Mostrando entradas con la etiqueta Lo que la maternidad me robó. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Lo que la maternidad me robó. Mostrar todas las entradas

viernes, 31 de agosto de 2012

Lo que la maternidad me robó. Yo era una chica simpática


Pues sí, yo era una chica simpática. Simpática, agradable y solícita. Dispuesta a pasarlo bien y a hacérselo pasar bien a los demás –no sé por qué esta frase me suena a muy de prostituta pero confío en que sabéis a lo que me refiero-, siempre de buen humor, con el optimismo por bandera y con un excelente talante…

Hablaba con todo el mundo –siempre he sido de hablar por los codos, así que no sé de qué me quejo con la pelirroja-, me gustaba conocer gente nueva y hacer nuevos amigos y, como ya he comentado alguna vez, siempre he gozado de gran empatía por lo que me era fácil ser comprensiva y tolerante casi con todo el mundo, pero ahora… Ahora vivo tan estresada que ladro a todo aquel que se cruce en mi camino y que no me facilite la vida, sí, en esas estamos, estoy en la faceta egoísta de creer que todo el mundo tiene que ayudarme con lo mío…

Y me vuelvo muy loca cuando alguien no me deja paso con el carrito –máxime cuando voy hasta arriba de bolsas y con la tendinitis en fase terminal- o cuando no sólo no me abren la puerta del centro comercial sino que me la cierran en la cara, cuando se sientan en los asientos rojos del autobús y ni siquiera me los ofrecen cuando llevo al pelirrojismo encajado en la cadera lisiada y los ojos a punto de salírseme de las órbitas de agotamiento, cuando se me cuelan aprovechando que estoy desnortada con la nena y cuando son malos conmigo que es casi siempre o eso creo que yo, que ya he dicho que estoy en fase ‘hágame la vida más fácil, gracias’…

Así que cuando la gente es malvada y yo entro en estado de locura severa arraso por donde voy y atropello los pies de los que no me dejan paso y pongo mi mirada de desprecio a las que no me dejan el asiento –para reclamarlo aún me falta empuje, qué le vamos a hacer- e incluso soy capaz de soltar alguna: ‘Es que no ve usted que tengo que pasar, señora…’ con voz de asesino en serie exaltado.

Esto no sería un problema si yo sólo fuera desagradable con los malos, pero es que ya le voy tomando gusto al asunto y no hay quien me pare. Y a veces pongo la cara de doberman por puro placer.

Y cada vez tolero a menos gente, qué queréis que os diga, que no tengo tiempo de aguantar pamplinas, que bastante tengo yo con lo mío para escuchar las penas de los desconocidos que me asaltan en cualquier esquina y que me dicen cosas del tipo: ‘Es que no sabes lo cansado que es trabajar en jornada intensiva, comer fuera y luego ir a clases de inglés, menos mal que hago yoga o que me tomo una cervecilla con los colegas, pero en serio, no sabes lo que cansa… Ojalá estuviera como tú, así tranquilita con tu niña en casita’… ¿No voy a poner cara de doberman? Pues eso.

viernes, 24 de agosto de 2012

Lo que la maternidad me robó: Yo era una chica ordenada


Sí, yo era una chica ordenada. Ordenada y organizada, que tenía todas las cosas en su lugar como si de una casa de exposición se tratara. Sabía dónde estaba cada documento por antiguo que fuera y era capaz de encontrar lo que necesitara en menos de diez segundos, con los ojos vendados y a la pata coja.

Tenía el armario que daba gusto verlo, todo clasificado por tipo de prendas y un ala dedicada a los vestidos de fiesta y otra a los abrigos, como una señora de bien. Y mi cajón de complementos era una maravilla, un ejemplo de orden, donde convivían en paz y armonía miles de collares, pulseras, relojes, anillos y otras cosas variadas…

Y ahora… ahora todo es caos.

Da igual cuantas veces limpie y ordene la casa, cuantas veces recojamos –y en esto del plural estoy siendo la mar de generosa- los juguetes del suelo que la casa siempre parece que acaba de ser registrada por los agentes del FBI de las películas de antena 3, sobre todo el salón, -que da igual que me pase el día agachada rescatando a los nenucos del cautiverio pelirrojil bajo las patas de las mesas- que siempre parece que acaba de ser bombardeado por separatistas chechenos.

