jueves, 31 de octubre de 2013

De ancianas impedidas e invocaciones terroríficas


Creo que ya os he comentado alguna vez que soy una persona miedica. Mucho. Miedica de las que ven una película de terror en el cine y se pasan las dos horas con la cara incrustada en el brazo del tipo de al lado, lesionándole el bíceps, lo conozca o no, que en situaciones de emergencia eso es lo de menos. Asustona de las que escuchan una historia de espíritus en octavo de EGB y aún hoy con 35 años la recuerda con pelos y señales, sobre todo cuando se levanta a hacer pipí y al final, tiene que despertar al pater para que la acompañe, no vaya a aparecérsele la niña en camisón por el pasillo y tenga una que enfrentarse a ese drama psicológico sin las ocho horas de sueño en el cuerpo.
Asustona de las que duerme con la luz del pasillo encendida si el pater no está y de las que quiere que la gente le cuente historias y luego se enfada porque se las han contado y se pasa años con el trauma en el cogote como un estigma para toda la vida.

Por eso cuando me decidí a comprar una casa antigua en el centro histórico pensé con terror que en una casa de ese tipo seguramente había muerto mucha gente y sólo me faltaba a mí, con el poco tiempo que tengo y lo estresada que ando siempre, tener que lidiar con unos pocos de espíritus como si esto fuera una residencia universitaria espiritual.

‘Pero el problema es sólo si la muerte ha sido violenta’, me dijo mi amiga Silvia que de estas cosas sabe un rato, ‘que si las muertes son normales, lo lógico es que se hayan ido hacia la luz’. En realidad en aquella conversación no había nada lógico a no ser que alguna de las dos fuera la protagonista de Entre Fantasmas, que sólo me faltaría con esa descompensación cadera-cintura, pero aquella idea de la muerte violenta me dejó como en shock porque no es lo mismo tener a un señor que hubiera muerto de un infarto en los años 50, que una señora a la que le hubieran dado quince puñaladas traperas. Vamos, que no es lo mismo.

Así que cuando ya estábamos en el banco a punto de firmar la hipoteca miré al pater y el pater me miró y me negó con la cabeza porque sabía que iba a avergonzarle en exactamente tres segundos y así fue. ‘Verá usted’, le dije al vendedor que era un señor mayor. ¿Usted podría decirme si en esta casa ha habido alguna muerte violenta?
Yo creo que el notario casi se muere del impacto, pero también se quedó curiosón, atento a ver si el señor acababa confesando que en la que ahora es mi casa se había producido una masacre o un rito de iniciación satánico o sólo dios sabe qué…

‘Que va, chiquilla, este bloque lo construyó mi padre y este piso me lo dio a mí y desde que yo recuerdo, siempre había vivido una anciana, muy muy mayor, que era soltera, que llevaba un coquito y que estaba impedida de las piernas’

¿Perdón? ¿Impedida de las piernas? Muero de terror.

‘Pero no murió aquí porque cuando ya estaba muy mal, sus sobrinas se la llevaron a su casa y dejaron el piso vacío’.

Por supuesto me lo creí porque me lo quise creer y porque la casa me gustaba y porque el pater me hubiera matado si me levanto de la mesa del banco y salgo corriendo como Forrest Gump, pero que aquello no tenía ni pies ni cabeza y seguro que la anciana impedida y su silla de ruedas habían muerto en mi casa y quién sabe si todavía sigue allí dando corretadas salón arriba y abajo, que mi amiga Silvia no sabe tanto de estas cosas e igual la señora no tuvo muerte violenta pero tampoco quiso irse para el otro barrio con lo entretenida que la tenemos en casa.

Así que algunos días, cuando tengo miedo, pienso en la anciana del roete dando corretadas en su silla de ruedas de la Segunda Guerra Mundial, haciendo inc, inc, inc y vigilando a través de las puertas entreabiertas y entonces le clavo la cabeza al pater en la espalda para no ver nada más que su camiseta, a veces con tanto ahínco que casi le parto la pleura… Pero otras veces cuando no puedo más de estrés maternal, cuando la pelirroja me persigue para que le dé otro helado y hagamos unas fichas o el puzzle de la Barbie Mosquetera cuyas piezas están mezcladas con las de otros tres puzzles y tengo la casa que es una pocilga y el hermanísimo decide berrear hasta que se le gaste la voz, lamparía porque se me apareciera la anciana impedida con roete e incluso con el pelo suelto como Fortu, porque así podría ponerla a ver Canal Sur o la novela con Cigoto en brazos e igual hasta podría picarme unas habichuelas.

Vamos, que esta noche que es Halloween igual acabo invocándola. Que todas manos son pocas para una familia de pelirrojos. Aunque si lleva tiempo vigilándonos igual pasa de manifestarse, que conociendo cómo nos las gastamos en esta casa, igual le renta más irse hacia la luz. Y no la culpo.

miércoles, 30 de octubre de 2013

La peluquería, las chonimechas y otras historias para no dormir


Ir a la peluquería siempre es jugarte la vida y jugártela de mala manera porque un leve error en la elección del local, de la peluquera, en el entendimiento entre ambas o en despistarte un segundo viendo la tripa de la Carbonero en el Hola puede acabar en drama y que al final salgas de allí con un pelado de etarra, un tinte de funcionaria cincuentona, unas mechas de choni adolescente o incluso un flequillo torcido que te haga parecer que tienes un ojo más grande que otro, como me pasó en el último año de instituto, que me vi obligada  a pintarme el ojo izquierdo como Kimera para compensar el desajuste.

Y mira que lo sabía y mira que ya me prometí seguir siendo una lacia y no hacerme cambios capilares severos, que luego pasa lo que pasa y mi pelo de rata enferma tarda una vida en recuperarse y al final me paso tres meses maldiciendo. Pero claro, una ve a esas colaboradoras de la tele, con esos castaños tan bonitos y esas micromechas iluminadoras en tono miel o rubio oscuro, que claro, se emociona y se le nubla el juicio y se le olvidan los juramentos y pide cita en la peluquería.

Pero esta vez descarté ir a las que suelo ir siempre porque soy infiel con las peluquerías y los dentistas por naturaleza y porque mi suegra tiene unas mechitas muy muy finitas en plan reflejos y aunque no las tiene en el color que yo buscaba, pensé que su peluquera al menos ya tendría claro el concepto de minimecha reflejo, así que sólo habría que jugársela por el color.

Pero no.

Y eso que llevé no una sino cuatro o cinco fotografías en el móvil para que tuviera claro clarísimo a qué color me refería y al tipo de mechas que quería bajo dos consignas básicas que no dejé de repetir al estilo de aquel ‘Váyase señor González’ que eran ‘No mechas anchas dibujadas y no al naranja, a ningún tono de naranja’. Bajo ningún concepto. Ni aunque la supervivencia de la humanidad dependa de ello, me niego a tener el pelo naranja, que bastante trauma tengo de cuando me lo pinté de color butano en tercero de BUP.

‘Que sí, que sí, mujer, que sí, que te he entendido y sé perfectamente lo que buscas’. Imagino que creería que lo que buscaba era un infarto porque al quitarme la toalla y aún con el pelo mojado me descubro con el pelo castaño anaranjado con mechas rubio dorado de señora octogenaria que va al Bingo.

Después de una muerte por espanto, pero fingiendo que aquello no era tan terrible porque iba recomendada por mi familia política porque la peluquera era un encanto y porque soy subnormal y me da mucha fatiga esas cosas, logré que me echara un matizador para que todo se hiciera más castaño y menos visible y lo que conseguimos fue un efecto torta anaranjado óxido en las raíces y unas mechas dorado anciana con toques abutanados de más de un dedo de gordo atravesándome la raya.

Y cuando estaba pensando cómo plantear un segundo matizador, vi que eran las tres de la tarde y lo que es peor, vi la sonrisa de oreja a oreja de la peluquera como si hubiera hecho conmigo una obra de arte. ¿Pero qué bonito nos ha quedado’, me dijo. Y lo dijo de verdad. Entonces comprendí que no merecía la pena seguir intentándolo, así que sonreí y salí huyendo con 65 euros menos en el bolsillo.

