martes, 5 de junio de 2012

Ni contigo ni sin ti...

…tienen mis penas remedio, contigo porque me matas y sin ti porque me muero. Probablemente nada explique mejor la relación materno filial que estos versos populares, aunque eso sí, con algo menos de intensidad, que las madres tenemos los nervios destrozados a base de estrés galopante y griterío infantil, pero ni matamos ni nos morimos, al menos, de momento.

La cuestión es que cuando pasas una temporada de intensa maternidad, que viene a ser casi siempre, y tienes que ir con la nena a cuestas a todos sitios, ya sea a hacer la compra –y eche abajo el montículo de fresas que el frutero se ha pasado la mañana apilando y encima pisotee las que han caído al suelo y te salpique el vestido blanco-, a probarte la nueva colección de Mango –y te abra la cortinilla del probador y te obligue a hacer un posado en ropa interior en público-, al banco –y tire al suelo los dos mil folletos de planes de pensiones del expositor, poco antes de patear al tristísimo Fernando Alonso de cartón, que para eso nosotras éramos de Schumacher- o a empastarte una muela –que así te olvidas de la fobia al dentista tratando de que la niña no desmonte la consulta y que si lo hace, el dentista no se dé cuenta, no vaya a ser que se vengue y te lance un chute de anestesia mortal-, estás deseando mandarla a casa de la abuela –o de la bruja de Hansel y Gretel si hace falta- con tal de ganarte uno o dos días de tregua, ya no para tirarte a la bartola –que tampoco estaría nada mal, oiga- sino para poder solucionar tus asuntos como una persona normal, sin la amenaza de una pequeña pelirroja coqueteando con la autodestrucción en cada esquina.

Sin embargo, en ocasiones, nuestros ruegos de madre agotada son escuchados y sobre el horizonte aparece una boda, una fiesta de cumpleaños, una escapada, una cena o cualquier evento que precise de abandonar a la prole en la cuneta –léase en casa de la abuela- durante al menos 24 horas. Y una hace el equipaje como quien se va a Bali, emocionada de tener 24 horas de vida adulta, que 24 horas dan para mucho y más para una madre que sabe multiplicar el tiempo como los panes y los peces … Pero es abandonar a la nena y a los cinco minutos empezar a notar cierta desazón, agobio, melancolía y angustia… y estar frita por volver. Una mierda todo.

Hace unos días nos invitaron a disfrutar de una exquisita cena con cocineros andaluces de prestigio, alojándonos en un fabulosísimo hotel de Marbella con sus cinco estrellas y sus cuatro gigantopiscinas. Probablemente si me hubiera tocado el Euromillón no habría reaccionado con tanta alegría ante la noticia, sobre todo, tras haber vivido una de las semanas maternales más caóticas y perrunas, que en realidad vino a ser como todas las demás, pero con menor tolerancia personal al infierno. Y como digo, todo fue ilusión y algarabía, que hasta me compré un biquini nuevo para darlo todo entre cócteles y piscinas como si no hubiera un mañana o como si se tratara de una quincena de vacaciones en el Caribe. Pobre.

Y a la pelirroja la mandamos con la abuela sin ningún sentimiento de culpa, que bastante tiene una con su mala vida y sus cervicales machacadas como para no darse un homenaje de vez en cuando… Pero como no podía ser de otra manera, fue llegar al hotel y empezamos a echarla de menos –no en plan amor, amor, sino en plan, me falta el apéndice chillón-, a preocuparnos por si estaba bien –que la pelirroja es muy suya- y en lo que disfrutaría en los columpios de la piscina. Y así hasta el día siguiente, cuando terminó el pseudo relax y volví a recogerla con la ilusión de quien va a una cita con Hugh Jackman. 

