lunes, 31 de diciembre de 2012

Madre sí hay más una. 37.- La madre lamiosa


La madre lamiosa es optimista hasta términos enfermizos y es capaz de narrar una operación a corazón abierto en un hospital de Senegal sin anestesia como una de las mejores experiencias de su vida.

Así, la madre lamiosa contará que su parto fue una maravilla, un milagro, las horas más felices de su vida… a pesar de que no le pudieron poder la epidural y que estuvo tres noches dilatando por lo que estuvo un ‘pelín fastidiadilla pero casi nada, superfeliz’, aunque hubo ‘un par de sustitos con los monitores’ y tuvo una ‘hemorragia chiquitita’, pero vamos, una maravilla.

Y la niña, bueno, la niña es buenísima, que sí es verdad que llora toda la noche y todo el día, que sí, que también y que no coge el pecho ni el biberón y que sólo quiere brazos y nanas, pero vamos, un angelito que no da un ruido. Y la hermana mayor ni celos ni nada, que sí que trató de darle con la raquetita y que hay que tener cuidadito para que no le tire pellizcos en los mofletitos, pero que es por la novedad, que celos no tiene mi niña.

La madre lamiosa emplea diminutivos constantemente, hasta con las cuestiones más surrealistas diciendo cosas del tipo ‘se me infectó un puntito de la cesárea y lo noté porque se me puso hinchadito, hinchadito, pero vamos, mi ginecólogo me mandó una cremita y en dos diítas como nueva’.

La madre lamiosa cree que sus hijos son guapos, aunque sean un dolor y pretende que la gente se lo diga continuamente y si no se lo dice, ella misma acosa a su interlocutor ‘Mi niño es que es muy guapo y muy listo, ¿a que no te esperabas que fuera tan guapo?’ Y si alguien le reprende por alguna cuestión, ella es capaz de volverla positiva en tres segundos.

Así si alguien le llama la atención porque el niño ha pintado la pared, ella dice algo así como ‘¿has visto lo espabilado que me ha salido? Es que mi niño tiene mucha mano para los lápices, vamos que tenemos un Picasso en casa’, y a otra cosa, mientras el anfitrión se queda con la cara colgando y ganas de clavarle el lápiz en el iris.

(Nivel de identificación personal con la madre lamiosa 0 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

PD. Feliz Nochevieja a todos!!!!! Y felicísima entrada de año!!! Por cierto, qué hacéis esta noche??

viernes, 28 de diciembre de 2012

Inocentadas maternales de Navidad



Creer que si se la nena acuesta tarde, se levantará tarde. Ni mijita. Eso implica que si la nena se mete en la cama a las tres de la mañana y tú te vas a la tuya arrastrando el alma por el pasillo apenas tendrás cuatro o cinco horas antes de que empiece a berrear desde su habitación o lo que es peor, asalte la tuya entre las sombras, quedándose quieta frente a ti para causarte un infarto de miocardio al abrir un ojo o un trauma de por vida. O ambas cosas.

Dejarte invadir por el espíritu navideño y comprarle una pandereta. Básicamente, te mereces todo dolor de cabeza por ser tan ilusa porque aunque los platillos sean de plástico y ya le falten tres antes de pasar por caja, esa minúscula obra del demonio es capaz de sacar de dentro de sí un ruido ensordecedor y capaz de generarte una embolia cerebral antes de la cena.

Intentar que se coma una sola chocolatina al día de su calendario de Adviento. Teniendo en cuenta que la pelirroja no es mucho de chocolate –definitivamente esta niña no es mía- el asunto parecía sencillo, pero no. Fue capaz de abrir todas las ventanitas y lamer todas las figuras en los cinco minutos que tardé en ducharme. Para luego venir a escupirme los restos de chocolate que le quedaban en la lengua en los pies. No era esa la idea que yo tenía de una envoltura al cacao.

Tratar de que entienda que el árbol es un objeto de decoración sobre el que no hay que trepar cual Tarzán irlandés, no hay que darle vueltas como a una peonza viendo volar las bolas por toda la casa ni mucho menos bailar con él la canción de la Bella y la Bestia y encima en tacones para acabar con la cabeza incrustada en el tronco y comiendo plástico verde como si no hubiera un mañana.

jueves, 27 de diciembre de 2012

La fiesta de Navidad. La función


Cualquiera que no supiera de qué iba el asunto habría jurado que tras las puertas de entrada del colegio se escondía Belén Esteban morreándose con Marío Vargas Llosa a juzgar por la cantidad de cámaras de vídeo, de fotos, teleobjetivos y ansiedad nivel extremo que esperaban a que la portera diera el pistoletazo de salida y abriera los portones.

Pero no. Aquello sólo era la función del colegio de la pelirroja aunque por los niveles de tensión que allí se respiraban, cualquiera diría que estábamos a punto de conocer la sentencia del caso Malaya porque si no éramos unas 70 personas hacinadas junto al portón, no éramos ninguna y todas –yo no porque antes de las diez sólo tengo fuerzas para accionar el riego sanguíneo - pegando empujones para que no se colara nadie, no fuera a ser que le quitaran la tortuosa silla de plástico con mejores vistas del gimnasio y tuvieran que sentarse diez centímetros más alejados del escenario y no disfrutar igual del espectáculo.

La cosa ya venía fea de casa porque nos había costado la vida arreglar a la nena con la camiseta embudo y los nervios a flor de piel y los tres pegándonos empujones por la casa, colándonos en la ducha y peleándonos por el secador -que a ver, yo no soy mucho de secarme el pelo pero mi niña iba a demostrar sus dotes de artista y yo iba a darlo todo cual madre de la Pantoja-, dejando la casa que parecía que había entrado una unidad de los GEO buscando un detonador escondido. Y todo esto a las 8 de la mañana, para dejar a la nena a las 9 y esperar cual fan enfervorizada a las puertas del colegio a que los prepararan y nos dieran el visto bueno para entrar.

Y nos lo dieron. Y aquello parecía el Corte Inglés el primer día de rebajas antes de la crisis y yo con el empanamiento que me caracteriza a estas horas de la mañana, me quedé atrapada entre una señora con un abrigo de pelos –aún me quedan algunos en el esófago- y una madre del artista que casi me parte la mandíbula con una reflex del tamaño de un elefante africano y si no es por el pater que me rescató, aún seguiría allí, lamiendo pelo sintético con las bisagras del portón clavadas en los riñones.

Y tras un laberíntico maratón por el colegio, subiendo y bajando escaleras, abriendo y cerrando puertas y volviendo a bajar lo que habíamos subido –que si me dejan sola no logro salir de allí en la vida y me tengo que quedar a vivir bajo la escalera como Harry Potter con lo mal que me sienta a mí la humedad- hasta llegar al gimnasio donde ya había dos millones de personas –imagino que las entradas VIP- haciendo fotos en un sin parar que no he visto ni en mis mejores años de periodista y yo, desconcertada por los flashes y magullada por el aplastamiento de la puerta casi me caigo justo en unas sillas la mar de bien situadas para ver las dotes artísticas del pelirrojismo.

