lunes, 30 de abril de 2012

Madre sí hay más que una. 3.- La coleguimadre

La coleguimadre nació para ser payasa, payasa profesional quiero decir, de ésas que van a los cumpleaños de las películas americanas e inflan globos con formas de perro deforme y hacen papiroflexia con las servilletas, mientras los niños se mueren de aburrimiento o de terror, dependiendo de la apariencia y de la gracia del payaso. Pero al final, se hacen madres y, claro, tienen que aprovechar todo ese talento en la crianza de sus polluelos y los maltratan con canciones infantiles de la posguerra y bailes con muchas vueltas y palmadas que ridiculizarían al mismísimo Torrebruno.

La coleguimadre no tiene reparos en cantar en mitad de la calle y ante una multitud El Disco Chino Filipino si su hijo se lo pide y lo acompaña de una coreografía cargada de todo tipo de aspavientos con los que el niño alucina tanto o más que los transeúntes. Pero a la coleguimadre le da igual causar vergüenza ajena porque ella es feliz por sistema y eso, a veces, enfada a las madres no madres que no entienden cómo puede emocionarse de esa manera ante un visionado de los Cantajuegos o una tarde de juegos de mesa infantiles con lamida de dados incluida.

La coleguimadre es experta en todo tipo de manualidades y es capaz de hacerte en media hora una réplica de la familia real británica con botes vacíos de actimel y el Congreso de los Diputados con tapones de plástico de coca cola. Para ello, siempre va cargada con un arsenal compuesto por pegamento de barra, ceras de colores y libros para colorear, todo en un bolso maripopiniano que hace las delicias de sus niños y de los de los demás.

Si la coleguimadre acude a una reunión con otros padres, rara vez conversa con éstos, lo habitual es verla agachada en cuclillas frente a la mesa de los niños contando cuentos, cantando la intro de Dora la Exploradora o haciendo el majara en cualquiera de sus versiones. De hecho, la coleguimadre es la estrella de los cumpleaños infantiles porque sabe pintar caras de Spiderman y de Cenicienta como nadie, también hace cupcakes con la cara de Epi y Blas, se mete en la piscina de bolas, salta en el castillo hinchable y se tira por el tobogán de plástico aunque se le encaje el culo y los anfitriones acaben perdiendo la fianza del local.

La coleguimadre es una gran aliada para ‘la madre no madre’ porque aunque no suela  hablar con adultos y mucho menos de los temas que le interesan a ‘la madre no madre’, es una excelente cuidadora de niños, -de los suyos y de todos los que le endiñan- y es habitual verla en la orilla de la playa haciendo castillos de arena o enterrada hasta los ojos masticando arena como una loca y haciendo una lamentable versión del pino puente, mientras las otras madres toman en sol en la hamaca.

La coleguimadre es la mejor amiga de sus hijos pero también la causante de sus mayores vergüenzas públicas, sobre todo, cuando éstos empiezan a tener uso de razón, alcanzando la cima de la humillación ‘juroqueéstanoesmimadre’ en la adolescencia cuando las coleguimadres pasan de hacer trabajos manuales con papel maché a ‘hacerse las guays’, asistiendo a conciertos de grupos para quinceañeras con todo el merchandaising encima y la cara pintada con un 'I love you Justin'.

(Nivel de identificación personal con la coleguimadre: 3 sobre 10)


Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 27 de abril de 2012

Relatos de terror. El bautizo.

Ni aunque los astros se alinearan para escupirme toda su maldad a la cara y estuviera en el punto de mira de un pandemonium escapado del inframundo, ni aunque un tsunami me arrollara calle arriba, ni aunque un rayo me calcinara y se llevara por delante mi casa y mi armario, ni aunque el banco me duplicara la hipoteca y me multiplicara el euribor por infinito elevado al cuadrado, ni siquiera aunque me obligaran a asistir a una clase de Spinning intensiva, podrían hacerme sufrir ni la mitad de la mitad de lo que sufrí en el bautizo de la pelirroja.

Probablemente, el día del bautizo fue con diferencia uno de los peores días de mi vida como madre y puede que también de mi vida en general y, posiblemente, de la vida de cualquiera que hubiera tenido que lidiar con una pelirroja histérica y endemoniada desde las cinco de la tarde –muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde, como predijo Lorca- hasta las doce de la noche en un maratón ininterrumpido de gritos y llantos infantiles.

Yo me había embutido –por aquello de que sólo hacía 5 meses que había parido y mi cuerpo decidió quedarse con TODO lo que había pillado en el embarazo, pero ése es otro tema- en un vestido de H&M la mar de mono, pintadita como una señorita de bien y con mi niña enfundada en un exquisito traje de cristianá con encaje de chantilly, dispuestas a dar el golpe, en el que parecía que iba a ser un día fabuloso.

Pero como no podía ser de otra manera en esta vida perruna que llevamos el pater y yo misma, no lo fue ¿cómo iba a serlo? La niña estaba en una época difícil –como los adolescentes de Hermano mayor- y verle la cara a alguien a menos de un metro de distancia, era como ver a la cabra satánica -que anda sobre dos patas y tiene los ojos verdes de maldad- y al instante empezaba a llorar en plan ‘voy a colapsarme’ con hipos y todo, entrando en una espiral de violencia sin fin.

Y lo peor es que la gente no parecía entender que la niña, insociable por naturaleza, no quería ver ni al Tato de Jerez cerca de ella, y aunque fuera por compasión hacia mí, deberían habernos dado espacio, pero no. La gente venía y la achuchaba y le decía cosas y le cantaba y la niña lloraba y lloraba y algunos me decían, déjala que la coja, que ya verás cómo la tranquilizo y una por educación –y por agotamiento- lo hacía, y más lloraba y más y más y más. Y al entrar en la iglesia aquello fue de película de terror. Que sólo le faltó empezar a trepar por las vidrieras con la cabeza del revés.

Yo creo que el cura empezó a sospechar que aquella violencia de la niña en la iglesia podría deberse a una posesión demoníaca -como luego se demostró en nuestro día a día- pero como era el tío del pater, pues calló y nos dejó bautizarla aunque la niña se revolviera como una loca bajo el agua bendita.

Pero la cosa tampoco mejoró mucho al salir de la iglesia, ni en la celebración donde la niña seguía llorando y llorando... y yo sudando, histérica, arrastrando el bolso y la dignidad, con el tocado golpeándome el ojo y la pintura corrida, con la gente hablándome y hablándome y dándome regalos –pobres- y con el pater acosándome para que probara aquellas delicias culinarias y mi madre desnudando a la niña y volviéndola a vestir y, entretanto, llanto y más llanto, sólo amortiguado por algún pequeño vómito de mocos sobre mi vestido.

Sobra decir que no probé ni un solo bocado del catering, ni siquiera la tarta -que era de helado y chocolate caliente-, ni me senté, ni mantuve una conversación coherente -ni incoherente-, sólo mecí y mecí y mecí y traté de domar a la fiera que no descansó de su violencia  hasta que volvimos a casa, cuando al cerrar la puerta lanzó su último gemido y cerró los ojos. Perraca. Y yo me senté con mi tocado ya en la nuca, mi rimel corrido cual prostituta del puerto y con mi vestido, directamente para tirarlo a la basura, a comerme un triste sandwiche frente a la tele masticando el fracaso y  temiendo, diez años antes, la llegada de la Primera Comunión.

jueves, 26 de abril de 2012

Campamento prematernal. Lección 2.

El proyecto de campamento prematernal va tomando forma y cada vez hay más no-padres interesados en conseguir una plaza en nuestros siempre interesantes y fructíferos ciclos formativos con una severa disciplina  militar con la que prepararse para una futura paternidad y, también, cada vez son más los sí-padres que desean verles sufrir y perder la cara de 'he descansado 8 horas seguidas en una cama para mí solo'. De esa manera, hemos acordado incluir en el currículo las siguientes nuevas materias:

1.- Contaminación acústica. Todos los alumnos, sin excepción, estarán obligados a llevar siempre unos auriculares de última generación BeatsAudio, a través de los cuales escucharán a toda potencia todo tipo de llantos y griterío infantil que, en contadas ocasiones, y de manera aleatoria serán alternados por las melodías de Dora La Exploradora, Caillou y las siete ediciones de los Cantajuegos.

2.- Malabarismo maternal. Una vez al día recibirán una llamada telefónica en la que se le detallarán importantes aspectos de su día a día y que deberán atender con los auriculares puestos, recitando el cuento de Cenicienta y haciendo juegos malabares con tres granadas sin anillas, haciendo creer a su interlocutor no sólo que le escuchan sino que están muy interesados en su conversación.

3.- Agresiones gastronómicas. Las comidas deberán realizarse en 5 minutos cronometrados por un superior, tiempo tras el cual, un saco de harina con forma humana meterá sus articuladas manos en el plato y refregará su contenido por la cara y la ropa del alumno en cuestión. Igualmente, durante las comidas y sin previo aviso, los alumnos serán espurreados con comida masticada a la cara, preferiblemente fruto de papillas pastosas o quesitos para untar.

