lunes, 30 de septiembre de 2013

Suegra sí hay más que una. 5.- La suegra mártir


La suegra mártir se pasa el fin de semana tomando cafés con las hermanas y viendo los últimos estrenos de cartelera, pero cuando vais a verla de visita, os recibe con cara de pena y se cruza la bata como si la acabaran de sacar de una patera para explicaros lo mal que se encuentra, que le duelen hasta las cejas desde sólo dios sabe cuándo, sólo que ella no se queja ‘porque ya sabéis que a mí, a prudente no me gana nadie’.

La suegra mártir se queja de que nunca le llevas los niños a casa ‘con las ganas que tiene una de ver a sus nietos, que es lo único que me anima que me paso el día aquí metida y me voy a volver loca’ aunque se los lleves dos veces por semana y cuando llegues la pilles peinada de peluquería y con las uñas de gel puestas, ‘que ya ves, no sé ni cómo me las han podido poner, con el brote que tengo de soriasis que no levanto cabeza’.

La suegra mártir dice que no puede ir al cumpleaños de tu hijo porque la pilla de crucero pero luego se pasa dos meses echándote en cara, suave como un guante, que no ha podido ver a su nieto soplar las velas ‘que ya ves tú, hoy en día uno celebra el cumpleaños cuando quiere y con sólo tres días más, le hubiera podido ver, pero claro…’.

La suegra mártir hace lo que le da la gana, pero para que no puedas poner mala cara, pone cara de perro apaleado con retortijones. Así si te compra 18 pares de leggins aunque los odies más que las espinacas y ella lo sepa porque lo habéis hablados dos millones de veces, te dice ‘ay, sólo espero que te gusten porque me ha costado la vida encontrarlos, vamos, que destrozadita llegué a casa buscándolos en color verde manzana, que es el que te gusta, ¿no?’.

La suegra mártir siempre que viene a tu casa llega precedida de una serie de catastróficas desdichas, que si los taxis no la paraban ‘que claro que como una está vieja’, que si tu suegro no ha querido traerla ‘él nada más que quiere dominó y fútbol, con lo que yo hago por él’ y en el autobús nadie la dejaba sentarse ‘con el dolor de pies que traía, que tengo el juanete para haberme quedado en casa’.

La suegra mártir se ofrece a quedarse con tus hijos pero cuando los recoges siempre te cuenta, despacito y con buena cara para parecer más buena gente, que ha sido muy feliz con los nietos, con lo que ella los quiere, pero que vamos que ni dormir ha dormido porque los niños querían dormir cada uno en una cama y al final ella se fue al sofá ‘para que durmieran tranquilitos, aunque ya sabes como tengo la espalda, pero bueno’ y bueno, ni tiempo para comer ‘que mira que el médico me ha dicho que no me salte comidas, pero no me importa’ ‘y la novela a ver si me la veo en Internet porque la niña quería ver Peppa Pig y claro a mí no me importa aunque ya ves tú, justo hoy era el día en que se declaraba Norberto y mira que tenía ganas de verlo, pero vamos, que yo encantada’… 
A partir de ahora, cada lunes, un nuevo modelo de suegra en ‘Suegra sí hay más que una’. Es hora de sacar la lengua viperina que Dios nos ha dado, criticar, desahogaros y puntuar a la vuestra con nuestra típica puntuación del 1 al 10… Yo me abstengo, que para eso mi suegra es un primor –y me lee- jajjaja, pero vosotros podéis dejaros la bilis… No sé por qué me da que va a haber muchos comentarios anónimos… A criticar!!! Y que no se ofenda nadie, que esto es para divertirnos!!

viernes, 27 de septiembre de 2013

Condenada


Cuando me decidí a meterme en el negocio de la crianza, pensaba que sería una madre molona, de ésas que se pasan el día haciendo cosas divertidas con sus retoños, contando cuentos a la luz de una linterna y organizando todo tipo de actividades mitad educativas mitad lúdicas con las que ser una madre súper guay, envidiada por los otros niños y, por supuesto, por las otras madres. Con lo que eso molaría.

A medida que avanzaba el embarazo y tras los primeros meses de estrés de mi recién estrenada maternidad me di cuenta de que probablemente no iba a ser una madre tan guay, básicamente porque quería abrirme la frente contra el quicio de la cuna de puro agotamiento, porque la paciencia no me daba para mi nuevo estilo de vida basado en cambiar pañales, dar biberón, poner a eructar, bocanada, cambiar ropita, volver a dar biberón y cada tres horas arrancarme los ojos de las cuencas de desesperación, sin peinar desde el día del parto y con cara de estar entrando en un trastorno mental severo. Eso me hizo sospechar de que igual no iba a tener talante para ser una madre guay, pero desde luego, lo que jamás me hubiera imaginado es que yo fuera a convertirme en una madre regañona. Con lo poco que me gustan.

Y desde entonces y aunque trato de evitarlo me paso el día regañando, amenazando, sobornando, castigando, vociferando y dejándome las pocas energías –fruto de la cafeína y mi dosis diaria de Pharmaton- por las esquinas de allá donde vaya con mis churumbeles sembrando el caos y la locura.

Que si que te comas la comida o no te harás fuerte y no podrás apuntarte a baile, que mira que no te apunto ¿eh?, que si recoge tus juguetes o te los tiro a la basura, que si deja a tu hermano tranquilo o te castigo sin tele, que si para ya de llorar que pareces un bebé y me vas a dejar sorda que llevas ya una hora y media, que te he dicho que comas o se acabaron los helados ¡para siempre!, ¿pero qué parte de que cierres los ojos no has entendido?, acércate y déjame peinarte o no vamos al cole, ¡que comaaaaaaas te digoooo! Y cada vez de una manera más violenta hasta que la cabeza empieza a darme vueltas y a salírseme espuma por la boca y todo esto mientras el pater me mira como si fuera una loca desconocida y desquiciada que acaba de colarse en casa, la pelirroja me ningunea y el hermanísimo pone caras de terror cada vez que pego un grito. Pobretico mío.

Así que el otro día se me ocurrió dejar de ser la madre regañona y probar a dejar que las cosas fluyeran como dicen las tocapiés –y el pater cuando me da sermones-, dialogando, aconsejando y dejando que el resto de la familia se las ventilara, mordiéndome la lengua hasta morir atragantada y dedicarme a ser la madre guay, que seguramente envejece menos y más tarde.

Después de unas horas con mi nuevo y relajado yo –que en realidad era el mismo yo, pero maldecía en secreto- la situación era la siguiente: la pelirroja acumulaba tantos nudos en el pelo en plan me he pegado ocho chicles, que tuve que cortarle tres o cuatro tirabuzones insalvables, había almorzado dos nuggets, dos yogures y tres helados y se había pintado las uñas hasta los nudillos; el pater no pudo dormir siesta por lo que a las diez de la noche estaba mitad violento, mitad voy a morir de agotamiento y no había podido ni enviar un email; la casa parecía que había sufrido las inclemencias de un tornado, había un rollo de papel higiénico desplegado en todo su esplendor por el cuarto de la niña y en la taza del WC flotaba una tacita de plástico fucsia y el pequeño había perdido 600 gramos del encanijamiento a base de achuchones y besuqueo de la hermana y me miraba pidiendo clemencia.

Así que estallé, loca por echar en cara todo lo que estaba saliendo mal, descargué mi ira, regañé un poco allí y un poco allá, cuadré al personal y en un par de horas todo volvió a la normalidad, que no es buena pero sin duda, es mejor que el caos infinito.

Y creo que todos me lo agradecieron, aunque resoplaran para quedar bien cual rebeldes insumisos.

Con la ilusión que me hacía ser una madre molona.

jueves, 26 de septiembre de 2013

El ballet


Siempre he dicho que era una mujer de instinto maternal reducido, que a mi prole la quiero más que nadie, cuidado, pero que cuando era soltera y entera no tenía yo esa necesidad de darle a la maternidad, que quieren que les diga.

Sin embargo, ya cuando me preñé y me salió mi primera gigantobarriga moría de ilusión ante la idea de que me saliera niña para poder ser ‘puzeramigaz’ y, lo más importante, poder apuntarla a ballet.

Dicho así, parece una banalidad, no digo yo que no, pero peor es las que quieren niñas por los lazos y los vestidos de niditos, yo al menos, quería tener una artista en la familia y eso es prestigio para el árbol genealógico, un respeto.

No obstante, la niña me salió digamos que poco ágil y yo me salí madre estresada y además parada de larga duración, así que entre una cosa y otra, la niña se ha plantado casi en sus cuatro años y ni ballet, ni zapatillas de punteras, ni tutú, ni perro muerto, con lo bien que me vendría a mí y a mis nervios, perderla de vista un par de horas a la semana y a ella un poquito de coordinación en los movimientos para no ir por la vida comiéndose farolas y matándose escaleras abajo.

