lunes, 6 de mayo de 2013

Madre NO hay más que una


Hubo una vez en la que mamá no era mamá y era una chica despreocupada cuya máxima preocupación era si saldría pronto o tarde del trabajo, qué modelo ponerse el sábado y adónde ir de vacaciones el próximo puente, pero una vez que le pusieron en los brazos a su bebé se convirtió en una mamá llena de miedos ridículos, aprensiones varias y una entrega total, agotadora y maravillosa a una criatura de poco más de cuatro kilos. Y no hubo vuelta atrás.

Mamá se despierta por la noche tantas o más veces que su prole y se levanta con los ojos pegados y pegándose golpes con las esquinas para tapar a sus niños y comprobar que nadie los ha secuestrado ni se han asfixiado ni les han abducido en la última media hora y entonces puede volver a la cama a dormir hasta el próximo turno, pero con un ojo abierto como toda madre que se precie.

Mamá regaña más que habla porque, aunque no le guste ser el poli malo, sabe que su trabajo es educar a sus polluelos y hacer que coman y duerman y se porten medianamente bien y vayan al cole y se peinen y se dejen lavar la cabeza aunque eso implique una hora de negociaciones, otra de llanto y una tercera de migrañas maternales.

Mamá se considera una persona normal y hasta poco emotiva, pero cuando va a las funciones del cole a ver su nene vestido de oveja bailarina, se le saltan las lágrimas y se siente más orgullosa que si hubiera ganado el Nobel de Química.

Mamá era una persona maniática del orden y tenía su armario y su cajón de los complementos en perfecta distribución de estilos y colores, hasta que la nena llegó a su vida y ahora comparte con gusto sus collares más preciados sólo por ver la cara de emoción de la nena y eso le vale más que la toda nueva colección de Inditex.

Mamá está loca por quitarse de en medio y escapar unas horas de la prole y de las duras labores de la crianza, pero es darse la vuelta y empezar a echarla en falta hasta términos enfermizos y cuando vuelve a casa, vuelve con música de fondo y más emoción que el del chaval del Almendro, como si llevara todo el invierno en el exilio. Y todo es felicidad.

Mamá se queja a menudo de lo cansada y dura que es la maternidad pero no cambiaría por nada del mundo la maravillosa experiencia de ser mamá, ni los ojos emocionados y muy abiertos de la nena viendo una películas de princesas, ni sus abrazos largos y apretados, ni sus caricias con sus manos regordetas y pegajosas, ni sus canciones inventadas, ni sus besos húmedos, ni sus pequeños descubrimientos cotidianos, ni su cara de recién levantada, ni sus ‘te quiero muchizízimo, mamá’ antes de irse a la cama con sus veinte muñecos preferidos… Y entonces a pesar de las ojeras y el malvivir y el agotamiento y la falta de riego cerebral que trae consigo la maternidad, mamá se siente la mujer más afortunada del mundo porque un día así por las buenas, sin demasiado interés y sin saber en el follón en el que se metía, decidió ser mamá. Y ahora sabe que es lo mejor que ha hecho en su vida.

¡¡Felicidades (atrasadas) mamás!!
(Nivel de identificación 10 sobre 10)

viernes, 3 de mayo de 2013

Éramos pocos...


La pelirroja es adicta a los microrresfriados y a los mocos por doquier, por eso cuando empezó nuevamente con la tos no le di demasiada importancia: un chute de Acthitiol con nocturnidad y alevosía y a otra cosa, mariposa.

Pero a los dos días del inicio de las toses nocturnas, cuando fui a recogerla a casa de mi tía Laly donde había comido –ya os he explicado alguna vez el ‘chaguai’ que nos traemos los lunes y los martes por aquello de no hacer el camino de Santiago hasta el colegio en balde-, la niña estaba medio muerta, verdosa, con unas ojeras rosas que le llegaban al cuello y lacia cual Margarita Gautier al borde del desfallecimiento.

Una que está muy cansada y pierde hipocondría a medida que le crece la bartola de gestante de elefantes de la Sabana, creyó que era porque había dormido unos minutos de siesta y el pelirrojismo es niña de extremos: o no duerme siesta o duerme tres horas, que los términos medios los carga el diablo y la levantan enfurecida y llorona como una Belén Esteban de sobremesa.

Pero no. A medida que la tarde se prolongaba, más lacia se ponía la niña y además, empezó a tener fiebre. Llamé al pater para que viniera a buscarnos y mi madre que también estaba allí en uno de nuestros aquelarres familiares, con dulces y cotilleos de por medio, llamó a mi padre por aquello de por si éramos pocos para el drama y la paranoia, que ya os he dicho alguna vez que en mi casa somos muy italianos para estas cosas.

