lunes, 29 de septiembre de 2014

Los deberes y otros castigos divinos


Como si no tuviéramos ya bastante en esta casa infestada de virus pelirrojos variados, falta de tiempo hasta para toser e insomnio permanente con sus buenos sobresaltos a media noche por los gritos de uno u otro o porque a una servidora se le olvidó poner el móvil en silencio, ahora ha llegado un nuevo enemigo a nuestras vidas: los deberes.

Que ya ves tú que yo no pensaba preocuparme por esto de las tareas hasta por los menos segundo de Primaria cuando llegaran las tablas y las divisiones y la vida académica más allá del rey u y el panadero p y ya estuviera una más recompuesta de esto de la maternidad doble y el malvivir. Pero no. Al parecer hacer deberes desde la guardería es lo más. Sobre todo si quieres que tu hijo sea ingeniero aeronáutico o notario. Que no se puede aspirar a una carrera de éxito y a un sueldo bruto generoso si no haces repeticiones en cadena de caligrafía desde los cuatro años, con lápiz en forma de triángulo y una goma Milán mordisqueada.

Al principio, la cosa no era muy grave. Un carilla cada fin de semana de repetición de la letra p, con sus recovecos y sus cuadrículas y su sentarse con la pelirroja y su parsimonia infinita a dejarme carcomer por los nervios, pero una carilla al fin y al cabo por semana. Pero claro, la cosa ha ido avanzando y la niña que se ve que ya tiene la universidad a la vuelta de la esquina, está ya en serio con el libro de lectura y no con nuestra cartilla Palau la mar de mona y pedagógica, sino un libro con mucha mala pipa y con las letras desordenadas que tenemos que leer cada día con los ojitos güertos y la paciencia en mínimos históricos, con un lápiz gigante que le trajo mi hermana de Ibiza para señalarle las letras que tiene que ir leyendo o amenazarla si empieza a desvariar cantando canciones de Frozen mientras finge pensar en la m.

Pero por si esto no fuera poco, la niña que es floja de nacimiento y una subversiva frente al poder académico establecido, no termina ni una puñetera ficha cada día en el colegio  y la señorita en señal de castigo -hacia ella por floja y hacia mí por haberle trasmitido los genes de la flojera- nos la manda a casa, para que la terminemos en nuestro salón, mientras el pater habla con clientes por el móvil fingiendo que no ha perdido la cabeza, Cigoto toca la trompeta y yo planeo alistarme en la Legión Extranjera más pronto que tarde y sólo volver a casa los Jueves Santo con una cabra, para saludar a la familia y custodiar al Cristo de Mena.  
Y claro, yo soy partidaria de que los niños han de hacerse responsables de sus tareas, de que las hagan solitos y no con las madres pegadas a la chepa, como las hacíamos nosotros que nos buscábamos la vida antes de que empezara Bola de Dragón o los Mosqueperros. Pero claro, el pasotismo de la pelirroja es nivel maestro y por miedo a que la señorita me denuncie por negligencia académica y me quiten la custodia educativa de mi primogénita, me veo obligada a dejarme la garganta y la cordura pegándole voces para que se siente y comience a trabajar, mientras protesta como si la llevara al paredón y se inventa mil excusas para no sentarse. 

Que si ahora voy cuando termine el episodio, que si primero voy a hacer pipí, que si tengo mucha hambre, que si eso ya me lo sé...  y así hasta que tengo un brote psicótico y tengo que controlarme para no lanzar la libreta por la ventana y salir a la calle a pegar tiros.

Vamos, que estoy por hacerme la moderna y quitar a la niña del colegio con la excusa de estar en contra de alguna cosa que se me ocurra como el inglés por fonemas o las divisiones. Pero claro, entonces no tendría dónde meterla cinco horas diarias e igual hasta me obligan a educarla en casa, como tengo yo los nervios.

Vamos, que no tengo salida. Cuando llegue a Secundaria me voy a las misiones. Anda que no.

lunes, 22 de septiembre de 2014

De cumpleaños, minivacaciones y mal karma


En agosto fue mi cumpleaños y mi hermana, consciente de mi mal estado mental y mis ojeras con la profundidad de las fosas Marianas, me regaló una estancia en un lujoso hotel de Marbella con su maravillosa piscina y su thalasso spa y lo que es más fabuloso, con la prohibición explícita de llevar niños, que al parecer eso es una cosa que se lleva mucho entre los hoteles modernos. Imagino que para aliviar la culpa de los padres que dan esquinazo a los vástagos y se lanzan al mundo del descanso y para que ya que le dan esquinazo a los suyos, no acaben sufriendo los gritos, llantos y porculerismos variados de los hijos de los demás.

