lunes, 30 de junio de 2014

La maternidad y otras hazañas



El negocio éste de la crianza es una cosa muy dura y va complicándose a medida que vas sumando niños al libro de familia y vas cumpliendo años, que todo hay que decirlo, que una ya no se agacha sin quedarse anclada en posición Quasimodo ni hay resaca que no le dure menos de tres días.

Pero lo peor de esto de hacerse madre, además de los collares de macarrones y las estrías en las caderas, es que la maternidad todo lo abarca y todo lo inunda y no hay ni un espacio libre en el que refugiarse y poder fingir que una no es madre aunque sea por tres segundos. Ni siquiera el baño, mire usted. Y así con el malvivir, una va perdiendo neuronas y rellenando los espacios que éstas ocupaban por dosis ingentes de estrés del malo, vamos, que una se va volviendo lerda y loca a partes iguales. Un despropósito.

Así tareas sencillas como arreglarse para ir a dar un paseo son auténticas hazañas, que te llevan dos horas de media para finalmente salir por el portal con el pelo como un nido de gaviotas, con los ojos a medio pintar y la cara de loca de psiquiátrico de los 50 y encima no llevas el chupete, te has olvidado la toquilla en el coche y no tienes claro a qué hora le toca el biberón al nene.

Y claro, las no madres que van con su trenza de espiga y sus labios coral te miran como si fueras un bicho raro que te gusta el malvivir, porque todo el mundo sabe que dos niños tan chiquitos no pueden dar tanta guerra como para ir por la vida con los pelos de Amy Winehouse.

Pues mire usted, sí. Que medio verano llevo con zapatillas de loneta porque no tengo tiempo de pintarme las uñas. 'Anda, no te creo, pero si eso son cinco minutos, mujer' y te dan ganas de apalearla con la silla hasta que pierda el conocimiento, pero claro, qué va a entender la chiquilla si para ella que se pasa cuatro horas en la playa tumbada en una hamaca, va a la peluquería cada semana para repasarse, toma café durante dos horas en una terraza y sale de fiesta todos los fines de semana hasta la amanecía, qué son cinco minutos. El tiempo que tú tienes para ducharte, malpeinarte, pintarte como el joker y, con suerte, echarte desodorante. Qué vida perra.

Así que lo mejor es unirse a otras madres agotadas y hacer piña, primero porque ellas que tampoco logran orinar en la intimidad, te entenderán y no sólo irán con tu mismo peinado de 'acaba de asaltarme una manada de hienas salvajes', sino que el día que en lugar de pintarte en cinco minutos mientras placas al nene para que no se suicide cabeza abajo el váter, lo hagas en diez minutos, alabarán tu belleza y cuando logres combinar un conjunto que, además, por un azar del destino, no lleve restos de potito ni de palote, lanzarán un 'ohhh' al viento que te hará sentir estupenda aunque el conjunto sea de 2002 y en realidad te siente como un tiro.

Y si empezáis una conversación fingiendo ser personas normales, antes de poder decir dos frases, una se levanta a mirar al pequeño por si se ha despertado y a decirle al grande que o se toma el colacao o caerán sobre él las siete plagas biblícas y cuando el tema se reanuda, a la otra la llaman de la guardería para decirle que se ha dejado el carro y que el niño ya nunca se come el segundo plato y cuando vuelves a intentar coger el hilo, viene la tuya y te anuncia que se ha hecho pipí encima, señalándote el reguero entre las mesas.

Y al final no te enteras si fue tu amiga la que se acostó con el novio y la pilló el casero o la que se acostó con el casero y la pilló el novio o la que pilló al novio con el casero en plena faena, pero miras sus sus ojeras, sus pelos a lo Mufasa y sus risas de loca y te sientes parte de algo. 

Pues eso mismo me pasa aquí. Y sienta fenomenal .

lunes, 23 de junio de 2014

La gran actuación



Después de semanas de ensayos en el salón, frente al hermanísimo de ojos desencajados y las paredes desconchadas a manotazos, llegó el día de la gran actuación de la 'muchachatunga' y la familia entera se preparó para la gran cita. 

