lunes, 18 de mayo de 2015

Mala vida playera



Yo llevo una mala vida muy grande y lo asumo con entereza como quien sufre de juanetes o tiene propensión al ardor de estómago. Yo, en cambio, tengo dos pelirrojos que dan mucha guerra y un pater que trabaja cuarenta horas al día como una costurera de Bangladesh, lo que me obliga a vivir los fines de semana cual madre soltera, debatiéndome entre quedarme en casa haciéndome la muerta y viendo mi vida pasar entre capítulos de Callie en el Oeste y maltrato físico con lanzamiento de piezas de construcción a las sienes y demostraciones de baile moderno sobre mis tobillos, o tirarme a la calle a jugarme la poca cordura que me queda con planes infantiles abominables.

Ayer opté por lo segundo y aprovechando que hacía un calor propio de agosto y que el pelirrojo tenía prohibido que le diera el sol en la cicatriz –sí ha vuelto a abrirse la frente- me fui con la primogénita a la playa por aquello de vivir intensamente como quien hace puenting cabeza abajo pero sin cuerda ni seguro de vida.

Por supuesto cuando llegamos ya había dos millones de personas en la playa y nos acoplamos entre la típica señora pulgón de metroquince y gigantopecho de ‘estoy frita por contarte mi caso de artritis en cuanto me mires dos veces’ y una señorona de silla y libro de las que te mira torcido en cuanto la niña saca la pala.

Por supuesto, la señora pulgón aprovechó para entre contarme la historia de su sobrino legionario que se metió a gay y la de su vecina que pilló una depresión porque se le inundó la casa, aconsejarme técnicas variopintas para que la pelirroja no se quemara porque al parecer no era suficiente el enyesamiento de Isdin pantalla total, el borsalino, las gafas y la sombrilla como si fuéramos guiris trasnochados. Y así durante dos horas y media.

Por supuesto, también, había olas nivel tsunami para que pudiéramos debatirnos entre morir de un golpe de calor en secano o coquetear con la ahogamiento y la muerte a base de tragar litros de agua salada, que obviamente es lo que hicimos, para acabar haciendo topless involuntario y con una cicatriz en la mejilla como la de Iñigo Montoya del ataque a traición de un manguito asesino. Un clásico.

Por supuesto, además de salir medio ahogadas del agua, las olas también habían acabado empapando las toallas, la cesta de temporada y el ánimo y acabamos huyendo mojadas, llenas de arena y con los pelos como el cantante de Camela rumbo al McDonalds a terminar de echar la mañana con una ensalada con sabor a nada y el reflejo de mi malacara verdosa en el espejo de la columna, todo ello con un chorro de aire acondicionado en el cuello, que me tiene ahora como el hermano parapléjico de Robocop.

Por suerte, llegamos a casa para descubrir que teníamos dos millones de deberes y un salón que había sufrido las diez plagas de Egipto y un terremoto nivel 8. Un hermanísimo regenerado tras tres horas de siesta y un pater con un periódico urgente que entregar en las próximas horas.

Pues eso, que yo quiero que me criogenicen y que me despierten cuando los niños se me vayan a  casar. O mejor, después, con la de trabajo que da una boda...

10 comentarios:

  1. Y pensar que antes los domingos eran para descansar.... ¡que tengas buena semana, si es que eres una figura merecedora de monumento!!! (Bueno, y que madre no???.

    ResponderEliminar
  2. Ya te digo, los fines de semana con niños son agotadores!! Espero que al menos cogieras un poquito de colorcillo...

    ResponderEliminar
  3. Es lo que tiene.En casa agotadores y en la calle más.Me uno al club de la mala vida materna con dos una con 5 y medio y otra 3 y medio.Yo también quiero que se independicen ya, jajjajaaja

    ResponderEliminar
  4. Es que, según en qué condiciones, la playa puede ser un factor importante de estrés. Jajaja. Besotes!!!

    ResponderEliminar
  5. ¡Dichosa tú que puedes ir a la playa! Un día de parque, con un sol sobre tu cabeza, arena y más arena, pero sin el mar cerca es peor. Mucho peor. Y ya se que mal de muchos, consuelo de tontos, pero créeme cuando te digo, ¡dichosa tu que tienes la playa cerca!

    ResponderEliminar
  6. Uff, es que mucho nos tiene que gustar la playa, qué estrés, por Dios. Este año me toca sufrir a muchas señoras con silla y libro que se echarán a temblar cuando yo aterrice allí con mis dos enanas.

    ResponderEliminar
  7. Donde quedaron aquellos dias de playa donde ibamos a tumbarnos y a leer y como mucho a bebernos una cocacola y unas aceitunas...

    ResponderEliminar
  8. A estas alturas de la maternidad irse a la playa con niños es echarle mucho valor, pero mucho jajaja, y si como dices te tocan "vecinas" ya lo hemos cagado, que a los míos al estar en una playa con humanos cerca los carga el diablo, así que siempre que sea posible optamos por playas salvajes y semidesierta, aún a costa de no poder coger una botella de agua decente, y tener que beber de las de la nevera, que sospechosamente siempre están llenas de arena. A mí me encantan las tardes de playa, en plan relax total, bueno, mejor dicho me encantaban...y bastante. Tiempos aquellos, ir ahora me suena a tortura, barata,y aún así repetimos todos los años. Lo que yo te digo, hay cosas que no tienen arreglo. Espero que lo de pelirrojo no sea nada grave...la pelirroja ya veo que bien. La de los churumbeles. PD- a mí las olas siempre me dejan el culo al aire, no creo que sea cuestión de cambio de talla del bikini, es que lo mío, las olas y el culo son pura matemática.

    ResponderEliminar
  9. Yo que soy del Sur, de zona de playa, fíjate tu, soy poco de playa, por eso de que luego tienes arena en todos los rincones imaginables del cuerpo y porque al ser tan blanca como la leche, me quemo con el mínimo rayo de sol, pero claro, se tienen hijos y ale, dile tu a los niños que no vas a la playa, que lo que tu quieres es sentarte en el chiringuito de turno con una bebida fresquita y una tapita de aceitunas.
    Y ahora es lo que toca, llegar a casa quemada como un camaron para luego estar quitando arena de todos lados durante una semana, ains, como te entiendo XD

    ResponderEliminar
  10. Te he descubierto hace poco y no se como he podido vivir sin tus desventuras. Estoy sentada en la sala de espera del pediatra, para contarle un nuevo episodio el drama de mis dos cachorros insomnes con diagnóstico y me has hecho reír a carcajadas. Es cierto que las horas de sueño ausentes acumuladas durante seis años juegan a tu favor, pero eres genial!! Yo no quiero que tus pelirrojos crezcan, ni que empieces a saborear la buena vida. Yo quiero mas de esto!

    ResponderEliminar