Así que tras un par de vómitos y la persistencia de la fiebre, la mamma, mi padre, el pater, la versión desfallecida del pelirrojismo y yo con el cigoto enganchado del esternón, nos fuimos al Materno, que se ve que ya nos estaban echando de menos desde la última otitis, a disfrutar de la tarde noche malagueña y de una sala de espera llena de gente muy loca.

Y allí, la niña, en brazos de mi padre como una Piedad dando un miedo terrible y sin querer tomarse un chute de Junifen ni nada que la revitalizara un poco y eso que mi madre le prometió el oro y el moro y un regalo muy chulapón a cambio de aceptar el lingotazo sin escupirlo. Pero nada. Y yo, aterrorizada, porque la pelirroja nunca está del todo sana, pero nunca está mala de verdad, vamos, que no es niña de fiebres altas ni de estar cansada ni de nada de eso, más bien es una loca histérica y despeinada con muchos mocos.

Y mientras nos llamaba toda la familia, que ya se había corrido la voz y amenazaban con ampliar la comitiva hospitalaria, vieron a la nena, le hicieron una radiografía y sorpresa: habemus neumonía!! ¿Estamos locos? Pero si la tos era una tos chiquita, que sólo se oía de vez en cuando y que no sonaba más allá de la nariz…Pues no. Neumonía y antibiótico por un tubo.

Y volvimos a casa, exhaustos, con la niña vomitada y con los ojos del revés y yo lavándola con una toalla como en el siglo XVIII porque la niña se me dormía encima y le pusimos el pijama y la acostamos y nos quedamos aterrorizados y preocupados, meciéndonos como Rainman en el sofá ante lo que nos pudiera deparar la primera enfermedad seria del pelirrojismo.

Pero después de una noche durmiendo del tirón sin decir esta boca es mía ni ante los lingotazos de medicamentos, ni ante los termómetros incrustados en la ingle ni ante las sobadas de frente de sus padres locos, ni los dedos bajo la nariz para comprobar que seguía entre nosotros, la niña se despertó a las siete de la mañana cantando como una loca ‘María de Nazaret’ que es el último hit aprendido en el cole, con la energía en máximos históricos y sin rastro de enfermedad física alguna.

Y desde entonces la tenemos en casa, más loca que nunca, algo que no entiendo porque sólo toma Augmentine, que al parecer no tiene estos efectos secundarios, pero que me la tiene tirándose por el sofá cabeza abajo –simulando ser una saltadora de Splash, esto es lo que tiene que su madre vea tanta telebasura-, hablando por lo codos sin parar ni un solo segundo y cuando digo hablando digo gritando con una nueva voz muy aguda y taladradora, más hiperactiva que de costumbre, haciendo maldades con mi maquillaje escondida bajo su cama junto a Bizcochito y todas las piezas de las construcciones, bailando sobre las sillas del comedor  el Gamgan Style y matándonos poco a poco de estrés y malvivir.

Eso sí, ni rastro de la tos ni de la fiebre, que el poder de recuperación pelirrojil es de milagro de Lourdes, pero vamos, que incluso al borde del desmayo la niña tiene matraca para rato y riéte tú de los que dicen escuchar cuando están en coma, porque antes del desayuno la niña me soltó aquello de ‘que ze me había orvidado, mamá, que la agüela me tiene un regalo en zu caza que me lo dijo ayer, ¿te acuerdaz?’… Como para criticarla cuando duerme… Ay.

jueves, 2 de mayo de 2013

El pestillo


Cuando el pater y yo nos compramos la casa, éramos gente moderna y por supuesto nopadres –esa gente que aún le da importancia a la decoración más allá de 'esa mesa de cristal no, que la niña se tira encima, la parte y se raja las manos y la yugular' o 'esas esquinas tampoco no vaya a saltarse un ojo el bebé o pierda la oreja izquierda de un cabezazo lateral'- decidimos por aquello de hacernos los guays, poner la puerta del baño de color rojo pasión. El problema es que la puerta era más estrecha de lo normal y tuvieron que hacérnosla a medida y una vez que estuvo hecha nos dijeron que en rojo lo que se dice rojo prostíbulo no podían lacárnosla, así que la llevamos a un taller de coches porque era muy guay tener una puerta de baño que te pintaran en un taller de coches, así que entre una cosa y otra la puerta tardó en llegar una eternidad.

Pero para más inri, cuando por fin llegó y la instalaron, descubrimos que habían puesto el pestillo encastrado del revés, o sea que podíamos encerrar a la gente que viniera a casa a hacer pis, pero poco más, es decir que el de dentro seguía ya no sólo sin intimidad sino con el riesgo latente de ser encarcelado junto al papel higiénico y el champú extravolumen.

