lunes, 31 de octubre de 2016

Qué sabe nadie o cómo mi endocrino quiere que salga a correr a las once de la noche


Dice mi endocrino que no pierdo porque no me muevo. Será sinvergüenza el tiparraco. Que no voy al gimnasio es verdad, aunque lo pago religiosamente desde enero  y correr lo que es correr, así con tus zapatillas y tus mallas haciéndote la moderna, tampoco, pero parar y sentar mis posaderas en el sofá menos, que en esta casa eso es como aspirar a que te toque el euromillón. 

Así que le miré con la mirada del tigre y le conté como es un día cualquiera en esta vida infernal de idas y venidas que llevo, para que viera cómo me las gasto y si eso puede o no convalidar una elíptica
A ver, yo me levanto a las siete, si antes no hemos tenido movida familiar de miedos, pipís, aguas o corridas al salón para ver La Patrulla Canina a las cuatro de la madrugada y a las ocho ya estoy sentada en el curro, con los ojitos pochos pegados a la pantalla hasta las tres de la tarde sin pestañear y aunque son siete horitas sentada con lo que eso acumula de calorías haciéndose un hueco en las caderas, es un sinvivir de prisas, trabajos urgentes y ansiedades varias, vamos que un día me meto en el ordenador y me quedo allí como los malos de Superman.

Cuando salgo, más mareada que Baby la de Dirty Dancing después del primer baile y con una manzana en el cuerpesito y tres litros de cocacolazero, paro en casa treinta segundos, cojo el carrito de peque y me encamino a recoger a los pelirrojos al comedor, amenazando a los transeúntes que se van cruzando por mi camino para que no me retrasen, que siempre voy justita ,y quince o veinte minutos más tarde, ya tengo a los pelirrojos llenos de tomate y otros restos de comida, en mi poder.

Peleo con el pelirrojo para que se siente en el carro – o es eso o llego a casa para Navidad- y adoptando mi habitual postura de jorobada empujo el carro como si se me fuera la vida en ello para que no vea el parque de columpios y no entre e violencia callejera, mientras la pelirroja me cuenta las últimas intrigas palaciegas del patio y yo corro y corro, no vaya a ser que el hermanísimo se nos cabree y se lance del carro en plan suicida y ya no haya manera de volverlo a meter.

Luego llegamos a casa y malcomo mientras amenazo a los niños para que se quiten la ropa o dejen los zapatos en su sitio o en cualquier sitio que no sea el sofá . Aunque para poco rato porque cuando no tenemos catequesis, salidas con la familia, extraescolares o recados varios, la nena tiene deberes o examen o tengo que recortar dos millones de letras feísimas con cara y patas que nos ha endiñado la seño del hermanísimo, no vaya a ser que no nos involucremos en su educación, con lo feo que está eso.

Pero lo peor es cuando hay clases por  la tarde, que este colegio nuestro es muy moderno y claro, a esas horas no hay quién diga que no a un rato de parque . Antes yo iba con la primogénita que se lanzaba columpio abajo y arriba y yo me ponía al día con las otras madres, pero ahora, viene el loco de la colina, que sólo se divierte si se tira de cabeza por el tobogán grande, se cuelga del palo de bomberos o coquetea con el suicidio al borde del castillo para adelantar mi infarto de miocardio. Así que me paso el día persiguiéndolo, mientras la pelirroja quiere que la mire hacer sus malabarismos de agilidad reducida y las madres me hablan del último examen de Natural, como si yo tuviera cuerpo para algo más que no fuera la inyección letal.

Con suerte, después de una hora, puedo volver a casa tirando del brazo del hermanísimo que sólo quiere lamer persianas oxidadas y aguantando a la pelirroja cantándome los últimos hits de la catequesis, todo ello sudando como un pollo, aunque haga tres grados, porque a mí el estrés me hace sudar como una premenopáusica tropical.

