miércoles, 27 de marzo de 2013

Fervor pelirrojo


Tal y como ya predije hace unos días, la Semana Santa ha llegado a nuestras vidas como un huracán de malignidad, arrasando con la poca tranquilidad que nos quedaba en casa –que vale que era poca, pero algo nos quedaba- y dejándonos al borde del shock multiorgánico a ritmo de cornetas y tambores.

Como también predije, traté de zafarme de toda cita social que incluyera olor a incienso, tronos con arbotantes, nazarenos con cirio en mano y empujones en las calles nivel San Fermines pero sin toros, pero como también predije tengo la capacidad de enfrentamiento familiar bajo mínimos, la credibilidad nivel Sonia Monroy y el cansancio extremo habitual en mí, que poco favor me hacen frente a la manipulación profesional de la familia, sobre todo de mi madre, que se maneja como nadie en estas situaciones y en pocos minutos acaba haciéndome entrar por el aro y que encima acabe creyendo que todo ha sido idea mía…

Así que desde que sonaron los primeros acordes de la banda de nosedónde de la Pollinica, que es la cofradía que abre la Semana Santa malagueña, vivo sin vivir en mí en un continuo ir y venir de procesiones, tirando de barrigón XXL y de pelirrojismo enfervorizado que aplaude sin descanso y vitorea a vírgenes y cristos y hasta al tipo que vende los algodones de azúcar, mitad hiperactiva y mitad agotada, mientras yo me arrastro a su lado como un zombie de Walking Dead con cansancio crónico y trato de seguir el ritmo familiar, nivel Bolt.

Y lo peor ya no es pasarse horas de pie en una esquina –porque ya os he dicho que tenemos sillas alquiladas, pero al parecer eso no mola, lo que mola es tirarse a las calles a buscar ‘rincones con encanto’ mientras una docena de vértebras me crujen al unísono- ni tampoco son lo peor los pitidos en los oídos que te quedan cuando tienes al tipo del bombo o de la tuba desfogándose a gusto junto a tu oído bueno mientras tú repasas la tabla del 6, ni las amenazas de muerte por aplastamiento de la mano de cualquier trono extragrande que te deja pegada a un semáforo fundiéndote con él como no lo harías ni con Ryan Gosling en una noche de pasión, ni el incienso penetrándote la mente dejándote medio drogada como una tocapiés trastornada, ni las avalanchas humanas que tratan de cruzar siempre justo delante de ti y se llevan a la pelirroja en volandas y te dejan al borde del infarto y del parto natural prematuro a base de empujones en la bartola, ni el tambor o la trompeta que se compró la nena y cuyos alaridos se suman a la contaminación acústica del entorno hostil en el que nos hallamos, ni siquiera es lo peor la vuelta a casa entre ríos de gente muy loca –que nadie sabe por qué, pero la gente se vuelve muy loca en estas fechas- ni que tardes una hora en recorrer quince metros, lo peor es que a la pelirroja le parece lo más de lo más, un sueño hecho realidad y no le importa tener veinte culos delante y no ver más que el palio de la Virgen, ni que le empujen hasta teletransportarla a la otra esquina, ella aplaude enfervorizada nivel talibán suicida, aunque sea frente a una pared, y aplaude y vitorea y grita excitada y cuando termina una procesión, pregunta por la siguiente y luego la siguiente y luego la otra y así hasta que está tan cansada que entra en trance y llega a casa dando bandazos en zigzag como un borracho de feria, riéndose con risa floja y dando palmas y vueltas sobre sí misma y tirando besos y gritando ‘vilgen guapaaa’ con las manos en alto, como una iluminada, mientras se pega dos o tres cabezazos contra la misma pared del salón.

Y sólo estamos a miércoles.

martes, 26 de marzo de 2013

Quejas de una embarazada. Tengo un cigoto gigante


Ya decía yo que esta barriga que tengo, que deja a la de Falete al borde de la anorexia, no debía de ser normal, que ya no hay vestido que la logre cubrir sin ceñirla, ni ojos que no la miren esperando que les cuente que paro esta tarde mismito, justo después de comer, aunque en realidad aún me queden tres largos meses de infierno gestacional y de aguantar esta especie de caparazón XXL que me deja sin respiración al tumbarme.

Pues eso, que mi barriga es grande, más si cabe que la que tuve mientras engendraba a la pelirroja, cuando ya me decían aquello de si traía gemelos –que bueno, el hecho de que la niña ahora dé guerra como si fueran dos, igual quiere decir algo-, pero una tenía esperanzas de que aquello se debía a la obsesión de mi cuerpo serrano y maligno de ir acumulando calorías de aquí y de allá y de almacenarlas sin mi supervisión por si acaso hay un Apocalipsis cerca y me toca sobrevivir de reservas alojadas en las caderas, pero no. No todo al menos.

Al parecer el cigoto es gigante y cuando digo gigante digo más gigante que la pelirroja, que ya pesó sus 4,1 kilos al nacer y que parecía un recién nacido de ésos de las películas de Antena 3 que en realidad tienen cuatro meses y tres pares de muelas. Cigoto es aún más grande y a mis 27 semanas o 28 según le haga caso al ginecólogo o al ecógrafo, el caballero tiene medidas de 30 y pico largo y pesa unos 1,5 kilos. Casi nada.

Mi ginecólogo se ha quedado espantado el pobre ante tales dimensiones y más aún al comprobar que tengo la glucosa bajita, bajita o sea que no es por culpa de ninguna diabetes gestacional ni nada de eso, sino que el señorito viene dispuesto a destrozarme las vértebras y a seguir los pasos de los tíos del pater que alcanzan el 1,90 o las de mi padre o mi abuelo que superaban el 1,85.

Así que me he comprometido a no comer ni un gramo de chocolate y a caminar como una peregrina día sí y día también a ver si puedo contribuir a que cigoto no siga creciendo exponencialmente y acabe abriéndome la barriga de un estallido un día de estos, aunque ya me ha dicho mi ginecólogo que poco puedo hacer por frenar este afán de cigoto de convertirse en Gulliver. Que a ver, que yo encantada de que sea alto y fuerte, un ‘mossuelo’ de buen ver, pero mejor fuera de mi útero, gracias.

Aunque por otro lado, no lo culpo, que igual el hermanísimo ha visto a la pelirroja cuando pega el ojo a través del ombligo y se ha acojonado y ahora está como loco jalándose todo lo que pilla por mis entrañas para ver si gana fuerzas y puede enfrentarse a la bestia parda que le canta nanas desafinadas y a voz en grito desde el otro lado de la barriga. Pobre chiquillo. No le culpo.