4.- Tratamiento de choque. A lo largo de las diferentes comidas diarias, haremos las interrupciones que consideremos oportunas con el fin de que el alumno lleve a cabo algunas de las siguientes actividades: a) Introducir la cabeza en un cubo de mierda y aspirar profundamente durante dos minutos b) limpiar un gigantovómito de mocos o c) hacer un aspirado nasal en profundidad, volviendo luego a la mesa a terminar el plato. La dirección se reserva el derecho a solicitar los tres servicios durante una misma comida.

(Continuará)

miércoles, 25 de abril de 2012

Campamento prematernal. Lección 1.

Hilvanando con el post de hace unos días en el que hablábamos de aquellas cosas que debíamos hacer antes de convertirnos en padres -por aquello de que luego no volveremos a tener la oportunidad ni las fuerzas- me vino a la cabeza la flamante idea de crear un campamento prematernal en el que prepararnos para la crianza, ya no disfrutando de lo que no haremos, sino preparándonos para lo que no tendremos más remedio que hacer y que sufrir.

Así, este campamento prematernal contaría con las técnicas más asalvajadas –al más puro estilo Chaqueta Metálica- y estaría destinado a todos aquellos que se decidan a embarcarse en el agotador mundo paternal, para que sepan a lo que van y no puedan decir que no sabían de qué iba el asunto.

En principio he pensado en estas cinco asignaturas como tronco del currículo nocturno, que será completado con otras materias, igualmente fructíferas, en futuras entregas.

1.- Maltrato nocturno. Para ir abriendo boca de cara a la maternidad, los alumnos de nuestro campamento serán despertados en mitad de la noche con alaridos en la oreja y llantos desconsolados en tantas ocasiones como se considere oportuno pero siempre con la idea de no lograr las 3 horas consecutivas de sueño, como en las torturas de Guantánamo. Igualmente, recibirán en silencio y por sorpresa, dolorosas patadas y algún que otro puñetazo bien en los costados, bien en la espalda,  haciendo especial hincapié en las zonas donde haya habido lesiones anteriores.

2.- Prueba de fuerza y constancia. Los alumnos pasarán noches aleatorias en blanco que no serán avisadas previamente y que deberán pasar en pie, paseando por la habitación hasta el amanecer con un saco de harina de cinco kilos acunado en los brazos y cantando nanas clásicas sin descansar. Queda prohibido sentarse o el saco chillará, queda prohibido callarse o el saco chillará, queda prohibido no sufrir o el saco chillará.

3.- Tareas de comprobación. Los alumnos serán despertados cada media hora para comprobar la supuesta supervivencia de un saco de harina en forma de niño que le colocarán en una cuna cercana. Las tareas de comprobación incluyen pasada del dedo bajo la nariz y traqueteo una de cada tres veces. Si el traqueteo es demasiado leve, el saco no se inmutará y será causa de suspenso, si por el contrario es demasiado fuerte, el saco comenzará a llorar y también será causa de suspenso y de colecho con el saco encima.

4.- Destreza nocturna. Al sonido de la alarma –que será en modo llanto infernal- nuestros alumnos deberán levantarse y ,a oscuras, buscar chupetes, biberones de agua y mantitas, sin hacer ruido y en dos minutos. Si lo logran, volverán a dormir hasta nuevo aviso, si no, deberán trasladarse al salón y visionar cinco episodios de Caillou consecutivos, meciendo a un saco de harina chillón.

5.- Arrinconamiento en el lecho. Los alumnos no deberán sobrepasar bajo ningún concepto la raya marcada en sus sábanas que les señalan sus 45 centímetros de espacio para dormir. Si la sobrepasan en mitad de la noche, serán castigados con patadas y otras agresiones físicas. A la tercera falta, agresión extrema y visionado de Caillou hasta el amanecer.

(Continuará)

martes, 24 de abril de 2012

Cómo jugarse la vida y la cordura saliendo a comer con la prole

Cuando a una se le acaban o, por lo menos, se le espacian las fiestas nocturnas con las amigas por aquello de hacerse madre y tener que entregar su vida, su dinero y sus pocas fuerzas a la crianza, las cenas y, sobre todo, las comidas en la calle se convierten en el acto social más destacado de la agenda, salvando bodas bautizos y comuniones, faltaría más.

Salir a comer es, a priori, un buen plan para hacer en familia. En los restaurantes te dejan entrar con niños –por gritones que sean- no está tan mal visto ensuciarse –por lo que parecerá hasta normal que tu hija apenas pueda abrir los ojos de los kilos de ketchup que lleva en las pestañas- y no tienes que arreglarte en exceso o no al menos como si fueras a salir de fiesta y tuvieras que fingir que tienes tres años y dos tallas menos, con lo agotador que eso resulta.

Así que para la mayoría de los padres ir a comer fuera es el plan ideal para el fin de semana. Paseo matutino tomando el solecito mientras los niños juegan tranquila y amigablemente alrededor, globo en mano, luego cervecita en una terraza a disfrutar del buen tiempo y, posteriormente, un almuerzo tranquilo en familia en cualquier local de moda.

Jajajajajjajajjajajajajjajajajajajjaja!!!!

Un infierno. Uno de los grandes. Eso es lo que significa salir a comer, a cenar o a merendar con la prole a cualquier sitio que requiera un mínimo de civismo.

La tortura comienza pronto, a la hora de vestir a la pelirroja y tratar de colocarle un vestido de señorita y un lazo en la cabeza y explicarle que el traje de princesas con las botas de agua no son la mejor combinación para salir a la calle, no al menos si queremos evitar la mirada mitad inquisidora, mitad condescendiente de ‘mira esa familia de locos’ que tantas veces nos han echado. Pero el agotamiento es tal que al final acabo claudicando y aunque el vestido de niña bien no es negociable, le permito combinarlo con unas alas de mariquita tamaño XL o con la felpa con antenas de plumas turquesa que le compró la abuela.

El paseo suele ser un tormento desde el minuto uno, cuando la niña no quiere carro, pero pide brazos, sobre todo cuando pasamos por la calle Larios que de un tiempo a esta parte se ha convertido en un punto de encuentro de figuras humanas aterradoras y de payasos presuntamente amigables con trajes sucísimos y un Winnie de Pooh que nadie diría que es Winnie the Pooh y que tiene tanta mugre encima, que te contagia el ébola con solo mirarte y que a la pelirroja le da pavor. Así que tocan brazos y no brazos normales, brazos en versión ‘voy a fundime con tu cuerpo’, que te cortan la respiración y el buen rollo, y te acaba por arrancar pendientes, collares y el medio kilo de maquillaje que llevas encima para fingir que eres una mujer sana.

Normalmente de la cervecita es mejor pasar o tomártela en el mismo restaurante porque lo suyo es no ir quemando cartuchos ya que local que pisemos es local que entra en barbecho y queda prohibido hasta al menos dentro de un par de meses, cuando el personal se acabe olvidando de nosotros y de la mala tarde que le dimos.

Y llega la hora de la comida y nada más sentarnos, la pelirroja tira uno o dos platos y la gente encoje los pies aterrorizada, para no ser acuchillada y nos mira mal, sobre todo cuando la niña se pone de pie en la silla, haciéndola tambalear sobre un guiri anciano y amigable que ve toda su vida pasar en segundos, pero que no pierde la sonrisa, pobre. Y la niña espurrea el potito sobre mi vestido o sobre la camisa del pater y se bebe mi coca cola tirando la mitad en la ensalada y trata de darme de comer metiendo sus rechonchas manos en mi comida y refregando la salsa en el mantel. 

Y decidimos encerrarla en una trona para fingir que somos padres educados y pedimos perdón a la izquierda y a la derecha. Entonces a modo de venganza, la pelirroja grita como un Masai enfurecido y golpea la cabeza del Nenuco contra la mesa hasta que sale volando y va a parar a los pies del camarero, que nos trae la cuenta a la velocidad del rayo, para que huyamos antes de que le despidan o de que la clientela nos persiga con antorchas, así que ni postre ni nada, a correr. 

Aceptan mi propina y mi sonrisa avergonzada y le dan a la nena una piruleta para simular que no hay resentimientos, pero lo hay, y no los culpo. Y salimos de allí con la comida en el cogote y como si viniéramos de la guerra y al llegar a casa –mil veces más cansada y estresada que cuando me fui- vuelvo a prometer que no salgo a comer con la pelirroja en lo que me queda de vida mientras me arranco la piruleta chupada, que, nadie sabe cómo, ha ido a parar a mi maltrecha melena.

lunes, 23 de abril de 2012

Madre sí hay más que una. 2. La madre entregada

La madre entregada nació para ser madre y en 4º de EGB ya conocía todas las técnicas de crianza existentes. Mientras sus amigas jugaban con las Barbies y se pintaban con los maletines de la Señorita Pepis, ella mecía Nenucos y Pelonas como si no hubiera un mañana. Y les daba papillas y biberones mágicos y los ponía a echar el flato mientras veía Candi Candi.