Pero otras veces no puedo volver a casa porque mi madre cree de vital importancia que vayamos a comprar sábanas o leotardos de los que no hacen bolas, como si a mí las bolas me importaran un pimiento. Y así después de varios cara a cara con la muerte en las escaleras mecánicas de El Corte Inglés y de corridas por los pasillos, volvemos a casa, no antes de las nueve, con el tiempo justo de baños variados, repelentes piojiles, lecturas, cenas y negociaciones de ocio multimedia hasta que por fin conseguimos meterlos en la cama y que pierdan la conciencia.

Y entonces me dice el pater que veamos una serie o un algo mientras el plancha y yo preparo los uniformes y los desayunos y yo finjo que sí, que voy a verla y hasta me voy a enterar pero antes de que termine la cortinilla ya estoy en coma, pero me tengo que levantar a echarme la crema, el contorno,-del sérum ni hablamos-, el líquido reactivador capilar, lavarme los dientes y arrastrarme al camastro a ver si mañana no me levanto con esta cara de coplero antiguo que se me está poniendo.

¿Y a esa hora no puede usted salir a correr un poco? – me suelta el psicópata de mi endocrino. Pero debe de ser tal la cara de asesina en serie que le pongo, que antes de que diga nada recula, mira mi ficha y me dice, ‘Bueno, mejor de momento sólo vamos a concentrarnos en reducir los carbohidratos’.

Pues eso.


lunes, 24 de octubre de 2016

Redescubrimientos o cómo hacerse fan muy fan del pito


Nunca me han gustado los pitos, qué quieres que te diga. Con tantas cosas que hay que ir levantando y apartando cuando cambias el pañal de una gigantocaca y mucho menos con el drama de tirar para arriba y para abajo que me dice la pediatra que tengo que hacer para que no tenga fimosis ¿pero qué invento es éste? ¿No hay una pastilla o un algo que se haga solo? Muy mal todo.

Y encima como yo no me acostumbro al asunto, al pobre hermanísimo he estado a punto de caparlo unas pocas de veces como cuando le subo los vaqueros nivel Samantha Fox o me lo encasqueto en la cadera cual gitana canastera y hago peligrar su hombría a base de caderazos.

Sin embargo de un tiempo a esta parte, estoy redescubriendo el mundo del pito como un mundo lleno de comodidades maternales inéditas hasta el momento, que me están haciendo replantearme el asunto muy seriamente. Y es que después de meses obligando a sentarse al pequeño pelirrojo para hacer pis, el otro día en una urgencia que tuvimos que volver a entrar al colegio porque casi se hacía encima, me aventuré a en lugar de cogerlo como una gimnasta del circo del sol o un recién casado a la novia pero con el culo en pompa y las piernas semiabiertas para que pueda hacer pis pero no tocar el váter, en plan performance imposible, probé a dejarlo de pie y que hiciera pis como un mayor sin vértebras rotas ni amago de lumbago y, fíjate, un éxito memorable.

Desde entonces en casi todos los servicios voy de guays y de madre de mundo y hacemos pipí ‘desde el pito’ que es como hemos venido a denominar esta nueva técnica que celebramos como si acabáramos de descubrirla nosotros y la voy contando por ahí como si las demás madres fueran tan majaras como yo.

- Pero, entonces ¿tú cómo lo ponías? ¿siempre lo sentabas? – y yo las miro con cierta inquina porque nadie ni siquiera el páter me había animado a que lo pusiera así, que yo pensaba que hasta los 5 años o así no lo hacían de pie. Qué sinvergoncerío.

- Y tú no sabes lo mejor, me dijo una amiga- cuando estás en una bulla de gente en plan Semana Santa un Jueves Santo en Málaga y al niño le entra la urgencia, coges un botellín de agua y que haga dentro, luego lo echas en una papelera y a volar.

Y entonces rememoré las carreras con la niña empujando a la gente para encontrar un bar con servicio y no mucha cola para que pudiera hacer pis antes de que fuera demasiado tarde… y ahora todo arreglado con una botellita de agua vacía y una papelera… Que a ver, que un poco cochino sí que es, pero a mí me suena a gloria bendita.

