martes, 21 de febrero de 2012

Horror en el hipermercado


Poco antes de iniciar el arresto domiciliario por los virus infantiles, tuve la flamante idea de ir a Carrefour con la niña. En principio, no me parecía el plan perfecto, no voy a engañar a nadie, pero tampoco me imaginé que sería una idea tan terrible. En ocasiones, he visto a madres con hijos haciendo la compra y aunque lo cierto es que no han pasado desapercibidos, ni ante los otros compradores ni ante los temerosos agentes de seguridad, tampoco me habían parecido gremlins alimentados después de la medianoche.

Así que me encaminé rumbo al matadero, sin la sospecha de que allí me aguardaban los nueve infiernos de Dante, dispuesta a ser una madre marsupial de ésas modernas que van con sus niños a todos sitios y fingen que todo va bien.

Para ser sincera, he de decir que el camino hasta el centro comercial no fue malo, entre otras cosas porque iba preparada con un completo kit de sobornos para mantenerla sentada en el carrito –el gigantocarro fue prejubilado hace ya algún tiempo- sin llantos por su parte ni ridículas amenazas por la mía. Todo iba bien, tan bien que tenía que haber sospechado que el mal se cernía sobre mí.
 
Todo comenzó cuando me vi obligada a bajarla de la sillita de paseo para poder cerrarla– una tarea que es como la física cuántica para mí, por mucho que el pater de la criatura me lo explique y yo finja que lo entiendo- y meterla en el carro grande de Carrefour.
 
No tengo ni idea de qué sería lo que se le pasó por la cabeza, pero aquello debió parecerle tal ultraje que entró en un estado de posesión demoníaca del que ya fue imposible sacarla.
 
Mitad enfadada y mitad emocionada, se abalanzaba sobre las estanterías con unos aspavientos, que ríete tú de Ana Sullivan, enseñándome las latas de piña como si viniéramos del pueblo y nunca hubiéramos visto aquello, mientras yo, avergonzada arrastraba el carrito -con el otro carrito dentro, como una muñeca Matriuska- derrapando pasillo arriba y abajo, y persiguiendo a la pequeña demente en algunas ocasiones, y fingiendo que no era mía, en otras, para compensar en dignidad.
 
Sólo diré que decidí que era el momento de dejar la compra a la mitad y llevarme lo poco que había logrado coger, cuando perdimos un zapato, que posteriormente recuperamos en la zona de los lácteos –su favorita -, junto al Activia y a los yogures de Muesli.

Y volvimos a casa, exhaustas y fracasadas -como el capitán Scott- con la firme promesa de renovar mi cuenta de Carrefour on line, como ya hiciera unos meses antes con la de Mercadona, cuando, en otro episodio de locura infantil, tuvo a bien arrancarse el pañal y lanzarlo contra la hilera de suavizantes con olor floral. Sobra decir que no hemos vuelto por allí, aunque, para qué engañarnos, lo más probable es que no nos hubieran dejado entrar…

8 comentarios:

  1. Yo la entiendo, el Carrefour emociona. Tiene tanta variedad... :P Reme

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    1. Jajajjajajaja, cierto, yo me pongo más o menos igual cuando paso por el pasillo de los chocolates!!

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    1. Jajajajja, gracias, amore!! Tú mejor que nadie con tus dos monkikis, sabes que cuento verdades como puños. O como puñetazos, según se mire! Y gracias por registrate!!
      XXX

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  3. No hay nada como una compra online cuyo unico peligro es que la niña te desconecte de la corriente el ordenador, pero... y si se queda pegá al enchufe ? Es un riesgo que habrá que correr, vamos digo yo...

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  4. jajajaja pero si te lo pasas bomba con la peque,cada día te depara nuevas aventuras que no olvidaras en tu vida.....¿por qué nos ponen lo fácil tan difícil??

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  5. Qué tarde he descubierto tu blog, me va a costar ponerme al día. Esta entrada es tremenda, me meo!!!

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