Así que este año me he plantado o tutú o tutú, que es pensar en mi niña con sus tirabuzones rojos y su tul rosa y sus zapatillas anudadas a las pantorrillas regordetas y muero de emoción y amor maternal. Una emoción y un amor maternal que se diluyen cuando las escasas clases que encuentro están o en la otra punta de la ciudad, o tienen mensualidades astronómicas o tienen horarios incompatibles con los del cole, así que ruina… hasta que logré dar con una que no estaba mal del todo y se ajustaba bastante a nuestras necesidades, una maravilla, oiga.

Y acordando citas estaba cuando la niña me trajo emocionada un papel del cole con las tres tristes –tigres, lo siento no he podido evitarlo- extraescolares, diciéndome con los ojos como platos y la babilla descolgándose por la comisura, que quiere ‘apuntarze para ziempre con laz amigaz del cole’ en Baile Español, esto es, imagino, las malagueñas, la Reja y otros infiernos similares, que ya me torturaron en la niñez, pero que para ella con sus tacones, su moño y sus amiguitas de clase, era poco menos que el paraíso.

E imagino que esto es la maternidad, cuando acabas cambiando tus sueños por los suyos, así que colgué el teléfono, que si mi niña lo que quiere es taconear con una horrible falda negra y torturarnos con unos verdiales, pues que nos torture, que allí estará su madre para vitorearla y verla reír con sus dientes de ratona haciendo el corro con sus amigas de poco más de un metro... y feliz, que si algo he aprendido en estos casi cuatro años es que eso es lo único importante.

Además, igual a cigoto no le sienta mal el tutú.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La fiesta de pijamas

Lo mejor de tener un segundo hijo es que empiezas a ver a tu primera hija en toda su plenitud y tan mayor como dice en su partida de nacimiento. A veces hasta más, que las comparaciones son odiosas y si no que me lo digan a mí cuando veo el vestido de Mango en Miranda Kerr y luego en mi cuerpo serrano de postparto tardío. No hay color. Ni compasión.

La cuestión es que he perdido algo de miedo con la pelirroja –un poquito, tampoco para saltar alarmas- así que cuando mi cuñada me dijo que iba a hacer una fiesta de pijamas para el cumpleaños de su niña, antes siquiera de darme la invitación, grité ‘sí, sí, sí…’ con tanta intensidad como si estuviera teniendo un orgasmo de película.

El hecho de que mi sobrina Maribel, la cumpleañera, tenga 8 años y que la mayoría de las invitadas tuvieran esa edad, me echó un poco para atrás, pero no lo suficiente como para arrepentirme del asunto, que también iba la prima Sara, que tiene casi seis años y un máster en peligrosidad y Silvita que tiene diez y que es más responsable que yo misma. Así que sin contemplaciones le hice la mochila –con dos mudas por si la fiesta se prolongaba un par de días- y la lancé a la fiesta, que venía precedida por un taller de repostería –que pienso copiar en cuanto pueda- para que las niñas fuern aconociéndose y divirtiéndose entre magdalenas y mangas pasteleras.

La idea era decorar las magdalenas para luego comérselas a modo de merendola, pero claro, mi pelirroja que aunque nadie se lo crea es de poco comer, se negaba a terminar de decorar la suya, que ya casi llegaba al techo de tanta nata y tanto tops de purpurina, básicamente porque si terminaba tenía que comérsela así que ‘zólo me queda un poco y otro poco máz’ se prolongó hasta que supo que comérsela no era obligatorio, momento en el que soltó la manga pastelera y huyó antes de que alguien cambiara de idea y le hiciese comer aquel engendro.

Y llegó la hora de irme y dejarla allí entre tanta niña mayor y resuelta, calladita como nunca –que la pelirroja es muy tímida en según qué públicos- y agarradita de mi mano, aún no sé si por amor, vergüenza o para evitar merendar, la cuestión es que temí que llorara cuando se fuera y al final ni fiesta de pijamas, ni perro muerto.

Pero no. De hecho, casi le costó darme el beso de despedida, que para eso estaba con sus amigas mayores y chulaponas y me fui sin llevármelas todas conmigo y con la sensación de que no era de extrañar que tuviera que volver a recogerla con nocturnidad y alevosía.

La suerte es que a mí la preocupación se me va con un par de copas de vino y como cenábamos en casa de unos amigos, pues mire usted, ni me acordé, que bastante tenía con cuidar del peque y del Pou que reclamaba comida y un agüita fresca como si llegara de la mina y entre una cosa y otra, me relajé. Sobre todo, cuando mi cuñada empezó a enviarme fotos de las 15 niñas asalvajadas en pijama en el salón y la pelirroja sobre el sofá con cara de adolescente problemática, con el flequillo sobre el ojo y haciendo la señal de la victoria o lo que sea que sea eso que hacen ahora las preadolescentes.

Así que por la mañana, antes de peinarme y de despertarme del todo, fui a recogerla con la débil esperanza de encontrarme un bebé lloroso que se echara a mis brazos y me pidiera que la llevara a casa… que una también tiene su corazoncito. Pero no. Nada más verme aparecer –y eso que ya se habían ido casi todas las niñas- lanzó un suspiro y se escondió entre los cojines al grito de ‘Ta dissho que me quiero illlllll’.

Una hora de llanto después llegamos a casa.

Ahora sólo vivo esperando la próxima fiesta de pijamas.

martes, 24 de septiembre de 2013

Éramos pocos...


Como si no tuviéramos bastante en esta casa de locos con dos pelirrojos gritones –una más que otro, que hay que ser justos- trabajando desde casa –poco y mal- y con un hogar que decide convertirse en pocilga a los tres segundos de terminar de limpiar, no hemos tenido otra cosa mejor que hacer, en esta sabiduría infinita que Dios me ha dado, que sumar un nuevo miembro a la familia, virtual eso sí, que los perros y los gatos me dan alergia, los peces traen mala suerte y los pájaros me deprimen. Y de hermanitos, como de Voldemort, ni hablamos. Así, que le hemos descargado a la niña un Pou, es decir un Tamagochi de nueva generación con cara de patata y/o caca, al que hay que alimentar, bañar, poner a descansar y hasta divertir, que el Pou es mucho Pou y no se contenta con cualquier cosa.

Dicho así puede parecer una cosa inocente, un juego divertido que además puede despertar en la pelirroja el sentido de la responsabilidad y el buen hacer, pero nada más lejos de la realidad, el Pou es en realidad un vampiro emocional que ha venido a quitarnos los tres segundos libres que teníamos y lo que es peor, a despertarnos un nuevo sentimiento de culpa, como si no tuviéramos ya bastante.

Todo empezó porque mi amiga Isa me dio en herencia un vestido de su niña con un Pou gigante en el pecho. La pelirroja preguntó y yo que estaba frita porque estuviera entretenida con el móvil del pater y me dejara sacarme los ojos en soledad y silencio, se lo descargué para que diera rienda suelta a su instinto maternal y dejara vivir a su hermano, que cada vez que la ve acercarse pega un respingo en la sillita -como los payasos feísimos y terroríficos ésos de las cajitas de madera- y lanza un alarido para alertarnos de que está en peligro de asfixia por besos y abrazos nivel muerte por aplastamiento. Pobretico mío.

La cuestión, que el Pou fue un éxito. A la niña le encantó y se ha hecho una experta en lavarlo y en darle de comer lechuga –que no se por qué es lo único que le compra al chiquillo- y hasta lo saca a jugar con una pelotita que hace un ruido desquiciante y que le pone los ojos como Marujita Díaz.

Y todo era felicidad porque cada vez que la niña se ponía pesada, le dábamos el móvil para que vigilara al Pou y ella era feliz y lo más importante, silenciosa. Pero claro, no todo podía ser felicidad y relax maternal, y antes de los dos días llegó el primer problema: se le gastó el dinero para comprarle más comida. Y, angelito mío, el Pou estaba hasta temblón del hambre que tenía, así que tuve que quitar la carne de la vitro, quitarme el delantal virtual y perder mi escaso y valioso tiempo en sentarme a jugar a algunos juegos infernales con los que conseguirle dinerito para el sustento de la patata virtual. Manda güevos. Y encima la niña se me enfadaba porque había uno en el que el bicho iba por libre y siempre acaba despeñándolo nube abajo, dejándolo ‘estrosaíto’ y sin ganar ni para un chupachups, menos mal que al final encontré uno facilón –y acorde a mi falta de riego sanguïneo- y le pudimos llenar la nevera hasta con chucherías, mire usted.

Así que asumí que tendría que ganar el sustento virtual para el Pou si no quería que la niña se lo encontrara muerto una mañana, que mi amiga Vanesa se encontró tieso a su hamster y estuvo seis meses traumatizada y no era plan de tener que llevar a la pelirroja al psicólogo por una patata raruna que defeca una caca con ojos. Así que al lío.

Pero a pesar de lo que yo creía, no iba a ser esa mi mayor implicación con el Pou y es que la niña se fue a una fiesta de cumpleaños con fiesta de pijamas incluida –demos gracias al señor por tanta generosidad- y claro, una no cayó en la cuenta, pero el Pou se quedó en casa, solito, sin una madre que lo cuidara.