Como no podía ser de otra manera en un evento de este calibre, al pater y a mí se nos sumó la mamma, mi tía Laly, mi primo Diego, mi prima Laura, mi tía Mari Carmen y mis sobrinos Nachete y Pablo, todos dispuestos a animar a la pelirroja y a aguantar a Cigoto -más conocido como la fuente de todo mal- y los demás porque no pudieron venir, que tenían que dividirse yendo a otras fiestas infantiles, que si no nos tendrían que haber puesto un palco para nosotros solos. Pero la 'muchachatunga' es lo que tiene, que es una actuación estelar y tiene mucho tirón. Eso lo sabe cualquiera.

Así que tras pintar a la niña como una puerta, básicamente por no escucharla y porque sólo encontré la sombra 'azul oscura casi negra', y echarle el espuma en el pelo para dominar aquel jaleo de tirabuzones hasta dejarla como una miniadolescente de extrarradio, le coloqué el traje de 'muchachatunga' de calidad 100% chinesca.

Por suerte, la criatura es presumida y no le importó que la filigrana del traje fuese de lija extrafuerte, que le dejara la barriga llena de arañazos nivel Freddy Kruger, ni tampoco que los pantalones se le fueran cayendo a cada paso porque, claro, para que el traje le diera la anchura de torso a la criatura, la seño le cogió la talla mayor que había en existencias, con lo que los pantalones se le iban cayendo como a un obrero 'enseñahucha', dejando sus blanquecinas lorcillas y los arañazos de gatos salvajes al aire, aunque, eso sí, el corpiño le seguía partiendo el esternón.

No tengo claro si lo peor fue el camino al colegio contoneándose y dando traspiés, mientras yo me deshacía en explicaciones ante los damnificados con los giros improvisados, o  si lo fue la espera en la puerta a que nos dejaran pasar, como si aquello fuera un concierto de Springsteen, con dos millones de padres enfervorizados dando empujones y tratando de colarse por las esquinas. Mientras yo, con Cigoto arrancándome mechones de pelo me debatía entre la vida y la muerte y el páter a punto ser aplastado y castrado con el carrito, buscaba a la familia entre el gentío.

O igual lo peor fue hacinarnos en el gimnasio subterráneo con mil personas haciendo fotos, sentados en sillitas de feria mientras la mamma quería cambiarle el pañal a Cigoto, básicamente porque hacía media hora que se lo habíamos cambiado, el pater se volvía loco buscando el mejor ángulo fotográfico, mi primo le daba al whatssap como si viviera en un mundo paralelo y mis tías se buscaban unas a otras gimnasio arriba y abajo como en una película de los Hermanos Marx.  

Eso sí, una vez que la mora se subió al escenario, todo se reorganizó. Todo lo que puede reorganizarse esta familia, claro. Y vimos a la pelirroja darlo todo, generalmente en sentido contrario al del baile que todo hay que decirlo, que a punto estuvo de pegarse un cabezazo con su partener, pobre chiquillo, pero eso sí moviendo el culete como si tuviera vida propia. Tanto así que antes de que terminara el baile no sólo tenía toda la barriga fuera de tanto espasmo, sino que el culete amenazaba también con salir de la zona de seguridad.

Por suerte, la directora estaba distraída y no vio la amenaza de calvo subversivo de la pelirroja, que si no, me la acusa de disidente, me la echa del colegio y me veo dándole clases particulares en el salón. 

Como tengo yo el salón.  

PD. habemus foto del muchachatunguismo en Facebook e Instagram...

lunes, 16 de junio de 2014

El amor cigotil y otros tormentos



La pelirroja es claramente del equipo del pater. Y no sólo porque ambos sean desordenados nivel ‘ha venido el FBI a hacer un registro y luego hemos celebrado una fiesta rave en el salón’, ni porque les guste la miel más que el chocolate –cuando todo el mundo sabe que la miel es vómito de abeja y el chocolate, un alimento divino - ni porque ronquen cual oso cavernario cuando duermen y nos hagan maldormir a los demás.

La pelirroja es del equipo del pater prácticamente desde que nació y porque lo lleva en la sangre. Da igual que sea yo quien la lleve al cine, al baile, quien la pinte como a una DragQueen los domingos por la tarde, quien le haga trenzas a los Pipi Calzaslargas a las once de la noche con los ojitos güertos, y quien se pase tres y horas metida en el agua del mar para que pueda fingir ser una sirena, mientras encojo la  barriga, muero de hipotermia y recibo mil arañazos en las mejillas con los manguitos de Barbie de los chinos.