Y mi armario contiene bolas de ropa ocultas que la pelirroja tiene a bien incluir entre mi vestuario y que generalmente contienen manchas de potitos o helado o cualquier cosa que pringue mi ropa antaño impoluta y en el cajón de mis complementos –al que al parecer tiene acceso, imagino que por el banquillo infernal- no sólo no hay orden ni concierto sino que en ocasiones contiene, junto a mis brazaletes, una fresa espachurrada o un poloflán derritiéndose delicadamente sobre mi bisutería.

Y ay de mí como quiera encontrar un documento –que siempre me hace falta para anteayer, con lo previsora que era la versión no madre de una- que ya puedo poner la casa patas arriba que ya nada está dónde debería estar o quién sabe, a lo mejor es sólo que no me acuerdo de dónde debería estar, que yo era una chica lista, pero ahora… bueno, creo que ya hemos hablado de eso.

NOTA:
Quiero dar las gracias desde aquí a todo el equipo del programa nacional de ‘Antes de la Linterna’ de COPE, que me entrevistó ayer para hablar del blog (¡qué emoción!) por su amabilidad y simpatía y porque creo que apenas les dejé hablar a ellos, pero… ya sabían que era una madre estresada ¿no? Ay.
Y a todos vosotros por hacer que este blog siga moviéndose por ahí. Prometo poner el corte de audio en cuanto lo tenga, siempre y cuando vea que no  hago mucho el majara, claro… Lo dicho ¡gracias!

viernes, 17 de agosto de 2012

Lo que la maternidad me robó. Yo era una chica joven

Pues sí, yo era una chica joven. Joven más allá de la edad –que también era de joven, oiga, que hasta los 30 te dan el carné de la juventud del Ayuntamiento y eso es documento público y fidedigno-, joven de vitalista, de lozana y de enérgica, pero claro, luego vino la maternidad y el estrés y el cansancio acumulado y la falta de sueño del bueno y ya no hubo vuelta atrás.

Pero hasta entonces, yo era capaz de irme de fiesta hasta las tantas y volver a la ‘amanecía’, dormir tres horas o no dormir e irme a trabajar o a la playa o a hacer el Camino de Santiago si hacía falta, con la energía de Hulk y el ánimo de un dependiente de Disney Store.

Nunca me ponía mala ni aunque me cayeran siete chaparrones encima en el mes de enero ni aunque me colara en un hospital de enfermos contagiosos de lepra africana, ni aunque no durmiera en una semana y me pasara un mes haciendo una dieta de esas malignas y ultramilagrosas que te quitan el hambre y las ganas de vivir… que mi sistema de defensas era profesional, de calidad, y no había quien lo atravesara.

Y ahora… ahora me paso el día de achaque en achaque, me duele todo y lo que no me duele, me dolerá mañana. He perdido la cuenta de todos los resfriados y gripes que llevo acumulados desde que soy madre, por no hablar de esos virus que me visitan cada tres meses y que me vuelven del revés, vomitando, con fiebres de enfermo terminal y con mareos de anciana quejicosa.

Siempre estoy cansada, desde que me levanto y hasta que me acuesto aunque ingiera cantidades industriales del Coca Cola Zero, Red Bull y Pharmatones –los mejores amigos de una madre-, apenas tengo memoria para recordar que comí ayer así que ni hablamos de una película, que soy capaz de verla tres veces sin ser consciente... y seguir sin enterarme de nada.