Así que en el breve intervalo de tiempo en que la pelirroja no estuvo en casa y podía relajarme con los pies en alto, me dediqué a bañar al Pou, a darle brócoli y a sacarlo a jugar a piscina, que a ver, que yo no quería, pero era verlo con los ojitos vidriosos, sucio como un carbonero y temblando de inanición y se me partía el alma. Y al pater también que aunque me lo niegue, cuando se llevó el móvil a una reunión con un cliente, le metió helados en la nevera. Para que se me resfríe.

Donde se ponga una madre…

lunes, 23 de septiembre de 2013

Suegra sí hay más que una. 4.- La suegra traidora


La suegra traidora es todo un tejemaneje de dimes y diretes, con una alterada versión de la realidad o al menos una alterada manera de contar la realidad. Así, la suegra traidora casi te obliga a dejarle a los niños el sábado por la mañana ‘porque me gusta estar con ellos y nunca me los dejáis’ y aunque te vaya mal porque habías planeado ir a la playa con tus amigas y sus retoños, cedes para evitar ser una nuera desagradable, pero es cerrar la puerta de su casa y llamar a media familia para contarle que está cuidando de los nietos. ‘Que hay que ver que ni una cerveza puede una tomarse con el marido en fin de semana, que no digo yo que los niños no sean un encanto, pero un poquito de aire es lo que una necesita’.

La suegra traidora finge que le gustan los vestidos que le pones a la niña, con sus lacitos y sus encajes de valencié y justan criticáis los estilos chandaleros, pero cada vez que se la lleva de compras, la trae hecha una choni y encima espera que te vuelvas loca con su nueva minifalda de prostituta como si nunca hubierais hablado del asunto y encima te dice que se la ha cogido para que se lo pongas en el bautizo de la prima, que está al caer.

La suegra traidora te obliga a mentir rogándote que no le digas a su otra nuera que se ha llevado a tu niño al cine ‘porque no quiero disgustos y esos niños están muy maleducados y llevarme a los tres es demasiado’ y te deja con el culo apretado tres días aunque luego descubres que la otra nuera estaba pasando la semana en Benidorm y lo peor, ella lo sabía.

La suegra traidora va diciendo por ahí lo cansada que está de bregar todo el día con el marido ‘que tiene lo suyo’ y los nietos de la hermana que se quedan a comer todos los días y más con las jaquecas que le dan en primavera, que no levanta cabeza ‘y a mi edad, que yo no estoy para nada’, pero luego se presenta en la puerta de tu casa un viernes por la noche para llevarse al niño al circo y a dormir en su casa, aunque tú tuvieras previsto llevarlo tú, y claro, después de coger el altavoz y avisar a todos los que creen sus artimañas, todos te miran como si fueras la persona con más caradura del mundo mundial, cuando tú lo único que querías era llevar a tu hijo a reírse con los payasos y a ver los elefantes. Sola.


La suegra traidora se ofrece para quedarse con el peque por las mañanas para que no lo lleves a la guardería, asegurándote lo encantada que está de pasar más horas con él, pero luego va lamentándose por las esquinas y con todo el que se topa por lo estresada que está ‘que una ya no tiene cuerpo para criar niños chicos’.

La suegra traidora se ofrece para hacerle la tarta de cumpleaños a la nena ‘con toda la ilusión del mundo’, pero cuando llega al cumpleaños va cuchicheando a los invitados lo harta que está de ser la repostera que ni a la peluquería ha podido ir a echarse el tinte ‘con tanto chantilly y tanta leshe’, pero justo cuando pasas por su lado, sonríe y suelta un ‘tenía que habérsela hecho más grande, que para mi niña todo es poco’.
 
A partir de ahora, cada lunes, un nuevo modelo de suegra en ‘Suegra sí hay más que una’. Es hora de sacar la lengua viperina que Dios nos ha dado, criticar, desahogaros y puntuar a la vuestra con nuestra típica puntuación del 1 al 10… Yo me abstengo, que para eso mi suegra es un primor –y me lee- jajjaja, pero vosotros podéis dejaros la bilis… No sé por qué me da que va a haber muchos comentarios anónimos… A criticar!!! Y que no se ofenda nadie, que esto es para divertirnos!!

viernes, 20 de septiembre de 2013

Rubias perfectas y pelirrojas lamponas


Como decíamos ayer –que diría Unamuno y yo misma cada vez que entro en coma en el sofá y me despierto sin noción del tiempo- hay niños perfectos. Niños perfectos que se convierten en adultos perfectos que todos conocemos y tienen –ellos- cuerpos atléticos sin pisar el gimnasio y pelucones sin injerto ni loción y tienen carreras profesionales de éxito y sonrisas profiden y –ellas- con la melena extralisa sin un rastro de encrespamiento ni aunque le caiga encima el Katrina, con un tipo de modelo de Victoria’s Secret que contonea de manera natural, hasta con bata de guatiné, y es tan simpática que no puedes odiarla y tiene el trabajo perfecto, el marido perfecto y por supuesto, engendra  a los hijos perfectos. Y le sale de manera natural, no como las impostadas que son igual de perfectas pero con esfuerzo, las que yo digo son perfectas por la gracia de Dios y de la genética y esto es así(n).

Y en esto pensaba mientras masticaba bilis y escribía el post de ayer, cuando recordé una fiesta infantil a la que nos invitaron hace algunas semanas y en la que la pelirroja, vestida de ‘princeza’ como manda la tradición, lo pasó en grande y pudo sufrir en sus carnes un cara a cara con una niña de éstas, de las perfectas, y quedó obnubilada con su presencia, como me ocurre a mí cuando leo la Vogue y veo a Blake Lively.

La fiesta era una fiesta de fin de verano que una amiga montó en su casa para destrozarse los nervios y para que mil niños se divirtieran con juegos de campamento, chucherías, música y ganas de pasarlo bien, que para eso se hacen las fiestas y más ésta que era de disfraces, aunque éste fue un dato que conocimos quince minutos antes del evento, que se sepa.

Así que allí nos fuimos, la ‘princeza’, el primísimo vestido de boxeador y mis ahijadas las mellis vestidas de enfermeras negligentes, para darlo todo junto a una pandilla de niños de diferentes edades que nos esperaban ansiosos por empezar los juegos y entre los que destacaba una niña, de unos 9 años, disfrazada de Jasmine, con una melena rubia casi blanca, con los ojos grandes y azules, una sonrisa encantadora y un tipillo monísimo que auguraba que antes de los 15 ya podría ser modelo internacional.

Por supuesto, el boxeador cayó rendido a sus pies nada más atravesar la verja y desde entonces perdió la conciencia y todos los juegos, mirándola con la mandíbula desencajada y hablando en cámara lenta como Poli Díaz. Pobretico mío. Y la pelirroja debió de ver en ella todas sus aspiraciones porque no sólo no se apartaba de su lado sino que quería ser su pareja en todos los juegos, pero claro la niña, que le sacaba tres cabezas y que sería rubia pero de tonta ni un pelo, se negaba a compartir patata en frente con una pelirroja con pinta de acabar de salir del psiquiátrico y con purpurina hasta en las pupilas.

Y cómo no podía ser de otra manera, la rubia ganaba en muchos juegos, mientras la pelirroja ni siquiera se enteraba de las normas y daba vueltas como una peonza borracha cuando había que pasar la escoba o lanzaba la patata al público cuando lo que había era que transportarla en una cuchara y así con todo. Como mis mellis, que estaban guapérrimas con sus disfraces y sus cofias pero que tampoco daban pie con bola, básicamente porque pasan de todo o como el boxeador, con los ojitos ‘güertos’ muriendo de amor infantil hacia la rubia. Como todos.

Pero la cosa no queda ahí, sino que cuando terminaba la fiesta, la rubia anunció que iba a deleitarnos con un playback y un baile que había preparado para la ocasión y antes de que pudiera hacerme la muerta y acabar con las provisiones de CocaColaZero, la música sonó y casi tiro el vaso al verla moverse como una mini Shakira, con una gracia y un ritmo que me dejaron boquiabierta y que acabaron por matar al boxeador, que estuvo al borde del desmayo.

Pero lo mejor del asunto es que mientras la rubia perfecta se lucía y todos los niños se sentaban a verla, la pelirroja y las mellis decidieron boicotearla, que ellas ritmo no tendrán, pero gracia para siete. Así, las mellis se dedicaron a hacer bailes surrealistas, dando santos como una rana borracha delante de la chiquilla, dándolo todo como no lo habían dado en toda la fiesta –imagino que tenían rencor acumulado- y la pelirroja, que dos horas después había descubierto cómo era el juego, se cruzaba el ‘escenario’ como una sonámbula con una cuchara sopera en la boca y una mandarina sobre la cuchara, con cuidado de que los saltos de las mellis no se la echaran abajo, ahora que por fin le había pillado el truco.

Y entretanto, la rubia bailaba enfadadísima, loca por terminar su actuación con éxito y librarse de las espontáneas… y el boxeador traidor abucheándolas para defender a su pretendida. Y mi hermana, mi amiga Sandra y yo misma, partidas de la risa de ver cómo nuestras tres enanas le arruinaban el espectáculo a la pobre chiquilla.