La madre entregada dice frases grandilocuentes del tipo ‘Yo por mi hijo mato’ –al más puro estilo Esteban, sin que nadie le haya dicho esta boca es mía- o ‘Yo por mi hijo me prostituiría’, -aunque tenga un apartamento en Torrevieja y una Cuenta Naranja y nadie haya amenazado su economía-, y las introduce en cualquier conversación y en cualquier momento, venga o no al caso, ante la atenta y estupefacta mirada de sus oyentes.

La madre entregada se levanta de la mesa quince veces por minuto, sea o no necesario, siempre hay un potito que calentar –aunque el niño ya se haya hinchado de comer en la mesa- una pañal que cambiar –aunque el agotado padre le acabe de poner uno limpio- un chupete que lavar, un sonajero que recoger o un churrete que limpiar, siempre con el terrible y afamado dedo ensalivado.

La madre entregada hace lo posible por boicotear cualquier conversación que no verse sobre niños, introduciendo como quien no quiere la cosa en mitad de una discusión sobre política internacional o sobre el último expulsado de Gran Hermano, detalles sobre los avances de su retoño, técnicas de sueño experimentales o los siempre infernales percentiles y sus consecuentes comparaciones.

La madre entregada no acude a ningún evento sin su hijo. ‘O los dos o ninguno’, dice cuando la invitan a una cena, a una fiesta o hasta a una despedida de soltera. Forman un pack indivisible, como los yogures, y si te comes a una tienes que comerte al otro. Y no hay tutía.

La madre entregada es el Satanás de las maestras, a las que no duda en enfrentarse si su hijo vuelve a casa con un arañazo –da igual que él dé bocados a diestro y siniestro como un rottwailer-, cuando le suspenden el círculo amarillo –esto suele ser una afrenta mortal- o cuando le colocan el último de la fila en la función de Navidad. Además, la madre entregada espía a su hijo por las rejillas de la verja del patio del colegio para asegurarse que no bebe agua de la fuente sino de la botellita de Aquarel.

La madre entregada finge que quiere aleccionar a las madres imperfectas –a las que mira con desdén, con desdén contenido, pero con desdén al fin y al cabo-y da consejos grandilocuentes, pero los da a medias sin enseñar todos sus secretos porque en realidad quiere ser la única madre coraje del grupo. Que se note que hay madres y madrecillas.

La madre entregada no deja vivir a su hijo y cuando en cualquier evento ponen una mesa para los pequeños -aunque su niño ya coma solo y esté de infantil-colegueo con los otros niños- trata de evitarlo y sentarlo en su mesa y si no puede, lo persigue para cortarle la pizza y echarle el ketchup en las patatas y si puede, se sienta a su lado hasta que termine, limpiándole la boca hasta arrancarle dos capas de piel, amenazándolo con no darle el helado hasta que se termine el flamenquín, mientras los demás corretean por debajo de la mesa y se tiran el flamenquín a la cara.

La madre entregada sólo tiene tiempo y ojos para su bebé y por eso, es habitual verla ataviada con un look aterrador, sin combinación alguna de colores ni estilo, con pelados que merecen cárcel –a veces hasta se pelan ellas mismas como las neohippies- y si, en un alarde de egocentrismo, van a la peluquería piden “el peinado de mi madre, por favor”. Van sin apenas maquillar o, en su defecto, maquilladas como una puerta pero con los colores que nadie usa de los maletines de pinturas. Las pobres no saben qué se lleva y qué no y cuando alguien les habla de la nueva temporada de Inditex, cree que le hablan de una nueva serie de la Fox, que por supuesto no tiene tiempo de ver.

Aunque puedan contar con algún rasgo en común, a la madre entregada no hay que confundirla en ningún caso con la Madre de la Artista o Madre de la Pantoja, cuyos niños son los más guapos, los más listos y los más de lo que sea y se parten la cara si hace falta para que su niña haga de Virgen en el Belén viviente de la guardería o eso, o queman el portal… ni con la Coleguimadre, que entre sus principales aficiones se encuentran todas las de sus hijos y es común verla disfrazada o tirada en el suelo jugando a las muñecas o a los Gormitti. Para la Coleguimadre la microrrealidad de la que hablamos hace un tiempo absorbe toda su vida. La madre entregada, en cambio, se entrega al cuidado de su nene, pero jugar que juegue solo, que ella tiene que esterilizar biberones.
  
(Nivel de identificación personal con la madre entregada: 1 sobre 10)


Repetimos: Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 20 de abril de 2012

'Operación Pañal Fuera' abortada (Parte II)

Mi madre, que días antes se había declarado fan incondicional de la ‘Operación Pañal Fuera’, me llamó y al conocer los chungos avances del asunto me ordenó que de manera inmediata le pusiera a la niña el pañal, que iba a traumatizarla y que “¿a quién se le ocurría meterse en esto cuando aún hace frío?”… ¿perdón? ¿A ella? En cualquier otro momento me hubiera indignado, pero ¿en éste? ¡Qué disparate! era la excusa perfecta a la que agarrarme como a un clavo ardiendo para acabar con aquellas 24 horas en el infierno.

Al parecer mi madre corrió la voz de que trataba de quitarle el pañal a la nena en invierno -qué sacrilegio- y empecé a recibir llamadas, sms y whatssap de medio mundo. “Que la niña se va a resfriar”, decían unos. “Que eso se hace en vacaciones cuando está más relajada”, decían otros. “Que no está preparada” me decía mi hermana que es maestra y sabe de niños meones, “dale tiempo y espérate a verano”. 

Y yo con los ojitos vueltos de la emoción, oía estos comentarios como agua de mayo mientras ponía lavadoras y lavadoras de ropa orinada, pensando que llevar pañales hasta la ESO tampoco es una mala opción… que para eso están los de adultos, oiga.

Y ya estaba yo casi convencida –sólo me quedaba convencer al pater de la criatura que aún sudaba tras su periplo en busca del sillaorinal perfecto y me daba no sé qué decirle aquello de ‘sonría a la cámara’ todo ha sido un simulacro- cuando tuvo lugar una cadena de estornudos de la pelirroja, sentada nuevamente al orinal –porque mi niña lista no es, pero constante, un rato- y con sus pequeñas blanquipiernas al aire, al aire frío de esta primavera invernal y ya no hizo falta más. Yo miré al pater y el pater me miró a mí y asentimos.

Se acabó el espectáculo. A tomar viento la bicicleta. Antes muertos que pasar por otra bronquitis de la mano del infernal Therbasmin y sus abominables efectos secundarios, así que crucé la habitación -pisando pequeños charcos clandestinos de pipí- y la cogí en brazos en modo Oficial y Caballero y me la llevé al cambiador –el que había estado a punto de guardar en el cuarto de los leones (léase el de los trastos)- para ponerle el pañal a modo de final feliz, un pañal que la pobre hizo desbordar a los dos minutos.

Y nos sentamos a ver Cenicienta, por cuarta o quinta vez, todos sequitos y contentos, tapados con la única mantita que había salido indemne del festival del orín y fuimos felices olvidando el que sin duda fue uno de los días más tortuosos de la maternidad. La pelirroja recuperó su orgullo lastimado y guardó su cara de gallina asesina para otra ocasión, probablemente para junio o julio, cuando retomemos la abortada operación porque entonces ya hará calor, la nena no se resfriará y la logística será mucho más cómoda… digo yo.

El problema es que será todo tan propicio que ya no va a haber excusas a las que agarrarnos en el caso de que la cosa se tuerza. Aunque claro, en julio quizá haga mucho calor, ¿no? Con el pis dejándole las piernas pegajosas, no sé yo, no sé yo…
 
PD: Lo mejor de todo es que cuando reuní fuerzas para confesarle a la seño que abortábamos la maniobra, nos dijo “Claro, es que lo mejor es hacer estas cosas en verano” ¿perdón? Pues eso.

jueves, 19 de abril de 2012

'Operación Pañal Fuera' abortada (Parte I)

Una jornada. Un día. 24 horas. Eso es lo que nos ha durado la ‘Operación Pañal Fuera’ antes de que decidiéramos claudicar y entregar las armas, es decir el jodido orinal y las dos mil braguitas y abrazarnos a la paz infinita de los pañales Huggies, Dios los bendiga.

Que soy una madre cobarde y pusilánime que no tiene energía ni ánimo para enfrentarse a los cambios que entraña la maternidad y mucho menos al drama del pis en el parqué y la caca refregada en el pantalón, eso no tiene discusión, lo confieso soy débil y escrupulosa, pero hay que dejar bien claro que eso no ha influido en el abandono de esta nueva y terrible etapa, o al menos no mucho.