¿Qué os puedo contar? Pues que todo fue maravilloso, relajado, adulto, con nuestros cócteles en la piscina, nuestro spa con gorro arranca dignidad, nuestras siestas y hasta nuestra noche de juerga… una alegría para el cuerpo. Para el mío y para el del pater. Pero claro, tanto relax en solitario y tanto bienestar como nopadres no podría traer nada bueno detrás, que el karma es un cabrón y ya estaba estudiando cómo hacernos pagar que le hubiéramos mentido a la niña para largarla a casa de mi hermana y hubiéramos abandonado al pequeño con su minimochila y su bolsón de pañales en casa de la mamma.

Así que cuando volvimos a la realidad, ya sin biquini ni mojito ni borsalino molón, y con los dos pelirrojos recolgados del cuello cual mandriles, la cosa empezó a ponerse fea y no sólo por el estrés de deshacer cuatro maletas y poner dos millones de lavadoras, sino porque los pelirrojos empezaron a ponerse verdosos y, como diría mi madre, a ponérseles ojos de cabra enferma.

Y así fue como empezamos una semana de diarrea infernal en el caso de la primogénita, que salía disparada en mitad de la madrugada rumbo al wc dando corretadas por el salón como un caballo percherón para infarto de toda la familia, que nos levantábamos aterrados sin saber si lo que estaba pasando era un tsunami o un terremoto o si estaba soñando y en realidad aún no había terminado el instituto.

Y ante este panorama, Cigoto empezó a portarse sorprendentemente bien, tan relajado y tranquilito, dejándonos atender a la pelirroja, que empecé a sospechar que algo no cuadraba. Después de una lucha cuerpo a cuerpo con patada en la mandíbula incluida, para ponerle el termómetro, descubrimos que el señorito tenía fiebre, que a su vez nos descubrió un maravilloso virus de mocos por doquier y penosismo extremo.

Así que nada de colegio, ni de calle ni de ganas de vivir. Todos hacinados en casa en un buffet libre de virus variados que nos vamos intercambiando cual familia bien avenida para no aburrirnos.

A mi hermana le he dicho que el año que viene me compre una camiseta. De las baratas.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Vuelta al cole. Vuelta al estrés.



La vuelta al cole es maravillosa. Hasta ahí todo estamos de acuerdo. Que el hecho de que te quiten a los niños cinco horas cada día es como que te toque el sueldo Nescafé dos veces. Que desde que los pelirrojos han sido expulsados por las mañanas rumbo a la escolarización, al pater se le ha cambiado la cara y ya no tiene ojos de cadáver resucitado. Salvo los fines de semana, claro, que ése es otro cantar.

Sin embargo, la vuelta al cole también tiene su poquito de estrés, máxime si eres una madre agotada, con pérdidas de memoria y sin tiempo ni para orinar sentada, porque la vuelta al cole requiere de una serie de preparativos como una boda gitana, que te deja exhausta con listas, búsquedas del Santo Grial por librerías, papelerías y otros locales amigos, mensajes de whatssap con otras madres desesperadas, compras equivocadas y un ataque de ansiedad con el letrilandia de cuadrícula que debía ser de pauta o que es de pauta y debía ser de cuadrícula. Un sinvivir.

Yo como ya no tengo energía más que para arrastrarme, dejé lo de los libros para septiembre que así lo hacía mi madre y todas llegamos a la universidad, pero claro, cuando El Corte Inglés te dice que reserves es porque tienes que reservar, que esa gente sabe de lo que se habla y hay que hacerle caso. Pero claro, yo con esto del slow y la subversión, lo fui dejando y cuando me planté en septiembre con mi lista de dos folios a hacerme con los libros y el material escolar de la niña, se rieron de mí porque básicamente era como comprar turrón de Alicante en julio, que poder se puede, pero que hay que currárselo.

Y así fue como anduve pordioseando libros por las papelerías de media Málaga, con la ansiedad de una yonqui, para al final acabar comprando libros equivocados, todo un clásico personal, encargando otros agotados y organizándome con otras madres cual guerrilla colombiana para hacernos con los geoplanos que eran como sangre de unicornio y sólo se podían encontrar en una tienda de la conchinchina, cuando la luna llena coincidía con el primer viernes de mes.