Y allí estaba ella, colocadita junto a los otros pastores, delante de los cascabeles y los angelitos y junto al grupo de la otra clase, que aquello era una función conjunto para ahorrar tiempo y disgustos al profesorado que se vio que debían de llevar ensayando desde principios de curso porque si no hubo seis bailes no hubo ninguno y todos con sus canciones, en español y en inglés y hasta una poesía grupal.

He de confesar que el pater llevaba cámara y que yo le pedí su móvil para hacer un vídeo porque a la hora de la verdad una es tan pamplinosa como cualquiera, pero al final cuando la vi salir al escenario moviendo las caderas y la cintura con más gracia de la que yo esperaba, decidí no grabarla para poder disfrutar del espectáculo y digo si disfruté. Más que de un concierto de Sabina, oiga. Con decir que hasta me emocioné viéndola hacer su coreografía con sus manitas rechonchas como una niña mayor junto a sus amiguitos de clase... Igual me estoy haciendo mayor o chocha o igual fue por la acumulación de pelos en la traquea. Que yo siempre he sido alérgica a estas cosas…

miércoles, 26 de diciembre de 2012

La fiesta de Navidad. El vestuario.


Como si ya no tuviéramos suficientes eventos navideños previstos, la nena nos anunció que teníamos fiesta navideña, a ver, lo normal en un colegio, pero claro, la pelirroja es una niña muy intensa y nos tuvo desde un mes antes ensayando en casa los 200 villancicos y los cuatro bailes coreografiados que la pobre señorita había luchado por enseñarle a ella y a otras 20 fieras de tres años.

Al parecer, y según me narró la nena, había tres grupos diferenciados en la función: los que iban de angelitos, los que iban de cascabeles y los que iban de pastores. Imagino que para cualquier madre cuerda y con dos dedos de frente, el que te tocara vestir a la nena de pastora era lo mejor que te podía pasar por aquello de no andar con los ojitos vueltos maquinando un traje de cascabel, que a saber cómo demonios se hace eso.

Pero claro, yo no soy una madre cuerda y cuando la nena me dijo que le había tocado de pastora casi entro en depresión porque ser pastor es una opción muy triste cuando se puede ser cascabel o ángel, vamos, que a punto estuve de vestirla de cascabel y luego a la hora de la verdad hacerme la nueva, echándole la culpa a la mala dicción de la pelirroja. Pero la tentación de tener en el cajón el fabuloso traje de pastora en piqué celeste y blanco que le había cosido la tita Inma el año anterior, acabó por conquistarme del todo –que una es tan soñadora como perezosa- y superé la depresión cascabelera.

Pero claro, el traje tenía sus pequeños inconvenientes de los que no me percaté hasta el mismo día de la fiesta, lo que nos sumió en una mañana de estrés nivel extremo a causa de los que he venido a denominar el chaleco punzante y la camiseta embudo, a cual más tormentoso.

La cuestión es que la tita Inma es experta costurera, pero se ve que en el arte de colocar tachuelas pues como que no y los aros metálicos que sirven de ojales en el chaleco estaban -digámoslo amablemente- ligeramente espachurrados dejando en su interior un minúsculo hueco por el que no pasaba ni un hilo de pescar y unos pocos e incisivos dientecillos que se jalaban todo lo que pasaba por su allí cual despiadada mantis religiosa. Cierto es que el año pasado, aquello debía de estar igual de complicado, pero claro, el chaleco nos había llegado con el cordoncillo tan bien colocado que ni miramos el ojal, pero este año, yo que soy muy lista, decidí cortar el cordón  para darle más amplitud al torso de la nena y compré otro para colocar esa misma mañana, así viviendo al límite que es lo que me gusta.

Y allí estaba yo aquella mañana, con más sueño que Fraga en el Congreso, tratando de hacer pasar el cordoncillo negro por aquellos minúsculos agujeritos que si por alguna extraña casualidad lo dejaban entrar, lo deshilachaban hasta la extenuación, dejándolo en la mitad o en la tercera parte –y eso en el mejor de los casos- consiguiendo un aspecto desigual y curiosón a partes iguales.

Pero por si esta no fuera ya suficiente tarea para una madre agotada, resultó que la camiseta blanca de cuello vuelto que le había comprado para la ocasión, estaba diseñada para la cabeza de una barbie con microcefalia porque vale que la nena es cabezona –eso no lo discute nadie- pero aquello era ya de chiste, de chiste o que compré una para bebés de tres meses. A saber. La cuestión es que me vi obligada a usar la superfuerza y empujar y empujar y llamar al pater, que también empujó hasta dejarle a la niña la camiseta atascada en los ojos y ni ‘palante ni patrás’, con el consecuente ataque de risa y tos por nuestra parte y el consiguiente cabreo de la nena, condenada a una ceguera temporal.

Pero al final tuvimos suerte y la camiseta acabó entrando y pudimos colocarle el chaleco con su cordón -al pique de un repique de partirse de las canijeras que tenía- y el pañuelo avikingado que no acababa de bajarle a la nuca y, con todo eso, salir huyendo cámara en mano, hasta el cole donde nos esperaban dos millones de padres enfervorizados que se creían que aquello era un concierto de Frank Sinatra resucitado, pero ésa ya es otra historia.

lunes, 24 de diciembre de 2012

¡Feliz navidad!

Hoy no pensaba actualizar que para eso es Nochebuena y ando de los nervios como un chino cosebalones agazapada en la cocina haciendo canapé va y canapé viene como una loca, mientras la pelirroja me destroza la casa nivel Naranja Mecánica al ritmo del Burrito Sabanero demoníaco y el pater pide a gritos la inyeccion letal que le evite un nuevo baile navideño como pareja de la nena...  y su consecuente lumbago agudo.

Pero, claro, aunque el día se presente infernal y la noche caótica, no quería dejar pasar la oportunidad de desearos una muy feliz y divertida Nochebuena y una Navidad aún mejor!

Besitos para todos y nos vemos el miércoles que aún tengo que contaros la fiesta de Navidad del pelirrojismo, el chaleco punzante y la camiseta embudo que casi nos cuesta una visita al hospital!! Ayy...

¡¡¡¡¡Feliz Navidad!!!!!

viernes, 21 de diciembre de 2012

Cinco razones para SÍ llevar a la prole de compras


1.-  Porque es una pasada ver su carita de emoción admirando los millones de luces que alumbran la ciudad por Navidad y dando vueltas sobre sí misma hasta marearse para según ella ‘verlaz todaz juntaz volar rapidízimo’.

2.- Porque me encanta verla comer churros, haciéndose bolas y llenándose hasta los párpados del azúcar que le echa la abuela para que los reboce y que me traslada a cuando yo era niña y hacíamos eso mismo con mi abuela Carmen, mis tías y la caterva de primos que éramos, espachurrados en una mesita de Casa Aranda –una chocolatería típica malagueña que siempre está a rebosar- muriéndonos de risa y nerviosos por la pronta llegada de los Reyes Magos.

3.- Porque disfruto viéndola jugar con el primísimo, escondiéndose entre los árboles de Navidad del Corte Inglés y peleando por ver quién va a ser más bueno para impresionar a Santa Claus y a los Reyes ‘Malos’, ‘que en realidad zon güenos’ y enseñándose a empujones y prácticamente histéricos,  los miles de juguetes que se van a pedir.

