida estresada y el miedo a que cigoto me entrara a matar en mitad de la escayola con el palo del recogedor -que lo mismo le vale para tocar el cuerno del paleolítico que para maltratarnos a todos garrote en alto-, pues lo he tenido más en posición de huida desde mi silla de despacho de Ikea.

La cuestión es que imagino que el riego se me ha complicado porque me he animado a hacer un Belén de plastilina con la pelirroja. Hala. Porque mi falta de lucidez y yo lo valemos. Y ahora me veo involucrada en discusiones diarias sobre si las vacas son más o menos grandes que los cerdos y si las ovejas tienen alas o no. Es lo que tiene quedarse sin riego sanguíneo.

Para ser justos diré que esta es una iniciativa que me emociona, que a una siempre le han gustado las manualidades en general y la plastilina en particular, pero como soy una malamadre pues quiero hacerlo en soledad para hacer monerías y no conejos con caras deformes que dan pavor de sólo mirarlos o no tener que fingir que a la pastora pelirroja cuyo pelo me he currado a base de tirabuzones, le va muy bien la mirada estrábica que le ha puesto la niña. Y cuando no mira, trato de arreglar los desaguisados que ha ocasionado en mi Belén, quiero decir en nuestro Belén, pero al final siempre me pilla y me pone cara de asesina en serie y al final he de conformarme con la pastora bizca. No hay derecho.

Y luego tengo a Cigoto, lampón por saber qué demonios nos traemos entre manos, deambulando a nuestro lado en plan suavón para ‘goler’ y distrayéndonos con sus monerías para coger un pato –que parece una paloma- y jalárselo antes de que podamos echarlo en falta. Que Cigoto tiene buen paladar. Y lo mismo se nos come un pato-paloma, que le pega un bocado a la barra fucsia y sale despavorido a esconderse bajo la mesa para degustar el festín.

Así, que para evitarle una gastroenteritis a la criatura –y que nos quedemos sin colores para terminar el Belén, que todo hay que decirlo- tenemos que trabajar en nuestro proyecto a escondidas, a horas intempestivas y sin descanso, que la pelirroja está entusiasmada con el asunto. Tanto así, que anoche a las cuatro de la mañana abrí un ojo dios sabe por qué y me la encontré frente a frente, respirándome a la cara en la oscuridad y casi me arranco la escayola de terror. Que no gana una para sustos.

‘Mamá, que ya no tengo sueño, vamos a hacer la Virgen, no seas flojilla...’

Pues eso, que yo quiero que me den el alta.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Encierros forzosos y otros dramas


El problema de vivir estresada y fuera de tu propio cuerpo para poder ganarle dos segundos a la materia -que con dos segundos una madre te hace una torre Eiffel de palillos de dientes y una tortilla de dos huevos- es que vas a loco sin saber adónde vas y, lo que es mucho peor, por dónde pisas. 

Y a veces no pisas o pisas mal, te acabas cayendo de boca ante la atenta mirada de transeúntes, desparramas el bolso por la acerca y de paso te partes el pie. Así, a lo grande. Pues más o menos eso es lo que me pasó a mí el lunes y desde entonces, como si fuera un castigo divino, ando encerrada en casa cual Rapunzel, con el pie escayolado en alto y esquivando los envites del pelirrojo, loco por catar la novedad  que se presenta ante sus desquiciados ojos.

Lo peor de este asunto es que yo soy lo que viene a denominarse una inútil, con la agilidad de un insecto palo y no sólo coqueteo con la muerte cada vez que le doy a la muleta o a la pata coja y veo mi vida pasar delante de mis ojos, sino que además, vivo en un segundo sin ascensor con una escalera que le quedaría estrecha a Kate Moss, y con un pasamanos pensado para liliputienses, a la altura de mi rodilla. Vamos, el panorama ideal para morir en caída libre.

Así que vivo encerrada en casa como si tuviera una agorafobia severa y, cual anciana con roete, me voy desplazando en la silla de oficina del despacho con una velocidad pasmosa, pero eso sí, he de hacerlo marcha atrás para pillar impulso-no tengo ni idea de por qué- por lo que no veo por dónde voy, lanzándome a lo loco como si fuera una catapulta casera, ni sé qué voy arrasando, tanto así que el otro día le pillé el pie a la pelirroja y por poco tenemos a otra tullida en casa.