Lo peor es que cuando llegué a casa con un tinte de supermercado bajo el brazo para echármelo y empecé a vociferar explicándole al pater lo claro que le había dejado lo de ‘que no tire a naranja bajo ningún concepto y mírameeee, estoy naranjaaaa’, me veo a la pelirroja mirándome con los ojos como platos…

‘Pero mamá, ¿el naranja ez preciozo a que zí? ¿a que a ti te guzta?’… Y tanta pena me dio que a punto estuve de seguir siendo una panocha con chonimechas dorado anciana para toda la vida.

Por suerte, recordé aquel mantra maternal de la Vogue que ‘una madre guapa es una madre feliz y una madre feliz cría hijos felices’, así que me lo eché y como la niña tiene un empanamiento nivel leyenda ni se dio cuenta. Eso sí, cada vez que me pongo al sol, bajo mi nuevo castaño raruno, se dejan entrever unas mechas a lo Lauren Postigo y ella se pone loca de contenta.

Ay.

martes, 29 de octubre de 2013

El Prehalloween


Desde que la pelirroja fue a su primera fiesta de pijamas por el cumpleaños de su prima Maribel, está que vive sin vivir en ella por acoplarse en casa de cualquiera, de quien sea, para quedarse a dormir con su saco a cuestas y lo que es peor, ha contagiado esa desazón al primísimo y a las hijas de mis amigas que también están fritas por una noche de jaleo, muchos juegos y chuches y pocas horas de sueño.

Así que cuando mi amiga Isa dijo de hacer una, se volvieron locos de alegría y cuando dijo que las madres también podríamos ir, nosotras también, que la idea era que los niños se dieran a los juegos y a hacer el loco y nosotras al vino y a la cháchara que es lo que se nos da mejor y dado que quedaba un finde para Halloween decidimos hacerla temática, básicamente para tener una excusa para disfrazarnos, con lo que me gusta a mí un disfraz y un hacer el majara.

La pelirroja quería vestirse de bruja y aunque yo lampaba por tunearle un disfraz molón tipo Oz, la niña que es muy choni se encaprichó de uno de los chinos con transparencias en forma de telarañas fucsia y claro, yo que soy una blanda que no quiere problemas y que vi que costaba seis euros y que la china ya nos miraba de mala manera con la niña enganchada a la percha como un koala travesti, pues tuve que ceder… Y yo para mí pensaba tunearme un traje de Miércoles Adams pero la niña en un ataque de amor maternofilial quería que fuéramos igual ‘de puzeramigas’, así que me tocó ir de bruja también. Y como es un disfraz que odio busqué maquillajes molones por Internet para acabar pintándome como una Drag Queen de carretera con Parkinson avanzado.    

Y vestidas de Halloween una semana antes, nos montamos en el coche con mi hermana que también iba de bruja con una peluca ‘espeluzná’ negra azabache, que parecía un travesti de gasolinera neoyorquina y el primísimo que iba de esqueleto pero con los tenis de Cristiana Ronaldo. Y de esa guisa nos montamos en el coche y nos fuimos a la fiesta mientras los otros conductores nos miraban extrañados y yo temía acabar estampada contra un túnel, que mi hermana es una temeraria para la conducción, más que por el hecho de morir, por el de morir vestida de majara. Que una tiene su reputación.

Pero la fiesta fue un éxito. Básicamente porque la anfitriona se lo curró. Y lo pasamos en grande con algunas salvedades. Porque aunque nuestra intención era sentarnos a beber vino y comer delicias mientras los niños jugaban a su bola, nos vimos envueltas en un maratón de gritos histéricos escaleras arriba y abajo de los tres mayores que se mataban vivos correteando alrededor de la mesa, tirando vasos, platos y arrastrando manteles y sin dejarnos cruzar tres palabras seguidas. Y luego estaba el más pequeño que decidió comerse un bol entero de aceitunas y pasarse la noche con cagalera infernal y avinagrada para desagrado de todas.

Y aunque a la una ya estaban todos acostados, nosotras no nos acostamos hasta las cinco y pico por aquello de disfrutar de la compañía y el vino… y por no saber que a las 7 en punto de la mañana estarían todos los niños en pie gritando como locos hasta el punto que la vecina empezó a mandar whatssap en plan suavona para que tratáramos de calmar a las bestias.

Pues eso, que una sabe que se hace vieja cuando los vecinos no protestan por la música alta y el jaleo a las tres de la mañana sino por el vocerío de los niños a las 7..

Y eso sí que da miedo.

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lunes, 28 de octubre de 2013

Suegra sí hay más que una. 9.- La suegra acaparadora


La suegra acaparadora asiste al parto de tu hijo con el álbum de fotos familiar para dejar claro que aunque el niño sea una réplica de tu madre y te lo diga hasta el ginecólogo de guardia, según ella se parece en exclusiva y sin opción a discusión alguna a algún miembro de su familia. Al que sea. Y no es que se parezca, es que es igualito, aunque el niño de la foto de los años 40 parezca un espectro de ojos achinados y nariz chata y tu niño sea negro como el tizón, con los ojos grandes y la misma napia generosa de tu madre.

La suegra acaparadora asegura que los andares de tu niña con tacones son exactos a los que tenía su madre, que es que es verla y representársele la abuela, y los tirabuzones igualitos a los suyos de cuando era niña que curiosamente no salían en las fotos, donde tenía el pelo más liso que Gwyneth Paltrow después de un tercer un alisado japonés.

La suegra acaparadora más que querer a sus nietos, los quiere unir al exclusivo club de tu familia política -como la anciana de la Semilla del Diablo- dejando claro, que tú eres un mero instrumento procreador de descendientes de su árbol genealógico por lo que el niño es más su nieto que tu hijo y tiene más sangre de su familia que de la tuya, porque no hay más que mirarle a los ojos para verle las pupilas idénticas a las del primo segundo del pueblo.

La suegra acaparadora se hace la sueca cuando le cuentas que tu padre se la llevó el sábado al zoo o que el chaquetón nuevo se lo ha comprado tu hermano, sin embargo es capaz de repetir quince veces a cualquiera que quiera escucharla que le ha comprado una felpa a la niña, que es de las buenas porque no se hinca y va con todo.

La suegra acaparadora hace planes por su cuenta y riesgo y te anuncia que vendrá a recoger a los niños para llevárselos a ver la Semana Santa sin preguntar si quiera si tú tienes otros planes y lo mismo pasa con la Cabalgata de Reyes o el Día del Carmen, aunque tu abuela, tu madre y tu hermana se llamen Carmen y cada año quedéis para cenar juntos y mataros vivos y ella lo sepa mejor que tú.

La suegra acaparadora te instiga para que apuntes a los niños al mismo colegio al que fueron los suyos, ‘porque toda mi familia ha ido allí y es nuestra tradición’ aunque tú tengas tus propias tradiciones y el colegio te pille a cinco años luz de tu casa, lo que sumado a un día de lluvia o una mala noche con dos horas de sueño de cómputo global, se convierta en una hecatombe y en el motivo último de tu ingreso en un sanatorio mental.

A partir de ahora, cada lunes, un nuevo modelo de suegra en ‘Suegra sí hay más que una’. Es hora de sacar la lengua viperina que Dios nos ha dado, criticar, desahogaros y puntuar a la vuestra con nuestra típica puntuación del 1 al 10… Yo me abstengo, que para eso mi suegra es un primor –y me lee- jajjaja, pero vosotros podéis dejaros la bilis… No sé por qué me da que va a haber muchos comentarios anónimos… A criticar!!! Y que no se ofenda nadie, que esto es para divertirnos!!

viernes, 25 de octubre de 2013

Sábado tarde en el Materno (II Parte)


(...)

Si no fuera suficiente con las dos horas de espera en aquella sala de la tortura, con las lámparas fluorescentes parpadeando como en una película alemana de terror, con las agotadoras señoras de pelo crespo y mirada loca que me clavaban los ojos con ansiedad y con la máquina de cocacolas que no funcionaba y que me dejaban sin un sorbo de cafeína que echarme a la boca, Cigoto se había convertido en la atracción principal de la sala, siendo un imán ya no sólo para madres charlatanas sino para cualquier niño que pasara por allí, como Yonatan que tenía cara de haber sido expuesto a radiación nuclear y otro niño con nombre indio o de concursante de programa musical de Telecinco que también parecía haberle visto los ojos a la muerte y ambos metían la cabeza en el carro para acabar de matarme al Cigoto y claro, una miraba a las madres a ver si se animaban a decir algo, pero no... bueno decir sí que decían, de hecho no se callaban pero sólo para hablarme de la Pantoja y de los chorizos de la crisis ‘que devuerrvan lo robao, que lo devuerrvan ya’ mientras yo fingía mi propia muerte.