4.- Porque es una maravilla poder compartir con ella mi época favorita del año y montarla en los tiovivos y trenes que para ella son toda una aventura y verla saludarme con su regordeta manita y reírse con la cabeza y los mil tirabuzones hacia atrás como si fuese la niña más feliz del mundo. 

5.- Porque aunque llegue a casa más muerta que viva, me recupero en cuanto la veo relatarle al pater todas las cosas que hemos hecho y que contadas a gritos y con la zeta parecen aventuras maravillosas… y me emociona pensar que todo eso acabe formando parte de los buenos recuerdos de la infancia de los que todos tiramos en alguna ocasión cuando nos hace falta un empujón.



PD. No es que me haya dado la vena sensible navideña, que también, es que no vaya a ser que los Mayas en realidad tuvieran razón y esta mañana se acabe el mundo y no estaría bonito un último post destroyer…

PD2. Pues eso, que si por si acaso se acaba el mundo –como diría Rafaela Carrá- recordad que os quiero a tod@s, incluidas las que me decís cosas feas, que no se diga, que para eso es Navidad!!!  Besos apocalípticos!!

jueves, 20 de diciembre de 2012

Cinco razones para no llevarte a la prole de compras


1.- Porque la niña se meterá en la boca todas las gominolas que le has comprado para acallarla, le dará un ataque de tos repentino y se las espurreará todas en la cara en plan tiroteo de metralleta a la pobre aprendiza de caja, que bastante tiene con no descansar los festivos y llevar ese horrible uniforme.

2.- Porque tendrás que cambiar la carta de Reyes cada quince minutos porque juguete nuevo que vea es juguete deseado, con el consecuente llanto falso ensordecedor y croquetismo por el suelo para humillación maternal pública.

3.- Porque los centros comerciales han sido invadidos por cochecitos, tiovivos y otras mini atracciones de feria, para dejarte las ganas de vivir, los cuartos y el escaso tiempo disponible haciendo cola junto a otras madres resignadas con sus niños chillones e impertinentes a los que te dan ganas de tirar a las vías del tren chuchú de un culazo mortal.

4.- Porque será más duro que hacer el Camino de Santiago descalzo y en monociclo recitando pasajes bíblicos en latín y encima no te darán la bula papal, como mucho al llegar a casa y mostrar tu cara de muerta en vida, te darán un espidifen mal disuelto con su consecuente ataque de tos de por vida.

5.- Porque frente a las escaleras mecánicas sólo conocerá dos velocidades: potencia total, corriendo y arrasando con todo a su paso y balanceándose al borde del escalón y del traumatismo craneoencefálico o nula actividad, quedándose al borde de la escalera, mientras tu avanzas sin darte cuenta, lo que ocasiona tener que volver a por ella, andando hacia atrás con la escasa agilidad que dios me dio, dando trompicones como un tentempié de feria mientras la gente trata de adivinar con cara de pocos amigos qué demonios estoy haciendo.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Errores matutinos


Eso que dicen de que con la edad uno se vuelve más blando, es mentira, lo que ocurre es que uno está más cansado y antes de plantearse una lucha a cuerpo descubierto frente a cualquier cosa, lo piensa, lo medita, calcula el esfuerzo que se precisa y las ventajas que piensa obtener y si las cuentas no salen, pues a freír espárragos, uno se da la vuelta en la cama y a seguir durmiendo a pierna suelta que bastante tiene ya cada cual con lo suyo.

Eso es lo que me debió de pasar el otro día a mí, cuando tras una noche de perros –sí, ésa que os conté o si no una parecida- de toses múltiples, paseos nocturnos para tapar a la prole, viajes al servicio y un par de atracciones nocturnas más, amanecimos como en el pasaje del terror, cada cual con más mala cara y peor humor, sobre todo la nena que se hacía un ovillo sobre sí misma suplicando que la dejáramos dormir.

Y una que es blanda o perezosa o que ha hecho balance o que también está frita por darse la vuelta y entregarse a la manta y a la funda nórdica como si no hubiera un mañana, decidió que esa mañana nos quedábamos en casa, que nos hacíamos la piarda del colegio y que nos quedábamos en la cama haciéndonos las muertas hasta por lo menos las once de la mañana.

Tururú. Ya me había avisado alguien de que las caritas plácidas de niños angelicales que lucen nuestros retoños a la hora de levantarse para ir al cole son una mera estrategia para despistarte de tu objetivo, ablandarte el corazón y hacerte creer que son seres apacibles y bondadosos para que los dejes en casa y escaquearse así de sus pequeñas obligaciones infantiles.

Pues eso mismo. Fue apagar el despertador y aguardar la media hora de rigor, asegurándose que ya no nos daba tiempo a llegar a ningún sitio y despertar como la bestia que siempre fue, con una energía sospechosamente alta tras una mala noche y tan hiperactiva como suele ser habitual en el pelirrojismo.

Mi casa que sólo está ordenada –léase que no parece una pocilga- durante las horas que está en clase, esa mañana fue pocilga desde la amanecía, y la niña en un estado de euforia exagerado sacaba juguetes y fichas y cuentos y lápices y todo a la vez y lo tiraba por el salón para luego mal recogerlo al grito de militar loco que tengo entrenado, para luego volverlo a sacar y así una y otra vez hasta volverme muy loca y decidir tirarnos a las calles casi con lo puesto.

Y allí fue casi peor, que se me había olvidado a mí que por la mañana los niños son más peligrosos porque tienen intacta la barra de maná y están preparados para cualquier cosa, incluida matar a su madre de un infarto al salir disparada por el entresijo de callejones del mercado central perdiéndose entre el gentío para acabar enganchada –literalmente- al puesto de los caramelos al grito de ‘pol favozzzz, mamá, todozz, te plometo que no lo vo a hacer mázzz’…

Así que tras un paseo muy malo, corretada va y corretada viene, lamida de escaparates y choque frontal con todos los puestos de almendras tostadas incluidos y yo con el estrés latiéndome en la sién, pidiendo disculpas a diestro y siniestro, volvimos a casa más muertas que vivas.

Y me prometí que nunca jamás bajo ningún concepto volvería a engañarme con esa caída de ojos verdes para que no la llevara al colegio... que ya se sabe que es así como empezaron las de Hermano Mayor y míralas ahora con esos rabillos y esos aros de diámetro infinito… Lo que yo te diga.

martes, 18 de diciembre de 2012

Nada es lo que parece


Desde que una es madre ha descubierto -entre no dormir y malvivir nivel preso de Guantánamo- muchas cosas que hasta ahora desconocía y que jamás hubiera pensado que son como en realidad son, fíjese usted, algunas importantes y que casi te cambian la vida y otras meras pamplinas, pero no por eso menos sorprendentes, y eso que tras convivir con una pelirroja con una inventiva nivel extremo, una ha perdido la capacidad de asombrarse con facilidad.

Pues bueno, una de las cosas que más me ha sorprendido confirmar es que como ya dijera Descartes una no debe fiarse de sus sentidos y, si me apuran, tampoco de sus experiencias previas ni de las advertencias de sus neuronas que tampoco son ya lo que eran y mandan mensajes engañosos que no nos llevan por buen camino en lo que a tareas maternales se refiere.