Es en vano. Es llegar el pater y la ingrata de se olvida de mi persona. Y si hay que acostarse con alguien, comer con alguien o ver una película con alguien, la lagartona siempre elige al pater, aunque eso sí, para que parezca justo hace como que lo sortea con el Pito Pito aunque cambia la velocidad de la canción o el silabeo para que el dedo le quede en el pater y, la muy suavona, encima finge sorpresa. Un despropósito.

Por eso, cuando me embaracé de Cigoto le pedí intrauterinamente –que es como telepáticamente pero a nivel orgánico- que me amara así, porque una también tiene su corazoncito y está harta de perder al Pito Pito y de ser el plan B para esta niña vendida, con lo poco que me ha gustado a mí ser el segundo plato, que eso es una cosa muy triste y muy de feas.

Buenos, pues la Divina Provindencia me lo ha concedido y Cigoto ama a su madre por encima de cualquier cosa –bueno, tampoco exageremos, que a las abuelas y al biberón del agua los ama igual-. Lo cual es bastante extraño porque lo mismo que con la pelirroja he sido una siamesa prácticamente desde que nació, al pobre pelirrojo no lo toco ni con un palo, que con esto de trabajar fuera de casa, más los extras de las colaboraciones, la casa, la maternidad y demás… no tiene una tiempo ni de mirarle a la cara al chiquillo.

Pues me ama. Muchísimo. Y cuando llego a casa, se le ponen los ojos como platos y me aplaude y me hace los lobitos y el indio y todas las monerías que sabe hacer, imagino que para conquistarme y que lo coja un rato y nos tiremos a la calle a ver la luz del día. Y claro, a una se le enamora el alma como a Isabel Pantoja… un ratito.

Porque no es oro todo lo que reluce. Vamos, ni una tercera parte. Que el hecho de que el hermanísimo me ame con esta intensidad es más bien una tortura que un regalo. Y es que cuando está con el pater y la hermana, el caballero es feliz en el gigantoparque con sus ruidosos juguetes viviendo su vida interior con pasión y a lo suyo, o en el cochecito, mirando entusiasmado, la vida en la corte de la princesa Sofía, pero es entrar una por la puerta y decir hola, y tenerlo retorciéndose como una culebra epiléptica y llorando como si se le fuera a salir el alma por la boca, clavándome los ojos como un animalillo atropellado.

Y claro, para no escucharlo porque a mí esto del llanto no es que me dé pena, es que me provoca una ansiedad muy de ingresarse, lo tengo que coger y cual madre marsupial llevármelo encima –como tengo yo las vértebras- a desvestirme, a hacer pipí e incluso a la ducha, donde nos bañamos juntos como amantes furtivos, para que no nos vea la pelirroja y quiera sumarse a la fiesta, que una siempre ha sido pudorosa y esta falta de intimidad postmaternal no me gusta ni una mijita.

Y ahora cuando llego del trabajo, ni saludo y tengo enseñados al pater y a la pelirroja que ni me miren y entonces me tiro al suelo como un marine y repto por detrás del sofá hasta el baño, mientras Cigoto juega a la granja distraído, para poder hacer pipí tranquila. Y a veces hasta me vuelvo a duchar sólo por el placer de hacerlo sola. Y me siento una triunfadora.

Qué vida más triste.

lunes, 9 de junio de 2014

Cigoto y el poder del mal


Cuando le cuento a la gente lo malvado que es Cigoto nunca me creen. Que si es que es varón, que si es que tú estás más cansada ahora, que si es que son dos… Hasta que pasan una tarde en casa y viven en sus carnes el terror cigotil, que es una dictadura muy mala de ésas con palizas callejeras y genocidios y todo, que nos tiene al pater y a mí y hasta a la pobre pelirroja, al borde de la huida a tierras sin acuerdos de extradición.

Cigoto no duerme. De día nunca, bajo ningún concepto, no vaya a perderse la oportunidad de lamer un enchufe o masticar un cable. Delicatessen. Y de noche, tampoco duerme más de tres horas seguidas, más bien se queda en trance, con un ojo semiabierto por si las cosas se ponen feas y los biorritmos se le suben y tiene que ponerse a aplaudir a las tres de la mañana o a hacer los lobitos a las cinco, que se ve que es una terapia vital que viene desarrollando desde hace unos meses con especial ahínco.