Y para añadir estrés al asunto, cada cinco minutos llamaban a alguien por megafonía, una megafonía con la tecnología de la extinta URSS, que parecía que nos habían conquistado los alienígenas y nos estaban dando instrucciones para el desarme a voz en grito... y cada vez que sonaba Cigoto pegaba un salto que casi se cargaba la escayola del techo y arrancaba a llorar como si fuera Lydia Lozano en Sálvame Deluxe.

Pero la cosa podía empeorar y después de que la máquina se me tragara 5 euros, de que se me pegara un caramelo en el culo y de esperar dos horas y media en ese escenario de Lorca, la señora de la niña me miró y me dijo ‘pero chiquilla, ¿no llevas aquí mucho rato?’ / Sí, claro, pero como tú estabas antes y no has entrado… por eso no me ha parecido tan raro / Ah, no, si yo estoy esperando a un análisis que va para rato, pero vamos, que ya ha entrado medio Materno…

¿Cómo?

Así que me fui al mostrador con la cara partida y me encaré con la recepcionista ‘Es que a lo mejor no ha escuchado que la llamaban / ¿Es una broma? Pero si eso lo escucharían hasta en el Estrecho de Gibraltar / Pues usted dirá / ¿Perdón? / Ah, pues no, ha pasado un raro y se han saltado a tu niño hace más de una hora por no sé que problema del sistema, pero no te retires que te llaman enseguida.

Y allí me quedé, en la sala A, mientras el niño berreaba y tragaba virus ajenos y yo quería amputarme el pie vomitado y fugarme a cualquier país sin extradición y después de 20 minutos en los que llamaron hasta a un tal Jeremías –que ya hay que tener mala leche-, volví al mostrador para descubrir que efectivamente se habían vuelto a olvidar a Cigoto, en esta nueva mala malísima suerte que me persigue, y así hasta que la recepcionista se levantó y me acompañó directamente a una consulta de un amable pediatra pelirrojo para que mientras yo le explicaba lo malísimo que estaba el niño y cómo no paraba de llorar como si lo estuvieran matando, el hermanísimo empezara a partirse el culo de la risa hasta con carcajadas, a hacer gorgojeos y hasta a chuparse los pies con una sonrisa de oreja a oreja, como si fuera un niño de anuncio y mira que hasta le quité el chupete en plan malamadre para que se cabreara y no me dejara en evidencia, pero no hubo resultado alguno, el niño estaba disfrutando como un loco.

Eso sí, hasta que salimos de la consulta, que fue salir al pasillo y empezar a berrear nuevamente, que a punto estuve de darme la vuelta y enseñárselo al pediatra incrédulo. Pero antes de poder hacerlo, apareció Saray de la nada, que aún andaba por allí con su mascarilla de aerosoles en la mano, y sin decirme ‘esta boca es mía’ decidió que el broche de oro para aquella tarde infernal era vomitarme el almuerzo sobre la sandalia izquierda.

Y así fue como me di cuenta de que alguien me había echado un mal de ojo.


jueves, 24 de octubre de 2013

Sábado tarde en el Materno (I Parte)


El pasado sábado mi hermana decidió por su cuenta y riesgo y muy probablemente porque tenía que pagarle la ofrenda a algún santo, llevarse a la pelirroja a dormir. Bueno, más que a dormir a pasar el fin de semana desde el sábado al mediodía hasta el domingo por la tarde. Vamos, mejor que un Euromillón.

Así que nada más darme la noticia entré en un estado de éxtasis y mientras preparaba el macutón de la nena –por si aquello debía prolongarse unos días o un mes por un tornado o huracán o eclipse solar- empecé a fantasear sobre todo lo que podría hacer, la de trabajo que podría adelantar, la de cajones que ordenar, la de paseos que dar y hasta la de revistas que ojear. Como el cuento de la lechera pero en versión libertad maternal.

Sin embargo, Cigoto, que es un suavón de cuidado tenía otros planes reservados para mí y es que aunque andaba con tos desde hacía varios días y ya habíamos ido a su pediatra y todo, decidió que justo cuando su hermana saliera por la puerta era el mejor momento para empezar a toser nivel ‘he pillado el ébola’ con una intensidad que casi se daba la vuelta como un calcetín en cada espasmo tusivo y encima empezó a ponerse penoso, llorando como un loco al que acabaran de cortarle un dedo con un hacha oxidada.

Así que yo, que aunque tenga dos hijos inscritos -con letra de rata analfabeta, cartilla Rubio en el Registro ya- en el libro de familia, sigo siendo madre primeriza y muero de ansiedad ante la probabilidad de un 1% de ahogamiento, así que decidí lanzarme al Materno yo solita con el hermanísimo, justo después de comer, a la hora de las gallinas para pillar poca gente y terminar rápido, trayéndome bajo el brazo la certeza de que el niño no se iba a asfixiar en un arranque de anciano fumador de un solo pulmón y, de paso, alguna receta milagrosa para exorcizarlo.

Y allí me fui, con la comida aún sin digerir, ‘estrosaíta’, empujando el carro con el sol abrasándome el cogote, maldiciendo mi desgracia, para encontrarme con exactamente dos millones y medio de personas, que se ve que todos habían elegido la hora gallina y aquello parecía el Jueves Santo en Carretería, que no podía una ni estornudar sin pegarle un bocado en la barriga a alguien.

Así que nos registramos, como quien va a un hotel de playa en agosto y nos sentamos en la sala de espera B, que es como una sala aledaña en la que suele esperar poca gente y que tiene menos virus esperando para colársete por los poros y matarte lentamente.

Allí sólo había una señora con un bebé aunque entraban y salían familias, todas gritonas y con nombres imposibles que hacían contacto visual y querían comerme el cerebro explicándome los peligros de la Cocacolazero según Google y la evolución del resfriado de su Saray ‘que como me descuide me acaba en una cosa mala, que su abuela ya tuvo cáncer de útero’. Y yo que no entendía nada de la relación del cáncer de útero con la deficiencia respiratoria, asentía para que la tortura durara menos y me dejaba clavar las pupilas ajenas en mi persona y leer prospectos médicos llenos de efectos secundarios surrealistas mientras cigoto berreaba y yo perdía las ganas de vivir a cada: ‘Es asín o no es asín?’ / 'Asín, asín', respondía yo y fantaseaba con un infarto cerebral.

(Continuará)

miércoles, 23 de octubre de 2013

De botellines con posos y otras guarradas


Ya os he dicho miles de veces que soy una persona escrupulosa. Muy escrupulosa. No puedo evitarlo. Ni quiero, para qué voy a engañaros, que me da mucho asco y aunque lo intente se me ve a la legua que estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano como los forzudos ésos que levantan dos mil toneladas con la barba y parecen que se van a morir incluso antes de empezar. Pues lo mismo. Cuando alguien quiere que beba de su vaso y no se traga lo de ‘es que no tengo sed, gracias y además el vino –cerveza, refresco, agua con gas- me produce jaqueca’, que es una cosa muy chic y muy francesa, y me obligan a dar un sorbo de un vaso previamente chupado, se me pone cara de acelga y si acabo bebiendo, más por cobardía que por educación, se me hace un nudo el estómago y ya estoy asqueada un buen rato.

Sí, así de loca estoy.

Y me pasa con absolutamente todo el mundo, aunque es más con compartir menaje o vasos que con cualquier otra cosa, que a ver, que las cacas por ejemplo me dan asco, pero es otra cosa. No es enfermizo, vamos. Que de hecho me morreo con el pater pero me niego a que beba de mi vaso, máxime si es de agua. Que cada uno tiene su tara mental. Y de los niños ni hablamos, que eso de que la baba de niños es santa es una trola muy grande y compartir botella de agua con posos de galleta de la pelirroja es la cosa más horrible que se me puede pasar por la cabeza. Incluido el garrote vil.