Imagino que la maestra de la pelirroja que, como yo, estará ya al borde de la fractura de espalda de tener que levantar 17 kilazos de alumna para cambiarle el pañal, empleó toda su oratoria persuasiva para hacerme creer que éste era el mejor momento para empezar con la ‘operación pañal fuera’ y yo, madre orgullosa e inexperta aplaudí como Paolo, el amigo de señor Trombonetti.

La pelirroja también aceptó de buen grado la novedad, con lo cual ya teníamos media batalla ganada –o eso me dijo la maestra- y la mandé al cole con nueve mudas y nueve braguitas de princesas todas y un solo pañal para la siesta porque eso sí “nunca, nunca le vuelvas a poner el pañal, pero en mi colchoneta que no se orine”. Pues eso.

Al parecer sólo se hizo pis encima una vez y muy poquito, pero claro, tampoco hizo nada en el miniwater así que imagino que la pobre estuvo toda la mañana aguantando, con los ojitos vueltos y la vegija del tamaño de Canadá, hasta que por fin le pusieron el pañal de la siesta, que taladró a los 5 minutos. Pobre. Aunque no lo debió de soltar todo porque fue llegar a casa y comenzar el festival de la orina sin fin, hasta el punto que pensé que la niña se me deshidrataba, que el esfínter es muy suyo y estresarlo es lo que tiene. 

El pater pensó que es que la niña no quería el orinal de Ikea porque le venía estrecho y salió como alma que lleva el diablo a buscarle uno de silla como el de su prima Sara para que la niña viera la tele y miccionara al mismo tiempo. Una guarrada, vamos. Pero surtió efecto, el pobre pater vino sudando como un pollo, ilusionado, con su sillaorinal en la mano y la pelirroja no dudó en bajarse las braguitas y sentarse en él como agradecimiento y sin que nadie se lo dijera… y lo intentó. Digo si lo intentó. Estuvo casi toda Cenicienta allí sentada, esperando a que saliera el pipí, pero nada, hasta que se levantó, con un círculo marcado en el culete, se puso las braguitas y se subió el pantalón, el pis no salió.

Pero una vez que salió ya no había manera de pararlo y la pobre corría hacia mí entre aterrorizada y asqueda, con la piernas abiertas como Lucky Luke y diciendo ‘mira, mamá, sshorreando’ y, nada, a la ducha y a cambiar braguitas, pantalón, calcetines y zapatillas… y una y otra vez, y una y otra vez, y una y otra vez, y así hasta hasta diez veces. Casi ná.

Lo peor es que la niña empezó a frustrarse y a poner su cara de pocos amigos –más conocida por su cara de gallina asesina- y eso que yo -aunque estaba al borde del colapso nervioso y gané dos mechones nuevos de canas en sólo tres horas- fingía que todo era maravilloso y le hicimos fiesta hasta cuando se me meó encima por aquello de que no se traumatizara, pero nada. Llegó un momento en que estaba tan indignada, que se bajó los pantalones y se sentó en una esquina de la casa exigiendo su pañal con el orgullo marchito y el culo fuera. 

(Continuará)

miércoles, 18 de abril de 2012

No sin mis braguitas

Hace unos pocos días, en un arrebato de inconsciencia de ésos que me dan cuando paso una buena noche y me olvido de que soy una madre agotada y ya me creo que la vida es maravillosa, me fui de compras con la pelirroja, a pesar de que no hace mucho prometí que me arrancarían los ojos antes de volver a meterme en un H&M con ella. Pero eso es lo que tienen los arrebatos y las horas de sueño reparador, que te obnubilan un poco el buen juicio y te dejan ingenuo y feliz como un dependiente de la Disney Store.

Como no podía ser de otra manera, aquello fue un desastre. Un desastre anunciado de patatas fritas machacadas entre la nueva colección de Zara, de gritos ‘amorancados’ y amenazas marujiles por mi parte, de sollozos y súplicas ante los zapatos de tacón previamente empapados en el aceite de las patatas por la suya, de lamidas de espejo en los probadores, de tentativas de suicidio escaleras abajo, de reptar bajo los estantes arrasando a su paso y de un sinfín más de intentos de volverme loca, intentos que, por supuesto, dieron su fruto.

Pero por si esto no fueran pocas razones para ir tramitando bien la adopción o bien mi huida a un país tropical, nos topamos con un gigantomueble repleto de braguitas Disney, la nueva gran afición de la nena, que cual fetichista psicópata de película de Ashley Judd las colecciona con toda la ansiedad del mundo y claro, hubo que coger un paquete. Era eso o el caos. Y elegimos las bragas.

Y todo fue felicidad hasta que la del probador se quedó con ellas mientras yo le probaba a la pequeña terrorista un par de pantalones, pero claro, ella sin sus bragas no era nadie y sin importarle que aquello estuviera a rebosar de personas de bien adquiriendo nuevas prendas de temporada, empezó a gritar cual posesa: ‘Quieroooo mis bragas, quieroooo mis bragas’ cual prostituta de carretera, arrebatándome cualquier atisbo de dignidad que aún conservara, que no sería muy grande, para qué engañarnos.

Así que, como tantas otras veces, salimos del probador sin probarnos nada. Yo con la cabeza gacha –esta postura ya empieza a ser habitual- y ella a lo suyo, pidiendo bragas a voz en grito.

Y nos fuimos de allí como almas que lleva el diablo, pero con las bragas en la mano, eso sí, rumbo al hogar a seguir disfrutando de nuestro particular infierno underwear, pero en privado. Pero claro, aquello no había terminado porque ¿para qué iba a querer la pelirroja 7 braguitas si no es para colocárselas? Y así acabamos, en plena calle, poniéndonos y quitándonos bragas como Lindsay Lohan. Que si ahora la de conejitos, que si ahora la de rayas, que si ahora todas juntas, una encima de otra y todas sobre los leotardos… Y la gente nos miraba como animales de circo enfermos, entre el miedo y la compasión, imagino que porque más de uno habrá sido partícipe de al menos un festival bragueril en su vida o porque entendían lo duro que es esto de la maternidad o simplemente porque era un espectáculo surrealista y esperpéntico. A saber.
La cuestión es que logramos llegar a casa, yo exhausta y al borde de la locura y la pelirroja exultante con el culo en modo Celia Cruz gracias a sus 7 bragas consecutivas sobre el pañal…

martes, 17 de abril de 2012

Operación pañal fuera

En su afán por complicarme la vida, la maestra de la pelirroja me ha dicho que esta semana empezamos la ‘operación pañal fuera’, una expresión que con sólo oírla ya pone los pelos de punta, así que no quiero ni imaginar qué sensaciones experimentaré cuando tenga todo el parqué lleno de pipí –de lo otro ni hablamos- y todo sea cambiar braguitas y pantalones y una vida perra por una perrísima.
 
De momento ya hemos comprado un buen arsenal de braguitas de princesas, animales y otros bichos feísimos; tenemos toallitas Kangoo, que al parecer son lo más, y ya hemos tratado de lavarle el cerebro con un par de cuentos inventados –y por ende surrealistas y con giros inesperados de argumento dependiendo del agotamiento o la memoria- sobre princesas grandes que hacen pipí sin pañal y son felices y guapísimas y de las feas y pequeñas que aún usan pañal, y creo que, de momento, está entregada con la idea de abandonar la celulosa.

No obstante, y a pesar de los consejos apocalípticos de la maestra talibán del tipo “una vez que se lo quitas ni se te ocurra volver a ponérselos ni una sola vez”, he hecho acopio de pañales Huggies para parar un tren, un cargamento que viene a ser como el paquete de tabaco que todos guardamos en una chaqueta de boda el mismo día en que decidimos dejar de fumar. Tenerlo ahí tranquiliza. Anda que no.

Las principales dudas que hemos tenido el pater y yo frente a esta nueva y terrible etapa que se avecina es si decantarnos por el tradicional WC adaptado o por el siempre repugnante orinal que aquí en Andalucía es conocido como escupidera, por lo que ya de antemano, es doblemente desagradable.

En un primer momento abogamos por el WC que es más limpito y tradicional y luego se tira de la cadena y listo, hoy pan y mañana gloria. Así que la sentamos para hacer la prueba y ver si aquello funcionaba aunque fuera a nivel logístico, aunque aún no tuviéramos el adaptador. Y le encantó. Le gustó tanto que en un arrebato de emoción se soltó de mi mano y fue engullida por el retrete sin compasión. Entre eso y entre lo que yo tardé en sacarla de su incrustamiento del ataque de risa floja que me dio, la pelirroja se declara enemiga del WC y si no enemiga, al menos no tan amiga como cuando todo era meramente teórico.