Y el reencuentro fue como el de los anuncios de turrones de Navidad, todo amor y entrega, besos y abrazos, que parecía que la niña llegaba de estar tres años en un internado austríaco. Y nos encaminamos a casa, felices como perdices, hasta que la nena decidió que quería quitarse los zapatos y andar descalza por la calle y ante la negativa, entró en su habitual estado de locura transitoria y se tiró al carril bici cual suicida ecológica mientras berreaba como una loca. Y entonces la miré, allí tirada haciendo la croqueta y recordé mi daiquiri de piña y mis cuatro piscinas y mi biquini nuevo y no pude entender cómo la extrañé tanto entonces, tanto como ahora echo de menos el ‘¿le traigo otro cóctel, señorita?’. Qué vida perra ésta.   

lunes, 4 de junio de 2012

Madre sí hay más que una. 8.- La falsa madre perfecta

La falsa madre perfecta se escandaliza cuando oye bromear sobre el malvivir maternal y dice cosas del tipo ‘No entiendo cómo se puede hablar así, si cuidar de un hijo es lo más gratificante del mundo’ mientras con una mano pide cita a la manicura y con la otra llama a su madre –que ya está planeando huir a El Salvador donde no hay extradición- para que se quede con el nene. Otra vez.

La falsa madre perfecta no entiende que las otras madres se quejen del cansancio maternal y lo critica abiertamente, alegando que no hay nada más hermoso en este mundo que dedicar tu vida a criar a tu hijo, omitiendo eso sí que esta regla no cuenta para los fines de semana, cuando las pobres abuelas –con los ojitos vueltos del revés y la tensión más alta que la prima de riesgo- se turnan de viernes a domingo, para quedarse con la errante criatura, mientras ella y el padre se relajan del estrés semanal. Ni tampoco cuando llegan las vacaciones, que en lugar de irse en pandilla como la familia Trapp a arruinar la paz de algún hotel cercano y de los otros huéspedes, con manguitos, flotadores, toallas, pistolas de agua y cremas de alta protección llenando mil maletas –que ríete tú de los integrantes de la Operación Paso del Estrecho- y con pataletas, amenazas y gritos, muchos gritos infantiles desestabilizadores, se decanta por una quincena en el Caribe, mientras el nene se queda en casa al cuidado de algún familiar –la abuela no porque se ha olido la tostá y ha huido con el Imserso, que más vale pasar calor en Estepa que una quincena de madre postiza, otra vez- mientras ella se pone morena en la hamaca y toma cócteles de ron, pero sufriendo, sufriendo mucho la ausencia de su pequeño, tanto, que ha de pedir otro piña colada para mitigar el dolor.

La falsa madre perfecta presume de no tener estrés, ni ojeras, ni ataques de bipolaridad, probablemente porque no toca a su hijo ni con un palo, porque amor, mucho, mucho, pero a ver si amplían el horario de las extraescolares y así puede ir a clase de Pilates, después de la de Body Combat, quiero decir, que hay que preparar palmito para el verano y una madre bella es una madre feliz, o al menos, eso decían en el Cosmopolitan.

La falsa madre perfecta, que además suele tener ayuda en casa, suele ir monísima a la calle, con su pelo planchado, su conjunto impecable y sus cejas perfectamente depiladas, que arquea con desdén cuando ve llegar a su amiga, que aparece como recién llegada de la guerra de Afganistán, con cara de desquiciada tras otra nueva noche en vela porque al peque le han vuelto a salir placas en la garganta y el mayor tenía miedo porque había visto los Mundos de Coraline  y se había quedado traumatizado con los ojos recosidos -que sí, que no es una película para niños, pero ella vio dibujos y le cegó la ilusión de una hora y media de silencio y se dejó llevar-, que así lleva una semana o más sin dormir, que no tiene tiempo de ir a la peluquería y de tantas raíces, las mechas se le han vuelto californianas y ni se acuerda de la última noche de fiesta que se pegó –cree recordar que bailó el Aserejé- y juraría que las últimas vacaciones en solitario fueron las de la Luna de Miel, pero que sí, que es una mala madre o una madre desnaturalizada porque no deja de quejarse… con lo bien que lo llevan otras.

(Nivel de identificación personal con la falsa madre perfecta: 0  sobre 10)

Nota aclaratoria: Lo que define a la falsa madre perfecta no es que 'abandone' a la prole cada vez que tenga ocasión (ésa sería la madre no madre, de la que aún no hemos hablado), lo que la define es que, haciéndolo, se jacta de ser una madre perfecta -sin estrés, sin ojeras, sin bipolaridad y amantísima- y además critica a las madres que se quejan de agotamiento, mientras ella vive rodeada de un séquito de ayudantes y de clases extraescolares que le dan el tiempo y el relax necesario para ser persona y así la maternidad no agota, no tanto al menos.

