viernes, 29 de junio de 2012

Inventos que te facilitan la vida. Parte III

El Potito. Es cierto que los Potitos los carga el diablo y una vez que se los das de probar a tu prole ya no hay marcha atrás, pero ¿quién quiere una marcha atrás cuando la alternativa pasa por pelar patatas polvorientas , habichuelas con hilachos imposibles y  despellejar a un viscoso pollo cadáver con sus vísceras y sus huesos sanguinolientos terribles? Eso por no hablar del follón de termos y tuppers que has de usar para salir a comer fuera de casa… El Potito te salva la vida siempre, lo puedes comprar a cualquier hora en cualquier farmacia limpita y sólo hay que calentarlo. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?

La cuchara barrigona para rellenar. A ver, yo esto nunca lo he probado, pero al parecer es lo más porque mis ahijadas que son monkikis y le dan mala vida a mi amiga Sandra, sólo comen si hay cuchara barrigona, que es un artefacto muy raruno como una cápsula gigante y blandita con una cucharilla en un extremo y a la que se le mete dentro la papilla para luego espachurrar un poquito la cápsula y que la papilla salga disparada hacia la cuchara y de ahí a la monkikiboca. Magia potagia.

Las drogas excitantes (legales). Si quieres fingir que eres una nomadre que no se ha pasado media noche poniendo chupetes o calentando biberones o tapando a la prole o pegándose cabezazos contra la cuna no sólo necesitas un corrector de ojeras nivel profesional sino también echar mano de las drogas legales, léase café, coca cola, Red Bull, Pharmaton, Jalea Real y otros derivados. Para mí, como el Red Bull ‘nasti de plasti’. Lo del infarto que te da luego en mitad de la noche, eso ya es otra historia.

El Espidifen. Quien sea padre y tenga que enfrentarse a noches perrunas, madrugones severos, gritos continuos, muñecos saltarines y sirenas de mini coches de Policía entenderá la importancia de un buen botiquín adulto para sobrellevar las jaquecas paternales y dentro de él, el medicamento rey, el Espidifen. Gloria bendita. Aunque se te quede la boca como a un jubilado tras el chupito de anís matutino y siempre haya un grano que se te quede enganchado a la amígdala izquierda para toda una vida… aún así. Espidifen forever.

jueves, 28 de junio de 2012

Inventos que te facilitan la vida. Parte II

Las toallitas húmedas. Son una bendición. Un regalo de los dioses. Las mejores amigas de las madres. Esa manera que tienen de limpiar cacotas y pipís, manchas variadas, bocas pegajosas, manos impregnadas en mierda, pies playeros con arena incrustrada, zapatos polvorientos… A veces me pregunto cómo tuve que esperar a ser madre para descubrirlas… pero ahora ya nadie me podrá apartar de ellas. Y es que son como el Aloe Vera, que cada día una les encuentra una nueva utilidad. Ya no es que limpie con ellas los zapatos de toda familia –cuando los limpio, que es nunca-, es que limpio los muebles del Ikea, el carrito de la nena y todo lo que se me ponga por delante… Una bicoca, oiga.

Lavadoras. Si ya era terrible lavar los ‘pañitos’ impregnados en heces y orín, hacerlo a mano, debía de ser lo más. Y si encima hubieran tenido de hija a la pelirroja ‘todoloquetocolollenodemierda’ literal o figurada, tendrían muñones en lugar de manos.

Microondas. Cierto es que para muchas simboliza el mal en la tierra –entre ellas, mi madre que es de las que te persiguen con el cacillo en la mano argumentando a favor de la ‘candela’ de toda la vida y hablándote de la proliferación de las células cancerígenas que, al parecer, leyó en una revista de los 80-, pero ¿puede haber algo mejor en esta vida que calentar un bibi a las dos de la madrugada en 10 segundos? –vale, no hacerlo, pero si tienes que hacerlo ¿qué?- ¿Quién tiene narices a esas horas de atinar con cuál es la rueda de la vitro? Y si la vitro es digital ni hablamos, que mi dedo es dedo cadáver de madrugada y no acciona nada… ¿Y qué hay del prehistórico baño María? A mí madre le encanta este sistema y se queda mirando el cacillo con el potito dentro durante cerca de media hora como quien espera una aparición mariana mientras yo me voy endemoniando poco a poco.

Apiretal. No todo va a ser Dalsy, que el Apiretal también es un señor y, de hecho, a la pelirroja le va mejor aún. No hay fiebre ni resfriado que se le resista y a su lado todo es felicidad y algarabía.

Ascensor. Nadie se fija en ellos porque todo el mundo los tiene… menos yo, que vivo en un segundo sin ascensor y he de escalar por una estrechísima escalera por la que me veo obligada a subir carritos, bolsas de la compra, el (Frodo) bolsón de la nena y al pelirrojismo en sí, que ya va por los 17 kilazos y pico. Estoy por montar una tirolina desde la ventana…

miércoles, 27 de junio de 2012

Inventos que te facilitan la vida. Parte 1

Los pañales. Yo es pensar que tuviera que enfrentarme a esos ‘pañitos’ de antaño de los que hablan las madres antiguas con sus picos de plástico –que tenían que pegarse más que un vestido de polipiel de Bershka- que se impregnaban de todo mal escatológico, desbordándose de día y de noche… y me da un infarto cerebral. Porque digo yo ¿esos pañitos se metían directamente en la lavadora o se limpiaban antes con papel o algo? No puedo con mi vida…

El Dalsy. Si hay alguien que merezca un reconocimiento público, una estatua de bronce frente al Corte Inglés –qué digo de bronce, de oro macizo-, un Premio Príncipe de Asturias o un Nobel de la Paz, ése es el inventor del Dalsy, que tantas veces nos ha librado de noches en vela y de días de llanto infinito. No en vano, mi hermana jura que le donaría un riñón si lo necesitara y mi amiga Rebeca le ha escrito una oda, que canta a escondidas –para que su marido no la ingrese en la López Ibor- y en señal de homenaje surrealista cuando la fiebre llega a casa. Y no la juzgo, que yo estoy por escribirle un soneto alejandrino de doble rima...

El chupete. Vale que me voy a tener que gastar el dinero que ahorro para un Loewe Amazona en la ortodoncia de la nena, pero es que el chupete es, sin duda, la octava maravilla mundial… Esa manera de adormilarla, ese efecto silenciador inmediato, ese consuelo en las rabietas…Una joya, oiga.

El termómetro acuático. Que sí, que no vale para nada que no valga un codo experto y además le entra agua y se rompe a las dos semanas de comprarlo por muy caro que sea, pero ¿y la tranquilidad infinita que aporta cuando eres madre primeriza y temes escaldar al nene o provocarle una hipotermia -que ríete tú de la de Leonardo Di Caprio- y provocarle una neumonía terminal? Así que aunque tenga una vida limitada y luego te sientas ridícula de haber necesitado un pulpo con gigantocabeza para saber cuándo el agua estaba bien –que es una cosa de parvulitos- te da una tranquilidad que ni un Lexatin del 3.

martes, 26 de junio de 2012

Los regalos putada

Ya he hablado alguna vez de lo tormentoso que resultan los cumpleaños infantiles, tanto los propios como los ajenos, con ese sinvivir de niños sudorosos e hiperexcitados dando carreras en calcetines, esos sándwiches de salchichón rosa de filillos tiesos con los que una se deprime de sólo mirarlos, esas aceitunas marchitas, esas madres enganchadas a la red del parque de bolas -presas del pánico y del ridículo- y ese transitar de invitados heterogéneos que dificultan el paso y las ganas de vivir… 

Sin embargo, hasta ahora no había hablado los regalos y de todo el mal que traen a nuestras vidas, no de los regalos normales -que te salvan el armario de la nueva temporada ni de los juguetes que la nena reclamaba y a los que tú dabas vía libre- sino de los regalos putada, los regalos que te hacen algunos invitados como castigo y/o venganza por haberlos obligado a asistir a un cumpleaños donde no hay música, ni alcohol, ni mucho menos diversión.