Así que pasamos al plan B y al orinal, a pesar de que su solo nombre me da repelús. Lo compramos verde limón y con una forma raruna para que pareciera cualquier cosa antes que un orinal y la pelirroja lo recibió con todo tipo de aspavientos de alegría, no sé si porque le encantó o porque aquello significaba que abandonábamos la idea del WC engullidor. Y ahora, en las prácticas que hacemos para que vaya habituándose a sentarse y a tratar de hacer pis –por supuesto no hace nada hasta que le vuelvo a poner el pañal- todo es felicidad, felicidad infructuosa, pero felicidad al fin y al cabo.

Y hasta aquí puedo leer porque aún no hemos empezado en serio con la ‘operación pañal fuera’ que es inminente y terrorífica y que sin duda viene a destrozarme el poco sosiego alcanzado a base de rutina. Pero la crianza es así, me dice sonriendo la malvada maestra que no tiene 20 años y que aún no ha parido. Ya te tocará, pienso y me río para mis adentros, con risa de bruja sobreactuada, mirando su pelo planchado…

lunes, 16 de abril de 2012

Madre sí hay más que una. 1.- La madre neohippie

La mayoría de las madres neohippies han sido ya neohippies mucho antes de ser madres, básicamente desde que se matricularon en Magisterio de Música o en Bellas Artes, desde que se tatuaron el ying-yang en el tobillo, desde que su amiga peluquera les hizo un par de rastas en COU, desde que escucharon a Bob Dylan por primera vez o desde que aprendieron a tocar la flauta travesera en los aparcamientos del instituto… y claro, ahora que se embarazan ya no pueden dejar de ser lo que eran, aunque al crío le toque también aprender a tocar la flauta o los timbales y a dejar de peinarse. Eso es así.

La madre neohippie vive el embarazo como nadie. Es el milagro de la vida dentro de ella. Se sienta en tu sofá y se descalza para tocarse lo pies mientras te habla de la sincronización de sus chakras con los del feto en un ejercicio de meditación avanzada mientras tú, estupefacta, te bebes el vino.

La madre neohippie no teme el momento del parto. Es más, lo espera con ansiedad y no por ver al bebé, que también, sino porque ese dolor infinito es un modo de demostrar su amor por la vida y por su hijo –juro que esto lo he oído- y por eso no quiere epidural, ni oxitocina ni mucho menos material quirúrgico. Quiere parir como las neardenthales, que ya parían hace millones de años. Tanto avance médico y tanta leche…

La madre neohippie no cree en la medicina tradicional –en la universitaria- sino en la alternativa –la de hierbas y purgas- y no es amiga de las vacunas porque asegura que dan autismo y otras enfermedades terribles cuya relación con la vacuna se ha archidemostrado que es absurda, pero claro, ella no lo sabe porque no ve la tele. La rompió con un martillo como mi amigo Cuenca porque la televisión nos come el intelecto y nos convierte en borregos de una sociedad hecha a medida del poder. Casi ná. Así que sus polluelos no ven Bob Esponja ni Caillou, aunque probablemente eso es una bendición. Pero tampoco van al cine a no ser que echen una película de dibujos animados iraní que sea en protesta de algo, si no, no. Que los americanos son muy malos y muy suyos y todo lo que tocan lo convierten en capitalismo terminal.

La madre neohippie da el pecho porque es prolactancia materna sobre todas las cosas y lo da hasta los siete años cuando el chaval ya se muere de vergüenza frente a los amigos de madres no neohippies. Habitualmente son veganas y hacen que sus hijos también lo sean y compran en huertos ecológicos donde hay bichitos y gusanos que garantizan su calidad sin pesticidas y comen brócoli y mucha col de Bruselas, el paraíso infantil.

La madre neohippie no entiende de modas, bueno en realidad sí entiende pero no quiere entender y lleva a sus pequeños polluelos disfrazados al más puro estilo guiri destroyer con leggins bajo faldas de globo y faldas sobre pantalones vaqueros y camisetas sobre jerseys porque en el mundo neohippie la superposición textil es lo más, vamos que es tan importante como no peinarse y tan fundamental como llevar fular y mucho lino, el lino que no falte.

La madre neohippie lleva siempre a sus retoños con ella, en un trapo liado al cuerpo, en un sillín tras la bicicleta o andando. Se juntan en grupos con otras madres neohippies con sus faldas largas y sus pañuelos en el pelo. Aunque te fijes bien, son todas iguales y suelen ser alegres pero contenidas y un poco místicas también.

Sin duda lo peor de la madre neohippie ya no es que se descalce en tu sofá o en el autobús, se toquetee los dedos y te cuente con pelos y señales –sobre todo con pelos, porque las madres neohippies no creen en la depilación- su modo de ver el mundo maternal, lo peor es que es hiperevangelizadora que se empeña en que su modus operandi es el único y el correcto y a base de crítica feroz, melodías hindús y olor a incienso tratan de llevarte al huerto, hacerte antisistema y colocarte el trapo cuelganiños alrededor de la cintura… Con lo mala que tengo yo la espalda.

(Nivel de identificación personal con la madre neohippie: 0 sobre 10)

NOTA:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 13 de abril de 2012

Ricitos de cobre... y enredados

Por si la maternidad en sí ya no fuera bastante complicada, con sus alimentaciones especiales –esas leches pestosas y esas papillas de texturas terribles-; sus malas noches –todo un clásico-; su particular discurrir de la moda –aquí el piqué y las puntillas se llevan de calle a Karl Lagerfeld y compañía-; su desorden intrínseco –con pelotas, muñecas desnudas y la casita de Minnie y todo su mobiliario tirado por la casa en plan campo de minas-; su hora de la ducha con lanzamiento de muñecos, llantos infinitos y jabón por las paredes –sin duda, el infierno rey-, va y me toca una niña con el pelo rizado. No rizado aguado en plan ondas californianas, rizado rizado, con tirabuzones infinitos que se enredan sobre sí mismos creando bucles de pelo pelirrojo por todos sitios.

Para mí, que no soy una madre especialmente mañosa y soy incapaz de domar mis cuatro pelos lacios, enfrentarme a una cabeza de tirabuzones a lo Maria Antonieta no es moco de pavo y, por tanto, los resultados no son especialmente satisfactorios.

Soy consciente de que cualquier otra madre más capacitada para la peluquería llevaría a la pelirroja cual Shirley Temple con cada tirabuzón en su sitio sin enmarañamiento alguno y con más de un lazo para alimentar su aspecto de niña antigua de cromo. Pero yo no puedo, estoy muy cansada y además soy un poco inútil para estas cosas, para qué engañarnos, lo que sumado a que la nena es una rebelde capilar que se niega a que le ponga un ganchillo provoca que luzca una cabeza ‘apunsetada’ propia del payaso asesino, It, creo que se llamaba. Y eso no está bonito.

Siguiendo los consejos de mis amigas de pelo rizado, que están más puestas en esto del bucle, me afano especialmente a la hora del baño cuando la desenredo con tesón –he de confesar que cuando un nudo se me resiste lo corto y así va la pobre trasquiladita, trasquiladita- usando un arsenal de marcarillas y mejunjes bifásicos que le dejan el pelo la mar de suave y mono, aunque esta tarea me cueste un disgusto porque a la pelirroja echarle agua por la cabeza es como cortarle un brazo y ya de peinar ni hablamos, pero he descubierto que bajo la hipnótica canción de ‘Eres tú mi príncipe azul’ puedo hacerle casi cualquier cosa. Con decir que el otro día casi consigo cortarle las uñas de los pies…

En fin, pues eso, que del baño sale mona y con una pasada de secador los tirabuzones se forman como por arte de magia y la niña está guapísima –aunque esté feo que yo lo diga-. Pero a medida que van pasando las horas la cosa se va complicando en parte por las pseudocolas frustradas que se hace con las gomillas de la Nenuco Peinados y por los lazos que yo le pongo y ella se arranca… Y la cabeza de señora mayor con permanente de barrio empieza a aflorar.

Pero lo peor viene tras la siesta, cuando se levanta con el peinado del primer Almodóvar, con los tirabuzones abiertos, creando una nube infinita de pelo pelirrojo y enredado a modo de sol o de león de circo, pero a su vez, aplastado por detrás, luciendo calva y llanura como una señora anciana postrada en una cama. Y ahí es donde ya no hay vuelta atrás. No hay manera de reconducir el desastre. Y o bien le vuelvo a lavar la cabeza o bien nos quedamos en casa para no ser señaladas por madres de bien o  nos tiramos a la calle fingiendo que los 80 han vuelto, otra vez. O le quito la siesta que también es otra opción. Sólo que así tendría una niña bien peinada, pero endemoniada. Y no sé que es peor.

jueves, 12 de abril de 2012

Su primer suspenso (bueno, el segundo)

Mi pelirroja ha suspendido “el círculo en el entorno” por segundo trimestre consecutivo y en casa estamos que no levantamos cabeza. Al parecer lo de identificar el color amarillo tampoco lo lleva muy bien y es que todo indica que ella se afana más en las habilidades sociales -que en esas sí me saca nota- y, claro, no me estudia. Hemos pensado en buscarle una academia particular para que la pongan al día y no se me eche a perder, pero claro ya me han dicho en tres que no saben de qué les hablo y que allí dan física o matemáticas de segundo grado, como mucho, conocimiento del medio, pero círculos amarillos no. Y, claro, estamos en un sinvivir.