NOTA: Pues sí, amores míos, en 'Hija no hay más que una' estamos lampones porque nos metan publicidad, de ahí la aparición de la columna de la derecha donde espero que entren muchas marcas a apoyarnos... Sea así o no, el blog seguirá como hasta ahora, sin cambio alguno sobre el horizonte, aunque si alguien quiere rasgarse las vestiduras por mi interés en ganar unos eurillos con el que financiarme unas copillas para cuando me despreñe, puede empezar a hacerlo... Que no se diga que aquí no apoyamos el melodrama!! Jajajja... Besos mil!! Y gracias por estar ahí porque si las marcas se interesan por nosotros es por vosotros!!! Gracias!!!

lunes, 25 de marzo de 2013

Madre sí hay más que una. 45.- La madre sufridora


La madre sufridora tiene vocación de mártir y no deja que nadie salvo ella se levante las 23 veces por noche que precisan sus retoños aunque se le vuelvan los ojos del revés y envejezca 5 años en tres semanas, y se empeña en darle el pecho a sus hijos, aunque sean trillizos y ella tenga una mastitis que dé miedo de sólo mirarla, que ser madre es muy duro y a madre no la gana nadie.

La madre sufridora apunta al niño al colegio que considera mejor aunque le pille a media hora de la casa y no tenga bus escolar ni coche ni ganas de vivir, y cada mañana tenga que levantarse a la amanecía para empujar el carrito y posteriormente los culos de los niños hasta el centro escolar, en Gambia.

La madre sufridora nunca se compra ropa y es habitual verla con modelos de principios de los 90 que le dan a una ganas de arrancarse los ojos de tristeza infinita, pero no duda en gastarse un pastón cada temporada en conjuntitos completos y carísimos para sus niños, que van hechos monerías y parecen los hijos de la prima rica, que ella pasea por tres euros al mes.

La madre sufridora tampoco va a la peluquería ni usa cremas y no va a ningún sitio sin sus bestias pardas por lo que sus amigas huyen de sus planes torpedos que siempre incluyen comida en el Mc Donalds y, como mucho, una película de dibujos animados de ésas que incluyen bailes y canciones chillonas.

Cuando el padre de las criaturas la apunta al gimnasio, ella cambia el bono a uno familiar y se va con sus retoños a clases de natación sincronizada a lucir en conjunto el gorro 'arráncamelapocadignidadquemequeda' y a multideporte para sudar la gota gorda detrás de los prepúberes, y si le sorprende con una cena romántica, ella cambia la reserva al mediodía y apunta a la prole para poder estar todos juntos lanzándose colines a la cara y haciendo carreras a cuatro patas por debajo de las mesas, para desasosiego del marido y de los otros comensales, que en secreto planean cómo atravesarse la yugular con el tenedor de la carne.

(Nivel de identificación personal con la madre sufridora 0 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 22 de marzo de 2013

Terror semanasantero


La Semana Santa ya está aquí, a la vuelta de la esquina, y ya vivo sin vivir en mí de desasosiego. Y no es que deteste la Semana Santa, es que detesto vivir en el Centro y verme atrapada por tronos de tres mil kilos, nazarenos encapuchados, bandas inaccesibles al desaliento golpeando con ferocidad bombos del tamaño de mi salón, bombas de gas de incienso que enturbian los ojos y la mente, y ríos de gente, itinerario en mano, que invaden las calles sin compasión ni agotamiento desde primeras horas de la tarde y hasta la madrugada, para desconsuelo de mi persona y mi creciente claustrofobia callejera.

Hasta ahora había huido de la ciudad en estas fechas, cambiándole la casa a mi hermana que es una ferviente seguidora de la Semana Santa, pero este año ella no tiene casa en Marbella –junto a la playa y el paraíso- y me toca castigo semanasantero, viéndome obligada a vivirla en primera fila del infierno.

Y lo peor de todo, es que mi familia es fan muy fan y ya está acosándome y haciéndome planes variados sobre cómo, cuándo y dónde ver las procesiones y para más inri tienen hasta sillas alquiladas –con la única idea de que no pueda usar el cansancio extremo del embarazo como comodín del público- y me persiguen cirio en mano para no dejarme vivir.

Y es que lo malo no es ir a ver el desfile de tronos y nazarenos, es que hay como quinientas personas por metro cuadrado, hacinadas con un limón, una manzana de caramelo o un tambor de juguete, a elegir, y una ha de echar una solicitud para poder moverse cinco metros sin que se la lleve la corriente mientras una señorona te mete los pelillos del visón por los ojos, un niño te taladra el oído con una trompeta de plástico que suena como un elefante pariendo y un señor te pone los ojos fucsia y la alergia desbocada del humo de su puro pestilente. Eso es vida.

Y si esto ya es horrible yendo una con su cuerpo serrano, hacerlo con el pelirrojismo que es ‘fan fatal’ de los tronos, tiene que ser un auténtico calvario porque entre que una es asustona y la tatúa hasta destrás de la oreja –como Damián- con el número de móvil de la menda y no le suelta la mano y no le quita los ojos enrojecidos del puro y el incienso y la hipertensión de encima, la nena es dada al despiste y al porculeo y sólo de imaginármelo hiperventilo de mala manera.

Pero lo peor de todo es la vuelta a casa, que como digo, vivimos en el epicentro del fervor y estamos rodeados de recorrido oficial, de pasos oficiales por los que tardas media hora en pasar en los mejores casos, y gente enfurecida que se vuelve muy loca para dejarte paso, en los peores, jugándote la integridad física y las ganas de vivir. Yo estoy por pedirle al alcalde que monte unas tirolinas para los residentes y así al menos podamos llegar a casa a dormir, aunque sea a lo tarzán y jugándonos los dientes…

Así que malvivo los últimos instantes presemansanteros, mientras mi madre, mi hermana, mi suegra, mis amigos, el pater, la pelirroja, mis tías, mis primos y el señor del bar de la esquina me hacen planes y más planes para ‘disfrutar’ de esta semana, cuando yo lo único que quiero es esconderme tras la cortina del dormitorio –que por cierto se me ha encogido en la lavadora- y llorar desconsoladamente hasta que todo termine, aunque entre la gigantobarriga y los pies que me asoman por debajo, fijo que me pillan.

jueves, 21 de marzo de 2013

Cinco efectos del embarazo


1.- Gigantobarriga. Sí, todos pensaréis que es una obviedad porque creeréis que me refiero a una barriga de embarazada al uso, pero no. Me refiero a la mía. A una barriga de dimensiones estratosféricas que no me cabe en ningún sitio, que está aupada y empinada como la de un cervecero empedernido, que no me deja espacio para los órganos vitales –de ahí mi muerte paulatina y en silencio-  y que golpea a la gente en autobuses y aglomeraciones variadas dada mi inconsciencia sobre su tamaño, que muta cada cinco segundos y que me hace mancharme hasta cuando bebo agua como un niño de dos años y me obliga a ir por la vida con más lamparones que el señor Barragán.