Envidia creo que lo llaman.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Niños anuncio y otros sueños



Yo siempre quise ser una mujer de anuncio y no de anuncio de detergente de ésos que tan dan ganas de acuchillarte y cuyas protagonistas no llevan ni una gota de pintura ni de glamour y llevan el pelo encrespado como yo en la realidad de mis mañanas. De ésas no. Yo quería ser una mujer de anuncio de perfume caro, a ser posible de firma. A lo Laetitia Casta en Dolce&Gabanna o similar, y contonearme por las calles empedradas y apoyarme por las paredes con aire distraído y sensual…. pero se ve que no ha podido ser. De momento, oiga, que la esperanza y el estilo son lo último que se pierde. Que yo sigo ahí, pico y pala, pico y pala.

Así que mientras logro matizar mi perfil para acabar pareciéndome a la modelo –esto bien puede durarme un par de lustros-, me vengo concentrando en mi interés en tener niños anuncio, que sí que una ve mucho la tele entre biberón y biberón y ha decidido que quiere unos niños no sólo guapos, sino finitos, alegres pero tranquilos y con ese aire como de acabar de salir relajadísimo de la ducha que me puede de emoción.

Y esos niños existen, aunque las madres envidiosas digamos que no para sentirnos bien con nuestras pequeñas bestias con resto de helado en las pestañas y pintas de acabar de salir de una lucha en el barro, que yo los he visto y he convivido con ellos en el colegio y en el instituto y ahí están, hechas mujeres de provecho con pelo Timotei, mientras yo escribo esto con un lápiz en la cabeza para sujetar mi rasposa melena tricolor y con cara de haber sobrevivido a un holocausto nuclear hace diez minutos.

Por eso lucho –no con uñas y dientes que estoy muy cansada yo para tanta intensidad- porque mi prole sean niños de anuncio y no porque sean pelirrojos y guapetes –que lo son, aunque esté feo que yo lo diga- sino porque sean niños de ésos que sonríen tímidamente y se sientan en una esquinita del sofá a ojear un cuento y no gritan casi nunca y no se manchan y llevan el pelo perfecto.

Pero va a ser que no. A la pelirroja ya la conocéis y así sigue, lanzándose nuggets con el primsísimo cada vez que vamos al McDonald’s, comiéndose la pasta de dientes y tratando de hacer el pino puente en el sofá vestida de princesa y en tacones, pero eso sí, enseñando las braguitas como manda la tradición. Untándose las manos en ketchup –de manera literal- como quien se unta una crema para luego darse lametones y dejarse la cara con restos de tomate seco que junto a las pegatinas de Kitty que se ha pegado desde la frente y hasta el cuello, le dan un aspecto monstruoso. Mangándome los collares, las pinturas y hasta las gafas de ver la tele para ir ‘a tlabajal’ con pinta de miniprostituta soviética. Mojando las patatas en cocacola y lo que es peor, comiéndoselas, y pegando voces día y noche, contenta o enfadada, cantando como si fuera Montserrat Caballé y, por supuesto, esperando los mismos aplausos. Y aunque la corrijas y se arrastre gritando ‘lo ziento, lo ziento, voy a zel güenaaa, pol favol, peldónameeee’ –que a la niña le va el drama y que los demás piensen que soy una institutriz malvada-, acto seguido, de hecho antes de terminar la frase, ya la tengo otra vez lamiendo espejos.

Así que pensaba concentrar todas mis energías en el peque, que como no grita parece un niño más modosito y por tanto más moldeable a mi beneficio. Pero no. Cómo iba a serlo si es hermano de la pelirroja y aspirante a pelirrojo él también… Así, aunque lo recién saque de la ducha y lo deje un rato en pañales para que eche el gigantoeructo y el tsunami posterior, no decide lanzarlo hasta que está vestido como un señor y ya en la calle, aunque tenga que aguantarse la gigantobocanada en la garganta una hora, él espera a estar lejos de casa, para poder lucir luego ese olor a queso feta que le caracteriza. O cuando lo baño, que le limpio hasta el duodeno, pero justo cuando estamos en la calle decide expulsar por la oreja un resto de cera naranja fluorescente, para que la gente crea que al niño no se le baña, aunque treinta minutos antes el pater y yo hayamos andado metiéndole la gasita hasta la trompa de Eustaquio y vuelta.

Pero lo más heavy de todo es que el hermanísimo siempre tiene las uñas negras ¿estamos locos? Imagino que será de mi crema o de mi maquillaje, que se le quede ahí tras arañarme –otra práctica que denota su futuro aire vandálico- y aunque trate de quitársela con técnicas variadas: cortándole las uñas a ras, metiéndole el filito de la tijerita para sacársela, dándole con un cepillito de dientes ultrasuave o metiéndole los dedos en remojo como a una señora en la manicura… a los tres nanosegundos de dejárselas casi perfectas vuelve a tenerlas como Oliver Twist… Y eso sí que yo no lo había visto en ningún bebé del mundo. Así que ahora voy por la calle explicando a todo con el que me cruzo el drama de las uñas, básicamente para que me den algún remedio o al menos para que no llamen a los servicios sociales.

Pues eso, que mejor me concentro en ser Laetitia Casta.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Desventajas de ser el primogénito


1.- Desde el mismo día en que asomas por la vagina de tu madre, recibes 200 visitas diarias de familia, amigos, amigos de los padres, amigos de los tíos, amigos de los abuelos, amigos de los primos segundos y hasta amigos de la asociación de comerciantes del barrio porque eres la novedad y no te dejan ni tomarte un biberón en soledad ni a tus padres relajarse 30 minutos. Y por supuesto de todo habrá un testimonio gráfico que te avergüence de mayor. Básicamente todo tu círculo tendrá una foto tuya en el orinal.

2.- El exceso de sobreprotección paternal te jugará malas pasadas y te verás con seis años en la piscina infantil con manguitos y flotador y hasta un chaleco salvavidas, conformando un curioso atuendo con el que no te hundirías ni aunque se te tirara encima Hulk Hogan y todo ello, blanco como el yeso de las tres capas de Isdin Extreme que te untan cada tres minutos. Y así con todo.

3.- Tus padres tienen ganas de ser padres y hasta que descubran que el malvivir no es pasajero, se pasarán el día demostrándote su amor, esto es, disfrazándote de todo lo disfrazable, incluido de flor y de mariquita. Y harán fotos humillantes.

4.- Hasta que nazca tu hermano, tus padres volcarán en ti todas sus frustraciones. Prepárate para asistir a clases de ballet, de piano o de macramé, dependiendo de la asignatura pendiente de tus padres y por supuesto, no sólo tienen pensada la carrera que has de estudiar –de ingeniería no bajamos- sino que tienen planeada toda tu vida. Y no parece una vida divertida.

5.- Tus padres son novatos. Y eso se paga. Se paga caro. Se paga con visitas al hospital a horas intempestivas. Se paga con sobredosis de vacunas y vitaminas –basta ya de vitamina C-. Se paga con juguetes educativos intolerables y con clases particulares de inglés a los seis meses. Se paga con bufandas encajadas en las cuencas de los ojos en los meses de invierno y con la retahíla de dibujos de la prehistoria tipo Marco o Heidi –que en realidad eran la misma persona-.

martes, 17 de septiembre de 2013

De madres expertas o cómo fingir haber aprendido algo con el primer hijo


Dicen las madres expertas que lo mejor de una segunda maternidad es que ya no cometes los errores de la primera vez, vamos, que no vas por la vida con la tarjeta sanitaria en la boca y el apiretal bajo el brazo ni los zarandeas en mitad de la noche para ver si sigue vivo –despertándolo la borde del infarto- ni te compras un carro de la época victoriana con el que lucirte pero morir de lumbago y mala leche.

Pues mire usted, un poco sí y un poco no, que quieren qué les diga, que se supone que yo podría ser madre experta –jua, juas- que para eso tengo dos rajadas de útero –pobrecito mío- y tengo dos churumbeles apuntados en el libro de familia, una casi criada ya, la segunda más alta de la clase, mire usted, aunque sea a base de nuggets congelados –que todo hay que contarlo, leñe- y el pequeño ya es casi un señor a sus tres meses de vida y educadito él como un niño inglés, que no me dice ni mú a no ser que sea la hora del biberón, vamos un primor, y que digo yo, que igual los que vean mi caso sobre el papel puedan pensar que soy una madre experta –y digo sobre el papel porque en persona no engaño a nadie más de cuatro minutos-, pero evolucionar lo que se dice evolucionar, pues muy poquito, las cosas como son, que tampoco quiero yo engañar a nadie.