Así que ahora me he hecho fan del pito. Pero fan muy fan. Vamos que no hay color con las contorsiones que tenía que hacer con la pelirroja o el reguero de papel higiénico para que se siente todavía hoy, antes de que haga en cuclillas y tengamos lluvia dorada en los leotardos... Con el hermanísimo todo es maravilla. Y el lumbago me ha mejorado una barbaridad.

Eso sí, ahora, conocedor de sus superpoderes, el pelirrojo quiere hacer pis desde el pito él sólo y ya esta mañana me ha bañado la mitad de los azulejos en plan aspersor de jardín miccionador y me he visto obligada a tirar de guantes y estropajo. Vamos, que siempre hay letra pequeña. Qué sinvivir.

lunes, 17 de octubre de 2016

La pelirroja y el veganismo temprano


Como si no tuviéramos ya bastante jaleo en esta casa de locos, ahora la pelirroja se nos ha vuelto vegana. Así, sin avisar, con la de plancha que tiene una. Y ahora dice que no puede comer carne ni pescado porque se ha enterado que eso viene de los animales y con los ojos desencajados, me dice que comer animales es de salvajes.

Yo, que llevo con un resfriado brutal desde 1985 y me arrastro por la casa como un alma en pena, me quedé estupefacta porque no entiendo de dónde creía que podían venían el pollo y los boquerones. ‘Pues de una fábrica de pollo y boquerones como la de los yogures’ me dijo mirándome como si yo fuera un monstruo sádico que la hubiera obligado a comer carne humana con premeditación y alevosía.

Y mientras me decidía a alistarme en la legión extranjera o donar mi cuerpo a la ciencia mañana mismo, me armé de paciencia y le hablé de la cadena evolutiva y de cómo no sólo nos comemos a los animales sino que también lo usamos para vestirnos, para forrar algunos muebles, zapatos… y antes de que pudiera terminar la frase la tenía al borde del colapso, del vómito y de la lágrima al pensar que sus zapatos que tanto le gustan son de piel de vaca. ‘¿De vaca, mamá? ¿de vaca? ¿pero me lo estás diciendo en serio?’ Y yo que no estoy bien de lo mío empecé hasta a sentirme mal de pensar que le he puesto dos trozos de vaca en los pies y la he obligado a comer pescado del que nada en la playa y que no está hecho en fábrica ‘como Nemo, mamá, como Nemo’ sin ningún tipo de conciencia ni vergüenza torera.

A ver si es que la niña nos ha salido animalista y vegetariana, le dije al pater, y aquí estamos nosotros creándole un trauma de los malos, con lo bien que me vendría a mí comprarle zapatos de plástico y ahorrar para la nueva colección de inditex.

Así que le explicamos que hay personas que no comen carne ni pescado, sólo verdura más que para animarla para disuadirla y entonces, se le descompone la cara de pensar en una vida de judías y calabacines y le echa jeta y me dice que por qué a nadie le da pena de las lechugas que también las arrancan y sufren mucho cuando le parten las hojas, que lo mejor es sólo comer yogures y galletas de chocolate que eso seguro que se hace en fábricas. Pero que nuggets del Mcdonalds igual sí come ‘porque mamá tú siempre dices que eso es pollo como de mentira… y los tenis de los Descendientes ya me los quedo también porque ya que los tengo… ¿no? Además, a los Reyes le debieron de costar un pastón e igual se enfadan si no me los pongo…’.

Total, que más que vegana y animalista es una jeta de primera división.

lunes, 10 de octubre de 2016

El hermanísimo y el destape


Al hermanísimo le ha dado por el exhibicionismo, así a las bravas y ahora se nos pasa el día enseñándole el culo carpeta a cualquiera que se cruce en su camino y al pater y a mí que en realidad estamos muy cansados para que nos importe un pimiento cualquier cosa que no sea una amenaza de muerte, nos toca fingir que estamos preocupados por el tema, sobre todo delante de la mamma que se piensa que nos vamos a hacer una familia hippie loca por el nudismo y las semillas de chía.