2.- Cansancio extremo. No puedo ver nada en la televisión porque es dormir al pelirrojismo y caer en muerte por agotamiento y aunque me resista para fingir que soy joven y vital, acabo dando cabezadas cual anciana y me despierto sin saber en qué día vivo y tan o más cansada que antes. Exijo un Red Bull para embarazadas o en su defecto vivir tumbada estos diez meses como aquella mujer de la telenovela Caballo Viejo que paseaban por el pueblo en una cama de forja. Eso quiero.

3.- Agresividad. Con la pelirroja no me pasaba, pero ahora tengo las hormonas cargadas de violencia callejera –cuando no de tristeza infinita- y gracias a Dios que estoy muy cansada para pelear que si no, ya me hubieran detenido por escándalo público.

4.- Cara de indio ensanchada. Tengo la cara tan hinchada que siempre y a cualquier hora parece que me acabo de levantar y que aún no me he lavado ni los ojos, con una cara de torta que hasta me cuesta sonreír como con una sobredosis de bótox. Vamos, una mezcla del indio de Polttergeist y Carmen Lomana.

5.-  Arqueamiento de espalda. Si la tuviera un poco más arqueada iría por la calle haciendo el pino puente y rozándome la nuca con el trasero. Sobra decir lo que me molesta la espalda –normal, que para eso tiene que tirar de la gigantobarriga- y que tengo los riñones aterrorizados y aplastaditos a pique de un repique de salírseme por detrás. Para el Circo del Sol, vamos.

miércoles, 20 de marzo de 2013

El bautizo


El domingo pasado fuimos de bautizo o, lo que es lo mismo, de avanzadilla de la guerra de Vietnam porque ir con la pelirroja y la familia a cualquier parte es ganarse un pase directo a la planta de cardiología de Carlos Haya o al ala de desquiciados de la López Ibor, según te pille el día.

La mañana ya empezó con dificultad porque la nena se empeñó en ir vestida de princesa con su descosido traje de H&M o en su defecto con el de Pocahontas o al menos con los tacones de miniprostituta rusa de la tienda Disney –amarillos limón, con plumas y una gigantocorazón de plástico rojo en el empeine- y me costó la vida y dos millones de amenazas que desistiera de su empeño y aceptara el traje de niña bien que le había preparado para la ocasión, pero claro, aquella trifulca cuerpo a cuerpo ya me había dejado mitad exhausta, mitad agresiva nivel tigre de malasia, loca porque el pater volviera a repetir aquello de ‘pero si es una niña, qué más da que vaya en tacones’ para darle un cabezazo a lo Pressing Catch y descargar adrenalina. Pero él lo supo y se apresuró a abrochar las merceditas con el corazón en la boca.

Tras unos accidentados viajes y unos continuos cambios de coche al estilo de los payasos de circo, llegamos a la iglesia y de la iglesia a la celebración, que era en un local en la otra parte del mundo o al menos eso creyó mi padre que nos estuvo dando vueltas por toda la ciudad hasta dar con él, mientras yo soportaba estoicamente sobre mis rodillas una tarta de 7 kilos –que había hecho yo esa mima mañana a escondidas de la pelirroja y sus ansias pasteleras, manga en mano y harina en los ojos- encajada vilmente entre mi gigantobarriga y el salpicadero y dado que tengo una barriga espasmódica a causa de la hiperactividad del cigoto, la tarta iba pegando saltos aunque milagrosamente llegó a su destino casi bien. O al menos, mejor que nosotros, que la lluvia ya había erizado mi pelo nivel Diana Ross y mi traje blanco ya era gris perla y mi cara, ya tenía visos de locura.

Ya os podéis imaginar y si no os lo cuento yo, lo que pueden dar de sí 20 niños enfurecidos pegando saltos entre un parque de bolas y un castillo hinchable que inflaban y desinflaban cada diez segundos dejando atrapados y al borde de la asfixia al pelirrojismo y a otros niños más que, por supuesto, creían que aquello era lo más divertido del mundo mundial.

Dado que no podía darme a la bebida dado mi estado afaletado, agarré una botella de Coca cola Zero y me dediqué a fingir que no era madre y a charlar con mis primos y el pater y la familia y amigos y todo aquel que quisiera dejarse comer el cerebro y he de reconocer que lo pasé la mar de bien, aunque eso sí, bajo la inquisidora mirada de mi madre que de cuando en cuando me gritaba ‘pero coge a la niña, ¿no ves que está cansada?’ mientras la niña saltaba cual canguro puesto de éxtasis en el castillo o ‘pero dale a la niña un sandwich que no ha comido nada’ como si ella no supiera que la niña vomita antes que meterse un trozo de jamón en la boca o ‘ponla a hacer pipí’ o ‘lávale las manos’ o ‘duérmela’ o ‘cámbiale los leotardos’ o ‘llévatela a la casa ya’ y así hasta que habitualmente me dan ganas de sacarme los ojos y lanzarlos contra la pared, pero el domingo como que no, que una ya va acostumbrándose a ciertas cosas y empieza a ver normales según qué torturas.

Y de vez en cuando aparecía la pelirroja, cada vez más destrozada. Con los leotardos para echar a hervir -que de tanta mierda que tenían, ya habían creado una suela aislante que le venía estupendamente bien para moverse con soltura entre el gentío-, la gomilla con lazo convertido sólo en gomilla, colgante a ras de la oreja y enganchada con el pendiente, con la cara a punto de explotar de un fucsia flúor intenso… Y todo cada vez peor. Que cada vez que volvía a la mesa entre carreras y fobias y filias con los otros niños aparecía más destrozada, como un borracho deteriorándose a lo largo de la noche, a cada momento con más cara de loca, con los pelos más apunsetados, las manos llenas de inmundicia y los ojos desencajados de beberse todos los restos de Coca Cola que iba encontrando a su paso y que dada su risa nerviosa debieron de ser muchos.