Y es que es cierto que hay algunas cosas en las que finjo que soy madre experimentada y por tanto de rango superior –esto es así, a más hijos, más condecoraciones y más patas de gallo y más nódulos en las cuerdas vocales- y ya, como comentaba hace unos días, no hiervo nada, así a caraperro, plantándole cara a los gérmenes, que no se diga y no voy al Materno hasta la tercera tos –antes lo hacía incluso con los simulacros de estornudos que se quedaban en muecas rarunas- e incluso me baño sin necesidad de meter el carro dentro para tenerle clavadas las pupilas mientras me enjabono… que ya he hecho las cuentas y si lo oigo asfixiarse me da tiempo hasta a enjuagarme.

Pero luego hay otras cuestiones en las que sigo siendo madre primeriza, en el peor sentido de la expresión, y es que he llegado a la conclusión de que si creía tener algunas cosas superadas era sólo porque las había dejado de vivir, no porque me convirtiera en una gurú de la maternidad. Es decir, que no dejó de darme miedo el hecho de que la niña se asfixiara de recién nacida con la flema, es que la niña ya no es recién nacida y la flema ahora son mocos, que se suena como una profesional del kleenex. Y ya no es que no me dé miedo bañar a un bebé de cabeza semiblanda y minicuerpo resbaladizo, es que ahora baño a una niña de 24 kilos que hace la ‘zirena’ entre Mickeys y utensilios de cocina de plástico de los chinos.

Así, que madres primerizas del mundo, no se apuren, que somos muchas las madres repetidoras que seguimos acojonadas tratando de no matar a nuestra prole y sí, lo reconozco, soy de las majaras que sigue poniéndole el dedo bajo la nariz al hermanísimo cada vez que prolonga el sueño más de una hora… que una podrá ser bimadre pero también es hipondríaca, aunque en días alternos eso sí, que también es bipolar y, ves tú, eso sí me lo ha dado la experiencia. Las malas experiencias, digo. Trastornos de la maternidad creo que lo llaman. Y se agrava por días.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Suegra sí hay más que una. 3.- La suegra 'a mí plin'


La suegra ‘a mí plin’ puede fingir ser cualquier otro tipo de suegra e incluso engañar al personal con sus golpes de pecho y sus confesiones de amor abuelil, pero cada vez que necesitas dejarle a los niños porque te toca operarte de apendicitis o tienes la boda de tu amiga Maripili en Alcorcón, siempre tiene la mala suerte de tener un compromiso anterior e ineludible que se lo impide, como ir a la peluquería a hacerse el cardado, a ponerse las uñas de gel o a ver la entrevista de Kilo Matamoros, que parece que viene con polígrafo incluido.

La suegra ‘a mí plin’ rara vez llama a los nietos y cuando lo hace les cuelga antes de que puedan contarle dos batallitas y destrozarle unas pocas de neuronas ‘porque, hija mía, el móvil es muy caro’ aunque al parecer no lo es tanto cuando eres tú quien la llamas para ver cómo andan y decide contarte la biblia en verso sobre sus muchas enfermedades y con anexos sobre lo mal que la trata su médico de cabecera, que ya ni siquiera le receta los lexatines de marca..

La suegra ‘a mí plin’ no recordaría el cumpleaños de sus nietos si no fuera porque la invitas a la fiesta, en la que por supuesto no te ayuda ni haciéndote una tortilla de patatas –que de hacer sándwiches como una locomotora y dejarse el brazo como Popeye ni hablamos- y a la hora de hacer el regalo ni siquiera se molesta en buscar algo que le guste al chiquillo y que no te horrorice a ti, o le suelta un billete, que el chaval mira con cara de palo, o un pijama con estampado que aboca al suicidio o sólo pronuncia la promesa de ‘ya más adelante le cojo algo’ y más adelante, claro está, se hace la sueca profesional.

La suegra ‘a mí plin’ puede pasarse dos meses sin ver a los niños, pero cuando decide venir, lo hace a las nueve de la noche, justo cuando empieza la hora de los baños, la cena y el estrés y no se inmuta del sofá por mucho que tú insinúes que es la hora de dormir al nene, que si no se desvela y no pega ojo.

La suegra ‘a mí plin’ preferiría morir a que la visitéis toda la familia para comer en su casa, así que se cura en salud diciendo cosas como ‘Hija, yo no te digo que te vengas a comer porque no te merece la pena tanto trajín para tres croquetas y que los niños aquí se aburren, que ellos son muy suyos, pero que si mi hijo quiere comer croquetas, que ya se las llevo yo en un tupper. Pero el tupper me lo devuelves, ¿eh?’.  

A partir de ahora, cada lunes, un nuevo modelo de suegra en ‘Suegra sí hay más que una’. Es hora de sacar la lengua viperina que Dios nos ha dado, criticar, desahogaros y puntuar a la vuestra con nuestra típica puntuación del 1 al 10… Yo me abstengo, que para eso mi suegra es un primor –y me lee- jajjaja, pero vosotros podéis dejaros la bilis… No sé por qué me da que va a haber muchos comentarios anónimos… A criticar!!! Y que no se ofenda nadie, que esto es para divertirnos!!

viernes, 13 de septiembre de 2013

Ventajas de ser el primogénito


1.- Tus padres acudían al hospital cada vez que te salía una roncha. Visto así, puede parecer una tortura de salas de espera y de médicos mirándolos con cara de mala leche por haberle pedido que te salvara la vida cuando lo que tenías era una picadura de mosquito, pero el que a tu hermano lo dejen hervirse a 39 de fiebre bajo la excusa de “es que va a dar un estirón” y no decidan levantarse del sofá hasta que el chiquillo convulsiona, debería consolarte. Al menos a ti no te han quedado secuelas.

2.- Tus padres eran un poco más torpes por aquello de ser primerizos, de acuerdo, pero también estaban más entregados a la paternidad –básicamente porque aún tenían fuerzas y neuronas para ello- y te ponían los Baby Einstein y te daban masajes con crema SebaMed y te hacían escuchar a Mozart para desarrollarte el cerebro. A tu hermano sin embargo lo pasan del coche al capazo y del capazo a la cuna como un saco de patatas, sin mirarle a los ojos como al emperador japonés.

3.- No tenías a nadie que te torturara cuando te tomabas el bibi, dándote besos chupados o metiéndote los tirabuzones por los ojos ni te despertaban a traición cantándote el ‘príncipe azul’ al oído y a voz en grito, ni vivías con el miedo a un gigante pelirrojo que te daba embestidas salvajes a modo de abrazos.

4.- No heredabas nada y no te veías como tu hermano sometido a una chichonera rosa pastel, a sábanas de Minney Mouse y a la manta de Kitty practicando esquí que le espera este invierno. Asarasado vivo.

5.- Vivías en una casa limpia, bebías en biberones hervidos cada tres segundos, tenías un único modelo de chupete que se tiraba cuando caía al suelo de la calle y tu hermano sin embargo, sobrevive a todo tipo de virus como el pato guerrillero del váter o igual no, ya lo sabremos si pilla o no el ébola cuando lleve cuatro meses chupando chupetes higienizados con el sistema del soplido o el resfregón por las dos caras.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Sobreviviendo que es gerundio (II parte)


(...)
La idea era ir a Carrefour en las dos horas libres que tenía por delante hasta que la pelirroja saliera del colegio –sí, así de emocionante es mi vida- y hacer una compra sobre todo de pañales, pero la mamma dijo que de Carrefour nada, que íbamos a tomarnos una Coca Cola. Y si la mamma dice que no hay Carrefour, no hay Carrefour.

Y tomándome la Coca Cola estaba cuando el pater me llamó para decirme que ya había llegado a casa y que si quería él recogía a la niña. Y quería. Volvía a tener tiempo para el Carrefour y no, no es que me interesara la idea, pero era eso o ponerle al cigoto una compresa con alas, así que me despedí e inicié mi periplo por el desierto y sus 50 grados a la sombra hasta el supermercado.

Al parecer todos los padres del mundo debieron de tener la misma idea porque aquello parecía la salida de El Cautivo y la gente te embestía con los carros si te distraías un segundo. Así que corrí yo también a coger mi carro cuando me percaté de una cosa: yo ya llevaba un carro. Sí, parece una idea muy simple, pero yo no había caído hasta que me vi con un carro en cada mano y quise pedir la inyección letal, pero ya no había marcha atrás.

Así que probé varias alternativas, la de llevarlos en paralelo, que fue desestimada tras amenazar la integridad física del cráneo del hermanísimo en un par de ocasiones en las que le vio los ojos a la muerte; la de llevar un carro por delante y otro por detrás, otra idea nefasta a juzgar por los muñones y las pantorrillas mutiladas que dejé a mi paso con las consecuentes increpaciones del populacho hacia mi agotada persona y la definitiva, en paralelo, pero el coche del bebé cogido por el manillar y el de la compra con los dedos encajados por las rendijas. No era el plan perfecto, de hecho tenía bastantes posibilidades de perder los dedos, pero era la opción menos mala para ir paseando por los pasillos atestados de consumidores voraces.