El problema es que la pelirroja –que no sabe distinguir colores pero que de tonta no tiene un pelo- empieza a olerse la tostá y ya alguna vez, cuando he pedido dos botellines de agua en el kiosco, ella le ha comentado al pater algo así como ‘ez que a mami no le guzta el agua sshupada por ezo pide doz’ y yo me hago la sueca y bebo como un beduino antes de que nadie me quite la botella y meta los morros.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte empiezo a sentirme culpable por esta tara mía del escrúpulo terminal -es que en la maternidad todo es estrés o culpa- básicamente porque veo que la nena parece que se apena si le rechazo un chupetón del Frigodedo o le regalo mi botellín una vez que mete los morros llenos de chocolate, que hasta ella se da cuenta lo feísimo que está el asunto.

Así, que hace unos días decidí lanzarme al mundo del asco mortal para sentirme ser una madre entregada y le ofrecí un chupetón de mi botellín de CocaColaZero -con el corazón en un puño eso sí- y la pobre me miró con los ojos como platos de la emoción y se pegó dos lingotazos que imagino que le supieron a gloria.

El problema es que yo quería hacer de esto algo puntal y esporádico, pero la niña es de la que te coge el brazo entero cuando le enseñas la uña, y ahora se pasa el día ofreciéndome todo lo que pasa por sus manos y por su boca, no sé si por hacerme la vida imposible o a modo de tratamiento de choque, que ver el Nacional Geographic es lo que tiene.

Así, cada día me obliga a darle un chupetón a su zumo y me dice ‘a que eztá bueno sshupado, mami, ¿a que te guzta?’ y claro una le dice que sí, que las mentiras piadosas las perdona dios, o me insiste para que le dé un bocado a una nube semichupada o un lametón a su helado e incluso un sorbo a su botellín de agua, mientras yo sonrío con la boca doblada como Mari Trini y finjo que no me está dando un fallo multiorgánico.

Pero el colmo fue ayer tarde cuando fuimos al súper y me compré un botellón de yogur líquido 0% para no morir de ansiedad mientras la veía comerse un Donut de chocolate, que son mi perdición, y ya cuando tenía chocolate hasta en las pestañas me pidió un sorbo.

Yo la miré. Ella me miró. Y sonó música de western. Así que le pasé la botella sin limpiarle la boca ni nada, para mostrarle mi amor maternal desenfrenado y que no se me mosqueara. Bebió un sorbó y me la pasó y aunque no dijo nada, las dos sabíamos que ahora me tocaba a mí.

Y bebí un sorbo chiquitín. Pero no tan chiquitín como para no traerme un trozo imagino que de donuts empapado. Y tras cuatro segundos de muerte por asco supremo, de buche que ni para adelante ni para atrás, me crucé con los ojos inquisidores de la pelirroja y me lo tragué.

Aún tengo escalofríos. Aunque igual es de la botella de Listerine que me cargué en cuanto llegué a casa.

Porca miseria.                  

martes, 22 de octubre de 2013

Demencia total

Ya os he dicho mil veces que la maternidad, además del tiempo, la energía y la frondosidad capilar también nos roba la agudeza mental, las conexiones neuronales y por tanto, el buen juicio e incluso el juicio a secas, diría yo. Que bueno, bueno, lo que se dice bueno, yo no lo he tenido nunca, que si no, no hubiera estudiado Periodismo y me hubiera dado a algo con más futuro como Económicas, Derecho o incluso Física Experimental.

Sin embargo, yo pensaba que una vez que una perdía riego sanguíneo en el cerebro, lo perdía y punto, es decir que no era recuperable –que no lo es a no ser que te toque un Euromillón y huyas con nocturnidad y alevosía al aeropuerto más cercano- pero que tampoco era acumulable, como las ofertas del Mc Donalds, es decir que no puedes coger el cupón del menú más el Happy Meal y luego querer que además te regalen el Mc Flurry. Eso no puede ser.

Bueno, pues resulta que sí, que la pérdida de masa cerebral es acumulable y directamente proporcional al número de hijos, así que yo que ya creía que había tocado techo en esto del empanamiento, me sorprendo a mí misma con comportamientos aún más surrealistas de lo habitual. Y lo habitual ya era mucho.

Así, por ejemplo, me descubro meciéndome mientras veo la tele como si tuviera al Cigoto en brazos, aunque haga una hora que ya está fritanga en su cuna y lo que tenga en la mano sea el mando de la televisión y aunque el pater me lo diga y nos partamos de risa, a los tres minutos estoy igual.

Y luego me pasa que me confundo con los niños. No que me crea que la pelirroja es el pelirrojo y viceversa –pero tampoco lo descarto de cara a un futuro cercano- pero sí le digo al pater cosas como ‘cambia a la niña’, cuando lo que en realidad quiero es que le cambie el pañal al hermanísimo y al final él le cambia el pijama a la pelirroja y me deja al niño con la plasta en el culo y yo no entiendo nada hasta que atamos cabos. Pero el sumun fue el otro día que antes de llevarme a la pelirroja al colegio, le preparé un biberón de manzanilla que además me metí en el bolso junto al chupete y hasta que no me llamó el pater preguntándome por el biberón, no caí en la cuenta de mi estado mental deficitario.

Y así con todo.

Pero lo mejor fue ayer cuando fui a recoger a la niña del baile, que crucé un paso de peatones justo cuando un taxista majara decidió dar un acelerón y casi me lleva por delante. Y en un ataque de furia de ésos que me dan de vez en cuando y más ahora que he vuelto a tomar la píldora y ya tengo las hormonas en erupción, le grité ‘¿Pero usted está loco o qué demonios le pasa? ¿Es que no ve que voy con dos niños? Un poco de cuidado, hombre ya…’.

Y el hombre en lugar de agachar la cabeza avergonzado, como yo esperaba que haría –que yo soy muy cobarde para estas cosas- me miró fijamente, más extrañado que altivo y justo cuando iba a seguir con mi sermón de peatona enfurecida, me di cuenta de que en realidad iba sola. Vamos, que el niño estaba en casa con el pater y aún no había recogido a la pelirroja.

Así que al final, la que agachó la cabeza fui yo, no fuera el taxista a quedarse con mi cara y la próxima vez que me viera en familia llamara a los servicios sociales.

Qué pena.

lunes, 21 de octubre de 2013

Suegra sí hay más que una. 8.- La suegra supervisora


La suegra supervisora llega a tu casa por sorpresa y antes de que puedas cerrar la puerta detrás de ella, ya está barriéndote el salón, ‘hija mía, si no me cuesta trabajo, si es un momento’ dejándote con la cara partida sobre todo porque te has pasado media mañana limpiando y la casa está limpia o eso creías, pero antes de que puedas rechistar, te la encuentras recolocando los marcos de foto de la entradita.

La suegra supervisora viene para llevarse a las niñas de paseo, pero antes de salir, las lleva a lavarse la cara y las manos aunque todavía le huelan a gel y aunque se lo digas te suelta un  ‘Ay, no me digas, pero bueno eso no les va a hacer daño’ y se las lava sí o sí y encima le rehace las coletas que tú les acabas de hacer ‘es para que vayan guapas, mujer’ como si tú se las hubieras hecho nivel Cuasimodo de resaca.

La suegra supervisora te acompaña al pediatra quieras o no porque lo tiene apuntado en la agenda del móvil y cuando le explicas al médico lo que le pasa al niño, te interrumpe para dar la versión correcta de los hechos aunque hayas sido tú quien haya sido testigo obligado, somnoliento y con mala leche de su noche en vela tosiendo como un anciano fumador y ella haya llegado hace tres minutos.

La suegra supervisora se ofrece para cortarle los bajos al chándal del uniforme del colegio, pero antes de llevárselos a casa, te obliga a que se lo vuelvas a probar tan sólo para volver a cogérselos aunque sea por exactamente la misma altura, ‘no si ya veo que se los has cogido, pero es que así se lo veo yo también, que cuatro ojos…’.

La suegra supervisora no sólo le compra una segunda diadema a la niña para el día de su Comunión ‘es que yo la veo más mona que la otra y a la niña parece que le gusta más’ sino que pide menús por su cuenta y riesgo a diferentes restaurante ‘que igual encontramos algo mejor a buen precio, mujer’ como si hubieras elegido un comedor con menús a 6,90.