Personalmente catalogo los regalos putada en tres subgrupos bien diferenciados:

La ropa fea. Fea no, feísima, de diseño extrañísimo, que una cuando la despliega no tiene claro si es una falda o un pantalón de corsario o un camisón de franela con pocholos, y todo en colores imposibles, habitualmente con multirrayas fluorescentes o con cuadros de pijama de abuelo que fuma en pipa o, con mucha suerte, con la cara de una muñeca cabezona con cara de prostituta que, al menos, te orienta sobre la posición del engendro textil… Al principio miras de reojo por si ves una sonrisa socarrona y alguien confiesa que es en plan regalo de coña, pero lo único que recibes es una sonrisa de satisfacción y un ‘es que lo vi y pensé en tu niña’. ¿En serio? ¿Y eso por qué? ¿Por su cara de anciana, su cuerpo deforme o su adicción a los diseñadores esquizofrénicos? Pero como soy una cobarde prudente y agradecida, finjo que me gusta, por no hacer el feo y porque los pobres han puesto toda su buena intención –y su dinero, con lo baratito y lo mono que es un H&M- y aunque me ofrecen el tique, nunca lo cojo… Mierda.

Los regalos surrealistas. Aún me pregunto qué puede llevar a una persona a regalarle una raqueta de badminton a una niña de 2 años, cuyos padres, además, lo más cerca que están del mundo deportivo es cuando ven a la Selección Española frente a unas copichuelas… Eso sí, para ser justos diré que la raqueta era rosa.

Los juguetes importados del infierno. Si proviene de un nopadre, pase, porque los pobres -¿he dicho los pobres?- aún no saben lo que es el malvivir maternal y no le saltan las alarmas ante un juguete putada de esos que te arruinarán la vida los próximos meses, pero los padres –hijos de Satanás- sí que lo saben y no puedo evitar imaginarlos en las tiendas soltando risitas maléficas con una caja de minúsculos abalorios para crear pulseras y collares a gogó en la mano, o vajillas de té con miles de piececitas o el temible juego de las construcciones y sus 48 maxipiezas -¿maxi?- forjadas en el inframundo... Y no me olvido de los perros-osos cantarines, ni de los trenes que te enseñan el abecedario a grito pelado y en tres idiomas, ni de los perros que se dan la vuelta y lanzan ladridos de perros rata de la India, ni de los bebés llorones… Hay que ser mala gente.

lunes, 25 de junio de 2012

Madre sí hay más que una. 11.- La madre 'panderona'

La madre 'panderona' se hace la muerta en la playa mientras su hijo lanza palas de arena a diestro y siniestro, salpica agua a los bañistas y roba cubitos y tortugas de plástico a los otros niños, que lloran desconsolados mientras sus padres indignados se quitan los puñados de arena de los ojos y miran a la madre panderona, que se da la vuelta en la toalla, que ya se sabe que para un perfecto bronceado hay que alternar los 30 minutos boca arriba con los 30 boca abajo.

La madre 'panderona' entra en una dimensión paralela cada vez que entra en una tienda y hace como si no pasara nada mientras su nene, acostumbrado a vivir en una ciudad sin ley, trepa por los estantes vaciando percheros, abre los probadores -para sorpresa de las señoras en faja que siempre hay en su interior-, lanza alaridos frente a los espejos y destroza los nervios y la carrera de la pobre dependienta con sus aros de tamaño XL y sus mechas de dos dedos.

La madre 'panderona' y su prole son temidos allá donde van y es raro que sus amigas las inviten a tomar café a casa, ya que mientras se ponen al día, la nena asalvajada tras años de libertinaje, arranca el DVD de cuajo, pinta las paredes y empapa de batido el sofá mientras la madre 'panderona' en un alarde de responsabilidad dice ‘hay que ver cómo son estos niños, ¿eh?’, dejándote con la cara rota y la casa como Sarajevo, mientras se enciende otro cigarrillo.

La madre 'panderona' parece no ver ninguna de las fechorías que comenten sus pequeños por lo que no se mueve de su silla ni aunque griten fuego –a lo mejor si gritaran rebajas…-ni mucho menos resarcen el desaguisado o piden disculpas. ‘Son cosas de niños’ dicen como mucho cuando algún padre indignado viene a pedirle cuentas junto a su hijo con un diente en la mano, así que los hijos de la madre 'panderona' son los mascas en los parques de bolas y los más temidos en las fiestas de cumpleaños, cuando se lanzan en plancha sobre los otros niños o acaparan todas las chuches de la piñata o meten el dedo en la tarta o en el ojo de algún pobre desgraciado que pasaba por allí.

Las madres 'panderonas' tampoco se estresan si sus niños se hacen un chichón del tamaño del Himalaya, ‘porque eso baja solo’, ni tienen problemas en dejarlos arrastrarse por el suelo de los bares a las tres de la mañana mientras apuran su copazo ‘porque tienen que inmunizarse de todo’ que para eso lo vieron en el Nacional Geographic pirata, ni que tengan 39 de fiebre ‘que eso va a ser por un estirón’, ni que no quieran comer ‘que así tendrán más hambre esta noche que menos como yo que estoy con la dukan y no me he muerto’. Pues eso.

(Nivel de identificación personal con la madre panderona 1  sobre 10) 

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 22 de junio de 2012

Castigos recurrentes que no valen para nada

Las amenazas. En primer lugar, para ser una buena amenazadora hay que levantar la voz, pero logrando un tono severo de institutriz alemana, no de Charini de ojopatio –yo esto no lo tengo muy controlado, la verdad- y en segundo lugar, cumplirlas todas –esto lo controlo todavía menos y ya es decir-. La cosa sucede tal que así: ‘Si no te comes el Potito no te compro el globo’. Al final no se come el Potito y le compro el globo, no por pena –dios me libre-  sino por instinto de supervivencia ante el llanto descontrolado, que sí, que está mal pero ¿acaso el castigo era para mí?

Quitarle su bien más preciado. Esto es más de lo mismo. Es lo que se llama un castigo trampa porque si por habértela liado en el súper la castigas sin chupete, tienes doble afrenta y doble drama. ¿Y qué madre agotada quiere más drama?

Los cachetes de toda la vida de Dios. Se ve que a la pelirroja le va a ir el rollo sadomasoquista –ya verás cuando se entere el pater- porque es completamente inmune a todo guantazo culil y en ocasiones hasta se ha reído en mi cara, más que como un acto de soberbia –en cuyo caso me volvería muy loca y la ingresaría en un internado militar serbio- como si se tratara de algún extraño juego materno filial y eso que pongo mi cara de soy una madre muy seria y muy demente, pero nada.

La silla de pensar. Venga ya… ¿de verdad esto le funciona a alguien? La primera y única vez que la senté en su mini silla de anea cual mini flamenca escocesa y mirando a la pared -por aquello de fingir ser una madre moderna de ésas que son más amigas de la reinserción que del castigo- me la pintó con ceras. Y el rodapié –creo que es la primera vez que escribo esta palabra- también.

Apelar al miedo. Que sí, que está muy mal y que hay que ser un poco maligno para llegar a este punto, pero lo confieso, yo me convierto en un Charles Manson cualquiera en pleno ataque pelirrojil de histeria o cuando se juega la vida sobre el respaldo del sofá coqueteando con la idea de abrirse la cabeza frente a la tele y, además, en mi caso es lo único que funciona y funciona taaan bien que no puedo resistirme a la tentación. Es amenazar con llamar a la bruja –a la de Blancanieves para ser exactos que brujas hay muchas y algunas como Maléfica bien parecen modelos de alta costura en un mal día de la dieta Dukan- y la nena hace todo lo que quiero. Con deciros que un día hasta estuvo a punto de comerse un boquerón…

jueves, 21 de junio de 2012

Consejos para quitarle el pañal sin quitarte las ganas de vivir

Comprar una silla orinal. Sin duda, éste es el secreto mejor guardado de todas las madres triunfadoras en cuanto al abandono de la celulosa se refiere, pero como son malignas, no lo comparten. La silla orinal es la mejor amiga de los niños y la mejor aliada en estos tiempos difíciles. Es como una silla de plástico normal pero con una repulsiva cuña incorporada que pueden usar mientras ven la tele, pintan e incluso cuando comen. Sí, es una cochinada, pero estamos hablando de mierda ¿qué esperabais?