Yo que quería descargar todas mis frustraciones en la niña y que estudiara Económicas o algo de provecho para los tiempos que corren –nada de Periodismo ni Publicidad ni Audiovisuales, gracias- o Arquitectura como quiere el pater para que acabara diseñando puentes por medio mundo, me voy a tener que conformar con que termine la ESO y poniéndonos en lo mejor en que me haga un modulito de dos años porque sin una buena base de círculos amarillos no hay nada que hacer. Estamos vendidos.

La maestra que me entregó las notas y hundió mis expectativas de futuro no le dio importancia -claro, no es su hija, pensé yo- e hizo hincapié en las otras 32 habilidades que sí había aprobado, dejando caer como quien no quiere la cosa que su “adquisición de hábitos alimenticios” también necesitaba mejorar. Sin embargo yo esto no lo veo tan mal, total a lo mejor la pobre sabiendo que tiene un intelecto limitado se va a afanar en cultivar buen tipo y se controla la dieta… porque ella no sabrá lo que es un círculo pero sí lo que es una princesa Disney y me temo que por ahí van sus objetivos.

Mi madre aboga por ir a reclamar y dejar claro que su nieta sí sabe lo que es un círculo y que a lo mejor el amarillo que le enseñan es en realidad un color mostaza y por eso la niña se confunde, que la guardería tiene muy mala luz, me dice. Y yo creo que tiene razón, que mi madre sabe mucho de pantones y de orientaciones solares.

Y en eso andamos. La pelirroja, que aún no sabe que está condenada a la FP, sigue su vida como si tal cosa, jugando con su mecano –en el que también hay círculos aunque ella crea que son otra cosa-, pero para el pater y para mí ya nada es lo mismo. Hemos perdido la ilusión: tenemos una hija que ya suspende en la guardería... Sólo nos queda la esperanza de que mi madre consiga una revisión del libro de actividades Max y que le pongan un suficiente en círculos amarillos, aunque claro ya se sabe que las revisiones las carga el diablo y capaces son ahora de suspenderle el cuadrado o “la percepción óculo-manual en el trazado”, así que mejor nos quedamos como estamos. No vayamos a destrozarle más el currículo, que bastante tiene ya con lo suyo.

miércoles, 11 de abril de 2012

La vuelta de las vacaciones

La vuelta de las vacaciones siempre es dura, aunque te hayas ido a la vuelta de la esquina con la prole y el malvivir a cuestas porque las vacaciones siempre son vacaciones aunque estés desempleada y no tengas un jefe al que perder de vista, aunque el lacio de Caillou viaje contigo y no puedas tomarte un rioja frente al mar en silencio o sin que el camarero te llame la atención porque la pelirroja le haya hecho tropezar tres veces y a punto ha estado de dejarse los dientes en la bandeja. Gajes del oficio de madre, digo yo.

Las vacaciones molan. Molan porque alteras la rutina y aunque la nueva rutina sea peor e incluso más agotadora que la anterior, al menos es otra y eso mola aunque sea por variar. Mola mucho.

Y lo mejor de todo es que los pequeños saben que hay vacaciones aunque aparentemente nada cambie. Imagino que porque ven que se nos relaja la habitual cara de Guardia Civil estreñido o porque nos ven menos estresadas o más amables, pero lo saben y se portan mejor y gritan menos y hacen menos trastadas o quién sabe, a lo mejor hacen las mismas pero nos las tomamos mejor porque en un par de días hemos subido nuestro umbral de histeria maternal varias posiciones.

La pelirroja que no come nada –aunque viéndola nadie lo creería, de hecho la pediatra no me cree y me mira con desprecio por eso y por otras cosas- se ha convertido en un gremlin hambriento durante las vacaciones y cada vez que la perdíamos de vista, la encontrábamos agazapada como Gollum tras un mueble de cocina devorando chocolate blanco o patatas al jamón o lamiendo galletas Oreo como si no hubiera un mañana.

Para ser justos he de decir que para la pobre era su primer contacto con el mundo de las grasas saturadas a esos niveles, ya que en casa por aquello de que me paso la vida en una infructuosa y constante operación biquini, hay poco donde rascar y como mucho puede tropezar con alguna maldad gastronómica que compre para ella, pero al ser una o dos a lo sumo, pues como que pasa pero, claro, imagino que nadie puede evitar sucumbir a esos muebles a rebosar de chocolates y chucherías variadas que tiene mi hermana, la canija, en su casa.

Y entre galleta y galleta hemos bajado a la playa, hemos tapeado al sol –y al viento huracanado de estos días-, hemos ido de compras, hemos quedado con amigos, hemos paseado, hemos echado siestas infinitas y, en definitiva, hemos disfrutado de una inusitada tranquilidad familiar. Y todo ha sido bienestar y relax -a ver, todo el bienestar y el relax que puede haber con una pelirroja hiperactiva de 2 años-.

Pero ha sido volver a casa y la tranquilidad se ha esfumado de un plumazo, entre deshacer maletas y poner lavadoras, entre el reencuentro de la nena con sus juguetes –con el consecuente vaciado de cestas y arcones dejando tomates de plástico y cabezas de Minnies por todos sitios-; y la vuelta a la rutina de despertador y de la inevitable operación biquini en fase extreme –o eso o me veo este verano en traje de neopreno-. 

Y la pelirroja, sabiendo que ya, como diría Paloma San Basilio, la fiesta terminó, se vuelve maligna y ya no quiere dormir, ni bañarse y vuelve a hacerle ascos a la comida, incluso a las galletas Oreo que nos hemos traído de contrabando en la maleta. Imagino que sabe que ya no estamos de vacaciones o puede que me haya escuchado decir que está condenada a la dieta Dukan en un futuro por aquello de tener las hechuras de la bisabuela, y ha decidido empezar su primera operación biquini. Pobre. Lo que le queda.

martes, 10 de abril de 2012

Entrenamiento maternal

Buena parte del estrés que acumulamos las madres primerizas se debe, en buena medida, a que nos lanzamos a este mundo de la maternidad y del malvivir sin preparación alguna, sin ningún tipo de aprendizaje previo que nos entrene para lo que está por venir. Como mucho, alguna amiga madre que no oculta su malvivir entre gasas con puntillas y doble capa de rimel nos pone sobre aviso de lo dura que es la crianza pero, entre que una piensa que es más lista que las demás y que la amiga -por aquello de no hacer sangre y no disminuir las tasas de natalidad- tampoco se explaya mucho, pues de poco sirve la confesión.

Así que nos enfrentamos a una nueva y aterradora etapa vital sin más preparación que la de contar con una canastilla de Mustela, un puñado de trajecitos ideales y un conjunto de muebles con nubes y osos en los tiradores.

Yo, que soy madre imperfecta y cada día más, tampoco tengo muy claro cuáles deberían ser las asignaturas que nos deberían impartir antes de entregarnos a los trabajos forzados de la cría, pero por la experiencia acumulada se me ocurren algunas ideas para que el inicio de la maternidad sea algo menos traumático -o más traumático si se acostumbra una a lo bueno- o que al menos tengas algún buen recuerdo al que agarrarte en las noches de insomnio y Dalsy.

1.- Pásate un año durmiendo. Si puedes más, mejor. Porque una vez que te endiñen al retoño ya nunca más volverás a dormir o a dormir igual –depende de la suerte que tengas- y todo serán ojeras y patas de gallo.

2.- Ve todas las películas que puedas –hasta las de Antena 3 a mediodía- porque te pasaras una buena temporada sin más relación con el mundo audiovisual que la que te den Epi, Caillou, Dora y los Cantajuegos. Y así acumulas conversación cinematográfica para los próximos tres años.

3.- No te pierdas una juerga y bebe como un cosaco y si acabas subida a una barra bailando Macarena en plan Paris Hilton pero en versión pobre, mejor. Que luego vienen 10 meses de embarazo infernal, con más prohibiciones que el Ramadán y después varios meses de cautiverio maternal en el que plantearse ir de fiesta es como plantearse ir a la Luna. O peor porque a la Luna no hay que ir embutida en un traje de noche.

