lunes, 9 de enero de 2017

La Navidad, los Reyes y el gato maldito



Si la vida de madre es dura siempre, no te digo nada cuando llegan las navidades. Y si encima tienes una familia grande, ruidosa y festiva como sacada de una película italiana pero en peor, la cosa se complica y con suerte, llegas a Año Nuevo viva y con los pantalones abrochados.

Yo que además soy mucho de huir hacia adelante y tirarme a la calle en días laborables y en fechas de guardar, tengo la amenaza de ictus severo más marcada que nunca, sobre todo, después de las compras de Reyes, donde además del presupuesto del próximo año, me he dejado la poca tersura epidérmica que me quedaba.

A ver, que nadie se confunda, que a mí me gusta comprar más que a Paris Hilton, pero claro hacerlo a contrarreloj con los pelirrojos a cuestas, con los ojos desencajados y al acecho, mientras yo trataba de distraerlos con cutre argucias y comprar algo a escondidas para que no se coscaran, me ha hecho envejecer el corazón como siete años.

Por suerte, pude endosar una tarde a la prole para dedicarme en cuerpo y alma al mundo del consumismo y liquidar, por lo menos, la carta de los pequeños antes de que la muerte súbita me diera caza. Así que me lancé a El Corte Inglés para comprarlo todo rápidamente y sin salir del edificio. Y medio drogada por la calefacción mortal y el bullicio, me dejé atrapar por la mirada amable de un gato que ronroneaba en la estantería y con los ojos gigantes me pedía asilo político. Así que me lo llevé porque mi amiga que trabaja allí me dijo que era la sensación del momento y yo que soy mucho de sensaciones y de momentos y que ya estaba hasta el moño de buscar cabezones para maquillar y Blaze parlanchines y Playmobil, que ya tenía en mi poder destrozándome la falange proximal a base de bolsones oscilantes, lo hice mío como nueva arma para dejarme las corvas en sus esquinas.

Lo que no sabía yo es que el felino era un mundo de onomatopeyas en sí mismo y desde el mismo momento en que lo pagué, no dejó de gritar y maullar y ronronear y hacer toda clase de ruidos a voz en grito desde el fondo de la bolsa, para terror de los transeúntes que me miraban como si fuera yo la que hacía los ruidos o como si llevara una alimaña salvaje y hambrienta en el bolso. Tanto así que mientras esperaba pasar por un paso de cebra, el señor que iba delante se giró hacia mí y tras ponerme cara de ‘eres una maleducada’ se apartó para dejarme paso, como si los ronroneos del gato los hubiera yo de manera gutural como MariCarmen y sus muñecos, como tengo yo las cuerdas vocales.

Pero lo peor no fue el trayecto, sino llegar a casa, donde ya estaban los pequeños esperándome, así que para que no se percataran de las compras las dejé en un cuartillo que tenemos en el portal y subí como si nada hubiera pasado. 

El problema es que el gato permaneció allí unos días y cada vez que le venía en gana, que era como cada tres segundos, se ponía a ronronear como un loco y hacer ruidos imposibles y me tenía a los vecinos acojonados escuchando desde la escalera y creyendo que aquello era una rata o un mamut que se nos había colado por un portal temporal. Así que tuve que explicarles a los del primero que era un gato, que había tenido que esconder porque hacía mucho ruido y tras una cara de espanto y una posterior explicación de que no era un gato de verdad sino un monstruo chillón de peluche, la cosa acabó bien.

La gente normal se preguntará que por qué no lo apagaba, pues básicamente porque no podía. El gato venía en modo demo para que las madres panolis como yo cayeran rendidas a sus encantos, y el botón para apagarlo lo traía en sus partes nobles, a las que no había manera de acceder a no ser que tuvieras un par de horas libres para quitarle todos los anclajes nivel bomba nuclear que traen estos juguetes y, como yo y los pelirrojos hemos sido siameses estas navidades, pues no había manera.
Pero lo peor fue la víspera de Reyes, que lo subí a casa mientras la niña se dejaba los ojos en el ordenador y lo colé junto a las otras bolsas en el armario, sin sospechar que la mierda del gato se pondría aún más violento y acrecentaría su ronroneo infernal e incluso inventaría un nuevo giro de cabeza con una cara de mala uva nivel Expediente Warren.

Y ahora cada vez que el gato ronroneaba, yo me hacía la tísica y tosía fuerte o chillaba, daba igual que estuviéramos en plan mantita y película o me levantaba de un salto y cantaba ‘Puro Chantaje’ a voz en grito para terror de los pelirrojos que me miraban desde el sofá con cara de alucine.
Y para el colmo, ante el ruido del gato, el Blaze parlanchín se activaba y decía no sé qué de los propulsores. ‘He ezcusshado argo, mamá’, decía el pelirrojo y se ponía la mano en la oreja mientras yo saltaba del sofá y cantaba por Shakira o tosía como si acabara de pillar la tuberculosis.