Así que tras mucho sudar y mucho sufrir completamos la lista, bajando un punto de tensión a cada tachado y volviendo a recuperarlos tras hacer la cuenta de la broma, que supera los 200 euracos. Maravilloso.
Pero ahí no acaba todo porque como también soy madre negligente pues claro, ahora que empieza el cole, empiezan las prisas por leer, y después de un verano de permisividad extrema, tengo a la pobre pelirroja echando jornadas indefinidas en el sofá, leyendo al panadero p y al lechero l en bucle para que la seño no se dé cuenta de que somos unas flojas y nos eche la bronca nada más empezar el curso. Con lo feo que está eso y el mal karma que genera.

Y cuando ya creía que estaba todo listo, me he acordado de que no he forrado los libros, lo que al parecer en el colegio es motivo suficiente para que te quiten la custodia, y aquí estoy como una mona forrando y poniendo nombres -que como alguien me mangue un libro con lo que me ha costado encontrarlos, lo mato- mientras Cigoto lame el papel de celo lampando por una asfixia severa que lo libere de la guardería que según la mamma el niño está deprimido desde que ha empezado el colegio.

Y entretanto, la pelirroja va haciéndome un pase de modelos con los uniformes, que por supuesto, le quedan todos estallando y yo voy estornudando a cada giro del ataque de alergia que me dan los ácaros acumulados en tres meses de asueto escolar y mientras me despego el forro de las manos y escribo el nombre de la niña tres millones de veces y firmo cuarenta autorizaciones, me planteo que igual lo de la vuelta al cole es una maravilla, pero que pagar se paga. Y no sólo con euros. Válgame dios.

martes, 9 de septiembre de 2014

La guardería y otros milagros



Cigoto ha empezado la guardería y en casa estamos como si nos hubiera tocado el Euromillón, aunque sólo vaya en horario de adaptación de poco más de una hora diaria, pero una hora con sus sesenta minutos y sus 3.600 segundos es mucho cuando se convive con un pelirrojo malhechor tendente al suicidio y al homicidio, que el otro día en casa de mi madre se hizo con una patata de medio kilo y nos amenazó a mi padre y a mí con tirárnosla a la cara y tuvimos que taparnos con un cojín para garantizar nuestra seguridad.

Él, de momento, lo lleva muy bien, porque con este poco tiempo del que disponemos en casa entre la primogénita y la lectura -que eso es otra película de terror-, los trabajos oficiales y los extraoficiales y la mínima limpieza de la casa para que no nos denuncie Sanidad, al pobre Cigoto no le hace caso nadie a no ser que sea para atender sus necesidades básicas o evitar que se deje la vida en cualquiera de sus hazañas cual funambulista sobre la mesa del comedor o comiéndose las tapillas de los tacones de la hermana. Vamos, que con la criatura no juega ni el Tato de Jerez, así que al ver a una mozuela dispuesta a entregarse a él en cuerpo y alma y a jugar con él a la pelota y a bailar las canciones del Cantajuegos sin más preocupación que la de seguir el ritmo, pues claro el chaval se me ha emocionado.

Así el primer día no lloró ni una lágrima, loco con la expedición entre nuevos juguetes y nuevos compañeros de fechorías, pero es que el segundo día hasta le echó los brazos a la señorita, lampón por alejarse del lado de la pelirroja y del pater y lanzarse de lleno al mundo educativo.

El tercer día estaba más reticente, pero la seño nos dijo que había estado contento, pero eso sí persiguiéndola por todo el aula para que lo cogiera en brazos y lanzando juguetes contra la pared en plan Intifada y en señal de protesta mientras los compañeros lloraban desconsolados, según la seño por echar de menos a sus padres, según yo misma, de terror de haber caído en la misma clase que Cigoto El Castigador.  Y ni siquiera por esas, lograron contagiarle el llanto a la pequeña bestia de pelo rojo.

De hecho, ahora que es fin de semana, lo noto depresivo, como si pensara que aquello fue un espejismo que tal como llegó se fue y que se va a ver condenado un curso más, a ver a la hermana bailar en el salón y a tragarse maratones de La Princesa Sofía, mientras trata de masticar los cables de la televisión, en lugar de codearse con otros compinches y maltratar a la seño, que según el pater ya no le sonríe tanto como el primer día.