La suegra supervisora te riega las plantas cada vez que viene y te ordena los juguetes de los niños sin decir esta boca es mía, pero dejando claro que los potos estaban secos y el cuarto de los niños que parecía que había sufrido un registro policial y encima te indica unas pautas en plan súper nanny para que te cunda más el tiempo ‘ya verás como le ves color al asunto’ te cuenta y antes de que puedas decirle nada, la tienes destendiendo tus tangas y doblándolos frente a ti.

A partir de ahora, cada lunes, un nuevo modelo de suegra en ‘Suegra sí hay más que una’. Es hora de sacar la lengua viperina que Dios nos ha dado, criticar, desahogaros y puntuar a la vuestra con nuestra típica puntuación del 1 al 10… Yo me abstengo, que para eso mi suegra es un primor –y me lee- jajjaja, pero vosotros podéis dejaros la bilis… No sé por qué me da que va a haber muchos comentarios anónimos… A criticar!!! Y que no se ofenda nadie, que esto es para divertirnos!!
 

viernes, 18 de octubre de 2013

Gente que me hace la vida imposible


A alguna gente le gusta hacerme la vida imposible, yo no sé si por casualidad o por vicio, pero la cuestión es que obtienen cierto disfrute del asunto, como Dexter cargándose a sus víctimas. O al menos eso parece porque repiten hasta la saciedad. Una patología en sí misma. Diría yo. Porculerismo agudo podríamos llamarlo.

Lo peor del asunto es que casi siempre son los mismos los que me maltratan, tanto que a veces pienso que igual es una banda que se dedica a esto, como los del Cobrador del Frac pero sin ánimo de cobro –porque que yo sepa no le debo dinero a nadie que no sea Botín-, en plan ‘Contrátenos y le haremos la vida imposible a quien usted quiera por 29,90 al mes’ y se ve que alguien la ha contratado para mí… quizá un ex novio despechado de hace una década –que si me viera ahora con estos pelos me daría para unas mechas y saldría huyendo como las ratas-, la vieja a la que no le dejé colarse en el súper y que me mataba a culazos o aquella redactora que no sabía hacer la o con un canuto y acabé despidiendo antes de que echara el periódico abajo. O puede que hasta el chino de la esquina, harto de que la pelirroja le deje la nevera de los Sunny abierta y le descongele los poloflanes. Cualquiera es sospecho, pero lo que está claro es que yo soy la víctima.

Así que he hecho una recopilación de algunos de los malhechores por si leen esto, que sepan que no les quito ojo.

1.- Los de Orange. Llevo con ellos toda una vida. Básicamente por floja y porque me gusta vivir al límite, y a finales de septiembre decidí cambiarme a la tarifa Canguro, algo que en un primer momento parecía sencillo, pero que se ve que no porque a cambio, ellos decidieron dejarme 5 días sin televisión porque les pareció una buena idea y porque tenían que activarme la nueva señal y se ve que eso es como mandar un cohete de la NASA. Así que a pesar de querer asesinar a alguien lenta y dolorosamente, porque 5 días sin tele y con dos pelirrojos es mucha tela marinera, aguanté mis 5 días como una señora. Loca, pero una señora. Y volvió. Pero por arte de magia negra el pasado viernes volvió a irse al parecer porque algún iluminado de Orange le dio al botón que no debía y me dio de baja y de alta en un espasmo epiléptico, por lo que había que esperar 72 horas sin tele a que pasara el plazo ‘de activassión’ de ese conato de alta que ellos mismos se habían inventado y que nuevamente no han sido 72 horas sino 5 días.
Y ayer, que por fin se cumplía el plazo, me llaman para decirme en tono de venezolana enamorada que es muy posible que siga sin televisión hasta el próximo viernes porque ‘no sé por qué pero la activassión no ha avanssado, pero estamos muy apenados’.
Así que ahora me paso el día mirando billetes de AVE baratos, con la idea de que el presupuesto también me dé para un bazooca y poder presentarme en la delegación nacional de Orange a desquitarme. De hecho, ya le he dicho a mi madre, que cuando la llamen del telediario, no se le ocurra darles la foto que tiene en la mesilla en la que tengo las cejas de Paloma Segrelles.

2.- El señor del perro que pide en mi puerta. A ver, que no soy Ana Botella y me parece muy bien que la gente que lo necesite o quiera, pida limosna en la calle. Que ése no es el problema. El problema es que el señor que pide, que vive en un albergue cercano, decide que aunque la calle es grande y hay cinco locales vacíos y justo enfrente un edificio cerrado, el mejor lugar para sentarse en su andador, con su perro con cara de psicópata es justo junto a la puerta de mi portal, que es del tamaño de los Pin y Pon, por lo que cada vez que entro o salgo con el carro –y eso que no es el Arrue- tengo que hacer mil maniobras para no llevármelo por delante ni a él ni al perro. Pero como ve que no protesto porque soy educada, ayer ya estaba ocupando casi toda la puerta por lo que tuvo que levantarse y todo. Pero nada, por la tarde otra vez. Así que no me juzguéis si un día le meto una patada al andador y lo estampo. O eso o me encaman por lumbalgia aguda. O demencia, que también puede ser.
  
3.- Los albañiles de mi calle. En realidad no son los de mi calle sino de la calle por la que tengo que pasar para llevar a la pelirroja al colegio y que dos de cada tres días deciden cerrarla para poner una loseta, obligándome a dar la vuelta al mundo en 80 días para llegar antes de que me cierren la verja o en su defecto echarme el carro del cigoto  al ‘pessho’ como un sherpa y subir los 50 peldaños infernales de la escalera que hay en la calle paralela, dejándome la salud y el buen humor mañanero. Lo peor es que cuando paso por allí un sábado o cualquier día por la tarde, la calle está abierta y si están trabajando, lo hacen en una esquinita, reservando las excavadoras, los martillos hidráulicos y las bolsas de chinos y arena para los períodos comprendidos entre las 08.30-08.45 de la mañana y 13.30-14.00 de la tarde. A veces, para que no me salgan arrugas, fantaseo con la idea de subirme a la excavadora y aplastarlos hasta dejarlos como Mortadelo y Filemón. Y luego volcarle los chinos encima. Y escupirles. Muchas veces.

jueves, 17 de octubre de 2013

Cigoto el hambriento


Cigoto es un ser hambriento. O al menos más hambriento que la pelirroja que aunque nadie lo diría dada su talla 6-7, podría pasarse siete días sin comer. Como un camello. Pero Cigoto no. Cigoto tiene hambre y lo mismo le vale un bibi gigante de leche que uno de manzanilla y anís estrellado para los gases, que de momento son sus únicas alternativas. Lo suyo es un ‘to pa dentro’.

El problema es que como es hambriento, es ansioso, que a mí me pasa cada vez que dejo una dieta y me encuentro con un paquete de galletas de chocolate… Así que engulle con tanto entusiasmo y tanta intensidad que al final, con el gigantoeructo nivel Torrente, viene una gigantobocanada en la que echa un cuarto del biberón, la mitad si llevo puesto mi vestido azul que se ve que detesta. Y claro, vuelve a tener hambre.

Y así vamos, parándole en cada toma para que se relaje aunque se le salgan los ojos de las cuencas, y dándole un poco de manzanilla entre horas, para que vaya echando estómago y no coja con tanta ilusión el biberón, que lo va a desgastar a chupetones.

Pero el problema no es ése. El problema es que el hermanísimo quiere comérselo todo. Todo. Y si lo siento en la sillita para que me clave las pupilas mientras como, me mira cómo me meto cada cucharada en la boca con cara de Carpanta, como el perro de mi tía Mari Carmen que está como un sollo de gordo porque siempre tiene hambre y lampa por lo que te estés comiendo aunque sea un chicle y mi madre que es una inconsciente y se muere de pena, lo infla a jamón cocido y a chocolate Milka, bajo el argumento de ‘angelito, a él también le gusta’.