El niño siempre ha de tener la vegija seca aunque eso implique sentarlo en el orinal cada cinco minutos como si fuera una señora con incontinencia urinaria o un abuelete con la próstata suelta, que los esfínteres son muy suyos y te la juegan a la primera de cambio.

Siempre hemos de tener a mano al pater o a otra persona de confianza sin escrúpulos, pero a ver, no sin escrúpulos en plan descuartizador -ojo, esto es muy importante- sino para que se encargue de la parte chunga y asquerosilla del asunto. Así, mientras tú vomitas en el salón, él lanza las bolitas de caca estilo caprino por el váter… porque puedo prometer y prometo que hay pocas cosas más asquerosas que este ritual escatológico… Nada que ver con el pañal. Lo juro.

Vayamos adonde vayamos hemos de llevar mudas para una semana como si fuéramos marroquíes en la Operación Paso del Estrecho pero que en lugar de remolques llevamos un bolsón que bien puede servir de arma arrojadiza en una reyerta callejera o de amputador de brazos tras un largo paseo.

Hemos de hacer fiesta por cada pis y por cada caca realizada en el lugar correcto, para que el nene sepa que lo está haciendo bien aunque se haga raruno. Yo a veces me descubro dando saltos de alegría por vislumbrar una caca en la silla orinal y me preguntó ¿cómo hemos llegado a esto? Pues eso.

miércoles, 20 de junio de 2012

Qué lástima...

Unos amigos nos invitaron el pasado sábado a una barbacoa en su casa, un anuncio que acogí con especial ilusión ya que hacía mucho que no nos veíamos y además se permitía la entrada de niños al evento, con el valor añadido de que la pelirroja es la única niña del grupo y por tanto no tendríamos que sufrir el griterío propio del pandilleo infantil que se las gasta peor que una banda neoyorquina de narcos.

Allí, lo pasamos estupendamente y la verdad es que la nena se portó especialmente bien si obviamos que se hizo caca encima, que sacó todos los juguetes que había en la casa esparciéndolos por todo el salón y que tuvo que bañarse en la piscina sí o sí y acabó cabeza abajo con el flotador puesto, emulando a una sirena suicida… pero aparte de eso la cosa fue como la seda.

La cuestión es que si bien la niña fue un encanto durante la barbacoa -más por aquello de ser tímida que por el hecho de ser buena porque buena lo que se dice buena no es, para qué engañarnos-, el trayecto hacia la casa fue lo que cualquier entendido eclesiástico definiría como el sumun de los infiernos.

La niña empezó la jornada enfurecida por obligarla a salir de casa dejando la Casa de Mickey Mouse a medio ver y a partir de ahí todo fue violencia. Decía que en el carro me subiera yo, que ella iba andando, pero descalza que ahora es muy del rollo naturista y se tiraba al suelo en estado epiléptico tratando de arrancarse los zapatos de hebilla, sacando los dedos por la parte de delante de la mercedita, tropezando con todo lo que se le ponía por delante.

Y por si esto no fuera poco, iba pegando sus pegajosas manos –fruto de la piruleta de corazón que le di como exorcismo infructuoso- en todos los escaparates de la calle Larios, levantándose la falda para mostrar al mundo sus flamantes braguitas de Hello Kitty para sorpresa de los transeúntes y humillación de sus padres que la perseguíamos sorteando a la gente que estaba paseando tranquilamente con sus niños normales.

Así, cuando ya estaba a punto de morir de hipertensión, se me había erizado el pelo que poco antes había planchado cuidadosamente y ya tenía tres lamparones de pestoso zumo tropical –que también le dimos para tratar de entretenerla- conseguimos cazarla dentro de una conocida tienda de zapatos y decidimos sentarla en el carro sí o sí, que hasta el pater, gurú de la paciencia, estaba a punto del infarto o de la transformación en Hulk. Y había que ver a la niña, ya sentada, estirándose como el hombre chicle, tratando de frenar el carro con los pies y pegando tantas voces que hasta las estatuas humanas daban respingos a nuestro paso.

Y de pronto, mientras la niña se retorcía en la sillita como un vampiro frente a un crucifijo y nosotros corríamos presos del estrés, pasó una pareja de señoras que la miraron y le sonrieron en plan cómplice y luego otra que tras mirarnos como si fuéramos orcos, dijeron bien alto ‘pobrecita, qué lastima’… ¿Perdón? ¿Lástima de qué? Menos mal que no dejé a la niña coger el bate de plástico del primo porque si no, se lo hubiera estampado en la cara a la señora...

martes, 19 de junio de 2012

La nena no es tonta

Siempre pensé que la pelirroja era una choni en potencia por su amor incondicional a las Kitty de lentejuelas, a las camisetas con strass, a las faldas de tul fluorescentes -que nadie sabe por qué ni para quién las venden en H&M, de hecho estoy por agazaparme tras el perchero para ver cuál es el cliente tipo-, a los zapatos de plástico y tacón de la tienda Disney –con los que pierde el estilo y los dientes-, a los maquillajes y pinturas variadas y a la purpurina dorada porque para la pelirroja nunca es demasiada purpurina como nunca es demasiado ‘cocholate’ blanco.

Sin embargo, hace relativamente poco empecé a adivinar en ella un extraño gusto por las cosas buenas siguiendo su estela de destrozos hogareños, pero no destrozos propios de su afán destructivo innato sino más bien de su afán por usar esas cosas sin tener muy claro cómo hacerlo. Y ya al final si se veía apurada pues destrozarlo, que total, a la nena se le da bien el asunto, pero dejando claro que ése no era el objetivo inicial, que ella iba con buen corazón como Michael Corleone, aunque luego la cosa se torciera…

Así, aunque tenga un neceser lleno de pinturas hasta arriba –que una necesita de mucho retoque para salir a la calle sin que nadie llame a un médico- a ella sólo le interesan los polvos bronceadores de Chanel, como si oliera que son los más caros de la bolsa -esto ya lo comentaba con una lectora a la que le pasaba lo mismo con su también exquisita nena- o a la hora de jugar con mis bolsos –un juego que yo siempre trato de evitar, dándole chocolate blanco a gogó y poniéndole Pocahontas a demanda, que una será madre, pero los complementos son sagrados que lo dice hasta la Vogue-, se niega a jugar con los de Misako como si detectara el plástico de un vistazo y sólo quiere jugar a las señoras con un  Purificación García… como mucho hace una excepción con Bimba y Lola pero poco más, que ella sabe de estas cosas y no hay baratija que la engañe.

Igualmente, cuando tuvo la etapa de jalarse los libros cual cabra autóctona de los Montes de Málaga, la señora sólo elegía volúmenes bien encuadernados, sintiendo especial predilección por el sabor de las hojas de los grandes clásicos, degustando Fausto –al que previamente tuvo el gusto de colorear con sus ceras plastidecor- y la Casa de Bernarda Alba, arrancado además, algunas hojas que luego metía en otro libro clásico con la idea, imagino, de hacer una especie de improvisado y caótico libro de relatos. Y bueno, no hay que olvidar que las obras completas de Antonio Machado sufrieron junto a un paquete de pan bimbo –otro- un lavado delicado con centrifugado incluido que a punto estuvo de jubilarme la lavadora y confirmar mi ingreso indefinido en el psiquiátrico. Todo ello mientras dos baldas completas de novelas de ciencia ficción del pater –hola, tengo 14 años- pasan desapercibidas junto a los dos mil libros de romanos también del pater –hola, cuando termine de leerlos te voy a comer todo el cerebro con guerras, traiciones y dinastías varias mientras tus dos neuronas se hacen el haraquiri-.