Sin embargo, llegó a casa exhausta, dándonos el tiempo justo de ducharla, darle de comer y ponerle el pijama antes de quedarse frita. Bueno y también le dio tiempo a inundar el cuarto de baño, pero ésa ya es otra historia.

martes, 19 de marzo de 2013

El pater


El pater siempre tiene tiempo para jugar aunque tenga dos revistas por terminar para anteayer y no haya pegado ojo en dos noches, y se tira al suelo a tomar el té con la pelirroja, la Barbie y la Nenuco peinados y mantiene surrealistas conversaciones sobre bailes y princesas y la pelirroja echa la cabeza hacia atrás y ríe como sólo ríe con él.

El pater nunca pierde la paciencia y es capaz de contarle tres veces seguidas el mismo cuento y probarle tres modelos diferentes de ropa hasta que la nena está satisfecha, aunque sea un horror de conjunto, que me tapan con el abrigo para que no me dé cuenta y le haga cambiarla, y salen victoriosos por la puerta y los oigo reír cómplices por las escaleras.

El pater conoce todos los parques de columpios del mundo y no le importa pasarse horas del castillo al tobogán y del tobogán al balancín y la sube a hombros de camino a casa y cantan canciones de los Cantajuegos y del colegio y de los dibujos animados y la gente les mira y les sonríe.

El pater nunca se queja y es capaz de levantarse tres veces por velada si la nena tiene miedo y acurrucarse con ella en su cama de 80 y maldormir todas las noches que hagan falta con sus bracitos regordetes atrapándole la cara y sus tirabuzones rojos sobre los ojos y duerme mejor que nunca. Y ella también.

El pater siempre está dispuesto para hacer de príncipe de su princesa y bailan el vals y dan vueltas por la casa y se hacen reverencias y a la pelirroja le brillan los ojos de entusiasmo y él la coge y le da mil vueltas y a ella se le caen los tacones y la diadema, pero se ríe y lo abraza y lo llena entero de purpurina plateada y a él no le importa aunque tenga una reunión en media hora.

El pater le presta el móvil y el ordenador y la nueva tableta gráfica, aunque se la llene de gusanitos, y le deja sus comics y le da a escondidas los helados que yo le niego y hace el tren hasta la cama y la deja hacer de pinche en la cocina y la aficiona a la leche condensada y a la miel y comparten bol y cuchara y resfriado y juegan a las cartas de las Monsters y al dominó de Imaginarium y nadie sabe quién lo pasa mejor y se hacen cosquillas y carantoñas y juegan a las luchas ‘pero zólo flojito’ y las carreras y las risas se oyen por toda la casa.

Por eso, no importa que a veces dude si lo estoy haciendo bien como madre porque la pelirroja ya tiene al mejor padre del mundo. Y eso es una suerte...

¡Felicidades papá!

lunes, 18 de marzo de 2013

Madre sí hay más que una. 44.- La madre porculera


La madre porculera cree que es la única madre del mundo y ya no es que trate de comerte la cabeza con los avances de su prole, que también, sino que se cree que tiene todo el derecho del mundo frente a cualquiera para cualquier cosa, que para eso es madre y sufridora.

Así, la madre porculera se hace la loca en la cola de los servicios porque su niño se hace mucho pipí, aunque tú y la tuya estéis en la cola con las piernas cruzadas desde hace media hora y con la vejiga a punto de salírsete por el ombligo. Pero es que ella es madre.

La madre porculera es la que se pone en primera fila en cualquier evento aunque llegue la última y se coloca al niño a hombros aunque detrás haya una caterva de chiquillos locos por ver algo de lo que se cuece delante de la madre porculera y su hijo. Pero es que ella es madre.

La madre porculera se cree que es la única que está embarazada y requiere de todo tipo de atenciones de parte de cualquiera, así, no sólo se cuela en todas partes sino que pide el primer trozo de tarta en un cumpleaños, se sienta la primera en cualquier reunión aunque no haya asientos para todos y haya veinte ancianos y tres discapacitados sudando como pollos. Pero es que ella está embarazada.

La madre porculera es la que siempre pregunta en las reuniones del colegio las extrañas cuestiones que sólo atañen a sus hijos –como si come o no en el comedor en una reunión de material escolar- y que a los demás les traen al fresco, monopolizando a la señorita día sí y día también y si alguien osa a hacer una pregunta cuya respuesta no le interesa, salta por encima, formulando otra y acallando la voz de la otra madre que prudente, se hace pequeñita en su silla, mientras la madre porculera saca una libreta y enumera una a una las necesidades de su hijo o las suyas. Pero es que ella es madre.

La madre porculera se mete en las piñatas para darle a su hijo veinte pares de aspitos, ‘porque es muy chico y no entiende’ probablemente como los otros diez chiquillos que hay alrededor y que se quedan con media piruleta pisoteada mirándola con cara de resignación. Pero, claro, es que ella es madre y, además, madre porculera.

(Nivel de identificación personal con la madre porculera 0 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

domingo, 17 de marzo de 2013

Mi primer soborno. Cajita Nonabox


Qué ilusión tan grande. Ya tengo mi primer soborno y me ha llegado de la mano de Nonabox, una empresa que por 25 euros al mes te hace llegar una caja preciosísima llena de artículos para el bebé, con la idea de que descubras nuevas marcas y productos y según aseguran, el valor de la caja es siempre superior a los 25 euros.

A mí la verdad es que hay pocas cosas que me gusten más que las sorpresas. Que las buenas, claro. Y de hecho siempre era (y soy) de las que se dejan engañar por los ya casi desaparecidos 'sobre sorpresa' que vendían en los mercadillos y ferias y aun sabiendo que dentro sólo iba a haber una porquería y que mi hermana se pasaría dos días riéndose de mi inversión, la emoción era maravillosa.

Así que imaginad lo que es para mí recibir una cajita llena de cosas bonitas por descubrir...
Os cuento que ésta es la del mes de febrero que es la que he recibido, aunque han prometido sobornarme con dos más. Marvellous.