Todo empezó cuando le quitamos el pañal, que mira que nos resistimos, que con los segundos ya se sabe, pero la señorita de la guardería no me dejaba vivir así que se lo quitamos, aterrados de que tuviéramos un aluvión de orines por toda la casa, pero curiosamente la cosa fue bien y salvo un par de lluvias doradas sobre el cajón de juguetes de la pelirroja –que aún llora recordando el asunto- no tuvimos problemas.

Pero claro, se ve que hasta entonces la criatura no sabía que tenía culo ni pito, envuelto en celulosa como estaba desde su nacimiento y fue verse libre y con todos aquellos nuevos atributos y se nos vino arriba loco por compartir el hallazgo con sus congéneres.

Yo, para ver si me salía a la pelirroja que lampaba por la ropa interior y se ponía las braguitas de Dora La (maldita) Exploradora de cuatro en cuatro fabricándose un culo a los Kardashian a los tres años, me hice con dos paquetes de calzoncillos de los superhéroes y de la Patrulla canina, a ver si me emocionaba y abandonaba la vena nudista, pero se ve que a él el imperio de la moda le trae al fresco y sólo quiere subversión textil con el puño en alto.

En la calle mantiene la compostura – imagino que porque aún no ha descubierto los calvos- pero es llegar a casa, en realidad a cualquier casa y antes de que podamos saludar ya se está quitando la ropa, loco por lucir sus canijeras de lombriz de tierra marcando costillas y luciendo culillo carpeta de anciano y corriendo entre carcajadas como un espontáneo de ésos que saltan a los campos de fútbol buscando follón, y claro nosotros nos tenemos que hacer los sorprendidos para que no se den cuenta de que somos una familia de majaras y no nos inviten más. ‘Eso es porque tendrá calor’ digo yo y el páter, obediente, asiente, pero luego viene la pelirroja a la que no sé por qué le enseñamos a no decir mentiras y suelta ‘Él lo que quiere es enseñar el culo, mamá, si es lo que tú dices siempre, que es un ‘sibicionista’ de ésos’. Y entonces yo, que me debato entre salir corriendo o hacerme la muerta, envejezco dos años de golpe. Y sin una gotita de bótox que echarme a la boca.

Vida perra.

lunes, 3 de octubre de 2016

La vuelta al cole. Parte II


Lo peor de la vuelta al cole es el estrés, pero luego lo son los libros y el material escolar y el hecho de que tengas que rehipotecar la casa y ligarte al papelero para lograr hacerte con todo el pack. Primero, porque son muchos y cuestan un ojo de la cara, el hermanísimo, por ejemplo, que tiene tres años y apenas habla, lleva dos sacos tipo Santa Claus llenos de libros varios, con sus cds y sus cuadernillos y sus dos millones de gomas, ceras y lápices, que no entiendo por qué hay que comprar al por mayor como si los niños tuvieran siete manos o una ansiedad borradora compulsiva digna de estudio.

Pero lo peor no es ya el gasto -que también, que tengo el armario lampón por trincar algo de la nueva colección y aquí estoy comprando sacos de gomas-, lo peor es que los maestros malignos que quieren hacernos la vida un poquito peor, nos lanzan los pedidos a cuentagotas, imagino para que creamos que el gasto es menor. La cuestión que entre la pelirroja y sus mil cuadernillos de lengua, inglés y caligrafías, los blocs, las libretas y el peque y sus materiales de opositor a Notaría me paso el día visitando al señor de la papelería que es como el librero de La Historia Interminable pero en peor, y yo haciéndole ojitos a ver si me puedo quedar con el último ejemplar del libro de lectura que le queda o si me puede traer el cuadernillo de inglés antes del lunes que si no la niña se me queda atrás, mientras muevo las cejas y hago cutregestos sexys a lo Bridget Jones.