O como aquella señora que pedía en las calle de París, que me pidió la crêpe con Nutella que me estaba comiendo con los ojitos de cabra enferma. Y yo le ofrecí dinero, no sólo porque pensé que le haría más falta sino porque mi crêpe estaba escandalosamente buena, pero la señora, al olor de la Nutella, se negó y claro, yo no pude negarme, dada la atenta mirada de media calle y de sus ojos lastimeros, aunque lo que de verdad quería era guantearla y quedarme con mi crêpe y comérmela a escondidas.

Pues eso mismo. Ahora cada vez que me como un yogur, una ensalada y hasta una zanahoria –se nota que estoy a dieta, ¿eh?- no me quita ojo, y ponga donde ponga el tenedor, lo busca con la mirada y cuando me lo meto en la boca pone una cara de lampón que me tiene con el corazón en un puño.

Con deciros que ahora como a escondidas como las bulímicas para no tener sus pupilas clavadas. Qué vida perra.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Leyendas urbanas y otros mitos


Si hay algo que me fascina en esta vida –además de la cocacolazero, las chucherías, los bolsos caros y las revistas- son las leyendas urbanas. Más que gustarme me entusiasman. Y no sólo por lo divertidas y surrealistas que suelen ser sino por su efecto viral que hace que corra como la pólvora y que te la acaben contando tres personas al mismo tiempo que ni se conocen ni se han visto en la vida, pero que curiosamente tienen a la amiga de un amigo a la que le ha pasado. Como te lo digo.

Entre mis favoritas está la del perro rata. Posiblemente la mejor. Que le pasó a la amiga de la prima de un amigo tuyo, que se fue a China y se encontró un perrito muy pequeño y muy bonito como un chihuahua y se lo trajo a España y vivieron felices hasta que toda la familia comenzó a ponerse enferma y tras meses de médicos y a punto de que el pequeños se fuera al otro barrio, decidieron llevar al perro al veterinario, quien les dijo que no era un perro sino ¡una rata china! Que además contagiaba multitud de enfermedades y, claro, tuvieron que echarla a patadas de la casa. Sublime.

Luego también está la de Hello Kitty, que me vuelve loca, cuya creadora al parecer tenía una hija con una grave enfermedad en la boca, entonces invocó al demonio para que la curara y en ofrenda le hizo a Kitty, sin boca por supuesto, cuyo nombre en chino significa Diablo por lo que Hello Kitty es como ‘Hola, diablo’. El éxito de la ofrenda radica en que todos tenemos en nuestra casa algo de Hello Kitty o lo que es lo mismo una ofrenda al demonio. Marvellous.

Y no podemos olvidarnos de la amiga de un amigo de tu hermana que se compró una serpiente porque era un poco gótica y le gustaban esas cosas y una mañana se despertó con la serpiente estirada a su lado en la cama y cuando se lo consultó al veterinario, éste le dijo que estaba midiéndola para comérsela. Sobrecogedor.

Pero lo que más me fascina del asunto es que siempre hay alguien que se las cree a pie juntillas y aunque le digas que tú la escuchaste hace años en otra ciudad y de boca de otra persona, siempre se defienden y dicen cosas como ‘Hombre, es que perros rata habrá muchos en China, con lo superpoblada que está, lo que pasa es que tú eres una escéptica’. Vamos, que la gente cree lo que quiere creer y no hay más que hablar.

Y finalmente, está la mejor de todas, que no, que no es la del perro de Ricky Martin, es la que te contó una amiga que le pasó a la hermana de una amiga de su compañera de paddel, que tuvo dos hijos y que tenía una casa preciosa en la que todo estaba ordenado y limpio y los niños eran educados, cordiales y buenos como el pan y tanto ella como su marido trabajaban en empleos en los que ganaban un gran sueldo y como tenían conciliación familiar pues se organizaban de maravilla, tanto que hasta les sobraba tiempo para ir al gimnasio y hasta para hacerse un máster por la Universidad. Con nota. Y veían la televisión, no el Clan ni el Disney Chanel, la televisión de verdad y hasta leían libros y los entendían y los domingos salían juntos y nadie se dejaba la frente en el suelo y no había gritos ni estrés y todo era cordialidad, relax y felicidad infinita.

Pues eso, que la gente cree lo que quiere creer. Y yo ésta me la creí.
Cuánto daño han hecho los anuncios de Kinder.

martes, 15 de octubre de 2013

El frenillo

Cigoto nació con frenillo. En la lengua. Y al parecer no hay que tener frenillo, bueno, un poco sí, que si no tendríamos la lengua suelta como las vacas (esto me lo acabo de inventar) pero no tanto como Cigoto que al parecer era un as del frenillo. Así que había que cortárselo si no queríamos que acabara por no pronunciar la ‘r’ y otras lindezas, lo que sumado a la ‘z’ de la hermana nos hubiera dado para montar un circo fonético la mar de bueno, con lo que me gusta a mí una dicción salmantina.

Cuando me lo dijo el pediatra el mismo día del parto casi entré en shock, nivel ‘ay, maremía qué desgracia’, pero luego entre que me acordé de mi amigo del cole que presumía de que le habían cortado el frenillo y que entré en el malvivir a dúo sin tiempo ni para morirme de agotamiento, pues la cosa se fue diluyendo en el mar de preocupaciones olvidadas a causa del estrés acumulado y al final casi ni me acordaba del frenillo hasta que nos llamaron para que el cirujano le echara un ojo en el Materno.

La idea me parecía buena porque por mucho que yo le levantaba la lengua al pobre, allí no se veía nada raro o al menos se veía lo mismo que se le veía a la pelirroja, un amasijo de tiras y cosas muy feas como de entrañas de pescado, que dan mucha grima (miraos, miraos). Así que igual el frenillo se había encogido y ya estaba bien, con un talla S que es lo que se lleva.

La mamma que ya sabéis que es un sargento –de hecho así la llama mi padre- me dijo que ni se me ocurriera ir al cirujano a que le echaran el ojo, que si el niño tenía frenillo, pues con frenillo se quedaría que ‘eso no pasa nada y mira tú tu primo Diego, que le dijeron lo mismo y tu tía no se lo cortó y habla normal… anda que no’. Pero claro, igual el frenillo de mi primo Diego era frenillo retractil y lo mismo se echaba para adelante que para atrás, según la ocasión, (también me lo acabo de inventar) pero quién me dice a mí si el de Cigoto no sería un frenillo fijo y lo que le faltaba era no pronunciar la ‘r’, que a ver, que no tiene malo, pero que siendo pelirrojo y probablemente con pecas hasta en las orejas, igual me lo mataban a guantadas en el colegio. Así que fuimos al cirujano. Digo si fuimos. Puse pie sobre pared. Que para eso yo soy su madre y tengo el poder de decidir, hombre ya. Pero en secreto, claro, en secreto, no fuera a enterarse la mamma y me liara el pollo. Con el miedo que da.

Y allá fuimos, el pater, Cigoto, su frenillo XL y yo misma a ver que nos decían… y nos lo dijeron: el niño tiene frenillo, así que va a haber que cortárselo.  Yo casi me desmayo como Margarita Gautier, aterrorizada ante la idea de un quirófano y mi Cigoto dentro entubado –que ya que se preocupa una, se preocupa a lo grande-, pero entonces la doctora dijo ‘es un cortecillo de nada, se lo hacemos aquí mismo’. ¿Cómo?

Una madre normal, hubiera pensado que tal y como ya nos habían dicho hasta la saciedad, eso no era ni cirugía ni na de na, ‘como hacerse unos agujeros en las orejas’, dijo la muchacha, pero a mí, que soy madre aprensiva, el hecho de que le cortaran aquello en una camilla así, a las bravas con un spray de anestesia, me pareció como de Somalia, que nunca dije que fuera una persona sensata.

Por suerte, la doctora dijo ‘esperen fuera’... y el pater me miró como si yo fuera a negarme en plan madre coraje, con lo cagona que soy y el miedo que me dan estas cosas. Así que sin fingir un momento, salí huyendo dejando al Cigoto y a su frenillo dentro, que me faltó atrancar la puerta por fuera. Pobrecito mío.

Y tres o cuatro segundos más tarde, salió en brazos de la enfermera, con cara de mala leche y con un leve llanto que se le cortó en cuanto le metí el biberón de manzanilla. Y hasta ahora. Sin un llanto ni una queja ni una mala palabra para su nuevo frenillo recortado.