4.- Léete todos los libros que te interesen y los que no, también. Y las revistas, todas, hasta las de motor o las de cocina porque luego no podrás leer ni el prospecto de las medicinas en paz. Y si por alguna extraña casualidad tu prole te deja leer, tendrás que volver una y otra vez al inicio de la página porque la falta de neuronas propia de los primeros años de la maternidad –espero que sea sólo en los primeros- te vuelve imbécil. Con decir que ahora leo poesía por aquello de que es más corto…

5.- Vete de viaje. Adónde sea y con quién sea. Cuando paras, ya no sólo serás más pobre –con lo que te gastarás en pañales en un mes tienes para el vuelo Málaga-Madrid- sino que a partir de entonces, serás dos personas en una, pero no en plan amor-amor, sino en plan anexo infernal y ya tendrás que andar sobornando al abuelaje para que se queden con la prole. Y aunque lo consigas, como la maternidad es un poco “ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio”, pues eso, no te vas tranquila y el viaje es menos viaje y te gastas más en llamadas telefónicas que en cócteles. Y eso no está bien. Nada bien.

lunes, 9 de abril de 2012

Madre sí hay más que una…

Al igual que ocurre con los niños, también existen madres para todos los gustos y preferencias que una, tras la experiencia de tratar con ellas –en la guardería, en el médico o en la planta baja de Zara- va clasificando en diferentes subgrupos con los que simpatiza en mayor o menor medida, y entre las que se encuentran las madres entregadas -o de la Fundación Madre Coraje, que diría mi amigo Dani- de ésas del “no era nada hasta que parí y ahora lo soy todo”; las madres moennas –de ésas que llevan a los chiquillos en rarísimos cochecitos suspendidos en el aire, que les leen versiones adaptadas de la Metamorfosis de Kafka y les guardan un fondo para el psicoanalista-; las falsas malas madres –que quieren a su prole más que a nada, pero que están fritas por darle esquinazo a la primera de cambio-; las madres viejas o abueladas –de ésas que visten a sus hijos como a niños muertos de películas de miedo con ropa de mercería de barrio y no les dejan subirse a los columpios, ni ensuciarse, ni comer chucherías, ni vivir tranquilos- las falsas madres perfectas –que siempre lo hacen todo bien, que llevan el pelo planchado y a sus hijos impolutos, pero que les colocan unas bermudas sin leotardos en pleno invierno mientras ellas pasean con sus chaquetones de pelo beige-; las madres perfectas de verdad –a las que odiarías a muerte si no fuera porque las perracas, además, son un encanto-, o las madres neohippies, de ésas que quieren partos naturales sin intervención médica, que no creen en las vacunas ni en la medicina tradicional –o sea, la única-, que dan el pecho hasta los siete años, que no llevan a sus hijos al cine –para acabar con el americanismo y otros muchos ismos muy importantes todos- que llevan a los chiquillos con ropa de lino reciclada, chanclas artesanales y rebequitas colombianas, envueltos en un trapo retorcido que se cuelgan como las madres africanas, pero sin gracia, y con el que presumen de ser madres naturales y fabulosas… (a ésas no las puedo ni ver).

La tipología es tan amplia y hay tanto que decir de cada subgrupo que no veo otra solución que la de escribir un artículo sobre cada tipo de madre o al menos de los tipos más abundantes, con la idea de ayudaros a saber con quién os enfrentáis en la sala de espera del pediatra, donde un mero desliz al elegir la conversación puede resultar una afrenta mortal.  Aún recuerdo cuando bromeé con aquella neohippie tocapiés sobre la posibilidad de patentar un útero de plástico donde engendrar a nuestros hijos. No me pegó porque era pacifista, pero poco le faltó.


NOTA: Ojo, no están todos los tipos de madre!! Hay muchos otros! Ésta es sólo una introducción a la nueva sección 'Madre sí hay más que una'. Cada lunes, un tipo de madre! Y por supuesto, se admiten consejos y sugerencias!! Gracias!!!

viernes, 6 de abril de 2012

Cinco grandes mentiras sobre el embarazo (Parte II)

Los nueve meses de embarazo pasan sin que te des cuenta. Hombre, si te inducen el coma cuando te haces el predictor y te reaniman a la hora del parto o si te atan a una cama y te mantienen sedada con cloroformo en cantidades industriales o si puedes viajar en el tiempo entonces sí, es posible. En cualquier otro caso, no. Vives y sufres cada uno de los días. Y son diez, diez meses, no nueve, leñe.

Poner música clásica a tu bebé en la barriga le tranquilizará cuando nazca. Me pasé los diez meses con Mozart incrustado en el ombligo y al nacer, la nena sólo se dormía con La Morena de mi Copla, de la Piquer. Lo juro.

Si cuidas tu alimentación no tienes por qué coger más de 8 kilos. No, si tener por qué, no tienes, pero los coges. Yo me pasé el embarazo a vomitonas limpias, aderezadas con algo de proteínas, fruta y verdura y pillé más de 20 kilos, de los que tras el parto sólo perdí tres. Ahí lo llevas.

Cuando ves tu primera ecografía cambian tus prioridades. ¿Cuándo ves, qué? Ahí no se ve nada. Y quien diga lo contrario miente y, seguramente, lo hace para que el ginecólogo le deje vivir y no siga atosigándole señalando la pantalla. Yo lo hice.

Si tienes la barriga baja es niño y si la cuchara cae bocabajo, niña. ¿Es una broma? ¿De verdad alguien lanza la cuchara?

jueves, 5 de abril de 2012

Mi niña es una choni

Para una madre adicta a la moda, que se estudia la Vogue desde tiempos inmemoriales –ahora sólo la mira y con un ojo en los tres segundos libres que le quedan al día- y que se traga todos los desfiles nacionales e internacionales con la misma emoción que si estuviera en el cine, con un bol de palomitas y una gigantococacola Zero, tomando incluso apuntes –especialmente sobre los vestidos que ha decidido que se pondrá el día en que finalmente la inviten a los Óscar- y que se sabe al dedillo las nuevas colecciones de las grandes marcas low cost –cuyas dependientas ya la llaman por su nombre, le guardan gangas y le preguntan por la familia- tener una hija choni es un drama. Qué digo un drama, una tragedia. Una tragedia de las gordas.

Al principio de los tiempos, cuando su mayor interactuación con el mundo era babear y lanzar bocanadas de leche cortada a quien la cogiera, la pelirroja se dejaba poner de todo: capotas de piqué, faldones hechos a mano, vestidos con encajes y rebecas con puntillas y todas las maravillas del arsenal que, como madre a priori entregada, le había preparado para pasearla por la ciudad como digna hija de su madre.

Sin embargo, a medida que la nena iba acumulando neuronas y carácter, empezó a ponerle pegas a según qué ropa y a pedir explícitamente ponerse algún vestido concreto, antes incluso de empezar a hablar y a mí como aquello me parecía algo muy pizpireto y gracioso, pues la consentía. Total, toda la ropa que tenía era bonita por lo que igual daba el vestido de cuadros que el de lunares, el de piqué que el de algodón orgánico, la niña se quedaba contenta y yo me ahorraba un buen rato de infructuosas negociaciones.

Pero claro yo, cual madre lobotomizada, no contaba con la llegada de la guardería y con ella, la entrada en el armario –¡oh, qué profanación!- de chándales variados, sudaderas, camisetas de deporte, pitillos de colores, calcetas, tenis de velcro y otras muchas prendas espeluznantes que, como no podía ser de otra manera, enamoraron a la pelirroja desde el primer momento para desgracia de su madre y de todos los defensores del buen gusto.

En una de nuestras negociaciones -absurdas pero tan tensas como las de Gaza- acordamos –o acordé yo sola, mientras ella se sacaba un moco, porque además de choni es un poco cochina- que por las mañanas ella podría elegir la ropa para ir a la guardería, ya que allí parece ser condición ‘sine qua non’ ir hecha un cromo y entiendo que la pobre no puede enfrentarse a un día de pintura de dedos y carreras de saco con un vestido de Pili Carrera, así que ella se pone el chándal por la mañana, combinado cómo quiera -y creedme que es capaz de las mayores atrocidades textiles, de ahí que ahora sea el pater quien la lleve al cole y no yo- y una servidora mande en el vestuario para el resto del día o para los eventos que se aparten del micromundo de la guardería.  

No tengo claro si es que no entendió los términos del acuerdo o si directamente me vacila, pero cada vez que toca vestirla, y antes de que yo pueda reaccionar, me abre armarios y cajones hasta dar con la camiseta más terrible de todas -fruto del regalo de un bienintencionado enemigo de la moda o de la herencia de alguna amiga, que seguramente también la detestaba porque esas abominables prendas siempre están casi sin estrenar- llena de lentejuelas y florituras, cuanto más fluorescentes mejor y si puede tener una muñeca con pinta de prostituta, entonces el éxtasis está asegurado.

Y así vamos, luchando. La mayoría de las veces, peleo y la visto de niña bien al módico precio de unas gominolas o de ir andando en lugar de en el carro, pero otras pocas veces, claudico, sobre todo cuando la lleva el padre, y sale a la calle a medio camino entre una indigente loca y una María Isabel cualquiera, pero radiante de felicidad.