Y cuando me proponen una juerga nocturna como Dios manda siempre empiezo a pensar en las consecuencias, en el trajín de dejar a la niña a dormir fuera de casa y en tener que recogerla al día siguiente y, sobre todo, en la resaca mortal que ya no se me pasa ni con cuatro espidifines en vena ni con mi receta infalible de patatas Lays Campesinas y Coca Cola Zero… y es pensar en sobrevivir a un día con la cabeza dándome vueltas, el estómago revuelto y dejándome morir por las esquinas mientras la pelirroja y Pocahontas me rematan con el ‘Colores en el viento’ a grito pelado taladrándome el hipotálamo, que se me quitan las ganas antes incluso de que se caliente la plancha del pelo…

Así que procuro no pensarlo demasiado, qué queréis que os diga, que una será madre y estará viejuna, pero por una juerga mato, como diría aquélla.

viernes, 10 de agosto de 2012

Lo que la maternidad me robó. Yo era una chica cuerda

Yo era una chica cuerda o, al menos, lo parecía y la gente hasta me pedía consejos porque me consideraban una persona objetiva y hasta sensata, porque era capaz de dar opiniones constructivas, asesoramiento e incluso buenas ideas.

Tenía sentido común y mucha capacidad de empatía por lo que no me era difícil convivir con nadie, ni siquiera con las mujeres pesadas y ávidas de conversación que siempre hay en la cola de los supermercados porque entendía que estaban aburridas de ver Canal Sur y de que sus maridos las ignoraran -para poder escaparse a ver obras o hacer colas en los bancos o en lo médicos de la Seguridad Social, que esto es mucho de jubilado varón, de ésos que usan habaneras y pasean con las manos a la espalda- y las pobres tenían que desfogar con el primero que se les cruzara.

Era complicado sacarme de mis casillas y mucho más hacerme enfadar porque tenía una relajada y optimista visión del mundo por lo que nunca tenía cambios de humor –ni con las reglas más virulentas- y rara vez podían perturbar mi paz interior en plan ‘he perdido el autobús, genial, así tengo tiempo de leerme la Cuore’, muy anuncio de compresas todo.

Y ahora… ahora si me pillara un psiquiatra se volvería loco… Soy bipolar de las de carné que alterno media hora de felicidad, risas y ‘no importa que vuelvas a derramarme la coca cola en el cogote, ni que me escupas el hielo a la cara’ con otra media de locura extreme nivel niña del Exorcista ‘¿es que no estás viendo que estoy muy loca?’ por lo que soy madre permisiva nivel Mick Jagger y severa nivel Rottermeyer a tiempos iguales.

Huyo de cualquier conversación con los majaras anónimos y espontáneos que siempre me han perseguido, retirándoles directamente la mirada sobre todo cuando me dicen cosas tipo ‘Y la nena no es muy grande para usar chupete?’, ‘¿Y ya la llevas a la playa?, mira que es muy blanquita’, ‘¿Y la llevas a la guarde tan chiquita? ¿y no te da pena?’... y yo me convierto en Drew Barrymore en ‘Ojos de fuego’ y le dedico mi depurada mirada ‘déjame vivir ¿o es que no ves que no te puedo ni ver?’ aunque no descarto emplear la violencia verbal en próximas conversaciones impertinentes.

Detesto a casi toda la gente con la que me cruzo, básicamente porque la mayoría es gente malvada y no me deja pasar con el carro o no me abren la puerta para que pase con la nena en brazos o me la cierran en la cara o no me dejan sentarme en el bus cuando voy con la pelirroja a punto de morir de estrés –esto es muy de viejas lo sé, pero puede que mi otra personalidad sea una octogenaria, lo que no me extrañaría nada por los achaques en cadena que sufro- y a todos ellos acabo atropellándolos a conciencia con el carrito en un arrebato de justiciera maternal, aunque luego me hago la loca y me disculpo falsamente como si hubiera sido un accidente… como manda el manual de buena sociópata entrenada.

viernes, 3 de agosto de 2012

Lo que la maternidad me robó: Yo era una chica dormilona

A ver, yo no era de ésas como mi hermana que si no las despertabas podían darle la vuelta entera al reloj y despertarse después de dos días como si se acabaran de acostar,  que eso ya es vicio y una es una señora de bien que se viste por lo pies, pero me gustaba dormir y sobre todo me gustaba dormir bien.

Nadie me quitaba mis nueve o diez horas de sueño diario y del tirón, que era acostarme y aún no me había dado tiempo a taparme con la sábana cuando ya estaba en coma, soñando lo que fuera, generalmente terroríficas pesadillas, la verdad –menos cuando soñé que Ricky Martin me pedía salir y me besaba en el portal de casa de mis padres y ahora va y se declara gay, pero ¿se puede tener menos vergüenza?- y hasta el día siguiente cuando los rayos de sol empezaban a despertarme pasadas las nueve y media de la mañana. Gloria bendita.