Concretando, que si tú veías en una juguetería la Nenuco Preinados no le veías peligro alguno, es más, tus neuronas te decían que aquellos ojillos azulones de plástico no podrían traerte ningún mal y si se la comprabas a la nena para que se entretuviera y te dejara vivir un par de horillas, nada te hacía presagiar que se trataba de un arma de destrucción maternal, concretamente de tu pelo, ya que la niña descubrirá que sus utensilios son más divertidos de usar en tu melena que en los pelánganos de la muñeca, eso cuando no decida echarle tu mascarilla reparadora o meterla en el water para lavarle la cabeza como en la peluquería, dejándote la moral y las fuerzas por los suelos. He ahí un hecho engañoso que demuestra que nada es lo que parece.

La cuestión es que la niña llevaba meses lampando porque le comprara unas témperas para pintar sus particulares paisajes expresionistas abstractos como lo hace cada vez que visitamos a mi hermana y que, como es maestra, cree en la creatividad de los niños y en la obligación de los padres de ayudarles a desarrollarla -¿estamos locos? con lo cansada que yo estoy-. Pero claro, la presión de mi hermana y mi agotamiento crónico, me hicieron una mala mañana en la que decidí no llevarla al colegio –esta terrible decisión tendrá su propio post- entrar en un chino y comprarle un set completo de témperas Carioca, bloc de dibujo y pinceles de varios tamaños.

Cierto es que tenía el miedo en el cuerpo desde que pasé por caja y un atisbo de lucidez me rozó el cerebro y me imaginé las paredes de mi casa decoradas con todo tipo de murales improvisados que me harían arrancarme los ojos y, de paso, tener que volver a pintar la casa.

Pero aún así, le puse su mesita de Ikea con todos los botecitos, un vasito con agua y un trapito para secarlo todo, augurando la mayor de las tormentas pelirrojiles. Pero no. Ni mijita. El mejor invento del mundo mundial. Para sorpresa mía, de su padre y del pintor de la casa, la niña no se levantó de su mesa en más de tres horas, pintando con la lengua fuera una sarta de garabatos que la tenían entusiasmada y que me dieron una tarde de total libertad y tranquilidad y sin una gotita de pintura en el suelo.

Sobra decir que me he hecho con provisiones de témperas para cinco años y que he propuesto a Carioca como Premio Nobel de la Paz, que tres horas en silencio bien merecen un premio. Y de los gordos.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Madre sí hay más que una. 36.- La madre de todos


La madre de todos no sólo cuida de sus niños sino de todo el que se le ponga por delante, quieran sus verdaderas madres o no, porque ella ha nacido para ser madre y para cuidar todo lo cuidable y para restregarte lo apañada que es o al menos eso te parece a ti, que no la puedes ni ver.

La madre de todos mira con los ojos desorbitados cómo le permites a tu prole abandonar el yogur a medias y sin decir esta boca es mía, te da un culazo en la silla para ocupar tu lugar y endosarle el resto del lácteo al nene, que el muy maligno se lo toma sin rechistar básicamente para dejarte en mal lugar, mientras la madre de todos explota de satisfacción.

La madre de todos es la primera el pegar un salto de la silla cuando su hijo o el de cualquiera de sus amigas dice que quiere hacer pipí y sin que nadie le pida el favor, organiza excursiones al baño de las que devuelve a los niños no sólo con la vejiga vacía sino repeinados como los de El Florido Pensil, con las manos impolutas y hasta perfumados con un microbote de Nenuco que guarda en el bolsillo secreto de su bolso de Mary Poppins.

La madre de todos siempre trae chuches y blocs de dibujos y paquetes de cera en cada quedada con niños y los esparce en cualquier lugar garantizando a las otras madres -que se debaten entre odiarlas por dejarlas siempre en evidencia o casarse con ellas y jurarles amor eterno- una tranquila sobremesa.

La madre de todos te regaña porque tu niño aún usa chupete para dormir y te reprocha tu pereza mientras te dejas morir en el banco del parque por no jugar con la prole mientras ella se deshace en carreras por el césped con tus hijos y en montarlos en los toboganes que sabe que te dan miedo ‘pero hija, si le acompaño yo no pasa nada, ya verás, que eres una cagona y tienes que quitarte ese miedo’, te dice mientras ves a tu niña de dos años bajar cabeza abajo por el tobogán de cuatro metros.

La madre de todos es también madre entrometida y no duda en meterse a dar su opinión mientras regañas a tu hijo, asegurando que eres demasiado blanda o demasiado dura, que esos leotardos le van estrechos o que hoy las coletas te han salido torcidas y aunque sabes que tiene más razón que un santo, tragas bilis y dedicarías todos tus ahorros a buscar a un sicario que le partiera las piernas si tuvieras ahorros y conocieras a algún sicario disponible.

(Nivel de identificación personal con la madre de todos 0 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse! 

viernes, 14 de diciembre de 2012

Villancicos, poemas y otras humillaciones



Como habréis podido imaginar por el aluvión de post navideños, yo soy una fiel devota de la Navidad, no en vano, es mi época preferida del año con mucha diferencia,  a pesar del estrés y la locura que estos días traen consigo, como he tenido a bien retratar para que luego cuando os haga la crónica de cada día ya sepáis el escenario en el que nos movemos por aquí.

La cuestión es que me encanta la Navidad y no me hacía falta pelirrojismo para volver a disfrutarla como una niña porque yo nunca he dejado de hacerlo –que yo soy de las que aún hago cartas a los Reyes, oiga, que una se porta muy bien y también gusta de cosas bonitas- pero sí es cierto que desde que la pequeña señorita ha tenido a bien espabilarse y ser consciente de lo que es la Navidad, de la cantidad de eventos que entraña y que la nerviosa ilusión de los Reyes ya corre por sus venas todo es, si cabe, aún más emocionante.

El problema es que esa ilusión -la de la pelirroja, digo- no es como la de los niños de los anuncios de turrones, que miran embelesados el árbol, con su gorro de lana como si estuvieran paralizados por una inyección gigante de botox o como si estuvieran recién salidos de un internado militar, sino que la pelirroja es más de vivirlo intensamente, lo que viene a traducirse en echarme el árbol abajo a manotazos para darle vueltas y encalomarse a una silla de puntillas –el árbol mide 1,90-, coqueteando con un traumatismo craneoencefálico para cambiar las bolas de sitio y a ser posible destrozar mi cuidada decoración navideña.

Pero si a eso y a sus incesantes preguntas sobre la llegada de los Reyes y Papa Noel y prácticamente todo el calendario navideño se le suma una nueva y fervorosa admiración por los villancicos populares cantados a grito pelado -y con importantes alteraciones de la letra- día, noche y madrugada, la espera de la Navidad se complica un poco.