 



1.- Un arrullo de aden+anais. Más que un arrullo parece una gasa para echar los gases porque es una muselina 100% algodón la mar de gustosa, pero dado que es muy amplia y con un estampado de estrellitas me parece una gran opción para arrullar al cigoto este verano, que igual se cuece con la toquilla. Además, al parecer, las muselinas están ahora muy de moda entre las celebrities y yo no voy a ser menos...

2.- Babero de rayas de Pasito a Paso. Una monada y además tengo la suerte de que me ha tocado en celeste. Cigoto está en racha.

3.- Un portachupetes Clip-clap de Chicco. El diseño es un poco básico y no muy bonito, la verdad, pero me parece una opción muy práctica para llevarlo enganchado al manillar del carro porque viene con una correa con velcro. Así no me pasaré angustiosos minutos buscando en el gigantobolso entre pañales y restos de gusanitos.

4.- Jabón Melagyn Pediatric de Gynea. Me encanta. Es un jabón íntimo infantil con propiedades antimicrobianas, antiinflamatorias y antipruriginosas. Sin parabenos, colorantes ni perfumes. Para lavarle el culete a la pelirroja y evitar que le pique y me monte escenas en la calle con las braguitas por las rodillas. Ay..

5.- Pañales Bio Baby de Moltex. La verdad es que yo soy de Dodot y Huggies y dado que cigoto no ha nacido no tengo ni idea de cómo serán. Pero sus materiales naturales y biosostenibles me molan.

6.- Chupete Ico Baby. Estoy segura que son los que usaré con el cigoto porque aunque es más feo que los decorados y no puede combinarse con la ropa, son blanditos y no se hincan por las noches en las miniboquitas, vamos que son mucho más cómodos y eso es lo que importa, digo yo. O eso dice mi madre, que es la que manda. En mi casa y en toda Europa occidental.

7.- Crema antiestrías Bepanthol de Bayer. Me viene que ni pintada para el embarazo... Es cierto que yo soy más de aceite, pero tiene una textura muy buena y fresca y huele taan bien... Me gusta. Y a la pelirroja también que está lampando por echársela...

Y lo mejor de todo es el packaging tan bonito que trae...  Una cajita preciosa con lazada y con su papel de seda y un corazoncito de pegatina... una monada!! Ay, quiero la próxima y la quiero ya!

Si queréis conocer más sobre nonabox, pasaos por su web http://nonabox.es/

Y si alguien más quiere sobornarme que me escriba a hijanohaymasqueunagraciasadios@gmail.com Qué me gusta un soborno, maremía!

viernes, 15 de marzo de 2013

Cinco razones para SÍ llevar a la pelirroja al comedor escolar


Ahora, con todos los argumentos en la mano que me dieron las lectoras ayer en pro del comedor escolar, estoy replanteándome la situación y descubro excelentes razones para apuntarla y perderla de vista unos minutos extra al día. Que una es muy voluble y tiene la personalidad de una coliflor rehogada. He aquí:

1.- Porque comer sola no tiene precio y aunque haya que iniciar la ruta senderista a las tres de la tarde, una irá con mayor ánimo y relajación después de un almuerzo sin atragantamientos varios ni lesiones en la traquea… y si no, pues mandamos al pater a recogerla que para eso él no tiene un cigoto dentro en continuo estado hiperactivo

2.- Porque lo que voy a ganar de asueto es hora y media de ruina, pero para una madre acostumbrada como yo al malvivir del pelirrojismo, 90 minutos dan para mucho y no me imagino la idea de poder ver un telediario entero sin Mickeydanzas delante de la tele ni súplicas por Dora la Exploradora.

3.- Porque si en el colegio descubren su identidad maligna, más en consideración me tendrá su maestra y más entenderá que la niña lleve los pelos de Almodóvar día sí y día también, y además entenderá mi cara de loca y mi chepa de Igor a causa de mi agotamiento maternal extremo.

4.- Que si no come, que no coma, aquí el problema ya es de la monitora. Tonto el último.

5.- Que cien euros no son nada y puestos a que dado mi nuevo estado de embarazada ballenato poca ropa decente me cabe, no podré utilizarlos para ampliar mi armario. Que sí, que soy parada y pobre, pero una hora y media al día de libertad bien vale hacer un sacrificio… Aunque igual el colegio sube la cuota si sospecha de mis intenciones.

jueves, 14 de marzo de 2013

Cinco razones para no llevar a la pelirroja al comedor escolar


Tras vuestros consejos de dejar al pelirrojismo en el comedor escolar (cosa que no creáis que no he pensado unas mil veces), os paso a exponer las razones que me desalientan para ello:

1.- Porque ya es suficientemente infernal tener que iniciar la ruta senderista diaria a la una y poco de la tarde cuando el hambre empieza a apretar y el agotamiento del mediodía empieza a fustigarme como para comenzar mi periplo a las tres de la tarde, con el sol en el cogote como en una película mala del Oeste y dando cabezadas por las esquinas, para volver a la casa a las tantas jigonas con ganas de arrancarme el páncreas. Porque hay que recordar que la nena sólo tiene clases por la tarde dos días a la semana.

2.- Porque no quiero que en el colegio descubran su verdadera identidad de ser maligno incombustible y sin entregarse jamás al desaliento, para que acaben echándomela a la calle tras una lucha a albóndigas con tomate o tres derramamientos consecutivos del agua sobre la monitora, así que ante el riesgo de tener que acabar educándola en casa como una moderna trasnochada y multiplicar mi malvivir, soy capaz de cualquier cosa.

3.- Porque la niña no come más que potitos y si no hay, no come. Que a ella lo de comer como que no. Que es como un dromedario capaz de aguantar seis semanas con dos yogures de fresa. Y si la llevo al comedor no me come y no es que me preocupe demasiado, aunque sí su probable debilidad futura y sus resfriados en cadena que me acercan a la muerte cada vez que aparecen. No más mocos, no más tos, no más fiebre. Gracias.

4.- Porque soy una mujer parada y los 100 euracos que me cuesta la broma de meterla en el comedor bien puedo invertirlos en la nueva colección de primavera que me mira con ojos golosos desde las perchas. Sé que esto está muy feísimo, pero es la verdad. Aunque si del comedor saliera a las cinco de la tarde otro gallo me cantaría. Incluso a las cuatro. Pero a las tres es ruina ¿no?