Sea como fuere, la cuestión es que la nena sabe a lo que va, que aún hay esperanza para ella, de hecho está frita porque le preste el solitario de pedida mientras hace ascos a los anillos de muñecajos que le compré en Primark y eso que contenían una mariposa fucsia, deforme eso sí, pero de purpurina… Y mire usted, yo la veo mirándose en el espejo de mis polvos caros y me enorgullezco de mi prole… que ya iba siendo hora de que nos pareciéramos en algo más que en tener matriz, pero claro, luego recuerdo que soy pobre y en lo cara que me saldría una réplica mía en miniatura, así que empiezo a ver a la Kitty de lentejuelas con otros ojos… Vamos, que mañana mismo le compro la falda fluorescente.

lunes, 18 de junio de 2012

Madre sí hay más que una. 10.- La madre antigua

La madre antigua se inició en la maternidad de manera tardía –bien por falta de ganas o bien por falta de oportunidades- por lo que no está al tanto de los dibujos que se llevan y si lo está, pasa de ellos y tortura a sus polluelos con series de la posguerra como Heidi, Marco y Los Mosqueperros por lo que los niños se pasan la vida desactualizados con sus bolsitas de la merienda bordadas en punto de cruz con letra ‘chopin’ mientras sus compañeros llevan gigantomochilas con ruedas de Bob Esponja, Hello Kitty o Ben Ten, que para colmo, no tienen ni idea de quiénes son.

La madre antigua viste a sus niños con ropa de mercería de barrio –que, ojo, es mucho más cara que la de cualquier cadena textil y también más triste, más fea y más antigua- y los pobres van por la vida con antiquísimas camisas de gigantocuellos bebé y faldas de pana en beige, verde botella o burdeos -ellas- y pantalones de pinzas de señor mayor y contable y terribles camisas de manguitas globo y cuello mao que ponen su masculinidad en entredicho –ellos- y rebecas, muchas rebecas de jubilado y ambos con zapatones de puntas redondeadas y enormes, como los zapatos ortopédicos de antaño.

La madre antigua suele ser de piel blanca, pero no tan blanca como la de sus hijos que además suelen tener el pelo muy oscuro, alimentando así su aspecto de haber salido de una película de miedo tipo Los Otros de Amenábar, una imagen que acompañan con caracteres introspectivos y adultos y es que las amigas de la madre antigua no suelen ser madres, pero sí tristes, o si acaso lo son, sus hijos son ya mayores, por lo que es habitual que los niños de madres antiguas se relacionen principalmente con adultos por lo que adoptan comportamientos viejunos y se hacen adeptos de programas para jubilados made in Canal Sur.

La madre antigua, que luce estilismo de catequista y sigue usando felpas de dientes y zapatos 24 horas, no es amiga de que sus hijos suden, no por la transpiración en sí sino por el peligro que entrañan toboganes, columpios y demás cosas divertidas y los aterroriza tanto con sus advertencias nombrando brazos partidos y dientes rotos, que los niños van por la vida a medio gas, como ‘hijos de padres viejos’ que diría mi hermana, sin atreverse demasiado a hacer de niño, no vayan a acabar desdentados o con la cara partida o deforme y ya no tengan manera de defender esos estilismos terribles cada mañana. 

(Nivel de identificación personal con la madre antigua 0 sobre 10) 

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 15 de junio de 2012

Momentos importantes que acogerás con alegría y que maldecirás después

Los primeros pasos. Todas estamos fritas porque el niño ande y recibimos los primeros y torpes pasos como una bendición divina –yo hasta aplaudí y hay un vídeo que lo acredita, bueno, acredita eso y que la sombra azulada no es para mí- que nos alejará del yugo del carro y de los atascos entre el bullicio hostil arrastrando el pesado tanque, pero nada más lejos de la realidad… ¡Es un avance trampa! En realidad, los niños sólo tienen dos velocidades y ambas igual de tortuosas: el modo ‘escapada furtiva entre la gente’, que te obliga a perseguirle con el corazón en la boca, haciendo la loca y apartando a los transeúntes a manotazos, o el modo ‘anciana artrítica’ con el que no es capaz de dar más de dos pasos por minuto y con el que llegas tarde y desquiciada a cualquier cita.

La primera papilla. Qué emoción cuando el nene va a tomar su primer alimento sólido –que no sea el clásico y triste bollo de pan que siempre le endiña la abuela-, pero cuando te ves espurreada del plátano, manzana y galleta hasta el límite de que te cuesta separar las pestañas, comprendes que el biberón era tu mejor aliado. Y no te digo nada del vegetal, ese sí que espesa las pestañas… y los poros, con decir que pasé de piel mixta a piel grasa en sólo dos semanas…

Las primeras palabras. Primero vino el mamá, luego el papá, después el agua y el hola y de ahí pasó al discurso de Fidel Castro en la ONU ¿Cómo se puede hablar tanto con esa lengua tan chica? Qué infierno.

Abandonar el pañal. Una no es consciente de las bondades de la celulosa hasta que la pierde de vista... Levantarse de la mesa cada dos minutos para ponerla a hacer pis a pulso en váteres donde podría contraer la sífilis de sólo mirarlos, tener una sillaorinal presidiendo el salón junto a la televisión y a la mesa en la que cenas, tener que vaciarla recién desayunada, ser orinada encima en cualquier momento y sin previo aviso o poner una media de doscientas lavadoras de braguitas es, al parecer, sólo el principio del infierno. Una lectora me ha hablado de cosas que todavía estoy intentado olvidar. Sólo diré que la historia incluye unas manos llenas de caca y una pared. Y hasta aquí puedo leer.

jueves, 14 de junio de 2012

Mentira cochina

Cuando una decide embarazarse o el embarazo la asalta por sorpresa -que en realidad es lo mismo si lo que tienes al final es un cigoto flotando en la barriga y el malestar propio de una terrible enfermedad decimonónica- nadie te cuenta la verdad sobre un montón de cosas, no sé si con el fin de que no salgas corriendo a esconderte en algún lugar seguro a rezar durante los próximos 10 meses –recordad, diez, no nueve- o con el perverso objetivo de que el malvivir de la maternidad te golpee en la cara a traición y sin previo aviso, como ya les ocurriera a ellas.

Y es que hay un montón de detalles de suma importancia de los que casualmente se olvidan las otras madres cuando te hablan de las bondades de la maternidad, de cómo te cambia la vida –para bien, dicen-, de los relajantes baños con el bebé, de los primeros gorgojeos que salen por su minúscula boquita, de sus manitas regordetas, de la ropa tan bonita y pequeñita… y de un sinfín más de cuestiones que te hacen pensar que criar a un hijo es coser y cantar, vamos, un bucólico episodio de la Casa de la Pradera donde todo es relax, felicidad, margaritas y nubes con forma de ositos panda.

Y claro, una se va a casa a esperar la llegada del gran día, con su gigantobarriga, que ya no cabe en ningún sitio, a fantasear con la idea de una maternidad de libro, de libro de cuentos quiero decir, y cuando llega la hora de la verdad y nace el bebé y empieza la mala vida, una se queda a cuadros, pensando que debe de ser una madre horrible –más de Falcon Crest que de la Casa de la Pradera- porque al parecer los otros niños duermen del tirón, se lo comen todo y son poco menos que santos… y el suyo es el pequeño Demian… y las otras madres ni se despeinan –en realidad sí, pero fingen de cara al público- y mucho menos quieren arrancarse los ojos cuando a las cuatro de la mañana siguen meciendo a la chillona criatura cantando nanas de la posguerra y fantaseando con la idea de huir a tirarse en una hamaca caribeña para siempre, pero con sentimiento de culpa que al parecer eso no lo puede pensar una madre de bien…

Así, que no me ha quedado otra que autoproclamarme defensora de toda madre primeriza –e incauta- y voy por ahí comiéndole la cabeza a toda embarazada o mujer en edad de procrear, quieran o no, y a veces hasta a alguna con sobrepeso abdominal –que a mí siempre me pasan estas cosas-y las animo, y les cuento cómo van a ser las cosas en realidad, -las buenas y las malas que tampoco es cuestión de hacer llorar a nadie- ya no sólo para que sepan que prácticamente todo lo que les ocurra ya nos ha pasado al resto -aunque no lo confesemos por darnos la vacilada de que somos perfectas- sino para que no se sientan mal si en algún momento les puede la desesperación y el agotamiento… que eso también nos ha pasado. Al menos a mí, que convivo con el pelirrojismo extremo.