Así que de un tiempo a esta parte, entre los que le ha enseñado la abuela, los que entonan unos imitadores de los Cantajuegos y los que la seño tiene a bien hacerle aprender en el cole, esto es un no parar de recitales improvisados de campanas, cascabeles y borriquitas y, lo que es peor, algunos vienen en forma de poemas que nos dejan patidifusos al pater y a mí en mitad de la cena cuando la niña entra en estado de éxtasis, se sube en el sofá y suelta algo así como: ‘El pequeño niñito Jesús vino a traernos Paz, esta bonita palabra llena de cariño, esperanza y caridad. Haz que en tu vida se cumpla esta bonita verdad: Que todas las sonrisas irradien amor sin parar y conviertan cada momento en una ¡¡¡¡¡¡¡¡Feliz Navidad!!!!!!!!’. Ahí lo llevas. Y sin respirar. Y el pater con los ojos desencajados me mira estupefacto y yo con el trozo de lechuga –digo lechuga para no decir generoso trozo de pan cateto- atragantado de la risa que ni pa’lante ni pa’atrás, al borde de la asfixia y la niña entregada a lo suyo, recitando en un maratón de emotivos poemas con una mano en el pecho y otra levantada en alto para dar más teatralidad al asunto, como si el poema en sí no fuera ya suficiente peliculero.

Y así vamos, sobreviviendo a cada momento que la niña decide pararse en mitad de la calle y soltar la  perorata o cuando le deja un mensaje de teléfono a mi madre como si fuera una Gloria Fuertes trasnochada y la mamma me llama preguntando qué era eso o cuando en mitad de un autobús atestado de gente se entona con el ‘Campana sobre campana’ o, en el peor de los casos, con una lamiosa poesía pseudonavideña, cuando yo me escondo bajo el abrigo y me hago la muerta. Ay.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Operación Navidad. El Día de Reyes


Si la Nochebuena es el día más caótico del año en mi familia, el día de Reyes es el segundo y si no es el primero es porque hay regalos de por medio y eso amortigua cualquier situación de estrés posible.

La tradición familiar manda que la mañana de Reyes hay que ir a desayunar a casa de mis padres, donde volvemos a reunirnos los 25 majaras -menos mi tío de Albacete que ya ha vuelto a su ciudad- a pegar voces y darnos empujones mientras abrimos los regalos y comemos Roscón de Reyes compulsivamente. Así que en casa nos levantamos temprano, nos endosamos los regalos, nos felicitamos, les damos los suyos a la pelirroja, le hacemos un par de fotos y salimos como almas que lleva el diablo a casa de mis padres sin que la pobre pelirroja pueda disfrutar de sus nuevas adquisiciones como es debido, que ya tendrá tiempo o no, pero la cuestión es correr y llegar a tiempo.

Porque cada año, pretendo ser la primera en llegar para poder desayunar tranquila y dar y recibir los regalos con cierto orden y concierto, pero esto nunca es posible porque como digo, el clan se hace mayor y cada día madruga más, así que cuando llego no tengo el protagonismo deseado y antes incluso de poder saludar y explicar lo que nos han traído los Reyes, suena el portero y luego el timbre y luego el portero otra vez y la puerta y el teléfono y antes de las diez y media ya somos 25 más los vecinos de mi madre –que son como familia- y que vienen a saludar y a disfrutar del espectáculo demencial.

Y allí empieza la locura, los paquetes cambian de manos como por arte de magia, los niños gritan de emoción al ver sus gatos parlanchines, sus cocinitas, sus motos y sus Nenucos y los mayores también gritamos porque lo hacemos siempre y porque también nos dan regalos preciosísimos... o no, pero fingimos, y la bolas de papel de regalo se van amontonando en el suelo y cada uno pone sus bolsas a salvo, pero eso no sirve de nada porque uno siempre se lleva regalos del otro y mi tía Mari Carmen, obsesionada por recoger los papeles del suelo y que se niega a ponerse las gafas -porque son bifocales y le dan mareos-, cada año acaba tirando, junto a los envoltorios, todos los tickets y un par de regalos, generalmente de pequeño tamaño, que ya nunca más volvemos a ver y que forma parte de nuestra curiosa tradición familiar.

Y mientras mi madre saca cafés y colacaos y batidos para alimentar a un regimiento y nos ordena a mi hermana y a mí poner y sacar tostadas a nivel profesional, llega mi tío Daniel que compra los regalos que le gustan a él y luego los reparte como le viene en gana, tanto así que con doce años me regaló un disco de Franco Battiato y ahora igual te toca ‘Qué he hecho yo para merecer esto’ de Almodóvar que ‘Arenas Sangrientas’ de John Wayne por lo que luego en mi cuarto hay un mercado clandestino donde nos cambiamos los regalos para que mi padre no acabe con el musical ‘Sonrisas y Lágrimas’ y yo con un disco de colombianas de Ana Reverte. Y todos contentos.

Y así sobrevivimos hasta que dan las dos y el pater, la pelirroja y yo salimos corriendo dejando a la familia con el roscón en la boca, rumbo a casa de mi cuñada Inma, que es donde celebramos la comida familiar del otro bando que es sólo de los hermanos, cuñadas, sobrinos y suegra, pero que aún así somos más de 15 y hacemos ruido como si fuéramos 27 y allí el caos es el mismo o peor pero al menos hay vino y no está mi madre detrás para decirme que voy a marearme. Y vuelve a darse el oleaje de regalos van y regalos vienen y los niños vuelven a gritar –que aquí hay más niños que en la otra familia y eso se nota- y celebramos un amigo invisible entre los mayores y nos damos a una deliciosa comida rica en carbohidratos para mitigar el agotamiento de las navidades, pero antes de terminar, suena el timbre y llegan las visitas, los tíos, los primos, la abuela y los sobrinos de primos hermanos  y algunos amigos y aquello se convierte en una verbena popular sin fin, hasta que el pater me mira con ojos de cabra enferma, cogemos a la niña en estado de ataque de ansiedad, nuestras dos mil bolsas y volvemos a casa felices de que la Navidad por fin haya terminado y entonces me entra un whatssap de mi hermana –que siguen de jarana en casa de mis padres- diciéndome si quedamos mañana para las rebajas. Y entonces deseo la muerte.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Operación Navidad. El 25 de diciembre


Siempre había creído que no había familia alguna sobre la faz de la tierra más ruidosa que la mía, ni siquiera igual de ruidosa, que mira que nosotros nos empeñamos en batir récords y entre que cada año hay más niños y que los mayores cada vez somos mayores y estamos más sordos, los decibelios alcanzan cotas que bien podrían superar la barrera del sonido.

Pues me equivocaba. Mi otra familia, la del pater, es casi tan ruidosa como la mía si no más y también se juntan en megapandilla para celebrar cualquier cosa celebrable y hablar sin parar y hacinarse en la cocina, pegando voces y carcajadas y pasando platos y comida como si no hubiera un mañana. Lo que pasa es que son ligeramente más civilizados que mi familia y sus comportamientos son, quizás, menos surrealistas que los nuestros y nadie reparte pasas ni regala películas de John Wayne a adolescentes de 13 años, pero quitando eso, hablamos prácticamente de la misma gente.

Así que después de la estresante Nochebuena con mi familia, llegamos a casa, dormimos unas horas para tratar de recuperarnos de los Campanilleros y de los temas de Serrat que mi tío el de Albacete tiene a bien incluir entre el ‘Dime niño’ y el villancico ese interminable de las naranjas… porque una vez fue cantautor y ni lo olvida ni nos deja olvidarlo… y nos despertamos al día siguiente con el tiempo justo de darnos una ducha, tomarnos un par de tranquimazines y salir pitando a casa de la abuela Antonia, la abuela del pater y bisabuela de la pelirroja, donde toca comida de Navidad con dos millones de personas.