5.- Porque una de las pocas cosas que hace la nena sin protestar es ir al colegio, al que de momento adora, por lo que la idea de que allí la obliguen a comerse unos macarrones, me aterroriza –no porque sufra, Dios me libre, que yo estaría encantada de que la obligaran a comer fabada y la hicieran una mujer de mundo- sino porque entrara en bucle de violencia callejera cada día y le cogiera al colegio el mismo miedo que a ‘Malécica’ y tuviéramos un episodio de la guerra civil cada mañana antes de lavarnos la cara. Con lo que yo ya tengo encima...

miércoles, 13 de marzo de 2013

60 minutos en el infierno


Como todo loco que se precie, la pelirroja tiene días buenos y días malos, aunque a veces calculo que la única diferencia entre ambos es el ánimo con el que yo me enfrente a sus fechorías, porque lo que es un día de tranquilidad y sosiego como el que le dan a sus madres algunos niños lacios de las películas, pues como que no. Que de ésos no tenemos, vaya.

Y sus ocurrencias malignas bien pueden alargarse a lo largo de todo el día o fingir ser una niña bien y concentrar todo su poder demoníaco en tan sólo un par de horas o incluso en menos como fue el caso de ayer mismo cuando un poder sobrenatural se apoderó de ella y me dejó al borde del coma.

Como era martes, la nena tenía colegio por la mañana y por la tarde, así que mi gigantobartolón y yo fuimos a recogerla a la otra punta del mundo, esto es el colegio, para traerla hasta casa, darle de comer como los pavos y volver a la ruta senderista hasta el colegio, nuevamente con la lengua fuera y la comida en el cogote.

La niña ya salió disgustada del colegio porque la seño le había regañado y ella que es muy ‘drama queen’ para estas cosas estaba acongojada desde entonces. Pero el auténtico drama surgió cuando vio que llovía y supo que no íbamos a poder ir a los columpios a esperar a que saliera la prima Laura -que también venía a casa a comer y que aunque tiene nueve años más que la pelirroja, ejerce sobre ella un poder hipnotizador que a mí me viene de fábula- y entró en bucle de llanto mortal con intento frustrado de vomitona a medio camino sobre los zapatos de la prima, que agunató estoicamente la jugada.

Yo trataba de no hacer caso a su pataleta hablando con la prima mientras la niña se me cruzaba delante cortándome el paso y enroscándose en mi abrigo con las manos en la cabeza y pegando unos gritos lastimeros y terroríficos como las madres palestinas en los documentales de la 2 tras un bombardeo israelí y la gente consternada me preguntaba que qué le pasaba, sospechando que yo le había arrancado a la niña el riñón de cuajo, como poco. Y yo sonreía y fingía ser una buena madre cuando en realidad hacía cuentas para ver cuánto me costaría un billete abierto al Caribe o al Congo Belga.

Así que con empujones, barrigazos, amenazas marujiles dedo en alto y llantos y mocos para parar un tren, llegamos a casa con ganas de encamarnos por un mes, pero no podía ser… Antes la niña tenía que mancharse de potito el chándal del uniforme y refregarse el lamparón por toda ella hasta lograr un aspecto general de indigente, inundar el sofá en yogur de fresa y tras mi fantástica idea de sentarla a pintar con el baby puesto para que me dejara hacer la digestión durante quince segundos, acabar con las manos empapadas en pintura amarilla y con media pared llena de pinceladas rojas que ella misma trataría de limpiar con una toallita desmaquillante, logrando un efecto rosado chicle sobre toda la pared. Todo en menos de 60 segundos. Lo juro.

Y cuando una creía que la cosa no podía ir a peor, en los próximos treinta segundos que la pierdo de vista y me siento a degustar una Copa Danone con la prima Laura, la pelirroja vuelve del baño con cara de culpa y un sospechoso olor a mentol y tras un ‘yo no he zío, ze ha caído zolo’ salgo corriendo para descubrir que ha volcado los 75 cl de enjuague bucal con terrorífico olor a dentista por todo el suelo del baño, haciendo especial hincapié sobre el soplón, que por supuesto aún estaba enchufado y que no nos ha explotado de milagro.

Dos fregonas después, un eterno lavado de manos en el que ha acabado mojándose las coletas y un conato de suicidio contra el quicio de la puerta, concluyeron los 60 minutos de asueto entre colegio y colegio y antes de que terminara echando la casa abajo y yo acabara con una crisis de ansiedad, el pater se la ha llevado de vuelta a la escuela a que martirice un rato a la seño que ya ha envejecido 5 años desde que inició el curso. Pobre mujer que no sabía lo que se le venía encima cuando hizo la preinscripción de la Universidad.

martes, 12 de marzo de 2013

Quejas de una embarazada. El martirio del segundo embarazo. 1.- Las náuseas en compañía

Ya os he confesado alguna vez que para mí el embarazo es uno de los estados más tortuosos a los que puede someterse una mujer y que en el caso de que existiera la posibilidad de comprar un útero de plástico donde se pudiera gestar el niño y colocarlo encima de la mesa del salón para ir viendo su evolución, rehipotecaría mi casa para comprarlo y así evitar estos diez meses de infierno, náuseas y estrías.

Y es que el embarazo es un goteo de malestares continuos, aderezados por pequeñas alegrías para que la gente pique y se preñe y que te da el malestar de poco en poco para que no acabes de confiarte ni mueras de malvivir, así en los primeros meses tienes las vomitonas infernales pero no tienes barrigón inflexible en plan caparazón de tortuga, y cuando tienes el barrigón ya no tienes náuseas pero si ardores y así vas esquivando como puedes un todo incluido de molestias y que conste que cuando digo molestias estoy siendo la mar de generosa.

Bueno, pues si el embarazo ya es un tormento en sí mismo, cuando se trata del segundo y ya hay una criatura danzando por la casa y reclamando tus atenciones la cosa se complica hasta límites insospechados. Y es que cuando la primera vez te levantabas con un aluvión de vómitos en cadena en plan ‘Este niño es un demonio’ siempre podías hacerte la muerta en la cama o tirarte a dejarte morir en el sofá y así entre telebasura y revistas y cuerpo en ovillo, el malestar era menos malestar. Un poco al menos.

El problema es que cuando ya no eres tú y tu cuerpo serrano sino que hay otro ser vivo fuera de tu útero que clama por tu atención, no es que ya no haya posibilidad de tirarte a la bartola sino que ni siquiera la hay de encajar la cabeza en el WC sine die, sin que la nena se arrodille a tu lado buscando lo que presuntamente has perdido y gritándote a la oreja ‘¿Qué paza, mamá, qué paza? ¿Qué hay ahí?’ bordeando la barrera del sonido. Y no te queda otra que fingir que estás bien para que no trate de cuidarte, porque aunque muy tiernos, esos cuidados son físicamente muy dolorosos, que aún recuerdo cuando la pelirroja me quiso echar cremita en la cara por un eczema que me había salido junto a la nariz y acabé con las pupilas inyectadas en crema Nívea.