Y es que no madrugaba desde el instituto porque tenía Facultad en horario de tarde y prácticamente todos mis trabajos tenían horarios intempestivos -que una no entraba hasta las once la mañana, lo cual era un valor añadido, aunque tampoco sabía cuándo salía, que todo hay que decirlo-. Pero al menos no había que madrugar y una se levantaba con energía suficiente para atravesar a nado el Amazonas o escalar el Kilimanjaro, que nueve horas de sueño ininterrumpido dan para mucho, sobre todo, para un buen cutis y una ausencia total de ojeras.

Y si salía de fiesta y me acostaba a las tantas, pues a las tantas me levantaba a pesar de que mi madre me pusiera a Luís del Olmo gritándome en el oído o que María –que a veces ayudaba a mi madre a limpiar- se entonara por bulerías a voz en grito y con un oído que ríete tú del Arlequín… que ya he dicho que tenía buen sueño y ni Manolo el del Bombo hubiera podido conmigo.   

Pero fue entrar en la maternidad y ya no sólo es que duerma menos –mucho menos- es que duermo peor. Si no tiene mocos, tiene tos o está mala o no quiere dormirse o tiene pesadillas o se sube a la cama a pelear a lo samurai o quiere agua o el chupete o dar por saco y cuando es buena y duerme, tampoco duermo bien porque una comprueba si está tapada –aunque sea agosto, que el aire acondicionado es muy traicionero-, si respira –sí, aún estamos con esto-, si tiene fiebre –aunque no esté mala porque a hipocondría no me gana nadie-, si tiene la barrera bien puesta, si se está hincando el chupete…

Y si no es por la nena es porque tengo calor o frío o estoy desvelada o pienso cosas estúpidas o terroríficas o porque el pater y la pelirroja se baten en duelo de ronquidos o porque no me acuerdo de cómo se llamaba el conserje del instituto o porque no me pongo del lado bueno –todos los maniáticos tenemos un lado bueno, el  mío es sobre el hombro derecho, que del izquierdo me noto el corazón y me da angustia y si me giro me encuentro con el pater y a mí no me gusta mezclar respiraciones- y así todo…

Y claro como antes de acostarme ya he estado un rato tumbada tratando de dormir a la bestia en la oscuridad más absoluta cuando salgo de la habitación dispuesta a ver una película o un documental del salmón noruego –que a esas alturas ya me da igual todo- estoy tan borracha y tengo el cuerpo tan cortado que casi pido una muerte rápida a garrote vil… y ya cuando termina la película de la que no me he enterado ni del nombre y decido irme a dormir, ya estoy desvelada y si no lo estoy empiezo con la retahíla anterior y no hay manera y así hasta que me levanto con cara de prostituta vieja y enferma y prometo ponerme un cuartito en la otra habitación para mí sola y para mi cutis de porcelana de antaño o engancharme a los somníferos como Carmina Ordoñez y entrar en coma cada noche, y que se las apañen el pater y la pelirroja como puedan, que aquí hay que mirar por una… lástima que ya no los recete la Seguridad Social.

viernes, 27 de julio de 2012

Lo que la maternidad me robó: Yo era una chica interesante


Pues sí. Yo era una chica interesante o, por lo menos, me lo hacía. Tenía conversación para todo porque solía estar actualizada y conocer todos los detalles sobre cualquier tema de rabiosa actualidad, principalmente, porque formaba parte de mi trabajo y, además, porque tenía tiempo para dedicar a leer la prensa y las opiniones de genios y majaras a partes iguales.

Solía estar al día de todo lo que se consideraba chic y cool y otras muchas palabras que ya han pasado de moda. Veía todas las películas que se estrenaban y conocía todos los detalles del rodaje y los paralelismos con otras cintas de la época dorada de Hollywood para poder hacerme la interesante cual cinéfila trasnochada.