Y allí nos esperan, tíos, primos, cuñados, sobrinos, medio sobrinos, sobrinos de primos hermanos, los novios de las sobrinas adolescentes y los perros, algunos que viven en la casa y otros que son invitados para el evento hasta sumar más de una treintena de personas que nos sorteamos las sillas y los tenedores y nos ponemos al día como podemos entre platos de cous cous o callos y dos mil entremeses deliciosos y vino, mucho vino. Y la gente habla y mastica y se ríe creando una atmósfera de murmullo de nivel profesional y también hay manifestaciones espontáneas en la cocina donde tratan de arreglar el mundo y en la terraza, adonde salen los fumadores a planear los próximos encuentros navideños, a darse chivatazos de qué le gusta a cada quién y a cotillear de lo que se pueda que para eso es navidad y estamos en familia.

Y la bisabuela reparte los regalos entre los bisnietos y la abuela también y los niños gritan y se reúnen en el dormitorio de la pobre bisabuela que un día de estos va a quedarse sin casa y ensayan un villancico o una obra de teatro o una sesión de chistes para después, a los deliciosos postres de la tía Vero y a la tarta del Tato, el tío cura que vive en Granada y ama los piononos sobre todas las cosas terrenales, torturarnos con un pseudoespectáculo improvisado y pasar el platillo en busca del ansiado aguinaldo.

Y cuando ya no podemos más con nuestra alma, ni con nuestros nervios, llega la hora del sorteo del amigo invisible que dura como hora y media porque entre que hacemos trampas para que nos toque alguien fácil y que las normas no permiten que te toque tu pareja, al final hay que repetirlo como 500 veces hasta que la sobri Noelia, encargada de portar la bolsa con los papelitos se cabrea y dice que lo sortee el tato, pero el de Jerez, no el cura y al final la cosa se arregla y cada uno acaba con su papel secreto apretado en la mano pero antes de que finalice el evento ya todos sabemos quién le ha tocado a cada quién porque eso es lo divertido de un amigo invisible y quien diga lo contrario miente o es un triste.

Y cuando ya me han quitado el sitio por cuarta vez –y la copa- el pater me busca pidiendo auxilio para que volvamos a casa y pueda tirarse en el sofá a descansar de tanta navidad y nos despedimos, para lo que hace falta otra hora y media de besos y achuchones y huimos, cargados de bolsas y tuppers que nos da la suegra con deliciosas viandas y la niña se duerme en el taxi y el pater da cabezadas y yo pienso que la Navidad no ha hecho más que empezar. Y tiemblo. Pero al menos llevo mermelada de pimientos en el bolso. Que no es poco.

martes, 11 de diciembre de 2012

Así(n) no


Pues mire usted, no. Así no se puede vivir. Desde que le eché valentía al asunto y saqué a la nena del dormitorio conyugal, mis noches se han convertido en un infierno, un infierno en continuo movimiento, con lo cansada que estoy yo y las pocas fuerzas que me quedan, sobre todo por las noches, cuando no me levantaría ni a recoger vestidos gratis de Elie Saab… Y no es que una fuera amante del colecho ni de la colecha –que de hecho yo no sabía ni qué era eso que yo estaba muy entretenida cambiando pañales y tratando de parecer una persona cuerda-… a una lo que le pasaba era que estaba (y está) cansada hasta las trancas y tenerla ahí al ladito, con su camita de 90, sus minis ronquidos, su Kiko Nico y su tendencia al destape –al más puro estilo Bárbara Rey- adosados a la cama eran una bendición divina porque sólo tenía que alargar el brazo para recolocarle la manta o acariciarle el pelo para que dejara de gimotear en sueño, pero ahora… Ay, ahora. Ahora todo es sinvivir.

Y mira que yo no soy apretada, pero es que cada vez que me levanto a echarle un ojo en mi camino de Santiago particular al servicio, la encuentro destapada y sin calcetines, con la cara estampada en la barrera protectora como si de una máscara se tratara y la recoloco, le pongo los calcetines, la tapo, la achucho y cuando vuelvo de hacer pis a los dos minutos, está nuevamente incrustada en la malla sin calcetines y aterida de frío.

Pero en los momentos en los que me despierto pero no me levanto para hacer revista porque soy malamadre y me dejo tentar por el sueño, la nena nos llama, en sueños o en realidades, primero bajito y luego a voz en grito para que la pongamos a hacer pis o simplemente vayamos para que con cara de boxer recién levantado nos diga entre ronquidos que ella quiere irse al salón para luego darse la vuelta y seguir durmiendo, pero claro, levantarse hay que levantarse y el pater –que siempre ha sido un padre entregado para estas cosas- ha sido invadido por una sordera de caballo y según él y sus ronquidos XXL no se entera de nada… Tururú.

No obstante, por si esto no fuera poco, ahora el pater, además de por la sordera terminal, ha sido invadido por un aluvión de virus en cadena que me lo tienen tosiendo toda la noche o estornudando o haciendo cosas de enfermos –como crujidos de blister de pastillas y botellas de agua, sonadas de nariz…- que me tienen en vela toda la noche, bueno, toda la noche no, me deja dormir en los ratitos en los que la pelirroja empieza a gruñir desde sus aposentos y me levanto y el pater que acababa de caer en coma, se despierta y empieza a toser y empezamos nuevamente con el bucle sin fin.

Y anoche tuvimos el sumun de nuestro malestar nocturno, el climax de la mala noche, cuando además de la tos del pater, llegó la mía, que a una le gusta compartir en lo bueno y en lo malo, -que ya lo dijo el cura y yo no soy quién para contradecirle- y nos hemos pasado la noche en vela tosiendo al unísono mientras la niña gimoteaba desde su cuarto y nosotros en vela –viendo todas las horas como diría mi madre- nos paseábamos pasillo arriba y abajo para tomar juanolas y miel –que como diría mi amigo Romano es vómito de abeja y da muchísimo asco- y volver a la cama e intentar descansar algo hasta el próximo ataque de tos y justo a eso de las cinco de la mañana cuando parecía que el virus estaba descansando, la nena empieza a pegar voces diciendo que se le ha escapado el pis y ha mojado la cama.

Y no, no era una estrategia pelirrojil en busca de atención nocturna. Era real. Y todo el mundo en pie. Mientras uno lavaba a la niña y le cambiaba el pijama, el otro daba la vuelta al colchón, cambiaba sábanas y maldecía entre dientes… hasta que la niña volvía a acostarse y a dormirse y nosotros cual almas en pena volvíamos a la cama para empezar a toser antes de recostar la cabeza y así hasta las ocho que sonó la alarma del móvil y se terminó la fiesta nocturna y empezó el cansancio extremo que me tiene dando cabezadas contra los muebles y tosiendo cual tísica terminal... Pues eso, que asi(n) no.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Madre sí hay más que una. 35.- La madre fundamentalista


La madre fundamentalista es amante de la crianza natural hasta términos insospechados argumentándola con alegatos de entrega, amor y vínculos pero cuando alguien plantea otra opción distinta a la suya se olvida del guitarrón y de las canciones de catequesis y se convierte en un perro de presa, acusando a las madres que se acogen a otras opciones como malas malísimas madres, que ríete tú de la madrastra de Blancanieves. Y por si hay alguna duda, no sólo se lo dice a la cara sino que se hace la ofendida por su mera presencia en el mundo maternal.