Pero, claro, en estas improvisadas conversaciones de autobús o de consulta de médico o de cola de supermercado, entro en tal bucle de terribles experiencias propias e historias para no dormir  protagonizadas por la pelirroja que creo que no las ayudo demasiado, más bien las acojono, sobre todo si la pelirroja viene conmigo y pueden ver en vivo y en directo lo que se les avecina… Así, las embarazadas dejan de escucharme –cantando mentalmente la nueva de Paulina Rubio para acallarme en su interior- y fingen que se han dejado el puchero puesto  para salir huyendo de mi lado; las que están en edad de procrear me miran aterradas y apuntan los preservativos en la lista de la compra, y las de las barrigas prominentes se apuntan al gimnasio no vayan a encontrarse en breve con otra loca comecerebros y les vuelvan a dar la aterradora paliza verbal...

Pues eso, que no tengo futuro.

miércoles, 13 de junio de 2012

Cinco cosas que debes aprender si tienes un niño

A conocer los nombres de todos los Pokemon –pero esto es una inversión, que los Pokemon son el nuevo Santa Bárbara-, de los bichos rarunos de Ben Ten y de las diferentes especies de dinosaurios, tigres y leones y a partir de ahí dejarte torturar por severos interrogatorios -en bucle infernal- al respecto.

A disfrutar de su limitado talento musical a través de los aterradores acordes del Guitar Hero o de la batería que le compró el padre en un arrebato de locura –porque además viene con micrófono ¿estamos locos?-o del órgano que te regalaron en tu Primera Comunión y que tu madre tuvo a bien sacar del baúl de los recuerdos para acabar de rematarte.

A jugar al fútbol en el pasillo de casa aunque seas sedentaria de profesión y lo más cerca que hayas estado de un campo de fútbol fuera en el concierto de Maná en el 2000,  y aunque no siempre logres esquivar los balonazos –ojo, que tras diez consecutivos con el balón de la FIFA te quedas en modo Yurena para siempre- y aunque prefieras comerte un chumbo sin pelar antes de que te vuelvan a explicar qué demonios es un fuera de juego. Otra vez.

A tener la casa llena de muñecos feísimos, algunos hasta sin cara, y lo que es peor, ir a comprarlos en cumpleaños y navidades, sorteando pasillos de enternecedores nenucos, peluches amorosos y la misma mansión de Barbie que le pedías cada año a los Reyes Magos y que, casualmente, siempre olvidaban. Y pelearte con los otros clientes para llevarte el último Señor del Mar que cuesta lo mismo que un bolso de Bimba y Lola y, sin duda, es mucho más feo.

A tenerlo vestido de Spiderman cinco años seguidos ya sea en versión camisetas, sudaderas, pijamas, albornoces, gafas de sol, manguitos de playa, bañadores, material escolar, toallas, zapatillas deportivas, zapatillas de andar por casa, batas para el frío o disfraces de carnaval, la cuestión es vivir con ese extraño tipo agazapado en su espalda toda una vida...

martes, 12 de junio de 2012

Cinco cosas que debes aprender si tienes una niña

A bailar todos los bailes de las Princesas Disney a todas horas y sin descanso, ya sea mañana, tarde o madrugada –aunque la porte regia sea inversamente proporcional al cansancio acumulado-, dando giros y haciendo reverencias hasta provocarte el vómito o un trasplante urgente de cervicales.

A esconder tu ropa de fiesta, tus bolsos caros,  tus pinturas, tus complementos y todo lo que pueda llamar su femenina atención porque al mínimo descuido la descubrirás vestida como una mini prostituta bielorrusa y pintada con menos tino que Courtney Love en una mañana de resaca. Y lo peor es que peleará durante horas por que en un arrebato de bipolaridad la dejes salir así a la calle. De momento no lo he hecho, pero dadme tiempo.

A asumir que su padre siempre será su primera elección para las cosas buenas, para las malas -como consolarla cuando está enferma o vaciar el orinal-, puede que te elija a ti. Pero eso sí, si sólo hay una plaza para entrar en un concurrido bunker nuclear, prepárate para acariciar la radiación y desintegrarte molecularmente -junto al cura viejo al que siempre dejan fuera en las sesiones grupales de entrevista de trabajo-.

A tratar de peinar su indómito pelo cada mañana, persiguiéndola mientras ella despierta a gritos a todo el vecindario como si la estuvieras matando y boicotea tus ya de por sí ladeadas coletas moviendo la cabeza sistemáticamente en un extraño cruce entre en el Neng y Steve Wonder que no deja ni un pelo en su sitio ni una gota de paciencia en tu interior, y acaba yendo a la guardería como la hermana loca de Helena Bonham Carter.

A tener la casa llena de figuritas, piezas y minúsculos juegos de té. Y una cesta de picnic con seis servicios completos y la casa de Minnie Mouse amueblada y la escuela de Caillou y la porculera tetera que suena y sus tacitas a juego y los nanocomplementos de las Nenuco y un largo etcétera de minirrazones para maldecir en arameo cuando cada noche se te clavan en los pies a traición en cada esquina de la casa.

lunes, 11 de junio de 2012

Madre sí hay más que una. 9.- La madre perfecta

La madre perfecta es perfecta en todos sus sentidos y da igual que tenga un niño que quince, ella siempre mantiene la calma y los modales y una sonrisa de anuncio caro frente a la más negra adversidad, mientras tú, a su lado, pareces una loca sin su medicación, amenazando a tus niños cual Charini de barrio y lo peor, es que ella consigue mejores resultados... Siempre.

La madre perfecta lleva un montón de cosas útiles en su bolso, de ésas que jamás creerías que acabarían salvándote la vida como una venda elástica, un gel en miniatura o un paquete de horquillas de moño, y cuando te las ofrece como una aparición mariana dices cosas como ‘Menos mal que tú traes, porque justo hoy me he olvidado las vendas, según veo’, mientras rebuscas en tu bolsoestercoleroinfantil sacando envoltorios variados, plastas de gusanitos y piruletas a medio chupar, fingiendo que podría estar en cualquier sitio a pesar de que jamás has comprado una venda elástica y, de hecho, ni sabías que existían.

La madre perfecta es habitual de los tupper  –de los buenos- y los lleva a todos sitios, muy limpitos y transparentes –que se ve que su lavavajillas no es un arma de destrucción masiva de menaje como el mío que todo lo vuelve opaco y con pinta de contener el virus de la viruela- con sus servilletitas minúsculas y ordenadas y sus tenedores a juego para que sus pequeños se coman las cerezas o las manzanas picaditas como por un profesional de la teletienda, mientras tú sacas un bollycao aplastado de tu bolso, lo sacudes de gusanitos machacados y se lo das al nene alegando, avergonzada, que es que hoy no has tenido tiempo de preparar la papaya.

Los niños de la madre perfecta siempre van impecables, con sus coletas bien cepilladas, sus rayas bien definidas y sus ropas a juego y bien planchadas y lo peor es que cuando vuelven a casa después de horas de juego y travesuras, vuelven exactamente igual, mientras la tuya parece que acaba de salir de una mina boliviana, que más que una ducha precisa de una desinfección profesional.

Pero vendrá de familia porque la madre perfecta también luce un aspecto inmejorable, su pintura no se corre ni aunque haga 40 grados a la sombra, llore de risa o los niños la besuqueen, ella siempre está perfecta, mientras tú al cabo de una hora de salir de casa ya tienes los ojos de Marilyn Manson y el pelo peor que Gunilla Von Bismarck en un día de terral.