Y luego está el forrarlos, que es el infierno en vida. Yo como soy lerda, usaba el de pegar porque me van las emociones fuertes y no sabía –de hecho me lo contaron las lectoras por el face- que existía un forro hecho a medida que sólo hay que colocar. ¿Estamos locos? Y yo dejándome la manicura pegada en el forro de Religión. Y todo lleno de burbujas y de pliegues, como si los fabricantes del forro y los de los ansiolíticos fueran a pachas. Vamos, que ya os conté que acabé lanzando el libro de 'Social' con medio rollo pegado contra la pared al más puro estilo María Barranco en plan desahogo histérico justo cuando un albañil de la obra de mi vecina pasaba por la ventana y se me quedaba mirando con cara de estupor. Yo creo que no llamó a la poli por miedo a que le lanzara el de ‘Natural’, que es más gordo. Cuánta razón tenía.

Y por si esto fuera poco, luego están los desayunos, que han de hacerse siguiendo una lista que al profe metido a nutricionista le ha parecido una buena idea y ojo si una mañana le metes al niño tres galletas en lugar de un trozo de melocotón. Mínimo dos noches en el calabozo y expediente disciplinario. Pero si luego en el comedor todo son macarrones, eso no pasa nada. Que los carbohidratos mueven el mundo.

Este año ha sido el primero en el que hemos apuntado al pelirrojismo en el comedor, con la idea oficial de que la niña aprenda a comer y el extraoficial de quitárnoslos de en medio un par de horas más, pero tampoco está resultando una panacea. Vamos, que la idea tiene los días contados. La niña llorando en plan protagonista de telenovela venezolana porque no quiere comer nada que no sean patatas fritas y el niño llorando también porque no quiere nada que tenga que ver con el colegio, que éste nos ha salido subversivo y malhechor.

Y es que el pobre con sus canijeras y sus pintas de refugiado se queda llorando casi cada día porque no está a favor de su escolarización y menos del baby sarasa de cuello bebé que le toca ponerse encima del uniforme de florido pencil.

La seño nos dice que luego se viene arriba y lo da todo, sobre todo en el patio, pero lo dudo más que Los Panchos porque el otro día el cole compartió un vídeo-tuit que se llamaba el tren de la felicidad y en el que salía la fila de los niños andando rumbo al aula y justo estaba partida a la altura del hermanísimo que se negaba a participar, cabizbajo y con caras de pocos amigos. Los míos siempre dando la nota. Con lo bonito que estaba eso del tren de la alegría.

Pero eso sí, del comedor sale como un miura, contento y dislocaito por escapar y como si acabara de salir de una carbonería, negro tizón, dios sabe de qué, pero con la cara y la ropa como recién salido de la Tomatina, con los ojos pegados de restos de salsa y tres moratones en las rodillas de arrastrarse por los patios como un GEO. A la pelirroja la dejan castigada adorando el primer plato hasta que termina el comedor y la pobre cocinera tiene que irse a casa y me la sacan envuelta en tomate también pero sin haber probado una sola cucharada. ‘Igual algún día’ me dice la pobre monitora que ya ha perdido la alegría de vivir. Y me enternece su ingenuidad.

Y así, volvemos a casa, llenos de mierda pero alegres, sorteando los parques infantiles, los kioscos y a las otras madres, cuyos niños normales salen del comedor impolutos para mi vergüenza, loca por llegar a casa y meterlos en la bañera sin digestión ni nada, a ver si con suerte me dejan diez minutos libres para comer antes de que empiece la rueda de los deberes, los estudios, el baile, la catequesis, la mamma y sus meriendas familiares y el infarto de miocardio que me matará antes de alcanzar los cuarenta.

Y mientras malcomo de pie en la encimera, escuchando a los pelirrojos matándose vivos por la Barbie sirena e inundándome el suelo del baño, la idea de comer arena a palazos luciendo lorzas en La Malagueta no me parece que estuviera tan mal…