Pero la parte chunga vino cuando descubrí que los pañales estaban en la planta superior y que tenía que subir por la rampa con los dos carros ‘pero no pasa nada porque el carro del súper se ancla en las rampas’. Y una mierda. O sería ese carro que estaría defectuoso o yo que no sé anclar carros. La cuestión es que tuve que hacer palanca y frenar con los pies hasta perder la cabeza de los dedos para que no acabáramos bajando sin frenos y muertos en la sección de lácteos. Con lo poco que me gusta a mí el yogur.

Y aunque parecía imposible, logré hacer la compra y llegar a la caja sana y salva, lástima que fuera la caja del novato bobalicón y, oigan, que yo estoy a favor de darle una oportunidad a los novatos y a los bobalicones, pero ¿hoy? ¿era necesario? Pues sí. Así que tardamos una media hora en pasar el pedido y en rellenar el formulario de dirección (tres veces) y el pequeño, que había sido un santo hasta ahora, empezó a berrear nivel leyenda porque hacía quince minutos que le tocaba el biberón.

Pero como el bobalicón no terminaba, decidí hacerle el bibi a pie de caja y vacié el termo en el biberón para descubrir que sólo había 120 de agua cuando el nene y la carga eran de 150. La mar de bien. Por suerte llevaba un culín de un bibi de agua rechupeteada y logré hacer un bibi decente justo cuando el bobalicón me devolvió la tarjeta y los 50 céntimos del carro.

Y huí hasta al MacDonald’s para sentarme en la silla más baja del mundo –del infernal Maccafé- con las rodillas clavadas en la garganta, y tratar de darle el bibi mientras dos ancianos trataban de enseñarse uno a otro sus avances en Internet. Maldito wifi. Y el cigoto se tragó el bibi, pero con el flato echó un tsunami y se puso tan mojado, tan mojado, que tuve que cambiarle el pelele allí mismo porque era imposible volver a sentarlo así.

Y mientras gritaba como si estuviera acuchillándole, logré cambiarlo entero y dejarlo hecho un señor y cuando me disponía a comprarme la coca cola más grande que tuvieran para calmar mi ser de moradora del desierto, descubro que la cola da la vuelta al local… ¿en serio? Ni mijita.

Pero pis tengo que hacer, así que me voy al servicio de un metro cuadrado, donde el único aseo grande en el que cabe el carro, está averiado o eso pone un cartel gigante, así que me veo abocada a dejar al nene fuera y a hacer pis con la puerta semiabierta, para que justo cuando me esté subiendo las braguitas entre un padre con su hijo. Sí, un padre. Porque al parecer su mujer no quería que el niño hiciera pis en el de hombres. Manda huevos.

Pero no dije nada, total, ya me había visto las bragas y no había por qué ser maleducada, así que salí huyendo de allí, sedienta y agotada a partes iguales y emprendí el camino de regreso bajo el sol inquisitivo buscando un kiosco donde comprarme algún líquido que evitara mi muerte. Un kiosco que por supuesto nunca encontré. Así que, media hora más tarde y al borde de la deshidratación, llegué a mi casa, ‘estrosaíta’ viva, como si me acabaran de soltar después de un secuestro de seis meses en la selva colombiana y el pater me miró, no sé si con pena o con sorna y me dijo ‘Anda, llama a un amigo y vete esta tarde al cine’.

Y me fui. Digo si me fui.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Sobreviviendo que es gerundio


Ayer sobrevivimos al primer día de la vuelta al cole. Y cuando digo sobrevivimos en realidad estoy siendo muy generosa y osada porque no me extrañaría nada que toda la tensión acumulada a lo largo del día, me hiciera explotar la yugular una noche de éstas cuando ya me crea a salvo.

Y es que el día dio para mucho porque ya la noche anterior, el pater –que suele trabajar desde casa- me había avisado que él se iba a la amanecía por lo que me tocaba lidiar con el dúo pelirrojo en las primeras horas –con el mal despertar que yo tengo- y lanzarme a la calle con ambos. Sí, como cada día, dirán ustedes, pero no, porque el estrés de un martes tan importante como éste, requería de relax y buen hacer.

No obstante, como la niña no entraba hasta las 12, tenía tiempo de hacer las cosas poco a poco y bien. Y con tiempo empecé a arreglar los entes inanimados como el bolso del cigoto, con sus cargas de leche y su muda y su gasa de dos metros, la mochila de la niña y vestir al hermanísimo después de enchufarle el bibi, y a mi persona –que vale que no somos inanimados pero una vez arreglados, arreglados nos quedamos, no como la pelirroja que es capaz de hacer trizas un vestido a los tres segundos de ponérselo-.

Así que la dejé para el final con el tiempo justo de vestirla y limpiarle los tatuajes de carcelaria de los Phoskitos que llevaba por todo el brazo, justo cuando me llama la mamma y me dice que ella se viene al cole a ver a la nena en su gran día, así, a las bravas, que una no gana para sustos. Y cuelgo, dejándola con la palabra en la boca y cojo al cigoto y lo cambio de ropa que como mi madre lo vea con ese pelele va a volverse loca diciendo que el elástico se le clava en la ingle aunque en realidad le quepan los dos puños de Hulk, pero así es la mamma y su alterada de visión de la realidad. Así que lo cambio y justo cuando lo tengo listo, lo giro para abotonarlo, se le abre el píloro y me echa medio litro de leche regurgitada en la cara. Por suerte, mantengo el rimel casi intacto aunque eso sí, al parpadear me cuesta la vida volver a abrir el ojo, pero para lo que hay que ver… A volar.

Así que me cambio de ropa y recambio al cigoto y cojo el vestido de la nena, cuando suena el timbre y aparece mi tío que viene a arreglar la luz del cuarto de la niña que lleva mal dos meses… ¿es una broma? Pues no. Me pide las escaleras y me obliga a hacer de ayudante mientras la pelirroja le saca sus nuevos juguetes y se los enseña, entregada como está y hasta le baila con el hulahop con la gracia de Karmele.

Y me doy cuenta de que ya no hay tiempo para quitar tatuajes ni pinturas de uñas rosa prostituta, todo sea que nos echen del colegio antes de empezar el curso. Le pongo el vestido, blanco impoluto –qué me gusta un riesgo- para que la niña se vea esclarecida y anule la visión de la calcomanía semiborrada, le anclo el gigantolazo, nos despedimos de mi tío y a correr bajo el sol infernal que, como no podía ser de otra manera, ya íbamos tarde.

Y vamos a marcha ligera porque la idea era que la nena tuviera tiempo para jugar con las amigas antes de entrar, pero justo cuando vamos a entrar por la calle que nos lleva al colegio, dos mil obreros nos niegan el paso y aunque pongo mi mejor cara de loca peligrosa ‘apártate o te fulmino’, no se amedrentan –imagino que mi melena crespa tricolor me hacía perder respeto- y en lugar de retroceder los 200 metros recorridos se me ocurre –en un chispazo de ésos que me arruinan la vida- seguir por la paralela sin saber que ambas calles van separándose más y más y más y al final el nuevo camino llevaba a Roma, pero no al colegio, no hoy al menos y al final tardamos más de media hora en hacer un recorrido que habitualmente hacemos en diez minutos, mientras la pelirroja deshidratada y quejosa se dejaba las pantorrillas en cada esquina pidiendo clemencia y un autobús.

Y llegamos. Prácticamente a las doce, pero llegamos y allí nos esperaba la comitiva para despedir a la nena –la mamma, mi tía Laly y mi prima Laura- como si la niña se fuera a la Legión Extranjera, que ya os he dicho que en mi familia nos gustan muchos los follones y el cachondeo, y tras un saludo rápido y sin mirarnos a la cara, las abandoné con el cigoto y obviando las súplicas pelirrojas por montarse en los columpios nuevos que habían colocado en el parque aledaño –qué ganas de complicarnos la vida a las madres- la metí en el colegio antes de que se le pasara el entusiasmo escolar y salí corriendo y ya en la puerta me sentí victoriosa, cerré los ojos y lancé un bufido de alivio. Lo había conseguido.

Lo que no conseguí fue volver a abrir el ojo izquierdo, así que tendría que ir a hacer la compra a Carrefour con el ojo pipa a lo Popeye el Marino.

Lo que aún no sabía es que ése sería el menor de mis problemas.

... Continuará

martes, 10 de septiembre de 2013

Planes para la vuelta al cole


Lo mejor de la vuelta al cole es volver a hacer planes. Muchos planes. Muchísimos. Aunque no pienses cumplir ni con la mitad de la mitad, que eso es lo de menos, lo importante es poder hacerlos y, por supuesto fingir que los vas a llevar a cabo para quedarte con esa maravillosa sensación de tenerlo todo bajo control, aunque sepas que es tan falsa como la pena que finges por separarte de tus hijos en la verja del colegio.

La pelirroja empieza hoy las clases y yo vivo sin vivir en mí de ansiedad e ilusión, como la noche de Reyes o la víspera de mi cumpleaños, aunque sólo vaya a estar dos horas en clase y me la devuelvan antes de que la sensación de libertad me haya hecho efecto. Pero vamos, que después de un verano de siamesas, clavándonos las pupilas día y noche y con el hermanísimo esperando turno para reclamar su cota de atención, dos horas son como unas vacaciones pagadas en el Caribe. O mejor aún.