Cigoto se lo come todo y cuando digo todo, digo todo. No sólo las sobras de los platos ajenos, a los que se acerca con el sigilo de un leopardo. También la plastilina –preferiblemente la amarilla y la fucsia de Jovi que Cigoto es un comedor compulsivo pero sibarita-, los corazones de gomaeva –preferiblemente con purpurina- o los pelos de la Barbie Mariposa de la hermana. Aunque el bocado más delicioso son las plastas peluseras de las zapatillas. Le vuelven loco. E igual le da la vuelta y lame como si no hubiera un mañana, que con sus minidedos regordetes va despegando pelusillas a pellizcos y metiéndoselas en la boca moviendo mucho los labios y con los ojos en blanco del gusto.

Cigoto no quiere carro, ni quiere parque. Cigoto finge que quiere brazos, pero en cuanto lo coges te trepa por el cuello, te tira de los pelos o de las orejas o hasta de las pestañas y se pone cabeza abajo hasta que lo dejas en el suelo, que es lo que en realidad quiere, para gatear compulsivamente y con la violencia de la niña del Exorcista, pegando unas palmadas en el suelo, que un día de estos se va a quedar con las palmas en carne viva o, peor, se le van a salir disparados los dedos, con el miedo que me dan a mi los desmembramientos.

Y por supuesto no gatea como un niño normal. Cigoto se mete debajo de la mesa a darse una serie de cabezazos en cadena, a rebuscar tornillos en los bajos de la silla o cualquier cosa peligrosa que pueda echarse a la boca, que a él, como a Calleja, lo que le gusta es el riesgo máximo. O encajar la cabeza en los diez centímetros que hay entre el mueble y la televisión para tratar de alcanzar la clavija del teléfono y arrancarla de cuajo o chuparla o meterle un par de ceras dentro para ver si explota o algo.

Y así estamos todos, al borde de la muerte por agotamiento. El pater sonámbulo, sobreviviendo con el piloto autómatico como los presos de guerra, y yo con los nervios como Mila Ximénez, loca nivel ‘un día voy a salir a la calle en camisón y con una recortada y la vamos a liar’. Hasta la pelirroja se está ‘jartando del helmano’ porque claro la criatura no sólo tiene que aguantar sus gritos y sus histerias, también ve a su Barbie con el pelo ralo y sufre. Cómo no va a sufrir.

Y todo esto se lo contaba a una amiga el otro día con cara de loca y ojos desencajados frente a la barra de la cocina mientras Cigoto se entretenía en la alacena con las botellas de coca cola.

Y quejándome estaba cuando veo que empieza a aplaudir enérgicamente y que el odiado suelo de Pizarra está sospechosamente brillante.

Yo no quería acercarme a ver porque eso es como cuando las rubias en camisón de las películas oyen un ruido y van con la linterna y tú dices ‘no vayas, mujer, no ves que está la niña muerta esperándote o el violador de cara deforme o ambas cosas’. Y luego, una piensa, claro, es que la criatura no escucha la música de terror que nosotros sí escuchamos y no se imagina lo que se le viene encima.

Bueno, pues yo sí escuchaba la música tenebrosa. Y bien alta. Y más que subió cuando vi que Cigoto con su habilidad para hacer el mal, había logrado desenroscar el tapón de la garrafa de aceite y ahora estaba chapoteando sobre aproximadamente tres litros y medio de virgen extra variedad picual.

Tres toallas, una escoba, dos mochos y una fregada de rodillas al estilo criada de Downton Abbey, después, aún nos partimos la crisma cuando pisamos la cocina.

Eso sí, el suelo ha cogido un brillo precioso.

lunes, 2 de junio de 2014

La noche nos confunde


Si hay una tarea imposible en esta casa desde que somos familia numerosa, además de ver algo en la tele que no sea la Princesa Sofía, es dormir del tirón. Y cuando digo dormir del tirón no me refiero a dormir ocho horas como las modelos ésas que dicen que miden 1’80 y pesan 50 kilos porque duermen bien y beben mucho agua… Digo dormir tres horas seguidas para que las neuronas se me regeneren y no parecer lerda a las seis de la tarde y también, por qué no decirlo, para que se me ponga el cuerpo de Blake Lively.