 
Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 1 de junio de 2012

Marketing infantil o cómo hacerle la vida más perruna a una madre

Cuando una no es madre no se da cuenta, imagino que porque está entretenida en sus cosas -pensando en qué vestido ponerse para la fiesta del viernes (tengo los ojos inyectados en envidia)- pero basta con engendrar un bebé y tener que dedicarse a la crianza para ser consciente, entre otras cosas, de cómo el empresariado conspira secretamente para hacernos la vida un poco más difícil y más perruna –al estilo de los demoníacos hermanos Leagan con la pobre de Candi Candi- a los que nos decantamos por la maternidad.

No hay más que fijarse un poco para descubrir las artimañas malignas de algunas cadenas como, por ejemplo, los tortuosos y grandes hipermercados, que sitúan en las cabeceras de todas las cajas millones de paquetes de chucherías, chocolatinas, muñecajos de moda y hasta globos de Epi y Blas -que revolotean alrededor de la cajera y de vez en cuando le dan un cogotazo inesperado-, con la idea de que tú, exhausta después de empujar el gigantocarro de la compra, con el enano dentro berreando como un loco desde que entraste por la puerta, cedas ante cualquier petición del susodicho, ya sean cuatro cajas de Trident de regaliz o un paquete de un kilo de Sugus, todo con tal de gozar de tres minutos de silencio –amenizado con la voz nasal de la cajera anunciando pan caliente, eso sí-.

La pelirroja que aún no entiende el concepto de ‘vale, pero sólo uno’, me protagoniza importantes revueltas violentas cada vez que vamos a un súper, arrancando de las hileras los paquetes de Halls de siete en siete, tirando al suelo todos los huevos Kinder –que menos mal que ahora son de verano y ya no se espachurran que me paso la vida a dieta y luego me he de comer cuatro huevos damnificados por la nena, que ella los pisotea pero se niega a comérselos, se ve que es más voluntariosa que la madre-, metiéndome en el carro los botes industriales de Orbyt y trepando para alcanzar los globos con la cabeza de Hello Kitty en fucsia prostituta con el consecuente pisado de tarjetas de móvil y cajas de preservativos que encuentra por el camino -y que me hacen pensar que en un futuro tendré que dar muchas explicaciones- Y, claro, como no puedo apartarme de la caja porque pagar hay que pagar, pues la violencia se sucede hasta que la cajera despierta del cogotazo globil y me cobra la compra y las dos mil chucherías extra que hemos de atarragar hasta la casa cada semana.

Pero este no es el único ultraje a las madres del mundo, ahora en la mayoría de los centros comerciales y frente a las rampas mecánicas -para que no puedas escaquearte de ninguna manera a no ser que seas Spiderman y vayas lanzando hilachos y dejándote balancear por el recinto, pero vamos, yo ya esto lo he descartado porque lo que es agilidad no tengo mucha- colocan hileras interminables de coches de carreras y helicópteros con luces y sirenas y hasta carrozas de princesas de ésas que se mueven con monedas y que atraen a los niños como con magia negra. Y claro o carroza, dinero y tiempo o pataleta infernal y yo, que soy débil y madre agotada, elijo la primera opción.

También hay tiendas que tienen dentro mesitas con juguetes, uno cree que con la buena intención de tener entretenidos a los nenes mientras compras, pero nada más lejos de la realidad, ya que las ponen cerquita de la puerta a modo de atracción fatal, para que la pelirroja se lance a por ellas de cabeza y se siente a jugar con esos laberintos de madera -tipo atracción de hámster-como si no hubiera un mañana y claro, yo me veo obligada a fingir que voy a comprar algo aunque la tienda sea de deporte –que para mí es como el baile regional checoslovaco- hasta que me aburro de ver raquetas y arranco a la nena de la mesa, sonriendo al enemigo que a su vez, me sonríe maliciosamente como aquél al que le brillaba el ojo en Willy Fog, mientras la pelirroja enloquece y le prometo que mañana volvemos y seguro que lo hacemos y al final hasta me apunto a paddel a ver que voy a hacer si no con la raqueta que me voy a acabar comprando…