Eso sí, mirar me mira mal. Vamos, que no me ha perdonado por el tijeretazo. Y no le culpo. Pero claro, ahora no sé cómo plantearle que mañana le toca vacuna. Ay.

lunes, 14 de octubre de 2013

Suegra sí hay más que una. 7.- La suegra negligente


La suegra negligente se lleva a tu niño a los columpios y le deja montarse en los toboganes de mayores, de ésos con los que hiperventilas de solo mirarlos y le deja montarse bocabajo, con las manos en alto y sacando la lengua. ‘Que son niños, mujer y tienen que divertirse’ te cuenta cuando os encontráis en el Materno para echarle siete puntos en la frente al chiquillo.

La suegra negligente siempre te devuelve a la niña resfriada ‘hijamía será la menopausia o que este febrero es muy raro pero yo es que no tenía frío para chaquetón y lo que no quiero para mí…’, así que en pago por esas dos horas de paseo que te han sabido a poco, te toca Terbasmin y siete días en el infierno de la hiperactividad infantil.

La suegra negligente se enfada si no le dejas a los niños a dormir, pero cuando lo haces, con el culo apretado de terror, te los infla a chucherías, a refrescos y a películas de miedo, que luego los tienes todo el día con sueño, dos días con cagalera y un mes durmiendo con la luz del pasillo encendida.

La suegra negligente se lleva a tu hija preadolescente con la excusa de llevarla al cine y te la devuelve con unas extensiones rosa chicle y un piercing de pega en la ceja 'que es que tú eres muy antigua, pero eso es lo que se lleva, además seguro que tú en tu época ya llevabas esas cosas y la niña está en la edad'.


La suegra negligente se ofrece a llevar a los niños al colegio para que tú puedas llegar al trabajo con tiempo, pero siempre acaban llegando tarde e inventándose historias surrealistas –que luego tienes que respaldar tú frente a la maestra con cara de acelga- para que los dejen entrar por consejería. Otra vez.  

La suegra negligente se ofrece a quedarse con tu niño cuando te vas de viaje de trabajo y esa misma noche mientras cenas, te manda una foto del niño en bañador en la playa, lo que no sería tan terrible si no fueran las nueve de la noche del mes de mayo y el niño no acabara de salir de una bronquitis. Por lo que el responsable de Andalucía oriental tiene que hacerte la maniobra Heimlich para que estampes el trozo de brócoli justo en la frente del presidente de la compañía.


A partir de ahora, cada lunes, un nuevo modelo de suegra en ‘Suegra sí hay más que una’. Es hora de sacar la lengua viperina que Dios nos ha dado, criticar, desahogaros y puntuar a la vuestra con nuestra típica puntuación del 1 al 10… Yo me abstengo, que para eso mi suegra es un primor –y me lee- jajjaja, pero vosotros podéis dejaros la bilis… No sé por qué me da que va a haber muchos comentarios anónimos… A criticar!!! Y que no se ofenda nadie, que esto es para divertirnos!!

viernes, 11 de octubre de 2013

Bragas, braguitas y bragones


A la pelirroja le gustan las braguitas. Le encantan. Es un hecho. Lo cual dicho así a bote pronto parece una ventaja porque lo chungo sería que no le gustaran y fuera por la vida enseñando el culo como una Mamá Chicho en miniatura, con el disgusto que se llevaría mi padre que siempre se pasaba (y se pasa) la vida regañándome por el largo de las faldas, y lo poco que me gustaban a mí las Mama Chicho, con ese pelo crespo y esos biquinis a lo Obregón.

No obstante, tampoco es algo bueno, que los asuntos de la ropa interior los carga el diablo, y es que le gustan tanto, tanto, que se ve obligada a enseñarlas por ahí para que todos puedan ver lo bonitas que son para humillación familiar y lo peor no es eso, –cada uno tiene su baremo, oiga-, lo peor es que cada vez que vamos a un H&M, un Primark o un Zara, se tira a por los paquetones de braguitas las princesas o Dora la singracia o Kitty o cualquier muñeca cuanto más fucsia mejor y se tira de rodillas suplicando que se las compre porque ‘laz necezita’.

Pero no se las puedo comprar. Y no porque no quiera, que no quiero para qué vamos a engañarnos, sino porque son braguitas con una entrepierna minúscula o al menos más minúscula que la entrepierna de la pelirroja y al final todo es tanga, de adelante a atrás, y la pobrecita mía acaba escocida y ‘estrosaíta’ con las bragas clavadas perforándole el colon.

Así, la pobre se ve abocada a usar braguitas de las de toda la vida de dios, que por suerte son las que me gustan a mí, es decir, las blancas de algodón con lacito por delante y toallita en la entrepierna. Que estiran, que dejan transpirar y que son unas bragas como dios manda, que dice mi madre, que se ve que entiende mucho de bragas y de algodones orgánicos.

Y la chiquilla que ya he dicho que le gustan las braguitas en general no se queja demasiado y es feliz sin perforaciones ni escozores con sus bragas de catequista colocadas.

Sin embargo no son fáciles de encontrar, que se ve que las niñas no quieren bragas tristes, así que es la mamma la encargada de comprárselas porque era ella la que empezó la cruzada contra las bragas tanga de la pelirroja y porque al lado de su casa hay una mercería de las de toda la vida que las venden y no sólo me gusta el modelo sino que están súper bien de precio.

Imagino que desconcertada ante la idea de que las bragas me gustaran, la mamma se sentía incómoda ante la falta de conflicto maternofilial que se saldara con un ‘porque sí’ de los suyos, así que para buscar candela, el otro día me trajo para la niña, unas braguitas sobaqueras de la posguerra, de ésas perforadas con dibujos de mariposas que llevaban las abuelas bajo la combinación y que eran tan grandes que parecían paracaídas. Pues de ésas. Y a la niña casi le cubre el pecho y encima le quedan holgadas lo que da aún más ese aspecto de pobreza infinita, pero la mamma dice que son las mejores y lo que la mamma dice va a misa.

Lo curioso es que a la niña, amante de la purpurina y el strass, le han encantado, que se ve que empieza a aliarse con la abuela para volverme loca, como en Las Diabólicas y ayer mismo cuando llegó del cole, lo primero que hizo fue colocárselas para hacernos un pase de modelo con los tacones de gitana puestos y se las subió hasta donde pudo, que es mucho, a punto de volver a perforarse el colon.

‘¿A que ezto ez un bañadol modelno, mamá?’ Y de pronto caí. La pobre creía que era un bañador de corte vintage de ésos palabra de honor y no tuve fuerzas para decirle que no, así con suerte no tenemos que sacarlas hasta el verano, aunque a ver cómo me las apaño para dar explicaciones en la piscina.

jueves, 10 de octubre de 2013

Instagram y otros follones


Me he hecho una cuenta en Instagram porque quiero ser moderna. Y una no puede ser moderna si no tiene una cuenta en Instagram y puede hacerse foto de los pies en la playa, que es una cosa que se ve que se lleva mucho y lo que es mejor, ponerse doscientos filtros en la cara y parecer estilosa aunque tengas pinta de haberte muerto anteayer.

Así que por si no fuera suficiente entre los dos pelirrojos, la casa –juajuas-, el poco curro que me sale, el blog, los dos facebook, los dos twitter, el Whatssap, el Pou y mis tratamientos caseros y cutres de belleza que he decidido empezar para no acabar con los ojos incrustados en el cogote, creo que me quedan tres segundos libres para una nueva red social ahora que el fotolog murió, y no está la cosa para desperdiciar tiempo.

He de confesar que estaba frita por hacerme una cuenta y filtrear todo lo filtreable para parecer muy in y muy guay y esa fue la única razón por la que por fin me decidí a darle una patada a la Blackberry –que en realidad se la merecía desde que me la compré- y lanzarme al mundo Android como una mujer de mi generación. Que no se diga.

Y tras varias contraseñas erróneas y varias cuentas creadas sin querer que ni puedo ni sé eliminar, por fin tengo una cuenta en la que colgar fotos y majaraderías, al menos hasta que me dure la ilusión del momento, que habitualmente suele ser efímera.