La madre perfecta mantiene la ropa de sus niños en perfecto estado y la heredan los hermanos como recién comprada mientras tú eres capaz de envejecer un nuevo vestido en el primer lavado aunque sigas todas sus instrucciones a pies juntillas y el vestido te haya costado una pasta.

Pero, sin duda, lo peor de la madre perfecta es que no se la puede odiar porque es amable y buena y es el hada madrina de las madres imperfectas, prestándose a ayudar en todo lo que necesites sin aspavientos y sin prepotencia alguna y haciéndote creer que eres tan perfecta como ella, aunque su niña esté en el carrito recitando el abecedario mientras la tuya pelea por quitarse las braguitas en plena calle Larios.

(Nivel de identificación personal con la madre perfecta 0 sobre 10)

(Nivel de identificación con la amiga 7 sobre 10, jajajja)

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 8 de junio de 2012

Operación Pañal Fuera II. Orina o revienta. Esta vez sí o sí

Como ya os anticipé con más pena que gloria, hemos reiniciado la Operación Pañal Fuera con la pelirroja, con la misma poca ilusión y entusiasmo que ha puesto Telecinco en la Re-vuelta tostón de Gran Hermano -que no la ve ni la propia Mercedes Milá- y es que ya se sabe que las segundas partes nunca fueron buenas y si lo fueron, nunca lograron despertar el mismo interés que la primera, por agotamiento o por aburrimiento, a saber.

Pues eso mismo es lo que nos ha pasado en casa. Después del sonadísimo fracaso del primer intento y de las arritmias que me provocaron los charcos infinitos y los maratones de lavadoras, hemos iniciado esta obligada segunda vuelta con tan poco crédito y tan seguros –nosotros y el resto del mundo, que una tiene la credibilidad que tendría El Mocito Feliz al frente del Banco de España- de que acabaríamos nuevamente huyendo hacia los Huggies –oh, amigos de toda madre- que apenas si hemos puesto un pinchito moruno en el asador.

Lo cierto es que tras aquellos dos días en el infierno escatológico, yo ya no tenía interés alguno en quitarle el pañal y si por mi hubiera sido, la pelirroja los hubiera llevado hasta la universidad –que para eso hay pañales de adultos, oiga-, pero claro, en septiembre empieza el colegio, el de verdad, y ya me han dicho que allí no aceptan pañales ni mudas y que si la niña no controla el esfínter, me va a tocar ir a mí a cambiarla y, claro, fue visualizarme caminata arriba y caminata abajo corriendo como alma que lleva el diablo –mañana, sí y mañana también- con los ojitos vueltos y el corazón bombeándome en las sienes, para quitarle a la niña la caca aplastada del uniforme, que tuve una revelación divina… y decidí intentarlo de nuevo.

Por supuesto, fue anunciarlo y todo el mundo empezó a hacer porras para ver cuánto tardaría en rajarme y entregarme nuevamente a la celulosa -que yo creo que hasta la señorita de la guardería hizo su apuesta porque últimamente me dedica una media sonrisa socarrona que no sé cómo interpretar-, pero ahí estaba yo, visualizando la caca en el uniforme día y noche, dispuesta a poner firme al esfínter de la nena.

No tengo claro si fue porque ni nosotros mismos creímos que iba en serio –y por tanto, la niña no tenía que enfrentarse a mi cara de desquiciada buscando de reojo pipís clandestinos- o porque la sillaorinal es la repera –y le encanta pasarse horas allí sentada mientras en un acto de surrealismo canta la canción de Pocahontas-, o porque la pelirroja ya está algo más preparada tras el traumático primer intento y ha estado ensayando a escondidas para ser alumna aventajada –seguramente ella también visualizó el uniforme lleno de mierda y temió por su futura reputación-… la cuestión es que llevamos dos semanas y sólo hemos contabilizado unos cinco pipís y una caca –puaj-. Y oigan, eso es para celebrarlo, aunque el pater casi se rompe la crisma al pisar un pipí clandestino y yo me he visto obligada a hacer vida social con el vestido mojado de orín pelirrojil un par de veces, pero podría haber sido peor… Siempre puede ser peor, sobre todo, en cuestiones escatológicas.

El problema es que, con el rollo de bajarse la falda y las braguitas para sentarse en la sillaorinal –que por cierto se me ocurren pocas cosas más asquerosas que vaciar la sillaorinal-, la pelirroja ha descubierto las bondades del nudismo y ahora se pasea por la casa cual Mowgli de la selva reivindicando sus derechos naturales como una hippie trasnochada de los 70’s y no hay manera de vestirla, ni mucho menos de evitar que se baje las braguitas en mitad de una terraza mientras yo trato de tomarme una triste cocacolazero que, ante la sorpresa del espectáculo naturista, espurreo en la cara de mi acompañante, para luego levantarme y perseguirla entre las mesas con las braguitas de Campanilla en la mano ante el cachondeo generalizado del público, que suele animar a la pelirroja a escapar del yugo maternal y de la dictadura textil… Cuánto daño ha hecho el 15M, maremía.


PD. En breve publicaremos los mejores consejos para que la operación pañal fuera funcione a la primera… o a la segunda, pero al menos para que los padres no se vuelvan locos. Locos del todo, quiero decir.

jueves, 7 de junio de 2012

Verdad verdadera. (Parte II)

Cuando terminamos con el infierno de la comida- antes de que acabaran echándonos del local a patadas- decidimos ir a dar una vuelta a Puerto Banús, que para eso era el Luxury Weekend y yo estaba frita por codearme con la jet set y fingir que me iba a comprar un Louis Vuitton… o dos. Pero fue una mala idea, como siempre. Mientras yo trataba de aparentar que era una persona de bien con mi vestido lleno de ketchup y mi mirada altiva paseando entre las tiendas exclusivas, la niña se me escapaba abalanzándose sobre los coches de lujo -que menos mal que tienen buenos frenos- para correr a asomarse al agua del puerto a ver las lisas feísimas que nadan allí, con una ilusión desmesurada, que parecía que la niña no había visto nunca un acuario –a ver, que no lo ha visto, pero ha visto Nemo que es lo mismo- mientras seguía rebuscando en sus braguitas -rozando ya el intestino grueso- en busca del objeto no identificado y con la clara intención de arrancarme mis últimas gotas de dignidad.

Y mi madre gritaba como si estuvieran matando a la niña, ‘Cógelaaaa, que se va a caer al agua’ y yo corría tras ella para que no se asomara más y ella se me escapaba –siempre con la mano en las braguitas- y mi madre gritaba y yo corría… y así durante un par de horas en un bucle de infinito estrés. Esto sin contar con que no llevaba carrito -total para qué, si parece que tiene pinchos, que es sentar a la niña y que se ponga a llorar como una posesa- y por tanto me tocó transportar un gigantobolso maripopiniano con mil mudas –porque hemos vuelto a la operación pañal fuera, pero no pienso contar nada hasta que esté segura de que esta vez es la definitiva-, potitos, toallitas, galletas y el maldito ratón del hula-hop, entre otros miles de cachivaches inútiles que formaban los 15 kilos de bolso que yo portaba cual sherpa entregado y que a punto estuvo de desmembrarme el brazo.

Y así, tras dar el pertinente espectáculo semanal, decidimos irnos a casa, exhaustos y fracasados, y mientras esperábamos a las puertas del Corte Inglés a que mi cuñado trajera el coche, a la niña le entraron ganas de hacer pis. Muchas ganas. Muchísimas. Y le dieron en una explanada donde no había ni un solo bar abierto ni una tienda ni ningún sitio al que pudiera llegar en un minuto y medio… así que por mucho que corrí, la nena no aguantó más y se hizo medio pipí encima -encima de ella y encima de mí, que mi niña es muy generosa para estas cosas- y el resto, en una maceta decorativa de la zona a la que tuve a bien subirla en un arrebato de defensa personal frente al orín y junto a la que probablemente fuimos grabadas por alguna cámara de seguridad, por lo que me temo que ya tengo vetada la entrada a unas pocas de tiendas de lujo...
Con las ganas que yo tenía de ser la nueva Beatrice de Orleans...