Lo peor es cuando vamos a los chinos y se lanza a por los pseudovestidos de fiesta con lazos, tules y mucha purpurina que suelen vender en la parte trasera del local y los abraza fuertemente mientras me mira con la mirada de choni dulce, ansiosa por llevárselo a casa. A veces he estado tentada de comprarle uno para jugar en casa. Total, por 10 euros que cuestan, qué disfrute. Pero luego recapacito y la veo vestida de dama de honor pekinesa camino de la guardería y por ahí sí que no paso... Al menos, de momento.

miércoles, 4 de abril de 2012

Cinco pistas para reconocer a una madre agotada

1.- La madre agotada finge no serlo y trata de salir a la calle peinada y maquillada, en el sentido más amplio de ambos términos y si por peinar entendemos atusar y por maquillar, colorear. Así a una madre agotada siempre le sobra colorete –por aquello de  que cree que aporta lozanía y buena salud-, lleva un ojo más pintado que otro –nunca hay el mismo tiempo para dedicarle a ambos- y se le adivinan un par de nudos en el pelo, bajo los ganchillos de anciana.

2.- Una madre agotada es incapaz de mantener una conversación coherente de más de dos minutos sin levantarse una media de quince veces para evitar que su prole se meta en algún lío o sin mezclar personajes e historias en sus aportaciones e incluso sin cambiar brusca e inconscientemente de conversación. Siempre y cuando no escuche el “no sabes con quién me acosté anoche” de boca de una amiga soltera –ya no digo si es de una casada-. Ésas son las palabras mágicas para hacernos reaccionar. Úsenlas sin miedo.

3.- Una madre agotada parece que piensa mucho o que tiene un rico mundo interior. Mentira. Sólo está durmiendo despierta.

4.- Una madre agotada, además del norte, ha perdido la vergüenza por muchas cosas, entre ellas por enseñar cacho, probablemente por el exhibicionismo del parto o por el estrés de llevar varias cosas al mismo tiempo sin demasiado éxito. Así, se agacha a cambiarle el pañal a la nena en pleno paseo marítimo o se estira cual inspector Gadget para abrocharle el cinturón de seguridad del coche a la sillita, sin importarle enseñar la retaguardia a medio vecindario, aunque lleve braguitas de abuela.

5.- Las madres agotadas son las que más bailan en las bodas. Lo bailan todo, hasta ‘Sopa de caracol’ -que ya son ganas de bailar- y se vuelven locas con el ‘Follow the lider’, ansiosas, las pobres, tras meses sin una buena juerga. Este punto me ha hecho pensar en las madres cincuentonas y abuelas salidas que siempre hay en las despedidas de solteras con boys. Quién sabe, a lo mejor es sólo un paso más allá de la madre agotada...

martes, 3 de abril de 2012

La matrona de pestañas azules

Las matronas son malas o por lo menos, lo parecen. No hablo de las que atienden los partos, ésas bastante tienen las pobres con los gritos y maldiciones que les echan las parturientas sin epidural. Hablo de las otras, de las que te reciben en los centros de salud y que suelen ser de las primeras que te hablan del embarazo y de los partos y que suelen tener la sensibilidad de una mesa de cocina.

La mía era rubia, de pelo crujiente a causa de sobredosis de espuma y con rimel azul en las pestañas. Ya eso me debió hacer sospechar. Una persona que sigue creyendo que el rimel azul es una buena idea no es una persona con criterio ni tampoco muy amiga de todo aquello que se haya inventado después de los 80’s y los richies del pelo eran otra muestra de ello. Pero yo era feliz con mi predictor de dos rayas y no tenía ojos más que para los póster de Anne Geddes y para las otras embarazadas, algunas en la recta final, que como yo, esperaban para iniciar las siempre surrealistas clases de preparación al parto.

El primer día, nada más llegar nos echó una reprimenda acerca de la puntualidad, a pesar de que era ella la que había llegado tarde y a partir de ahí entró en una espiral de violencia verbal de que la que ya no salió jamás, sobre todo, cuando se refería a algunas cuestiones peliagudas como la epidural, las cesáreas programadas, la lactancia artificial o el método Estivill.

Según parecía, aquéllas eran cuestiones demoníacas, de las que apenas si podía hablarse sin que la matrona o alguna de sus secuaces pseudohippies –que llevaban un pañuelo en el pelo como El Arrebato y se descalzaban en clase para poder tocarse los pies- se volvieran locas.

Nos hablaban de la cantidad de mujeres que se habían quedado en una silla de ruedas o medio lelas por la epidural, de las bondades de un parto natural sin medicación alguna, del destacado número de niños malnutridos a causa de la lactancia artificial que le procuraban “esas madres modernas y egoístas” o de la atrocidad de una cesárea programada donde “tantas y tantas” madres se habían quedado en el sitio…

Yo, como soy una cobarde, me coloqué en una esquina de la clase, asintiendo de cuando en cuando y sin decir esta boca es mía, no fuera a escapárseme que pretendía darle el biberón en lugar del pecho o que estaba negociando una cesárea programada -además en un hospital privado- y acabaran quemándome sobre el proyector de diapositivas ante los gritos enfervorizados de las tocapiés. 

Pero la ilusión prematernal y la paciencia sólo me dieron para asistir a la mitad de las clases –el pater duró mucho menos-, y al final sólo logré aprender a respirar -algo en lo que ya me inicié hace 33 años y con mucho menos estrés- y a cogerle auténtico pavor al parto, a la epidural, a los niños desnutridos de biberón y sobre todo, a las matronas de pestañas azules y nervios descontrolados…

lunes, 2 de abril de 2012

Días de playa y desengaños

Desde que se empezaron a vislumbrar los primeros rayitos de sol de la primavera, ésos mismos que luego fueron sepultados por un sobrecogedor frío invernal -que me sorprendió en manga corta mientras paseaba, entregada a la temporada estival- estoy que no vivo por ir a la playa. Y me imagino en una hamaca frente al mar, tomando el sol con aroma a bronceador de coco de fondo, escuchando de lejos el oleaje y los graznidos de las gaviotas y con una Coca cola Zero en una mano y una revista de moda en la otra…

Y despierto. Despierto –como de una bofetada de ésas que dan a los desmayados- y me acuerdo súbitamente de que mis días de playa ya no son así y que, aunque por algún extraño mecanismo de defensa psicológico siga creyendo que playa y relax son dos términos compatibles, la realidad es bien distinta y, por supuesto, mucho menos maravillosa.

Y entonces, como los ex combatientes de Vietnam de las películas, empiezo a airear traumas y a recordar todo lo que una vez quise olvidar… Y recuerdo que hace dos años que cambié la hamaca por una toalla cerca de la orilla –con sombrilla privada, qué cosa más triste- para que la nena –embutida en una camiseta de surfero para que no se achicharre- pudiera jugar con la arena mojada; recuerdo que ya no uso bronceador asesino con olor a coco para lucir moreno -y melanoma futuro- porque al rozar con él a la pelirroja podría hacerle quemaduras de tercer grado y he de conformarme con el color de enferma de los protectores de farmacia; recuerdo que ya no puedo leer revistas porque he de tratar que no se coma la arena o que no se la tire a los transeúntes a los ojos, aunque lo cierto es que no siempre lo consigo; recuerdo que ya no es posible escuchar a las gaviotas porque los gritos de la pelirroja traspasan la barrera del sonido; recuerdo que ya no puedo nadar sola hacia las profundidades marinas en un ejercicio de meditación porque he de sostener a la prole y tratar de que no se arranque los manguitos de Spiderman que una vez le mangamos al primo… y en definitiva recuerdo que los días de playa ya no son lo que eran y entonces no echo tanto de menos el verano, más bien lo espero con pavor, y hasta agradezco volver a rescatar los abrigos, qué quieren que les diga… No hay mal que por bien no venga.


POSDATA:
Como habréis podido comprobar, hemos sobrepasado las 10.000 visitas!!! Y en menos de dos meses y medio!!! Muchas gracias a todos los que seguís este blog, a los que compartís cada día los enlaces a través las redes sociales o a través del ‘boca a boca’ (los entendidos lo llaman boca-oído, lo del boca a boca, en realidad, es otro rollo), a los que ya os habéis registrado (un tirón de orejas a los que aún no) y a los que me ayudáis a que esta locura transitoria en la que me hallo inmersa desde que me inicié en la ardua tarea maternal no se convierta en una locura permanente… ¡¡¡Lo dicho, muchas gracias a todos!!!
Y para celebrarlo hemos creado (ya iba siendo hora) una página en facebook (http://www.facebook.com/hijanohaymasqueuna) y una en twitter (@Hijanohaymas) para que ya no podáis escapar de ninguna manera de las garras de ‘Hija no hay más que una’, que, además, estrena diseño nuevo -si es que lo que había antes podía denominarse diseño, pero entendedme, estaba taaan cansada-.  Hoy estamos que tiramos la casa por la ventana… Lo que dan de sí unas vacaciones de Semana Santa. Y eso que no han hecho más que empezar. Maremía.
¡¡Lo dicho, gracias a todos!!