Y claro en el primer embarazo prohibías al pobre pater usar colonia o cocinar según que comidas que podían matarte con sólo mirarlas y más o menos ibas tirando, cruzando de acera si veías una freiduría o cambiando de canal si salía un anuncio de Telepizza…  pero bien… pero ahora, ahora qué hace una con ese peste a aceite rancio de las plastilinas o el olor que te palpita directamente en el hipotálamo a gusanitos naranjas que lleva la nena espachurrados entre los dedos o los zumos ésos que tienen leche y que huelen como a matojos. Pues vomitar. Una y otra vez. Como si no hubiera un mañana. Mientras la nena te sujeta el pelo y te hinca los codos en la espalda, lesionándote un par de vértebras.

Lo peor es que el tema de las náuseas en el segundo embarazo es sólo el principio. Hay más. Mucho más. Pero ése será otro capítulo.

lunes, 11 de marzo de 2013

Madre sí hay más que una. 43.- La súper mamá


La súper mamá no es la mejor de las madres, pero lo parece y con eso ya basta para ser envidiada y en ocasiones hasta detestada por sus congéneres por hacerte sentir una chapucera día sí y día también. Y es que la súper mamá siempre es la más ingeniosa a la hora de disfrazar a su prole y no sólo diseña ella misma los trajes, sino que los cose primorosamente y le da esa gracia de disfraz de película mientras tú llevas a la tuya con un vestido de princesa de 15 euros de H&M con el volante descosido.

La súper mamá siempre prepara las fiestas de cumpleaños más divertidas y con la decoración más cuidada y cuqui, que encandila tanto a los niños como a las mamás, que entre bocado y bocado de deliciosa tarta de chocolate blanco con chantilly –hecha por ella misma, por supuesto- y que parece recién traída de una pastelería francesa de lujo, tratan de memoriza algunas ideas para copiarlas en el próximo cumpleaños de su niño aunque al final acabes por alquilar el local de bolas de cada año y abandones la decoración a los tres Mickeys falsones y de cartón que cuelgan sobre la pared.

La súper mamá siempre piensa en todo y entrega regalos personalizados en todas sus fiestas para los invitados y además organiza divertidos juegos de piratas y tesoros y gincanas y cuentacuentos y un sinfín de juegos de nivel profesional que dejan a los niños boquiabiertos.

A la súper mamá se le da bien casi todo y lo mismo le cose el disfraz de campana de la función de Navidad a la nena, que ríete tú de Oscar de la Renta que te hace unos muffins de manzana y canela o un belén de poliespán que quita el hipo.

La súper mamá es la preferida de la maestra porque cada vez que se piden víveres para la fiesta del colegio, frente a los paquetes de patatas fritas y botellas de fanta y batido que traen las demás mamás –si se acuerdan- ella viene con una cesta de magdalenas de arándanos, una tarta de plátano y chocolate y unos minibocadillos de queso fresco con albahaca que se agotan antes de que pueda posarlos sobre la barra, mientras que tú escondes el bizcocho que no te ha acabado de subir en el horno y que en casa te parecía que iba a romper la pana.

La súper mamá participa en todas las actividades de padres del cole y es la mejor en todas ellas, dejando a la altura del betún a las otras madres que no tienen nada que hacer con sus cutreatuendos frente al traje de la Sirenita con pedrería y cola incluida que lleva puesto la súpermamá y que bien podría servir para un desfile en Victoria Secret y que por supuesto nubla la vista de los 25 niños de la clase, mientras tú y tu gorro de los chinos, mordéis el polvo en una esquina.

(Nivel de identificación personal con la súper mamá, 3 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

domingo, 10 de marzo de 2013

Regalos, sobornos y otras maravillas


A ver, a mí me gustan los regalos y me gustan más que a nadie de este mundo mundial, de ahí que no sólo me muestre súper efusiva cuando alguien me compra algo, sino que también y para no tener que esperar a que esto ocurra, soy de comprarme a mí misma cositas bonitas cada vez que puedo para calmar mi ansia consumista… todo lo que mi maltrecho bolsillo a causa de la crisis del demonio puede permitirse… que no es todo lo que quisiera. Ay.

La cuestión es que desde que este blog empezó a darse un poquito a conocer –gracias a vuestra inestimable ayuda e interés, amores míos- algunas marcas me han ofrecido algún regalito para la pelirroja o para el cigoto que está por venir a volverme loca del todo, pero una por aquello de no estar acostumbrada a estas cosas y por no ver muy claro cómo dar el agradecimiento en este blog sin hacer un post coñazo sobre el tema, restándole parte de su propia identidad a este blog –que más que un blog en una columna online con fantásticos seguidores- me negué siempre. Y me quedé sin regalitos.

Y bueno, no lo llevaba mal del todo hasta el sorteo, cuando vi tanta cosa bonita y que ninguna sería para mi persona, así que tras un ataque de envidia nivel hermanastras de Cenicienta he decido crear una nueva sección que se publicará los domingos, con la idea de no afectar a la publicación diaria de post y a nuestra rutina habitual, que se llame ‘Regalos, sobornos y otras maravillas’, con la idea de dejarme sobornar –al estilo Cuore- por algunas marcas –no por todas, oiga, sólo por las que tienen ‘bonituras’- y tener un espacio para poder agradecérselo a boca llena…

Así que ya sabéis, todo seguirá igual, pero si recibo alguna propuesta de soborno que mole, habrá post el domingo, un post extra, contándoos qué regalito nuevo tengo, sus características y los primeros usos que el pelirrojismo, el cigoto o yo podremos darle, que seguro que será caótico, como nosotros…

Pues eso es todo. Quiero regalos. Muchos. Bonitos. Prometo ser agradecida. De hecho, voy a escribirle a Loewe, que ahora que va a cambiar la cúpula igual me mandan un Amazona… Puestos a pedir…

viernes, 8 de marzo de 2013

Cinco maneras de enfrentarse a la humillación pública


Una lectora me pedía ayer que explicara las diferentes maneras que tengo de enfrentarme a las humillantes situaciones protagonizadas por la pelirroja y lo cierto es que estuve dándole vueltas toda la tarde en busca de las maneras más habituales que tengo de atajar estos asuntos, concluyendo que no tengo ninguna. Ninguna buena quiero decir. Pero básicamente me muevo, de manera inconsciente, entre las siguientes actitudes frente a la vergüenza y el sonrojo maternal.