Y así estuvimos hasta que pude lanzar a la pelirroja con mi hermana y atrincherarme en el cuarto a quitar alambres y por fin apagar al felino sin piedad y recuperar mi vida y mi dignidad.

Lo peor es que a la niña la mierda del gato ni fu ni fa, con lo que me costó a mí el asunto, y ahora el tiparraco no sólo ha bajado la intensidad de sus ronroneos sino que ha elegido como favorita su cara de voy a arrancarte el pescuezo, que nos pone cada vez que nos acercamos.
‘Yo creo que no es muy amable’ dice la pelirroja y yo creo que lo que le pasa es que está resentido por los días que ha pasado en el zulo acallado por mis estrategias de madre navideña aterrada. Así que no me extrañaría que una mañana de estas me lo encontrara en mi mesita de noche clamando vendetta.

Por suerte, los demás Reyes fueron un éxito y los míos también y aunque ahora tengamos miniespadas y miniarcos por toda la casa y el benjamín ya se haya comido un par de bolas de Tragabolas y yo haya tenido que jugar a dos partidas diarias de Patito Cuá Cuá y el Party Disney de las narices, acordadas por decreto ley, lo mejor es que ha pasado todo, por fin termina la navidad y empieza la tranquila rutina y ahora sólo me queda el colegio, las extraescolares, las nuevas clases de inglés, la vuelta al curro, la dieta extrema, el gimnasio, los deberes, el ortodoncista…
Vamos, que no hay salida.

PD. En Instagram (florenjuto2) tengo la foto del gato, por si alguien lo reconoce, jajajja

lunes, 26 de diciembre de 2016

¡FELIZ NAVIDAD!

Sí, soy lo peor, pero es que con esta bimaternidad tan mala, el curro que no cesa,las fiestas infantiles,  las compras, las luces, los chocolate con churros, la familia, los amigos, Papa Noel, los Reyes, la Nochebuena y el bullicio eterno, no tengo tiempo ni para morir en una esquina, así que como veréis he estado un poquillo flojilla por aquí, mea culpa, pero es que no me da la vida... pero prometo ponerme las pilas a la vuelta de las vacaciones, que ya sabéis lo que os amooo...

Entretanto, os dedico nuevamente este post de Navidad del año pasado que lo resume todo. ¡FELIZ NAVIDAD, AMORES!!


Puede que tu niña sea la más despeinada de la clase, que tengas la casa hecha un desastre y haga demasiados días que te acuestes en una cama sin hacer. Que los bizcochos nunca te suban. Puede que en tu trabajo no seas la primera y haya mañanas que quisieras reventar la oficina con un bazoka.

Puede que te pases cinco días a dieta extrema y que al sexto te comas dos cajas de galletas oreo. Puede que a veces seas un desastre y creas que nada te sale a derechas y a veces sea verdad. 
Puede que a veces seas bipolar y te plantees hacer justo de lo que ayer renegabas y que mañana reniegues otra vez. Puede que tengas el pelo de loca y no tengas tiempo de hacerte la plancha y que cuando lo tengas, no tengas ganas y que cuando las tengas, se te acabe erizando al minuto y que nunca tengas la melena que se supone que debías tener. Ni la melena, ni el cuerpo, ni la postura ni la tersura epidérmica.

Puede que la cagues y metas la pata. Puede que a veces te enfades más de la cuenta, que la vida se te ponga cuesta arriba y maldigas hasta al último elfo del Polo Norte. Puede que tus niños no saquen sobresalientes aunque te pases todo el día repasando las tablas con ellos y que sean los más cafres del parque.

Puede que no llegues a fin de mes por mucho que ahorres y que se te acumulen las facturas impagadas y las tareas pendientes. Que prometas a tus amigas cuidarte más y ni siquiera te eches el sérum que te regalaron porque por la noche ya no te quedan fuerzas en los brazos y hayas perdido la cuenta de las siestas por echar.

Puede que no seas cool, que a ti el rollo casual te haga parecer una mendiga, que no te sienten bien los labios fucsia, que no te guste el gin tonic. Puede que nunca cumplas las listas aunque quieras hacerlo, que no tengas tiempo de casi nada y que se te olvide comprar el pan, el traje de pastora o la vela que hay que llevar mañana al colegio para la procesión de la Virgen niña y tengas que inventarte otra excusa para que la señorita no te mire mal.

Puede que creas que no llegas nunca a ningún sitio y que te castigues por no ser omnipresente pero ¿sabes que te digo? Que dejes de castigarte porque lo estás haciendo muy bien. Que tienes hijos y eres capaz de levantarte siete veces por noche y acurrucarte con ellos bajo las sábanas y quitarles los miedos de un plumazo, que no tienes fuerzas para sérums pero nunca te han faltado para mecer a tus bebés y consolarlos de sus cólicos y sus males o vitorearlo en un partido de fútbol hasta quedarte afónica, que vas cada día a trabajar y rindes como la primera aunque no hayas pegado ojo, que no dejas de intentarlo, que sonríes a los vecinos en el portal y lloras con un anuncio bonito, que siempre estás ahí para consolar a un amigo, que igual no pagas todas las facturas a tiempo, pero nunca te falta para comprarle un helado al peque, que lloras y empiezas de nuevo, que te cansas pero nunca te rindes, que bailas en el salón y te saltas la dieta cuando lo merece aunque nunca te acabe cerrando el pantalón, que te armas de paciencia para explicarle a la nena las decenas y celebras su aprobado como si fuera un Nobel, que a veces no llegas porque te detienes a oler las flores del camino y no lo sabes, pero eso es lo que te hace especial. No lo olvides nunca y quiérete mucho porque yo ya te quiero. Y lo más importante, me gustas un huevo.
Feliz Navidad 