Y es que cuando la maestra pase un par de semanas con el pelirrojo suplente, sufriendo sus maldades y su falta de miedo ante cualquier peligro, seguro que nos declara personas non gratas y echa a Cigoto de la guardería, alegando que el niño está poseído por las fuerzas del indramundo, lo que bien pensado no estaría del todo mal sobre todo si el Vaticano nos manda un exorcista, que lo mismo me arregla al niño que lo pongo a leer con la niña el Letrilandia o a batirle un par de huevos para la pelirroja, ahora que por fin se ha lanzado a comer tortilla de patatas.

Si es que todo es organizarse.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Las fiestas son para guardarlas, que ya lo decía mi abuela...

Amores míos... en Málaga estamos de puente hasta el martes, así que actualizaremos mañana sin falta, que no está bonito eso de colgar textos en fiestas de guardar...

Entretanto, os dejo con el post que publicamos en El Planeta del Bebé sobre Cigoto El Caminante... que no ganamos para estrés!

Nos vemos mañana!!




Cigoto y su andador


Cigoto es un chico listo. Listísimo. Y no porque yo sea su madre y tenga las endorfinas a punto de ebullición, sino porque el pequeño pelirrojo se ha acostumbrado a buscarse la vida ninguneado por la familia -que no damos abasto para sobrevivir- y a dar por hecho que por eso de ser el segundo le tocaba espabilar y claro, la criatura se ha puesto las pilas.
 
Sabe abrir botellas para derramarlas por el suelo, trepar por todo lo trepable –y lo intrepable también- comer cables, meterse lápices por la nariz, comer solo lanzando papilla, yogur y boquerones contra la televisión, hacer montañas con las construcciones para luego estamparlas contra la pared, abrir y meterse en los cajones y muchas otras proezas maravillosas que nos tienen en un sinvivir y en un inicio de depresión severa.

lunes, 1 de septiembre de 2014

La 'espantá' o cómo maltratar a una madre


Lo mejor para que los demás conozcan el malvivir en el que andas inmersa y que tus quejas y tu bipolaridad no son fruto de una locura transitoria sino de un agente externo en forma de pelirrojos hiperactivos, es pasarle el marrón y dejarlos a solas con el objeto de tu mala vida, es decir, con tus amados retoños, como al que lo dejan en una habitación a oscuras con una cobra constrictor. A traición.

A mi favor he de decir que no fue por maldad sino por necesidad -una necesidad de fiesta, pero una necesidad al fin y al cabo- el hecho de que mi hermana y yo le dejáramos los retoños a mi madre, los tres, así sin anestesia ni receta de ansiolíticos, pero con un poco de gustillo, que todo hay que contarlo, para que sufriera en sus carnes a los dos pelirrojos con su día y su noche, mientras en su cabeza resonara el 'hija mía no será para tanto', que me suelta cuando entro en maratón de queja sin fin.

Así que a la pobre criatura le soltamos a los tres, a bocajarro, con el valor añadido de que el primísimo y la pelirroja se llevan a matar y que Cigoto -que ése es otro tema que da para un libro de dos tomos- ha empezado a andar, ampliando el campo de hacer maldades y de coquetear con una muerte violenta.

No sé si fue el hecho de que no se durmieran hasta la una y media de la madrugada saltando en la cama como monos cocainómanos, o que cuando se durmieran la cosieran a patadas sin compasión haciéndola huir de la cama y de una rotura de cadera asegurada, o que se mataran vivos por ver quién se colocaba al lado de Cigoto hasta que Cigoto se despertaba y huía a aporrear la vitrina con un zapato a las doce de la noche o a encerrarse en el baño con un ataque de ansiedad preescolar, o que mi padre les comprara un walkie-talkie que hacía el ruido de un reactor nuclear y tenía aterrorizado al vecindario, o que Cigoto gustara de deslizarse y tumbarse en la segunda planta de la mesa de cristal de centro como Tom Cruise en Misión Imposible jugándose la vida y la epidermis o que arrancara la pintura de la pared y la saboreara como un manjar prohibido o que mi hermana y yo el echáramos cara al asunto y no apareciéramos hasta las seis de la tarde... la cuestión es que cuando llegamos, la mamma no sólo había perdido las ganas de vivir sino que había menguado como diez centímetros de altura y tenía ojos de cabra.

Cierto es que ahora sabe lo mal que vivo y eso reconforta, pero por otro lado tengo un sentimiento de culpa la mar de malo porque ahora que ha mirado a los ojos al abismo, igual nunca puede recuperarse, como el que es testigo de un suceso violento o vio a Rappel en tanga de leopardo. Un drama.