La madre fundamentalista presume de dar el pecho a su prole hasta los 5 años, lo cual está muy bien aunque el niño le magulle los pezones a bocados porque eso es amor y lo demás es tontería y ya se sabe que la leche artificial la carga el diablo y seguro que las madres malignas se la dan a sus hijos para poder estar mientras bebiendo ginebra barata y drogándose con tabaco de fresas de Marruecos, que se ve que todas son unas sinvergüenzas, incluida la pobre de pezón invertido que tras dos mastitis se pasó a la Nutribén, que ésa entrega tuvo poca, que para ser madre hay que sufrir y sangrar si es preciso.

La madre fundamentalista cree en el colecho sobre todas las cosas y si no colechas eres el anticristo de las madres que no disfrutas de las patadas nocturnas ni el olor a leche cortada tras unas pocas regurgitaciones y si lo sacas de la habitación antes de los tres años, definitivamente no tienes corazón, porque quien lo tiene está dispuesta a compartir virus y ronquidos hasta la mayoría de edad.

La madre fundamentalista adora que se den este tipo de conversaciones en público para poder lanzarse a la yugular de toda aquella que no piense como ella y calificarla de malamadre, así, todo junto, que impresiona más e incluso la tacha de su lista de amistades que lo de la diversidad de opiniones no va con ella y todo lo malo se pega…

La madre fundamentalista es amiga de foros y blogs varios pero como se percate de que existen corrientes de opinión diferentes a la suya, no sólo pone el grito en el cielo sino que se da de baja en todos ellos, harta de juntarse con tanta gentuza.

La madre fundamentalista cree en el parto con dolor por aquello de que para ser madre hay que sufrir y pone una mueca de asco cuando una parturienta le habla de oxitocina o epidural, que ésas ni son madres ni nada de nada, que para serlo la entrega ha de ser total y con sufrimiento y quien diga lo contrario no sólo miente sino que es echada del grupo antes de pronunciar ‘cesárea programada’.


PD. Ojo, esta madre no se caracteriza por ser amiga de la crianza natural sino por detestar a quien no la lleva a cabo.

(Nivel de identificación personal con la madre fundamentalista 0 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 7 de diciembre de 2012

Operación Navidad. Las compras


Desde que tuve a bien enterarme de que los Reyes Magos en realidad no eran tan magos ni el asunto tan misterioso como parecía, mi madre vio el cielo abierto y me nombró supervisora oficial de las compras navideñas, un cargo que ostento hasta el día de hoy y del que no me libré ni cuando estaba recién parida, con la pelirroja adosada a la cadera.

Y es que en mi familia adoramos las compras, aunque seamos pobres, que eso es lo de menos, y desde que el Corte Inglés decide accionar su alumbrado y hasta la mismísima Cabalgata de Reyes, estamos en un no parar de idas y venidas, compras y devoluciones, listas, cartas, investigaciones de gustos y tallas, chivatazos, comparaciones y empaquetamientos que nos dejan exhaustos y con dos kilos menos cada navidad.

Yo, que soy una persona medianamente organizada y que adora las listas sobre todas las cosas, establezco el presupuesto con el que cuento, la gente a la que le he de regalar e ideas para cada uno y a partir de ahí, en menos de una semana –antes de que el bullicio me destroce los nervios- lo tengo todo listo y envuelto, a la espera de la Noche de Reyes.

Lo que pasa es que esto sólo lo hago yo. Mi madre y mi hermana que son dos desastres con piernas, dicen que lo emocionante y lo típicamente navideño es comprarlos después de la Nochebuena, es decir, cuando hay dos millones de personas en las calles y, claro, ellas ni hacen listas ni barajan opciones ni perro muerto. Ellas esperan a que la cosa ya esté que arde y me llaman para que les solucione el tema aunque cada año les amenace con que es el último en el que hago la panoli, pero claro, no me creen, cómo me van a creer si soy un fraude.

Así que hacemos varias quedadas organizadas cual equipo de Misión Imposible, en unas quedamos con mi madre, a la que nunca le gusta nada y obliga a los dependientes a sacarle todo para luego decir que todo es muy feo e irse a otra sección para nuestra vergüenza y cabreo del personal, y nos pasamos de dos a tres días con la lengua fuera, al principio comprando con parsimonia, eligiendo tonalidades y comparando tallas para luego empezar a correr y acabar comprando perfumes de cuatro en cuatro, pijamas de anciano y libros al azar, que luego ya veremos cómo los repartimos.

Y con el agobio de la calefacción nivel isla tropical de los centros comerciales y los abrigos dándote golpes en los tobillos y las bolsas a punto de desmembrarte por las muñecas pasamos unos días la mar de buenos con comida incluida en cualquier restaurante petado de gente el tiempo justo de dar dos bocados y salir corriendo a otra tienda. Y luego, dejamos tirada a mi hermana en cualquier esquina para ir a comprarle su regalo y luego la recogemos y dejamos tirada a mi madre para comprarle el suyo y luego la recuperamos y juntas compramos el de mi padre, cuando siempre hay disputas y gustos encontrados, menos por mi parte, que a estas alturas ya tengo la bilirrubina en máximos históricos y lo mismo me da comprarle una tabla de surf que una bandurria con tal de terminar con el infierno.

Pero después de tres o cuatro días a este nivel y teniendo que dejar a la prole colocada por ahí y tomar más churros de los recomendados y más ensaladas tropicales de la cuenta, terminamos un día antes de la Cabalgata y todo parece felicidad hasta que me llama mi padre para decirme que le busque algo a mi madre, algo que yo haya visto que le haya gustado o que no le guste, que eso es lo de menos, pero que le solucione la papeleta y luego me llama mi hermana para que bajemos juntas y le cojamos algo a mi padre que se niega a entregarle sólo el chaquetón de anciano que ha elegido mi madre y luego me llaman mis tías para que les chive qué cogerle a mi madre y antes de colgar, me llama  la mamma para decirme que no le gusta nada de lo que hemos comprado y que mejor  mañana volvemos a bajar y cambiamos algunas cosas por otras, hasta la hora de la cabalgata cuando ya esté todo el pescado vendido y yo ya esté entregada a la histeria… y así lo hacemos, apurando hasta el último segundo y aunque siempre parece que la cosa no va a cuadrar, al final siempre cuadra y cada año superamos la prueba con éxito, aunque pareciera mentira, imagino que será por aquello de la magia navideña…


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Operación Navidad. La Nochebuena


En mi familia somos de vivir muy intensamente la Navidad, tanto que al final acabamos todos malos de los nervios y con espasmos ocasionales causados principalmente por la sobredosis familiar y por el contacto intensivo con los mismos genes de hiperactividad que poblan a todos los miembros de mi familia con villancicos populares de por medio, un cóctel explosivo y mortal para cualquier persona de bien.