Tenía ingenio y sabía sacarle punta a casi cualquier cosa y hacía chascarrillos con cierta gracia natural que, al parecer, divertía a la gente y era capaz de pasar magistralmente de una conversación sobre Carmen de Mairena y el Arlequín a analizar el debate sobre el Estado de la Nación aportando datos que había leído en las páginas salmón de El País, ésas que ahora me dan una dentera que me obligan a inyectarme tres antihistamínicos seguidos.

Era de las primeras en saber cuándo se abría un nuevo local de moda en la ciudad y sabía desde el tipo de música que se pinchaba hasta el cóctel estrella que preparaban y siempre tenía un par de opciones para sorprender a los amigos cuando me pedían que les llevara a algún sitio diferente y como acaba conociendo al personal pues hasta nos invitaban a lo que quisiéramos, que hasta tenía vasos con mi nombre, por Dios.

Y ahora… ahora no sólo no me conocen en los bares sino que ni me dan flayer en la puerta, espero que porque saben que en realidad no quiero entrar –autoestima alta en piloto automático-, y cuando entro no conozco a ningún camarero aunque quizá sí a sus padres ya retirados, imagino… que en las pasadas Navidades descubrí al mulato de los sueños de toda la pandilla -que antaño regentaba un famoso local nocturno malagueño y hacía cócteles sobre la barra a lo Tom Cruise-, haciendo de Rey Mago para el Corte Inglés… Así no. Eso no se hace con los mitos de una…

Y bueno, ahora tampoco logro hilvanar dos pensamientos unidos sin echar humo por las orejas. Leo el periódico a saltos y por Internet -con el pelirrojismo a cuestas luchando en plan Pressing Catch por el dominio del teclado- y lo poco que voy leyendo lo voy olvidando antes de terminar cada frase y lo peor es que ni me importa… porque la verdad es que tampoco lo entiendo porque me falta información previa –debido al periodo de desinformación extrema cuyo inicio coincidió con la rajada de mi útero- como si me hubiera saltado seis episodios seguidos de una telenovela venezolana y ahora pretendiera que Topacio siguiera siendo ciega. Así no se puede.

miércoles, 18 de julio de 2012

Lo que la maternidad me robó: Yo era una chica lista...

Pues sí. Yo era una chica lista, de ésas que estudiaban el último día y lo sacaban todo sobresaliente cuando no Matrícula de Honor con el esfuerzo de rascarme una oreja. Así desde Parvulitos –qué me gusta esta palabra- hasta COU y luego en la carrera más de lo mismo. Entre el tiempo que empleaba en la cafetería –invertido en gusanitos y coca cola Light- y el que dedicaba a trabajar en el periódico, me quedaban exactamente diez minutos para pedir apuntes por las esquinas –con técnicas cada vez más depuradas, que los empollones son muy suyos y no te dan un soplo en un ojo- y estudiar un poco en el tren de cercanías junto a millones de guiris con sus maletones y sus conversaciones gritonas… y oigan, ni un examen suspenso.

Me leía un libro por semana e igual me tragaba el Diario de Bridget Jones que la Montaña Mágica de Thomas Mann o la Insoportable Levedad del Ser de Kundera, de hecho, en un alarde de gafapastismo me leí de un salto la Odisea y la Iliada aunque sólo fuera por el placer de poder decir que lo había hecho.

Veía todas las películas independientes que salían en cartelera o que ponían en la cinemateca y que no conocían ni sus propios directores –y que eran tan lentas que en dos horas y media el protagonista ni se había levantado de la cama- y además, lograba seguir todas las películas de espías sin tener que pararla siete veces y apuntarme una lista de personajes como las de las primeras páginas de las novelas de Agatha Christie.

Pero fue entregarme a la maternidad y volverme una boderline de libro. No tengo tiempo de leer ni una mísera revista, aunque me las compro a pares para qué engañarnos, pero cuando lo tengo –o lo robo del sueño- me descubro pensando en cosas absurdas que en realidad no me importan en mitad de un párrafo –tipo ¿cómo se llamaba la señora Basura de los Fraguel?- así que cada vez que termino una página, he de volverla a leer porque no me entero de nada, tanto así que ahora sólo leo relatos cortos para abreviar el calvario.