Así que ya estoy libreta en mano, haciendo listas y listas –me encantan las listas y sobre todo tachar cosas de las listas- apuntando todos esos desastres que he ido acumulando durante el verano previendo solucionarlos cuando tenga un poco de tiempo o hueco libre entre morir de estrés y de agotamiento.

Como por ejemplo, arreglar el cajón de los complementos que ha pasado de estar perfectamente ordenado y clasificado en minicajas a estar todo revuelto, con las cadenitas hechas nudos y los pendientes enganchados en las pulseras y lo que es peor con restos de piruletas y nuggets de pollo, fruto de las incursiones de las manos regordetas de la pelirroja en busca de bisutería para su cuerpo serrano.

O deshacerme –con nocturnidad y alevosía- de los millones de juguetes feos de kioscos y de chinos varios con los que la he ido sobornando a lo largo de los paseos infernales bajo el sol de agosto y que ahora malviven en un cajón junto a las figuritas del MacDonald’s que ha ido acumulando en este jaleo alimenticio que nos hemos traído entre manos y junto a gominolas semichupadas y resto de pinturas de uñas.

O sacar la ropa de invierno y morir de alergia, decidiendo qué puede sobrevivir a esta nueva temporada y qué no, que me cabe y que no –ésta parte sin duda será mucho más dañina y violenta- y en qué cosas debería invertir de cara al otoño en el que tengo planeado ser una top model.

O ir a la peluquería, no en plan ‘tengo tres segundos haga usted lo que pueda’, sino en plan relax y belleza total y librarme de esta melena encrespada de tres colores que me araña el cuello. E igual hasta echarme otra vez las mechas californianas y quedarme calva del todo. Que no se diga que no somos modernas. Incluso depilarme las cejas en un centro especializado para acabar con esta dicotomía de cejas de agricultor o de travesti de los 80’s, según si me da o no por lanzarme a las pinzas y al espejo de aumento.

O mejor aún, paso de todo y me quedo con los pies en alto dos semanas, que son las vacaciones que me corresponden por tres meses de tormento veraniego, aunque igual el nugget del cajón acaba cobrando vida propia y mangándome mis pertenencias.

Que ya se sabe que los nuggets no son buenos. Que me lo ha dicho mi madre 'cienes' de veces.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Publicidad, sobornos y otras maravillas: Calzado infantil Marta Pastor, calidad y diseño a buen precio


La pelirroja tiene el pie grande, bueno, más que grande lo tiene gordo, no ancho como un hobbit del Señor de los Anillos –ni con pelos como Frodo, Dios nos libre-, lo tiene gordo, como una anciana de ésas que se ponen alpargatas y le sale una mollita por el empeine. Pues eso, pero en versión infantil.

Y aunque de bebé eso era una cosa muy mona y muy graciosa, ahora es un infierno porque no todos los zapatos le cierran y a veces me veo condenada a comprarle un número más para que pueda darle la correílla, que a mí me gustan mucho los zapatos con correílla y a veces tengo que rendirme, entregar las armas y someterla a un zapato con pinta de zapato ortopédico o de monja, que es casi peor, para que la chiquilla pueda ir cómoda, que tampoco es cuestión de que tenga que ir por la vida como las geishas. Pobrecita mía.

Y por si tener el pie gordo ya no fuera suficiente problema, la niña es delicada. Vamos, que todo le duele y le hace rozadura –menos sus zapatos de la Bella de purpurina y tacón, manda narices- así que tenemos vetados los zapatos malos y cuando digo malos no digo baratos, digo malos, de los de las grandes cadenas textiles. De esos que no cogen jamás la forma del pie ni aunque los uses tres meses seguidos en el Camino de Santiago. Porque todo hay que decirlo, un buen zapato es una joya y no te das cuenta hasta que tienes uno malo y te duele hasta el paladar.

Así, que ‘pa mi niña gloria bendita’ y por eso me encanta la tienda on line de Marta Pastor, porque tienen zapatos de buenísima calidad, hechos con materias primas de primer orden y, además, fabricados en España, que gracias a Dios en algunos sectores como el zapatero seguimos siendo líderes en hacer las cosas bien, -que no todo va a ser tortilla de patatas y sevillanas-. Y además tienen un montón de modelos de primeras marcas nacionales y para todas las edades, gustos y ocasiones y a unos precios de fábula.

Y nada de reticencias por ser una tienda on line porque ofrecen un trato personalizado con todos y cada uno de sus clientes, de ahí que ofrezcan un número de teléfono móvil para poder contactar con ellos en horario de tienda e incluso fuera, casi nada, y si vives en Madrid siempre puedes llegarte a su tienda física en el centro comercial El Soho de Las Rozas y conocerlos en persona.

Y por si esto fuera poco, el envío es gratis a partir de 40 Euros y, lo más importante para esas madres que malviven -apenas sin neuronas de tanto estrés maternal- y se acuerdan que tienen la comunión de la prima dos días antes… el pedido te llega en tan sólo 24 horas. ¿Qué más se puede pedir?

Pasaos por su página web ( http://www.calzadosmartapastor.es/ )y echad un vistazo a los muchísimos modelos que tienen, que seguro que os van a encantar tanto como sus precios… ¡y más ahora con la vuelta al cole acechando!

Pincha aquí y echa un ojo!

viernes, 6 de septiembre de 2013

Cigoto, el peor enemigo de cigoto


Cigoto es un buen niño. Y no porque no vaya con mala gente y llegue siempre a su hora los sábados –que también, oiga- sino por que come bien, duerme bien, le gusta el baño, que lo cojan y que no, le da igual un biberón que otro, agua que manzanilla… y da poca guerra en general o por lo menos poca guerra comparado con su hermana que es un tormento que no se calla ni durmiendo.

Sin embargo para ser justos, diré que el hermanísimo también tiene su genio, más si cabe que el que tenía la pelirroja a su edad, que se pasaba el día aletargada en el sofá y sólo abría un ojo para comer o para dejar claro que no la habíamos abandonado a su suerte. El aspirante a pelirrojo tiene carácter y aunque normalmente es un buen chico, cuando le tocan las palmas, baila y entonces no hay quien lo aguante.

Lo más curioso es que no se enfada porque tenga hambre o porque haya hecho caca o porque tenga sueño… De hecho, demuestra un sorprendente buen humor y hay que ir controlando relojes y ojeando pañales para asegurarnos de qué toca en cada momento, que una será madre experta pero es igual de pamplinosa que cuando era primeriza.

Y es que el hermanísimo se enfada cuando toma conciencia de que es torpe o al menos ésa es la teoría a la que he llegado en uno de esos tres segundos libres que tengo al día, generalmente cuando hago pis y me tomo la libertad de cerrar el pestillo ignorando los gritos de la pelirroja al otro lado de la puerta como Jack Nicholson en El Resplandor. Y es que creo que el pequeño se ha convertido en el peor enemigo de sí mismo y entra en unos bucles de los que no hay manera de sacarlo.

Así, cuando se le cae el chupete y yo intento ponérselo como madre entregada que soy,  empieza a mover la mano con el puño cerrado como los gatos japoneses ésos de la suerte y a meterse leñazos en la cara y en mi mano por lo que me es imposible ponérselo y, claro, tú crees que es que no lo quiere, pero no, error, sí lo quiere y lo quiere ya, pero tienes que luchar contra él mismo para dárselo, lo que presuntamente está deseando, pero es imposible y entra en bucle de llanto y mano en modo gatuno y es un sinvivir muy grande hasta que logras enchufárselo.

O cuando le toca comer y se pone ansioso como Pocholo en Ibiza y cuando le acerco el biberón empieza a mover la cabeza de un lado a otro, como un perro de esos de los salpicaderos de los taxis y no llega nunca a la tetina porque yo se la voy moviendo adonde tiene la boca pero como acto seguido la cambia, pues jugamos al ratón y al gato mientras se enfarruca vivo y tengo que cogerle la cabeza para que la deje quieta y meterle la tetina y entonces todo es felicidad.

O cuando le echo una sabanita por las piernas porque tengo el aire muy fuerte puesto y empieza a moverlas como un escarabajo panza arriba y la sabana va y viene hasta que acaba por taparlo entero como si fuera un cadáver y yo trato de quitársela pero más se mueve y más se enreda y al final antes de que se convierta en una momia egipcia, logro hacerme con una esquinita y lo desenvuelvo, haciéndole rodar cual croqueta rebozada.

Y es que parece ser que el hermanísimo también piensa seguir la estela de la hermana en cuanto a inteligencia reducida, pobrecitos míos, que ya os he dicho que la nena es muy lista para lo que le interesa, pero que para otras cosas tiene un empanamiento encima que para qué y ya sabéis que en la guardería ya me suspendió algunas asignaturas… Que yo no sé de dónde viene esta falta de vigor cerebral, que aquí una servidora podrá ser parada de larga duración y estar como un choto a las tres, pero jamás suspendió ya no una asignatura sino ni un examen, ni siquiera en la Facultad...