El climax de todo el estrés navideño se viene a producir en Nochebuena cuando en casa de mi hermana nos juntamos nada menos que 25 personas, majaras todos, con pretensión de pasar un rato juntos en familia, cenando, cantando villancicos –fundamental que cada uno cante uno diferente y a la vez-, contando anécdotas surrealistas, callándonos unos a otros, pegándonos empujones por los pasillos y parloteando a voces sin parar.

La cena suele ser cuanto menos caótica porque aunque hay un menú cerrado, que las jefas del clan –léase mi madre y mis tías- han hecho posible con esmero y con dedicación, nadie se sienta a la mesa a degustarla sino que todos en pandilla se apretujan en la cocina como si de una manifestación espontánea se tratara mientras en la mesa languidecen los entrantes sin un alma que les eche cuentas.

Y cuando por fin nos sentamos, aquello es un caos de ir y venir de platos, en el desorden enfermizo que nos caracteriza y que hace que mientras uno aún esté con las gambas, el de al lado ya esté con el flan y el de más allá con el chivo y el otro con el pacharán, que aquí cada cual va a su ritmo y hace lo que puede por sobrevivir mientras mi tío Antonio que viene de Albacete -que en realidad es hermano de mi padre pero que se viene con la familia de mi madre porque nosotros somos así de heterogéneos y fabulosos y es pieza clave de la familia- nos cuenta una sucesión interminable de chistes de los 80 y a mi madre le entra la risa sorda y se pone fucsia hasta que le da hipo y tiene que esconderse en el pasillo y a mi tía Laly le da un ataque de alergia fulminante que la deja sin voz para el resto de la velada.

Y en mitad de la cena –en mitad para algunos, para otros el inicio o el final- suenan unas campanas y pegan a la puerta y aparece Papa Noel, generalmente borracho, que suele ser mi tío Antonio o mi primo Adolfo con una barba deforme que deja al descubierto toda la cara y unas gafas sin cristales y torcidas. Y se acabó la cena, así que si eras de los rezagados, te fastidias. Santa Claus, que cada año viene más temprano -porque el clan se hace mayor y cada año tiene menos ganas de alargar la jarana- se sienta en una silla y nos humilla uno por uno, obligándonos a sentarnos en su regazo para darnos un regalito mientras alguien graba un vídeo que luego jamás ve la luz y nos aplauden y vitorean hasta el sonrojo.

Y los niños lloran aterrorizados ante Santa Claus de barriga herniada y empieza la hora de los villancicos -la preferida de mi primo Diego que entra en bucle de enfado si no se canta- cuando mi madre nos obliga a mi hermana y a mí a entonar el terrible villancico que nos enseñaron hacen 25 años en el colegio y que es un horror, mientras mi tío Diego toca la botella de Anís hasta perforarnos los tímpanos, mi tío Daniel reparte pasas –no preguntéis por qué porque nadie lo sabe- mi padre se emociona con el ‘Dime niño’ a la quinta cerveza compartida con mi primo Nacho, cuya madre, mi tía Mari Carmen, le lleva la cuenta con mirada inquisitoria, pero como lo hace en bata impone mucho menos.

Y el pater y mi cuñado hacen como si aquella fuera una Nochebuena normal aunque todos sabemos que no lo es, mientras yo trato de mantener una conversación medianamente coherente con Begoña o mi hermana o con la metralleta verbal de mi prima Elena o mi prima Laura o mi tío Antonio o quien quiera escucharme, que suele ser nadie, mientras los niños pegan voces por la casa matándose vivos y lesionándose cada quince segundos mientras las respectivas abuelas les amenazan y nos amenazan a nosotras… hasta que alguien da la voz de alarma y se coloca la chaqueta para salir corriendo de aquel vodevil de dementes y dejarse morir al calor del hogar, a las tantas jigonas. Y todos lo imitan. Y una vuelve a casa con la cabeza como un bombo, la voz desgañitada de tanto cante y el cuerpo como si la gripe me hubiera conquistado, con la niña en estado de máxima excitación -hasta las entrañas de chucherías y azúcar- y con el pater al borde del coma, aterrorizado de los genes que lleva la pelirroja en herencia maternal.

Y lo peor de todo es que tengo ganas de que llegue el 24 de diciembre. Definitivamente estoy enferma.

martes, 4 de diciembre de 2012

Ilusiones navideñas


Yo soy una persona fundamentalmente optimista, que vive alimentada de ilusiones varias y con esto no me refiero a que me pase el día soñando en que va a tocar el Euromillón y me voy a comprar un hotel en Bali para mí sola o que aparezca el Hada Madrina de las top models y me convierta por arte de magia en Miranda Kerr a base de comer Nutella a cucharadas, ni siquiera a que Chanel en un acto de bondad me envíe su 2.55 para mi cumpleaños… me refiero a que soy de disfrutar las cosas mucho antes de que pasen, simplemente con la mera espera, a estar semanas soñando con un viaje que no haré hasta dentro de tres meses, con el día en que estrene el fabuloso vestido nuevo que cuelga de mi armario o con lo bien que me lo voy a pasar en la fiesta del sábado.

Pues bien, yo pensaba que estas cosas se heredaban, así que en una tarde de esas de no hacer nada tuve la flamante idea de tratar de alimentar las ilusiones de la pelirroja –desatadas de por sí- con la idea de que en breve llegaba la Navidad y con ella Santa Claus –pero ojo, que éste sólo pasa por casa para saludar y dejar un detallito- y los siempre generosos Reyes Magos con la idea de que la mera espera fuese en sí un momento de disfrute, como lo fuera el calendario de adviento de chocolate que lamió y refregó por la pared el mismo día en que se lo compré.

Pero no, la nena se ve que es un poco más ansiosa y desde que se me ocurrió la fantástica idea y le expliqué lo que era la navidad, todas las cosas que íbamos a hacer y la de regalitos que le traerían si era buena y se portaba medianamente bien, está en estado continuo de ansiedad, preguntando a cualquiera con el que se cruza, léase la señora que limpia mi portal, que cuánto queda para que vengan los ‘Reyez Malos pero que zon güenos y te traen cozaz bonitaz si eres güena y si te portaz mal y no te comez el potito o no compaltez, te traen calbón que pica mucho’ o que cuándo podemos poner el ‘álbol de las lucez y las bolaz de colorez’ o que cuándo vamos ‘a hacel la talta de Nochemuena para mí, Nachete y Alex’ y así un día y otro y otro hasta que se me saltan las venas de los ojos y acabo maldiciendo la navidad, el árbol, el belén y a los mismísimos Reyes Magos que mira que a pesar de su desfasado look con esas boas y esos turbantes rarunos, siempre me han caído bien, que con una se portan de escándalo.

Así que ahora en lugar de esperar plácidamente la navidad –que huele mucho mejor de lo que sabe, al menos la mía, y al final siempre es un tormento- ojeando folletos de juguetes y haciendo cartas y listas, vivo sin vivir en mí como Santa Teresa y esta misma tarde pongo el dichoso gigantoárbol aunque se me vaya la vida en ello, así al menos me dejará vivir con ese asunto aunque aún me quede mili con los Reyes y la cabalgata. El año que viene me corto la lengua o me hago la muerta hasta el 7 de enero. A elegir.