Como a veces se me olvida mi vida infernal, pensé por un momento que igual podría verle color al asunto y al menos, mientras tengo la pierna en alto, podría leerme ese libro que estoy lampona por leer o todas las revistas que me ha traído el pater. Por supuesto, todo es mentira. Y mi única actividad, además de barrer sentada en mi sillita cual lisiada hacendosa, consiste en evitar que la pelirroja con su empanamiento habitual no dé un giro más de la cuenta y se me venga encima o que el pequeño malandrín no aparezca corriendo de detrás del sofá como un pequeño mohicano, con el palo del recogedor en la mano para tratar de clavármelo en la pantorrilla escayolada.

Pues eso, que ni tullida descansa una.


lunes, 3 de noviembre de 2014

Mucho te quiero perrito... y otras falacias


Da igual que sea yo la que le haga peinados de choni avanzada tipo tres trenzas y dos ranitas acabadas en cola de caballo que me llevan una vida y tres años de envejecimiento prematuro, o quien la lleve al cine para volver a ver Frozen, a pesar de que la vemos en casa en bucle desde hace cuatro meses, que sea yo la que la lleve y la traiga del baile y la que vea sus conatos de suicidio al ritmo de 'La Niña de Puerta Oscura' a taconazo limpio o la que escuche sus intrigas palaciegas del patio de quién es más amiga de quién y por qué hoy no ha jugado a 'zapatito blanco, zapatito azul...' Da igual que me deje las tres neuronas en volver a explicarle cómo se escribe la f y me quiera arrancar los ojos con la tercera canción de la 'Madre Petra' que me grita en el oído. La pelirroja es del pater y no hay nada que hacer.

Yo ya lo tenía asumido aunque pensaba que ahora que le dejaba ponerse mi sujetador para jugar al SingingStar igual ganaba puntos, pero no. La niña sigue fiel a sus convicciones, aunque eso sí, como tonta no es y sabe que yo soy bipolar y lo mismo le dejo jugar con mi móvil nuevo que se lo quito de las manos al grito de 'no puedo tener nada bonitooo', ha iniciado una nueva estrategia de 'bienqueda', pregonando su amor por mí a los cuatro vientos, pero sólo por quedar bien, claro. 

Así, se pasa el día preguntándose cómo se escribe la 'que' y si la m tiene dos o tres montañas para escribirme en una servilleta 'mamá te quiero mucho', con tanta intensidad, que el otro día como no quedaban servilletas en la churrería cogió la que tenía el azúcar encima para que mojara los churros y casi deja ciego al pobre Cigoto por una lluvia de glucosa.

Y así me veo recibiendo mil declaraciones de amor en cajas de patatas grasientas del Mc Donald's o en servilletas usadas y claro allí no pone ninguno de los mensajes amorosos que ella jura que pone, sino 'Manoj qgsqjaiuwst ro' y encima me toca fingir que sé lo que pone y mostrar sorpresa y emoción, como tengo yo los biorritmos después de levantarme a las seis y media cada día...

Pero eso no es todo, cuando la acuesto por la noche, en la intimidad de la oscuridad y previendo que el hermano escale posiciones en mi corazón, me suelta extrañas y surrealistas declaraciones que no sé cómo interpretar... Un día me dijo que jamás, jamás, jamás se iba a ir de la casa y que cuando tuviera novio iba a dormir con nosotros en nuestra cama. O sea, el pater, ella, el novio y yo y cuándo le pregunté por el hermano, se rio como si fuera una obviedad y me dijo, pues en otra cama con su novia al lado de la nuestra.

Ante esta imagen, obviamente, tuve que tomarme una pastilla para poder dormir. Aunque eso sí, me dijo que cuando se fuera a la luna de la miel con su novio, me iba a invitar y bueno, me vine arriba. Que yo por el Caribe mato.

Otro día me dijo que me quería más que cien hombres andando por China -juro que es verídico-, cuanto menos una declaración turbadora que no sé exactamente qué significa porque cien hombres son muchos, pero en China eso es un mojón con la de gente que hay...  A saber.

Y ayer mismo, me dijo que siempre, siempre, siempre me iba a querer aunque me pusiera muy, muy fea. Y eso sí que me pareció inquietante. Y hasta insultante diría yo. Como diciendo, bueno, que sepas que aunque seas un cardo, no sólo te quiero sino que cuando la cosa vaya a más, que irá, voy a seguir queriéndote. 

Manda huevos la maternidad.