lunes, 5 de diciembre de 2016

Recordando cartas de Reyes

Pensaba escribir el post de hoy sobre la carta de los Reyes Magos que hemos escrito este fin de semana aprovechando la tromba de agua malagueña que nos tiene confinados en casa viendo Toy Story en bucle, dejándome hacer trenzas, que más que trenzas son coletones de rasta con nudos como puños y estudiando inglés a destajo para desgaste de mis tres neuronas. Y en eso estaba cuando me he encontrado este post de 2013 con la carta que la pelirroja le hacía a los Reyes y me he reído tanto recordándola que no me queda otra que compartirla again. Era tan chica... El lunes os pongo la de este año en la que incluye, entre otras cosas, un bebé de verdad, un sujetador rojo y unos tacones de punta. Menos mal que los Reyes no existen o ya me veía haciendo de abuela a mis 38 y mientras, mi hija díscola con aires de mujerzuela de extrarradio pasándose las noches de alterne. Un sin diós.

Remember 2013:
No sé cuántas cartas a los Reyes hemos escrito ya, ella me dicta y yo lo copio y luego le hace dibujos, pega caras de las Monster High y le echa pegotes de purpurina sobre las letras y la empapa hasta que está ilegible y pegajosa. Como si fuera nuestra nueva tradición navideña. Ésta la hicimos ayer y no puedo resistirme a colgarla. Está transcrita de manera literal aunque omitiré las z para que podáis entenderla… aunque ya aviso que está complicado.
 
Hola, Reyes Magos, por favor, me traes todos los regalos que te digo
 
Un micrófono grande pero con un cacharro dentro que hable muy ‘juelte’ como el que tenía Carmen pero un poco diferente y con brillantes. // Lo del cacharro dentro me entusiasma pero lo de ‘que sea igual pero un poco diferente’ me deja muerta.

Un micrófono de mentira ‘para pequeñinez’ para morder para el hermano pero que sea de mentira o que hable un poco ‘juelte’ pero no muy ‘juelte’ para que no despierte a los vecinos. // La idea era que no sonara pero se ve que luego le dio pena del hermanísimo y accedió a que también tuviera un cacharro dentro pero éste que no hable ’juelte’ porque una cosa es que los vecinos la escuchen a ella y a su voz angelical y otra al hermano que ni entona ni ná.
 
Un cesta de juguete con comida de mentira pero que parezca de verdad para hacer picnic y que traiga ‘chalchichas, tarta de freza y musha zanahoria’, que no se pueda comer pero que si se come un poco no te mueras por si el hermano la chupa. // Sin duda, una ‘chalchicha’ de mentira que matara al hermano sería peor idea.

Unos platos, que sean de verdad pero que no se rompan sólo si se caen al suelo mucho rato y los pisas. // No tengo muy claro por qué una vez rotos hay que pisarlos. A no ser que seas fakir, claro.

Unos tenis para pintar. // No me queda claro si quiere pintar los tenis o si lo que quiere son unos tenis para pintar con las acuarelas a modo de uniforme mitad artístico mitad deportivo. Investigaré.

Un libro de flor para plantar flores y lechugas y uno de princesas que sea corto pero un poco largo para que dure muchísimo tiempo y no me duerma nunca. // Me niego a plantar nada en cuya tierra puedan nacer lombrices y menos lechugas y me niego de la misma manera a comprar cuentos largos para pasarme dos horas cada noche relatando a la luz del móvil con la espalda como el Pozi.

Una silla para entrenar para papi. // Aunque en un primer momento parezca un acto de bondad, en realidad es un golpe bajo porque deja claro la necesidad del pater de hacer deporte, pero es benévola y le deja hacerlo en una silla. Algo es algo.

Un bolso precioso de colores y purpurina para mamá y grande para meter mi maletín de doctora. // Ya sabía yo que había trampa y que el bolso de colorines y purpurina que ya era horrible de por sí, venía con intenciones ocultas… pero al menos no implica sudar como la ‘silla de entrenamiento’ del pater.

Una muñeca de cabeza de las que no tienen manos ni pies ‘ni cuelpo’ sólo ojos y boca y pelo y que sirven para pintarlas. // Después de quedarme horrorizada durante unos minutos ante la idea de una muñeca desmembrada que sólo tiene ojos y boca y pelos, entendí a lo que se refería y no veo la hora de que alguien que no seamos mi melena y yo suframos con su terrible vocación peluquera.