Tampoco puedo ver una película o serie sin mezclar los personajes con los de otras películas o series y liarme unos terribles follones con el argumento… que el pater ya me deja por imposible y me sigue la corriente para que no me dé cuenta de que podrían darle una paguita por mí. Así que evito películas sesudas o con mensaje político intenso porque no suelo pillarlo ni aunque me lo expliquen.

Y ya lo he comentado alguna vez, pero como veo los informativos a saltos en un ir y venir de estrés maternal pues pillo la mitad de una noticia con el inicio de la siguiente y acabo como mi abuela Carmen que aterrorizaba a toda la familia con noticias catastrofistas inventadas a base de retazos reales, que más de una vez estuvimos en busca de un búnker donde meternos a verlas venir… Un desastre todo.

martes, 17 de julio de 2012

Lo que la maternidad me robó: Yo era una niña mona...

Pues sí, aunque esté feo decirlo, yo era una niña mona. Que sí, que sí, que tenía –y tengo- el culo del tamaño de Brasil, pero ese era un pequeño handicap con el que había aprendido a lidiar con artimañas textiles de revista entre las que me manejaba como pez en el agua.

Pero, a cambio, yo tenía la piel luminosa y tersa, gracias a mis productos carísimos que podía permitirme comprar y usar y me pasaba un buen rato cada noche y cada mañana limpiándome el rostro con un gel especializado, aplicándome el tónico a suaves y cuidados golpecitos y echándome la crema con pequeños movimientos circulares, masajeando hasta que la piel hubiera absorbido todo, y una vez por semana, a exfoliar. Y mi piel lo agradecía regalándome un cutis maravilloso.

Nunca he tenido buen pelo, para qué vamos a engañarnos, pero siempre he ido con mi plancha hecha a un nivel que ríete tú de Gwyneth Paltrow, con mis mascarillas antiencrespamiento y mis productos capilares anticalor que me mantenían una melena la mar de decente y hasta brillante, mire usted.

Y la ropa, ay… la ropa. Tenía muchas opciones en el armario y las combinaba sabiamente con los complementos adecuados –que siempre han sido mi perdición- con toda la parsimonia del mundo mundial hasta lograr una imagen similar a la de la foto de la Vogue.

Pero fue hacerme madre y mire usted, la cosa va del mal en peor. Ya en el embarazo empezó a ponérseme una cara rarísima como de indio viejo y cansado de la que no pude librarme ni pariendo, tanto así que me he visto obligada a aclararme el pelo con unas mechas californianas antes de que acabaran confundiéndome con Antonio Flores. Y si antes tenía cuatro pelos, ahora tengo tres y mal peinados, que una no tiene tiempo ya no de hacerse la plancha si no ni de buscarla. Y marcarillas ¿para qué? si he de ducharme en cuatro segundos y la mascarilla requiere de 5 minutos, ¡5 minutos! ¿Estamos locos?

Y mis looks tampoco son lo mismo porque una se viste al tuntún, sin profundizar en equilibrios de prendas ni en balancear complementos ni nada que no sea un “No está sucio, me vale”. Y los pendientes largos no valen porque se me enganchan en el vestido de la nena, y collares largos no, que me tira de ellos cual ama sadomaso…Y los bolsos de baúl que tanto me gustan, arrollados al fondo del armario en pro de las bandoleras para poder echar mano a la prole cuando amenaza con lanzarse hacia la carretera… Mierda todo.

Y la piel, ay la piel… Me he hecho anciana de golpe, vamos que envejecí 5 años el mismo día del parto y ahí siguen esos años de más, ahuecando mis ojeras de las que ya no me libro ni con un maratón de sueño de doce horas... De arrugas de momento vamos bien, no es grave gracias a Dios –hombre, que digo yo que si he heredado el culo materno, la piel tersa de la mamma también debe ir en el saco ¿no? o eso o la demando-, pero la luminosidad vive tiempos oscuros y ya puedo invertir en polvos caros que no hay manera, pero claro de las cremas y otros potingues que me compraba antes ni hablamos… y los baratos –con esos botes tan feísimos- me los hecho en tres nanosegundos y cuando puedo… ¿Movimientos circulares? ¿exfoliantes? ¿perdón? Bastante tengo con no olvidarme de llevar ropa interior…