Y bueno, ¿es para quejarse o no es para quejarse? Pues eso.

miércoles, 6 de junio de 2012

Verdad verdadera. (Parte I)

Una lectora me decía ayer que no acababa de creerse que todas las aventuras y desventuras que aquí cuento fuesen reales y que probablemente exageraba las historias para que resultaran más simpáticas y graciosas de leer, alegando que no era posible que con una única niña de dos años y medio yo anduviera tan estresadísima…

Teniendo en cuenta que absolutamente todo lo que aquí cuento es tan real como la vida misma –que más quisiera yo que no lo fuera y que mi vida fuera como la de la niña de la Preysler- empecé a pensar en la posibilidad de que la nena fuera en realidad la reencarnación de un demonio de la antigüedad –por aquello de que al parecer, a su edad ya debía ser una señorita de bien- y sobre todo, en la certera posibilidad de que yo fuese, en realidad, una madre quejica.

Es cierto que conozco a otras madres con más niños –y más malignos que la pelirroja- que lo llevan mucho mejor que yo o que al menos no se quejan, pero claro, yo creía que no lo hacían por aquello del qué dirán -que en el mundo maternal está muy mal vista la queja-, pero oiga, mire usted ¿y si en realidad no se quejan porque no tienen necesidad de hacerlo? La de cosas…

Ya estaba casi a punto de ceder y de confirmar al mundo mi condición de llorica, cuando me vino a la mente mi última salida con la pelirroja y en cómo regresé a casa con la tensión por las nubes y con tres mechones nuevos de canas y traté de analizarla con cierta objetividad:

El domingo pasado, como el pater tenía trabajo, me fui con mis padres a Marbella a ver a mi hermana y a echar el día y sobre todo a sacar a la fierecilla de casa para que el pater pudiera, al menos, encender el ordenador… El día comenzó difícil porque para  sobrevivir al trayecto sin vómitos tuvimos que mancillar el honor de la pelirroja poniéndole un supositorio de Biodramina que le costó al pater tres patadas en las costillas y a mí aguantarla todo el día con la mano metida en las braguitas rebuscando qué demonios le habíamos metido por ahí… que no hay manera de hacer de ella una niña de bien, leñe.

Después de una caminata infernal a base de tropezones con los zapatos nuevos –que tuve que comprarle sí o sí y que no tienen sujeción alguna, pero tienen un moño que quita el sentido de la orientación de lo bonito que es-, decidimos almorzar en el McDonalds –el único lugar donde se puede ir a comer con niños asalvajados- aunque a mi madre le dé tanto asco que se coma el McPollo entre arcada y arcada, -que se ve que ella es de las que se cree lo de la carne de rata india- y la experiencia fue un auténtico infierno fast food.

Así, nada más sentarnos a comer y en uno de sus habituales ataques de excitación, la pelirroja lanzó los nuggets del primo por los aires, dejando el consecuente reguero de ketchup –que llegó hasta mi vestido y hasta la frente de mi madre, que se tragaba el McPollo entre buches de cocacola- y con el obligado cabreo del primo que le escondió el ratón con hula-hop que regalaban en el Happy Meal, empezando así una lucha cuerpo a cuerpo que acabó con conos de helado aplastados en el suelo, una cajita de salsa barbacoa abierta en mi bolso, puertas del baño de par en par que mostraban a mi madre enseñando las vergüenzas y una encargada a punto de pedir la baja por depresión...

(Continuará)

martes, 5 de junio de 2012

Ni contigo ni sin ti...

…tienen mis penas remedio, contigo porque me matas y sin ti porque me muero. Probablemente nada explique mejor la relación materno filial que estos versos populares, aunque eso sí, con algo menos de intensidad, que las madres tenemos los nervios destrozados a base de estrés galopante y griterío infantil, pero ni matamos ni nos morimos, al menos, de momento.

La cuestión es que cuando pasas una temporada de intensa maternidad, que viene a ser casi siempre, y tienes que ir con la nena a cuestas a todos sitios, ya sea a hacer la compra –y eche abajo el montículo de fresas que el frutero se ha pasado la mañana apilando y encima pisotee las que han caído al suelo y te salpique el vestido blanco-, a probarte la nueva colección de Mango –y te abra la cortinilla del probador y te obligue a hacer un posado en ropa interior en público-, al banco –y tire al suelo los dos mil folletos de planes de pensiones del expositor, poco antes de patear al tristísimo Fernando Alonso de cartón, que para eso nosotras éramos de Schumacher- o a empastarte una muela –que así te olvidas de la fobia al dentista tratando de que la niña no desmonte la consulta y que si lo hace, el dentista no se dé cuenta, no vaya a ser que se vengue y te lance un chute de anestesia mortal-, estás deseando mandarla a casa de la abuela –o de la bruja de Hansel y Gretel si hace falta- con tal de ganarte uno o dos días de tregua, ya no para tirarte a la bartola –que tampoco estaría nada mal, oiga- sino para poder solucionar tus asuntos como una persona normal, sin la amenaza de una pequeña pelirroja coqueteando con la autodestrucción en cada esquina.

Sin embargo, en ocasiones, nuestros ruegos de madre agotada son escuchados y sobre el horizonte aparece una boda, una fiesta de cumpleaños, una escapada, una cena o cualquier evento que precise de abandonar a la prole en la cuneta –léase en casa de la abuela- durante al menos 24 horas. Y una hace el equipaje como quien se va a Bali, emocionada de tener 24 horas de vida adulta, que 24 horas dan para mucho y más para una madre que sabe multiplicar el tiempo como los panes y los peces … Pero es abandonar a la nena y a los cinco minutos empezar a notar cierta desazón, agobio, melancolía y angustia… y estar frita por volver. Una mierda todo.

Hace unos días nos invitaron a disfrutar de una exquisita cena con cocineros andaluces de prestigio, alojándonos en un fabulosísimo hotel de Marbella con sus cinco estrellas y sus cuatro gigantopiscinas. Probablemente si me hubiera tocado el Euromillón no habría reaccionado con tanta alegría ante la noticia, sobre todo, tras haber vivido una de las semanas maternales más caóticas y perrunas, que en realidad vino a ser como todas las demás, pero con menor tolerancia personal al infierno. Y como digo, todo fue ilusión y algarabía, que hasta me compré un biquini nuevo para darlo todo entre cócteles y piscinas como si no hubiera un mañana o como si se tratara de una quincena de vacaciones en el Caribe. Pobre.

Y a la pelirroja la mandamos con la abuela sin ningún sentimiento de culpa, que bastante tiene una con su mala vida y sus cervicales machacadas como para no darse un homenaje de vez en cuando… Pero como no podía ser de otra manera, fue llegar al hotel y empezamos a echarla de menos –no en plan amor, amor, sino en plan, me falta el apéndice chillón-, a preocuparnos por si estaba bien –que la pelirroja es muy suya- y en lo que disfrutaría en los columpios de la piscina. Y así hasta el día siguiente, cuando terminó el pseudo relax y volví a recogerla con la ilusión de quien va a una cita con Hugh Jackman. 

Y el reencuentro fue como el de los anuncios de turrones de Navidad, todo amor y entrega, besos y abrazos, que parecía que la niña llegaba de estar tres años en un internado austríaco. Y nos encaminamos a casa, felices como perdices, hasta que la nena decidió que quería quitarse los zapatos y andar descalza por la calle y ante la negativa, entró en su habitual estado de locura transitoria y se tiró al carril bici cual suicida ecológica mientras berreaba como una loca. Y entonces la miré, allí tirada haciendo la croqueta y recordé mi daiquiri de piña y mis cuatro piscinas y mi biquini nuevo y no pude entender cómo la extrañé tanto entonces, tanto como ahora echo de menos el ‘¿le traigo otro cóctel, señorita?’. Qué vida perra ésta.   

lunes, 4 de junio de 2012

Madre sí hay más que una. 8.- La falsa madre perfecta

La falsa madre perfecta se escandaliza cuando oye bromear sobre el malvivir maternal y dice cosas del tipo ‘No entiendo cómo se puede hablar así, si cuidar de un hijo es lo más gratificante del mundo’ mientras con una mano pide cita a la manicura y con la otra llama a su madre –que ya está planeando huir a El Salvador donde no hay extradición- para que se quede con el nene. Otra vez.