La cuestión es que colgué algunas fotos de los pelirrojos para que conocieran mundo y la gente pudiera conocer sus semblantes que a mí la verdad es que me da igual que me vigile la CIA o el CNI, siempre y cuando una esté pintada y peinada y mis churumbeles libres de churretes y vestidos como señores. Que hay mucha ansiedad con el tema y ya mismo nos vamos a ver con los niños tapados con un burka por la calle como los niños de Michael Jackson. La de cosas.

A lo que voy es que puse fotos de los niños, que es una cosa muy chunga, porque para hacerse la moderna lo que hay es que poner fotos de una fingiendo que lo pasa muy bien para generar envidias y todo eso que es un rollo muy de celebritie, así que se ve que he fracasado en mi tarea porque de momento solo tengo a los pelirrojos. Pero dadme tiempo. Dadme tiempo.

Entretanto me dedico a seguir publicaciones de moda y cosas molonas de nomadre. Que no se diga. Y en éstas andaba cuando hice alguna maldad muy grande y el móvil se quedó patidifuso y yo no pude hacerme amiga de Vogue. Con la ilusión que me hubiera hecho ir a sus cumpleaños. Y mientras maldecía por mis nuevos dedos gigantes –antes creía que eran finos y delgados hasta que empecé a usar un teclado digital y marco las teclas de tres en tres- porque no había manera, la pelirroja con la corona puesta y la cara de loca peligrosa me cogió el móvil y antes de que yo pudiera protestar ni amenazarla con meterla en un internado suizo, me dice ‘ya eztá mamá, ez que había que refrezcar con la rueda’. Y así, con la cara partida, vi cómo mi hija que no tiene ni cuatro años logró hacerme seguidora de Vogue.

Es el principio del fin.
Pero al menos tengo las claves de la temporada otoño-invierno. Que no es poco.

PD. Quien quiera ver mis progresos http://instagram.com/florenjutomena#

miércoles, 9 de octubre de 2013

Preparándonos para el baile


A veces una hace cosas porque sí, sin pararse a pensar en las consecuencias, que bastante tiene una con sacar tiempo para pensar a qué hora comió el aspirante o si a la pelirroja le toca chándal o peto o uniforme de gala de la Guardia Civil como para pensar en las consecuencias de mis actos, si no jamás me hubiera echado estas mechas californianas que ahora son puntas californianas achicharradas. Con el mal pelo que yo tengo.

Bueno, pues eso es lo que me ha pasado con el baile de la niña, que yo quería ballet y ella taconeo y entre que no encontraba clases y que las que encontraba estaban en Kenia y costaban dos riñones y medio páncreas y la niña lo que quería era taconear y ponerse un clavel en la oreja, decidí darle el capricho y apuntarla a Baile Español a dejarse la salud en los tablaos con sus microamigas del colegio.

Aquello no me pareció una mala opción, máxime cuando la maestra de baile no sólo tiene pinta de bailarina –vamos, que no es como si yo abriera una academia en mi casa- sino que es ella la encargada de recoger a la niña de la fila y llevársela a baile. A la mía y a todas, claro. Al menos hasta que las conozca y salga huyendo. Evitándome a mí recogerla para volver a soltarla en la puerta de al lado. Marvellous.

Así que todo era felicidad hasta el primer día de clase, cuando fuimos a una improvisada reunión para ver cómo iba a ir la cosa y la pelirroja vio que muchas de las niñas ya iban vestidas con sus faldas y sus tacones y claro, entró en bucle y no la culpo, que yo también me quise apuntar a baile en parvulitos y aprender La Reja y El Vito para poder vestirme de faralaes.

Pero lo peor no fue tener que consolarla y explicarle que con su chándal del cole también se bailaba muy bien, mira tú Eminem, sino escuchar a la seño decir que entre las cosas que teníamos que comprar para equipar a la niña, entraba un par de castañuelas. Y lo dijo así, como quien dice buenos días. Y me dejó rota.

Imagino que será lo normal que en Baile Español haya castañuelas igual que si vas a clases de verdiales te den una pandereta –dios mío que horror- pero qué queréis que os diga, no caí.

Así que con la cabeza gacha y la pelirroja hiperexcitada fuimos a comprarle el atuendo. Es decir, una falda de ensayo hasta los pies, unos tacones negros, un abanico y unas castañuelas infernales.

Y desde entonces la tengo vestida día y noche como la Lola se va a los Puertos, dando taconazos a diestro y siniestro con más insistencia que arte, dando trompicones con las punteras y golpeando las castañuelas como si quisiera partirlas por la mitad.

El año que viene la apunto a ajedrez.

martes, 8 de octubre de 2013

Los cuernos de la maldad y otras amenazas

Cuando una es madre y tiene que enfrentarse a sus bestias y hacer de ellas seres lo más civilizados posible y cuanto menos bestias mejor, tiene que darlo todo, echar toda la carne en el asador y dejarse la piel en el asunto, que las bestias son bestias pardas y vienen asalvajadas de fábrica aunque lo disimulen con sus dientecillos de ratón y sus tirabuzones rojos, como el gato aquel que cogió una amiga de la calle porque era chiquito y estaba solo con sus ojitos verdes soñadores y le destrozó el sofá y se comió media cortina en dos días. Pues eso mismo.

Como digo el trabajo es duro y no siempre grato y como diría Jack Nicholson en 'Algunos hombres buenos', a veces hay que tirar de técnicas de ética dudosa si queremos ver resultados, que luego usted querrá que mis pelirrojos no salten sobre su sofá ni correteen entre las sillas del restaurante ni griten en el cine, pues mire usted eso tiene su trabajo y es un trabajo bien difícil.

Así que yo, que ya tengo los niveles de autoridad por los suelos, he de tirar de inventiva y mala leche, por qué no decirlo, para hacer que la pelirroja entre en vereda y dado que mis gritos autoritarios sólo funcionan una de cada tres veces y que mi mirada del tigre ya no es lo que era con esos cercos de crema de contorno de ojos que llevo en pegotes por las ojeras cuando estoy en casa, he tenido que tirar de ingenio y bilis y aprovechando que un día la nena me preguntaba por qué Maléfica tenía cuernos, le dije que los cuernos le salen a las niñas malas y desobedientes, que Maléfica una vez fue una niña buena pero que fue haciéndose cada vez más y más mala y más y más, hasta que le salieron los cuernos y se convirtió en bruja.

Tal fue la cara de espanto que me puso que casi me arrepiento, pero luego recordé al hombre del saco, al chupacabras y al sacamantecas y me vine arriba. Total, ¿qué son unos cuernos comparados con que te destripen? Así que los cuernos malhechores se quedaban con nosotros y mire usted, mano de santo.

Que si la llamo siete veces para que se ponga los zapatos y no me hace caso y empiezo a entrar en bucle de violencia callejera, suelto un: ‘Mira que como sigas así te van a salir los cuernos…’ y antes de que pueda terminas la frase la tengo abrochándose las sandalias con los ojos desencajados. Y si no quiere recoger los juguetes y ya le da igual que la amenace con la escoba en la mano dispuesta a tirárselo todo, nada como un ‘Mira que te van a salir los cuernos…’ y hasta despega las pegatinas de las princesas que tenemos pegadas por toda la casa. Una bicoca.

Pero el otro día en uno de mis cuentos aleccionadores de por la noche, la pelirroja me pidió que le contara un cuento de una niña a la que le salieron los cuernos por mala ‘malízima’ y empecé a contárselo, pero cuando la chiquilla del cuento tenía los cuernos por haber sido ‘puzermala’ me dio un ataque de culpa y como además los cuentos han de tener un final feliz le dije que la niña se echó a llorar y decidió que ya siempre sería buena y tan buena fue que una mañana se despertó y ya no tenía cuernos.

La pelirroja aplaudió, empática como ella sola y yo me sentí bien de no ser tan despiadada, que siempre ha de haber una puerta abierta al arrepentimiento y a las segundas oportunidades.

Y esta mañana cuando le dije que hiciera pipí, que llegábamos tarde al cole siguió jugando con la cocinita y cuando la amenacé con los cuernos, me miró y me dijo: ‘Yo ez que he tenido una puzeridea, mami, mejor yo zoy normal y zi me zalen loz cuernoz entonces me hago puzergüena y ze me caen… ¿a que zí? ¿a que ez una puzeridea?’

Definitivamente, debí apostar por el sacamantecas.