Vamos, que no me merezco esto.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Fotos acusicas y otras maneras de deprimirse


Me encanta mirar fotos. Mías o de quién sea. Pero fotos molonas, nada del coñazo de las del viaje de novios que algunos amigos con nocturnidad y alevosía te obligan a ver en la sobremesa de una cena, que precisamente han urdido para tal fin y tú tienes que fingir que te ha dado un colapso para poder huir. De ésas no, gracias. Me gustan de las divertidas y sobre todo de las antiguas para ver cómo éramos en la época del colegio y del instituto y de algunas nocheviejas, cuyos estilismos es mejor olvidar, que aún recuerdo un año con moño italiano y dos tirabuzones de rabino en las patillas que no sé ni cómo nos dejaron entrar en la fiesta…

Por eso cuando voy a mi casa y la mamma me deja –que siempre me regaña porque dice que tiene los cajones rotos- me pongo a ver fotos antiguas para reírme un rato de mis pintas creyéndome moderna con mi melena desigual o de las de mi hermana con la montera ochentera y las camisetas de Chipie, pero las que más me gustan ver son la de mi infancia –las tres que tengo porque mis padres se entregaron tanto con la primogénita, que cuando llegué yo, ya estaban hartos de fotos y apenas tengo unas pocas que atestigüen que yo también me críe en esa familia- y me lo paso en grande pinchándole a mi madre sobro cómo permitía que fuéramos a la calle con esa pinta de refugiados.

Yo siempre con el pelo corto, como si me acabaran de desparasitar, canija, orejona y verdosa con vestiditos de nidos en tonos Burdeos. Siempre. Mi hermana, afortunada ella, con melena, pero con la misma cara de pobre y con la réplica de mi vestido –que encima luego me tocaba heredar-, mi padre con bigote ¿estamos locos? y con pintas de haber sacado la ropa del contenedor de madre coraje y mi madre, la más normal, pero con un estilismo de catequista setentera que se le quitan a una las ganas de vivir.

Pues qué quieres, lo que se llevaba -me dice en respuesta a mis críticas-, en aquellos tiempos esos vestidos eran lo más. De punta en blanco íbamos, ¿no ves que eso es un bautizo? / ¿Un bautizo? Pero si parece un comedor social… ¿y esas gafas de Rappel? / Ésas me las trajeron de Francia, el último grito / Grito de espanto supongo…

Y se enfarruca viva.

Y mi pelado de despiojada, ¿qué? / Es que a ti no te gustaba peinarte y ese pelado era muy cómodo / ...y muy horrible / Sí, pero luego te lo dejé largo / Me lo dejaste cortado a la taza que no sé yo qué es peor…

Y en esto andaba criticando a la mamma y sus estilismos mientras pasaba fotos de mis diecimuchos con collares de plástico y gigantoaros a lo Jennifer López y botas blancas de tacón de plástico puro y otras cosas muy horribles que recuerdo que me colocaba en el ascensor de casa para que mi padre no entrara en bucle de sermones. Pero una era joven e inexperta y es verdad que las modas hacen mucho daño, pero a mi pelirroja siempre la he llevado hecha un primor y clásica para que no se pase de moda…

Y en este pensamiento estaba cuando descubrí una foto con el paje real de El Corte Inglés de hace unos pocos años, en la que el pater parecía que acababa de superar la Tuberculosis –imagino que era la época álgida del malvivir paternal- la niña, que parecía una aparición, más azulona que blanca, tenía los pelos en ese terrible punto en que los rizos no acaban de bajar para hacer la melena y la convertían en una mini Samuel L. Jackson en Pull Fiction pero en pelirroja y en maraña y con mala cara, y yo parecía que acababa de salir de la cárcel en un permiso penitenciario de tres días y que los dos primeros me los había pasado con gastroenteritis. Con lo monos que yo creía que íbamos. Vamos, que tuve que esconder la foto para poder seguir criticando a mi madre y mi pelado de refugiada que, ahora, bien visto, igual no era tan feo… al menos parecía despiojada y no sé si de la pelirroja podía decirse lo mismo.

Cualquiera aguanta a la niña viendo las fotos de mayor.

Igual a mí también se me rompe el cajón...


PD. Hoy también publicamos post en el blog de El Planeta del Bebé... la pelirroja ya tiene mochila nueva ¿o no? No os lo perdáis!! Pincha aquí

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Terrores nocturnos o cómo perder la cabeza


Ya os he comentado alguna vez que en esta casa además de tener mucha actividad diaria también la tenemos nocturna y no sólo porque cada noche juguemos al ‘juego de las camitas’, cambiándonos de cama y de sitio y de habitación unos con otros, sin consciencia ni descanso y amanecemos ‘estrosaítos’ sin saber siquiera a quién le estamos respirando en la cara. Como en las Vegas, pero en versión hogareña y familiar. Pues como decía, no sólo por eso, también porque mientras duermen, el pelirrojo gruñe, el pater ronca y la pelirroja habla y delira –aún no tengo clara cuál es mi onomatopeya onírica pero seguro que tengo- y aquí no hay quien pegue ojo, que ya de descansar ni hablamos.

Bueno, pues anoche mismo en uno de estos vaivenes y encontronazos por el pasillo y de conversaciones con los ojos cerrados y el alma encogida de agotamiento de ‘Dale el bibi al chico, que yo llevo a la niña a hacer pis y luego me acuesto con ella / No con ella no, que se acostumbra, que se acueste sola y si no quiere, la acuestas conmigo / ¿Y yo dónde? / Tú en la de la niña o no espera, mejor tú aquí y ella allí y si llora ya me voy yo para allá…’ y todo eso… al final acabamos los tres en la cama grande –que cada vez es menos grande y menos mía- y el hermanísimo en la cuna, lampón porque le hiciéramos un hueco en el festival de patadas, ronquidos y verborrea sin fin. Sólo faltaba.

Y como en esta casa hablamos con la misma naturalidad a las doce del mediodía que a las cuatro de la mañana, me dio por aleccionar a la niña sobre las bondades de dormir en su cuarto como había hecho hasta hace nada. ‘Pero ez que no me guzta ziempre, mamá, un rato zí, pero ziempre no / ¿Pero por qué no? / Porque me da zuzto algunaz vecez / Qué tontería de susto… / Claro ez que aquí eztaís todoz y yo zola –y razón no le falta a la chiquilla, que yo bien me podría ir a su cama y como que no me atrevo- Pero ¿de qué te da zuzto? / Poz de las brujaz y de los zerez maloz…

¿Los seres malos? ¿Estamos locos? Muero de terror. Y la niña ya empezó a dar cabezadas mientras yo, con un ojo abierto, me pegaba cual lapa dispuesta a recibir patadas a cambio de un poco de cariño humano y sobre todo protección frente a los seres malos… Y además, hace nada vi una peli de terror –y mira que me las tengo prohibidas- y todavía ando dándole vueltas al asunto…

Y de pronto mientras yo pensaba en posesiones y entes demoníacos que se te colaban por la boca, me dice la niña que tengo mucha suerte porque yo tengo muchos nombres, algo con lo que siempre está liada porque según ella soy mamá, mami, Flor, Chiqui –que me llama mi familia y mis amigos de la infancia- y guapi o cari que es como me llama el pater… y se encela viva.

Pero se calló pronto y yo seguí a lo mío, que si apariciones en el espejo, que si niñas malignas en camisón y de pronto va la niña y dice.

‘¿Tú sabez que yo tengo muchoz nombrez? / Eso está muy bien, pero ahora a dormir / Zí, tengo muchoz nombrez y uno de elloz ez Lucifer’

Seguramente si en ese momento no me dio el paro cardíaco, ya no me da jamás, pero del brinco que pegué en la cama, casi me quedo encajada en el plafón del techo y asomo la cabeza por el salón del vecino y del grito infantil que me salió directamente del estómago desperté al pater y al hermanísimo, que empezó a dar alaridos desde la cuna pensando que él también tendría algo que decir en el asunto de que su hermana fuera un demonio del inframundo…

Y el pater que no sabía de dónde venía todo aquel jaleo, miraba de un lado a otro, incorporado en la cama y con los pelos tiesos, acojonado, creyendo que nos había asaltado una banda criminal… y cuando le expliqué el asunto, me miró como me miraba mi padre cuando le decía que había algo bajo la cama y antes de que pudiera obligarle a llamar al Vaticano en busca de nuestro propio Padre Karras, va la niña y sigue.

‘Lucifer, mamá, éze ez uno y el otro ez Guz y el otro Cenicienta y también Anaztazia… Aunque mejor Anaztazia no, que ez mala ni Lucifer tampoco que ze quiere comer a los ratonez, que zon güenoz’.

Y de pronto, en medio de aquella situación propia de una película de Almodóvar, caí en que Lucifer es el nombre del gato de la Cenicienta, película que la tarde antes vio dos millones de veces. Así que la niña más que poseída, estaba lobotomizada por la factoría Disney.

Pues eso, que en esta casa dormir no dormimos, pero aburrirnos, tampoco.