La falsa madre perfecta no entiende que las otras madres se quejen del cansancio maternal y lo critica abiertamente, alegando que no hay nada más hermoso en este mundo que dedicar tu vida a criar a tu hijo, omitiendo eso sí que esta regla no cuenta para los fines de semana, cuando las pobres abuelas –con los ojitos vueltos del revés y la tensión más alta que la prima de riesgo- se turnan de viernes a domingo, para quedarse con la errante criatura, mientras ella y el padre se relajan del estrés semanal. Ni tampoco cuando llegan las vacaciones, que en lugar de irse en pandilla como la familia Trapp a arruinar la paz de algún hotel cercano y de los otros huéspedes, con manguitos, flotadores, toallas, pistolas de agua y cremas de alta protección llenando mil maletas –que ríete tú de los integrantes de la Operación Paso del Estrecho- y con pataletas, amenazas y gritos, muchos gritos infantiles desestabilizadores, se decanta por una quincena en el Caribe, mientras el nene se queda en casa al cuidado de algún familiar –la abuela no porque se ha olido la tostá y ha huido con el Imserso, que más vale pasar calor en Estepa que una quincena de madre postiza, otra vez- mientras ella se pone morena en la hamaca y toma cócteles de ron, pero sufriendo, sufriendo mucho la ausencia de su pequeño, tanto, que ha de pedir otro piña colada para mitigar el dolor.

La falsa madre perfecta presume de no tener estrés, ni ojeras, ni ataques de bipolaridad, probablemente porque no toca a su hijo ni con un palo, porque amor, mucho, mucho, pero a ver si amplían el horario de las extraescolares y así puede ir a clase de Pilates, después de la de Body Combat, quiero decir, que hay que preparar palmito para el verano y una madre bella es una madre feliz, o al menos, eso decían en el Cosmopolitan.

La falsa madre perfecta, que además suele tener ayuda en casa, suele ir monísima a la calle, con su pelo planchado, su conjunto impecable y sus cejas perfectamente depiladas, que arquea con desdén cuando ve llegar a su amiga, que aparece como recién llegada de la guerra de Afganistán, con cara de desquiciada tras otra nueva noche en vela porque al peque le han vuelto a salir placas en la garganta y el mayor tenía miedo porque había visto los Mundos de Coraline  y se había quedado traumatizado con los ojos recosidos -que sí, que no es una película para niños, pero ella vio dibujos y le cegó la ilusión de una hora y media de silencio y se dejó llevar-, que así lleva una semana o más sin dormir, que no tiene tiempo de ir a la peluquería y de tantas raíces, las mechas se le han vuelto californianas y ni se acuerda de la última noche de fiesta que se pegó –cree recordar que bailó el Aserejé- y juraría que las últimas vacaciones en solitario fueron las de la Luna de Miel, pero que sí, que es una mala madre o una madre desnaturalizada porque no deja de quejarse… con lo bien que lo llevan otras.

(Nivel de identificación personal con la falsa madre perfecta: 0  sobre 10)

Nota aclaratoria: Lo que define a la falsa madre perfecta no es que 'abandone' a la prole cada vez que tenga ocasión (ésa sería la madre no madre, de la que aún no hemos hablado), lo que la define es que, haciéndolo, se jacta de ser una madre perfecta -sin estrés, sin ojeras, sin bipolaridad y amantísima- y además critica a las madres que se quejan de agotamiento, mientras ella vive rodeada de un séquito de ayudantes y de clases extraescolares que le dan el tiempo y el relax necesario para ser persona y así la maternidad no agota, no tanto al menos.

 
Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 1 de junio de 2012

Marketing infantil o cómo hacerle la vida más perruna a una madre

Cuando una no es madre no se da cuenta, imagino que porque está entretenida en sus cosas -pensando en qué vestido ponerse para la fiesta del viernes (tengo los ojos inyectados en envidia)- pero basta con engendrar un bebé y tener que dedicarse a la crianza para ser consciente, entre otras cosas, de cómo el empresariado conspira secretamente para hacernos la vida un poco más difícil y más perruna –al estilo de los demoníacos hermanos Leagan con la pobre de Candi Candi- a los que nos decantamos por la maternidad.

No hay más que fijarse un poco para descubrir las artimañas malignas de algunas cadenas como, por ejemplo, los tortuosos y grandes hipermercados, que sitúan en las cabeceras de todas las cajas millones de paquetes de chucherías, chocolatinas, muñecajos de moda y hasta globos de Epi y Blas -que revolotean alrededor de la cajera y de vez en cuando le dan un cogotazo inesperado-, con la idea de que tú, exhausta después de empujar el gigantocarro de la compra, con el enano dentro berreando como un loco desde que entraste por la puerta, cedas ante cualquier petición del susodicho, ya sean cuatro cajas de Trident de regaliz o un paquete de un kilo de Sugus, todo con tal de gozar de tres minutos de silencio –amenizado con la voz nasal de la cajera anunciando pan caliente, eso sí-.

La pelirroja que aún no entiende el concepto de ‘vale, pero sólo uno’, me protagoniza importantes revueltas violentas cada vez que vamos a un súper, arrancando de las hileras los paquetes de Halls de siete en siete, tirando al suelo todos los huevos Kinder –que menos mal que ahora son de verano y ya no se espachurran que me paso la vida a dieta y luego me he de comer cuatro huevos damnificados por la nena, que ella los pisotea pero se niega a comérselos, se ve que es más voluntariosa que la madre-, metiéndome en el carro los botes industriales de Orbyt y trepando para alcanzar los globos con la cabeza de Hello Kitty en fucsia prostituta con el consecuente pisado de tarjetas de móvil y cajas de preservativos que encuentra por el camino -y que me hacen pensar que en un futuro tendré que dar muchas explicaciones- Y, claro, como no puedo apartarme de la caja porque pagar hay que pagar, pues la violencia se sucede hasta que la cajera despierta del cogotazo globil y me cobra la compra y las dos mil chucherías extra que hemos de atarragar hasta la casa cada semana.

Pero este no es el único ultraje a las madres del mundo, ahora en la mayoría de los centros comerciales y frente a las rampas mecánicas -para que no puedas escaquearte de ninguna manera a no ser que seas Spiderman y vayas lanzando hilachos y dejándote balancear por el recinto, pero vamos, yo ya esto lo he descartado porque lo que es agilidad no tengo mucha- colocan hileras interminables de coches de carreras y helicópteros con luces y sirenas y hasta carrozas de princesas de ésas que se mueven con monedas y que atraen a los niños como con magia negra. Y claro o carroza, dinero y tiempo o pataleta infernal y yo, que soy débil y madre agotada, elijo la primera opción.

También hay tiendas que tienen dentro mesitas con juguetes, uno cree que con la buena intención de tener entretenidos a los nenes mientras compras, pero nada más lejos de la realidad, ya que las ponen cerquita de la puerta a modo de atracción fatal, para que la pelirroja se lance a por ellas de cabeza y se siente a jugar con esos laberintos de madera -tipo atracción de hámster-como si no hubiera un mañana y claro, yo me veo obligada a fingir que voy a comprar algo aunque la tienda sea de deporte –que para mí es como el baile regional checoslovaco- hasta que me aburro de ver raquetas y arranco a la nena de la mesa, sonriendo al enemigo que a su vez, me sonríe maliciosamente como aquél al que le brillaba el ojo en Willy Fog, mientras la pelirroja enloquece y le prometo que mañana volvemos y seguro que lo hacemos y al final hasta me apunto a paddel a ver que voy a hacer si no con la raqueta que me voy a acabar comprando…