1.- Huyendo. Esto es poco práctico si la persona afectada por la poca vergüenza pelirrojil mantiene o mantenía una conversación conmigo, pero siempre podemos tirar de alguna excusa lamida tipo, 'Perdone pero es que la nena se hace pis y no me fío ni un pelo'. El que se lo crea o no es lo de menos, la cuestión es huir lo más rápido posible, así que da igual usar lo del pis que un viaje de Misiones a Uganda, la cuestión es salir pitando de allí.

2.- Fingiendo ser sorda. O rumana. A mí se me da muy bien hacer como que no he oído lo que la niña ha dicho habitualmente haciéndome la distraída mostrando una atención desmesurada sobre un graffitti callejero que pone 'te quiero, peke' o sobre los horarios de guardia de la farmacia,  la cuestión es que los demás crean que no has oído nada. El problema es que la niña también lo sospeche y le dé por repetirlo. En ese caso, huir sin mirar atrás.


3.- Regañarle por lo bajini. Ésta es probablemente la peor de las opciones que tenemos. Por un lado, está bien para que tus conciudadanos vean que eres una madre responsable y formal que trata de educar a su asalvajada prole, pero por otro lado no harás sino aumentar la afrenta, ya que la nena justificará sus actos argumentando y repitiendo la frase en cuestión hasta el infinito y más allá. Si eres una persona medianamente empática, no querrás que la víctima se entere -o vuelva a enterarse- de que tiene el culo muy gordo o que huele muy mal. Lo mejor hacer la vista gorda.

4.- Cambiar de tema. Todo niño tiene un tema que le apasione, que bien puede tener que ver con los nombres de los Pokemon -más complicados que los de los Reyes Godos-, con el ranking de qué princesa Disney es más guapa o el siempre infalible '¿qué regalo vas a pedirte para tu cumpleaños?'. Lo normal es que entren en verborrea imparable y ya no haya espacio para más declaraciones desvergonzadas. 

5.- Si todo lo demás falla o no encaja con el momento del mal rato vivido, siempre puedes recurrir a la última opción, la de fingir no sólo que no eres su madre sino que ni siquiera la conoces. Un rápido movimiento de cadera podrá aislarte de la situación de peligro y mantenerte a salvo entre las faldas de nueva temporada hasta que el peligro haya pasado. La nena lo entenderá y si no, siempre le quedará el psicólogo. Esto es la guerra.

jueves, 7 de marzo de 2013

Los niños pobres


La pelirroja ha salido caprichosa como su madre y cuando digo caprichosa me refiero a consumista voraz o, por lo menos, a su intento de serlo y cada día se me para ante todo escaparate que contenga cualquier cosa que llame su atención, ya sea un disfraz de lagarterana, la Barbie gimnasta de mallas plateadas o la nueva colección de primavera de cualquier tienda hortera donde el fucsia flúor y la lentejuela sean los protagonistas.

Y yo tengo que negociar con tiento como si lo hiciera con el comandante jefe de las FARC porque si no uso las palabras adecuadas y en ocasiones -sí, lo sé, soy lo peor- alguna falsa promesa que luego se le olvide al cruzarse con el próximo escaparate, es capaz de entrar en estado epiléptico y representarme el dos de mayo de camino adónde quiera que nos dirijamos y eso agota. A mí y a los que están alrededor.
A veces, negociamos que le compro un regalito si recoge todos los juguetes, si se porta bien en la consulta del pediatra o si se pasa la tarde con su primo Ale sin pelearse ni una sola vez y entonces me la llevo a cualquier chino y le compro cualquier porquería con la que la tengo contenta y entregadísima un par de horas.

El problema es que la nena que no es tonta y entiende de transacciones comerciales más que el mismísimo Bárcenas, le ha dado por regatearme cual marroquí del zoco pero en macrosuperficie china, que mejor que un libro de colorear, dos, y un paquete de ceras o un bate de beisbol de plástico o una pintura de uñas con purpurina o tres libretas de las princesas y todo es un ir y venir de tiras y afloja.

Así que no me quedó otra que tener una larga charla con ella y explicarle que todo no se puede tener -me recordaré esto cuando llore frente al escaparate de Louis Vuitton-, que con el dinerito hay que comprar muchas otras cosas como comida y la casa y muchas facturas y que hay niños que no pueden comprarse nada porque sus papás no tienen dinerito y que son buenos y se conforman aunque no tengan regalos ni puedan comprarse helados ni los yogures que les gustan. '¿Y no comen, mamá?' Y ahí le vi un brillo en la mirada como de lampar por la miseria y evitar guerras gastronómicas, pero yo fui más hábil y le dije que sí que comían, pero no potitos de los buenos como ella, sino que tenían que comer lo que había y que costara menos dinerito.

Aquello debió de calarle hondo porque desde entonces me tiene soltando monedas a toda estatua viviente o cantautor venido a menos que nos encontramos por la calle 'pa loz yogurez, mamá' y claro, no puedo decirle que no, que para eso la he concienciado yo del drama social y ahora tengo que pagar mi pena.

Pero eso no es lo peor, ni mucho menos, ni siquiera teniendo en cuenta que todas las estatuas humanas del centro de Málaga nos hacen reverencias a nuestro paso, sabedoras de que somos sus nuevos mecenas... Lo peor es que ahora la niña no se saca de la cabeza lo de los niños pobres y no para bien precisamente...

El otro día le compré un potito de un sabor al que no suele hacerle mucha fiesta, pero era el único que le quedaba a la farmacéutica y era eso o que no probara comida en el restaurante al que íbamos, así que lo cogí y  mientras la nena procedía a comérselo con el pater fui al servicio a lavarme las manos y antes de llegar escuché su voz gritona que vociferaba 'Ezte no ez, papá, ezte eztá malo y ez un potito de niñoz pobrez, de los maloz, ez de niñoz pobrez, papá'.

Y no supe si salir corriendo a amordazarla con una servilleta y explicarle a los comensales de qué iba aquello o esconderme en el servicio hasta el día de juicio final. 

Sobra decir que opté por lo segundo. Por eso y por dejar de generarle conciencia social. Mejor así.