Aquí, estamos echados sobre la cama haciendo como que dormimos como seis o siete horas cada noche, durmiendo en períodos de hora y media entre los que alternamos divertidas actividades en familia como cambiarnos de cama quince veces seguidas como en un espectáculo de Bennie Hill, mecer bebés demoníacos, calmar a niñas asustonas con pelos de escoba, traer y llevar botellas y biberones de agua –cuando no derramarlos por el pasillo-, buscar chupetes a la luz del móvil, recibir patadas en los costados y malvivir hasta el amanecer.

La pelirroja siempre ha sido de dormir del tirón y hasta de roncar, con lo feo que está eso en una señorita de bien, pero de un tiempo a esta parte, con los trailer de Maléfica y mis historias para no dormir, que le cuento para que me haga caso, la tengo noche sí y noche también, a los pies de mi cama como una aparición, con los pelos como los troll aquellos de pelos de colores y con la mala cara de los niños de Los Otros.

Y claro una que está en duermevela con esto de la ansiedad maternal, levanta los ojos para echarse un trago de agua al gaznate o comprobar que todo el mundo sigue vivo y me la encuentro ahí, esperando a que abra un ojo para gritar ‘Mamaaaaaaá, que tengo mussho zuztooooo’ y claro, al final la que tiene mucho susto soy yo y tiro la botella al suelo, al pater le da un infarto y Cigoto se pone de pie en la cama a hacer los lobitos. Y todo es caos.

El pater y yo tenemos un trato para solventar estas crisis nocturnas. Yo me encargo de la pelirroja y él del hermanísimo. Ilusa de mí, creí que había hecho un buen trato, pero nada más lejos de la realidad, porque el hermanísimo tiene una o dos crisis en la noche. De levantarse dando voces como una vecina ordinaria y tocando las palmas como un poseso, pero se le endiña el chupete y se le mete en la cama y cae cual demonio exorcizado.

Con la pelirroja la cosa es más compleja o por lo menos dura más. A veces, lo soluciono metiéndome en su cama y dejándome aporrear con el peso muerto de sus brazos que no deja de mover cuando está dormida como si estuviera bailando la jota. Allí  quedo atrapada entre la niña que se expande como el universo y se queda con más de media cama y con la maldita barandilla -que no quito porque siempre me queda la esperanza de huir- y que se me clava a traición en los riñones hasta dejarme lisiada.

La otra opción es darle vía libre a que se meta en nuestra cama y que dé comienzo el festival de las patadas y manotazos a doble bando, que se vaya a creer el pater que se va a librar de este maltrato nocturno de la primogénita.

Eso sí, como Cigoto clave la cara entre los barrotes a lo Jack Nicholson en El resplandor y nos vea a los tres en comunidad, entra en modo furia hasta que lo dejamos sumarse a la fiesta.

Precisamente hace un par de noches, lo metimos en la cama entre la pelirroja y el pater para que dejara de hacer el orangután esquizofrénico en la cuna y tras un rato de espasmos reptiles se quedó fritanga.

Pero no había pasado ni media hora cuando el pater empezó a sobarme la cara y me metió un dedo en un ojo –como tengo yo los ojos con la alergia- y claro me incorporé indignada, todo lo indignada que puede estar una madre agotada con la espalda retorcida y apaleada por su propia hija.

¿Eres tú? me pregunta / ‘No, soy el lobo’ -dije con mi particular agresividad nocturna pero sin levantar la voz para que la pelirroja no se despertara-  ¿qué quieres? / El niño que no está / que no está ¿dónde? / Que no está en ningún sitio / Lo habrás metido en la cuna / Que no, que no está... que ya he mirado...  Y antes de que pudiera empezar a inventar teorías terroríficas de secuestros exprés, escuchamos unas palmadas compulsivas.

Dos deslumbramientos oculares con la linterna del móvil y dos moratones en las espinillas después, el pater y yo más muertos que vivos, localizamos a Cigoto en el pasillo, tocando las palmas como Manolo el Caracol y enseñándonos sus gigantopaletones a lo Luis Miguel, emocionado con la hazaña de haber logrado escapar del yugo del descanso.

De cómo pudo llegar hasta allí reptando cual marine estadounidense, tenemos un par de teorías, sin descartar el teletransporte, claro, aunque ahora centramos nuestras energías en buscar escuelas militares de postín. O eso o lo empadrono en casa de la mamma.

Que no esté yo canija...