Oficialmente y según el pater, aquello era facilísimo de desmontar y recolocar y aunque nuestro pater es de ésos que hay que perseguir con un hacha para que arregle lo que dijo que iba a arreglar antes del Paleolítico, la alternativa de que volvieran a llevársela me daba más pavor aún que ser encerrada en mi propio baño, así que opté por quedarme con el pestillo del revés y la promesa fraudulenta que, como no podía ser de otro modo, me ha tenido tres años sin pestillo.

Al principio no había problemas porque el pater y yo éramos una pareja civilizada y cuando la puerta estaba cerrada, estaba cerrada y como mucho, se podía pegar con la mano para iniciar una leve comunicación, pero claro fue llegar el pelirrojismo y sus dotes de fiera asalvajada y la ausencia de pestillo fue notable.

Así, que cada vez que después de un día infernal, una quería darse una ducha ardiendo y relajada, aparecía la loca de la niña con un montón de Mickeys descoloridos y antes de que pudieras gritar a lo Psicosis, te los lanzaba todos en los pies y antes de que pudieras quejarte, ya se había desnudado y colado contigo cabeza abajo en la ducha. La mar de bien. Y así con todo. Vamos, que ni maquillarse, ni hacerse la plancha, ni depilarse –que esto lo hago por vicio, eh? Que yo pelos no tengo ni uno, un respeto-, ni cortarse las venas en el bidé podía una en soledad sin que la pelirroja saliera de la nada dispuesta a ahondar mis ojeras y mi malvivir.

Así que le di un ultimátum al pater: o pestillo o pestillo. Y mucha cara de nazi debió de verme porque tuvimos pestillo y todo fue felicidad y fiesta y celebraciones. No podía creérmelo, pero aún había un espacio para la intimidad y el sosiego y poder reencontrarme con mi piel reseca a solas e incluso en un alarde de femineidad echarme crema sin que nadie me untara los azulejos al mismo tiempo.

Pero como una es madre y está muy loca y es muy paranoica, me asaltó el miedo de que la niña pudiera encerrarse en el baño y hacer dios sabe qué y tuviéramos que llamar a los bomberos y a David Copperfield –el mago, no el de Dickens- para sacarla de allí. Pero antes de volverme muy majara y volver a desmontar el artilugio, -que una es asustona pero más ganas de intimidad tiene- el pater me explicó cómo con una sencilla moneda se podía abrir la puerta desde fuera en tres segundos, mucho antes de que la pelirroja pudiera morir asfixiada con la cabeza atascada dentro del wc. Y lo comprobamos y así fue. Todo estaba controlado.

Y todo fue felicidad con mi pestillo nuevo y mi carencia de remordimientos ni psicosis maternales, aunque eso sí, escuchando los gritos de la pelirroja que cual orco intentaba echarme la puerta abajo para colarse en el nuevo territorio sagrado, mientras el pater la placaba al otro lado.

Hasta que el otro día, que estaba yo en la ducha lavándome el pelo como si no hubiera un mañana, con mi champú, mi mascarilla milagrosa y echándome mi sérum y mis otros potingues que en realidad no valen para nada pero que le dejan a una la sensación de estar cuidándose como una supermodelo, cuando de pronto, empecé a escuchar gritos desde el otro lado de la puerta roja diciendo ‘mamaaaaaa, ¿estáz encerrada? ¿te estaz quedando encerrada?’ Y yo, aterrorizada y con la voz temblorosa bajo el chorro ‘No, no, estoy bien, es que estoy duchándome’… Y ella ‘ya te zacoooo’. Y yo echa un ocho bajo el grifo como una trastornada de esas que salen en los manicomios de las películas gritando ‘que noooo, que estoy bien, ve con papi que está en la cocina’, y otras mil distracciones, mientras ella seguía gritando que venía a rescatarme ‘que te zacooo, no llorez’, ‘ya voooy’ me decía, hasta que tras unos empujones nivel Bud Spencer y uno extraños tintineos, consiguió abrirme la puerta de par en par y aparecer al otro lado con su cara de loca habitual, victoriosa y esperando agradecimientos por el rescate, mientras levantaba un plato del conjunto picnic como llave y yo, me dejaba taladrar el occipital con el chorro ardiendo de agua, loca por perder el conocimiento un par de horas. O de días.


Pues eso, que como tenía poco jaleo con la pelirroja, el cigoto y mis achaques de octogenaria, ahora soy probadora de productos para El Planeta del bebé!! El resultado de nuestras peripecias se publicará en su blog el primer jueves de cada mes... O sea, hoy!! Si queréis echar un vistazo, pasad, pasad... Os juro que quería parecer una persona cuerda... Pincha aquí