La maternidad se ha cargado mi espíritu navideño. Es un
hecho. Dicen las madres entregadas que en realidad es al revés y que cuando una
se hace madre vive las fiestas de otra manera. En eso estoy de acuerdo. Pero de
una manera infernal porque una se viene arriba y hace cosas para las que en
realidad no está preparada y al final le acecha el conato de muerte y/o ataque
de ansiedad en cada esquina alcanzando
los máximos históricos en la noche de Reyes. Esa noche. Qué ríete tú de la de
los Cuchillos Largos.
Nosotros empezamos la fiesta con la tradicional cabalgata de
Reyes ahí, a lo loco, sin sillas ni nada, en una esquina atiborrada de gente,
la mayoría con cara de haber salido de una cárcel mexicana, dejando claro que la
lucha cuerpo a cuerpo por los caramelos de tres pesetas iba a ser ardua.
Por supuesto, nosotros vamos en pandilla familiar, qué
sentido tiene la Navidad si no se estresa uno junto a sus congéneres y tras
varias quedadas infructuosas, tradicionales retrasos y empujones del populacho
nivel embestida de miura, llegamos a nuestro destino para que una vez
instalados nos cayera el diluvio universal sobre nuestras cabezas, que hasta el
pobre Cigoto se apartaba el agua que le caía como una cortina por la cara.
Lo normal es que nos hubiéramos ido a un lugar cubierto a
darle esquinazo a la gripe, pero como ni madre ni mi tía María Carmen que son
el ala dura de la familia venían este año, nos hicimos los rebeldes, que para
eso hay diputados con rastas en el Congreso y nos quedamos allí a perder la
poca salud que nos quedaba y a partirnos la cara por cuatro caramelos
pisoteados y mojados con los integrantes de cártel que teníamos a la vera.
Cuando por fin terminó el pasacalles y perdimos de vista a
los cabezudos, nos fuimos con nuestras bolsas del Mercadona llena de caramelos
baratos de merendolo, a las tantas jigonas que diría mi abuela, a la churrería
más típica y atestada de Málaga a esperar mojados y muertos de frío más de una
hora por una mesa libre y una muerte segura.
Con nuestra neumonía y nuestro mal cuerpo no llegamos a casa
hasta cerca de las diez de la noche, lo justo para cenar y dormir a los niños y
empezar a montar castillos mierder y pegar pegatinas hasta en el cielo de la boca
de los Pin y Pon. Pero no. Y no sólo porque teníamos que ducharnos para entrar en
calor y preparar algo caliente que no nos dejara en la hipotermia total de
DiCaprio, sino porque los pelirrojos hiperactivos con sus chichones a base de
chupinazos de caramelos, estaban dispuestos a cualquier cosa menos a dormirse.
Y así fue como nos dio la una y media haciendo el majara por casa hasta que por
fin logramos librarnos de la plebe.
Y a esa hora, cuando la menda que sólo estaba para llamar a
la morgue y que vinieran a recogerla, tuvo que ponerse a montar junto al pater cocinitas
minúsculas, armaritos con dos millones de puertas y cajones y patinetes con
muchos tornillos y barbies y otros infiernos, todo con dos millones de bridas.
Como si Anna Cantarina fuera a escaparse del blíster en mitad de la noche. Y
las pegatinas. Muchas. Miles. Y una, con los ojitos ensagrentados mirando las
instrucciones, con el corazón en la boca temiendo ver aparecer a los vástagos
por el pasillo y arruinarles la infancia a golpe de realidad y bridas.
Y cuando ya eran las tres y media de la madrugada y notaba
el aliento de la parca en el cogote tocó echar la serpentina y el confetti y
los caramelos y las monedas de chocolate y el último soplo de vida sobre el
sofá y por fin pudimos tirarnos en la cama a esperar a la muerte hasta exactamente
las cinco y media, que la pelirroja empezó a suplicarme al oído si por favor,
por favor podíamos levantarnos ya.
Y nos levantamos. Y a las diez estaba mi padre esperándonos
para desayunar en casa de la mamma con dos millones de familiares divertidos y
ruidosos, a intercambiarnos regalos y anécdotas de la noche entre bocatas de
jamón y lingotazos de cocacola y de ahí a casa de la abuela del páter a comer otra
vez en pandilla, a darnos más regalos, a reírnos y a morir de un ataque de
alergia perruna que casi me hizo acabar en el hospital enchufada a los
aerosoles, pero preferí irme a casa a las diez de la noche a pisotear papel de
regalo y enredarme en serpentina mientras los pelirrojos me partían los
empeines con los patinetes.
Así, cuando al día siguiente fui al médico de cabecera para
que me recetara algo para la jaqueca, el pobre hombre me miró a los ojos y me
dijo:
- No se lo tome a mal, señora, pero yo le noto a usted un
poquito de ansiedad.
¿Un poquito? Pobre criatura.
Y así fue como me recetaron el Diazepam.
¿En pastillas o intravenoso?
ResponderEliminarJajajajajajaja! Ay madre!!! Pues menuda noche de Reyes. Pero una cosa, montáis los juguetes la noche antes??? Y eso??? Es que yo siempre los he entregado con la caja y ya los montamos durante ese día. Veo imposible poder montar esos juguetes durante la noche, a mi me pillan fijo...Besazos y a recuperarse!!!!
ResponderEliminarMientras los medicos no tengan derecho a recetar vacaciones en el caribe habra que seguir con los ansioliticos :)
ResponderEliminarYo tampoco entiendo muy bien porque los dejais montados. Tu dales la caja y ya se entretendran. Y si no, harán como las mías, emocionadísimas de saber que tienen la casita de las Barriguitas (sí, con mil y una pegatinas) y la dejarán a un lado y se pondrán con algo que ya esté hecho... y las pegatinas ya las pondremos... Sin estrés...
ResponderEliminarLo del Diazepam, yo Dios gracias a dios de que existe, si no estaría ingresada en el frenopático con total seguridad.
Que malas son las Navidades en familia... buffff....
Bueno, bueno, tampoco es tan estresante, es peooorrrr. Creo que flor se queda corta al contar el día de reyes. La comida en casa de la abuela es estresante de por si, pero este año ha sido hduiwifhdbxocj. Pero tranquila flor, el año que viene empeorará seguro ;)
ResponderEliminarJajajaja. Es que es tremendo... Mi madre tuvo suerte de que yo nunca fui fan de la cabalgata. Ni de pequeña. Siempre he sido friolera y tampoco me han gustado nunca las multitudes, así que no era un plan que me apeteciera demasiado, por suerte para ella. Jajajajaja. Besotes!!!
ResponderEliminarNo me extraña que te receten el diazepan!! Jajajaja. Mi día de reyes no creas que es mucho más tranquilo aunque como vemos la cabalgata desde el balcón de la bisabuela, nos ahorramos eso de la multitud y los juguetes de los damos sin montar. Eso sí, de la turné entre casa de las abuelas y juguetes a montones y niños hiperactivos no nos libramos... ¡Bendita vuelta a la rutina!
ResponderEliminarEn mi casa los regalos siempre se han dado montados. Mola mucho más ver una cocinita ya montada que una caja y que te digan que ahí va una cocinilla por piezas, que parece que les estamos preparando para opositar a Ikea...
ResponderEliminarJajajaja....y perdona que me escape la risa, pero necesitaba reír para sacarme el estrés que me ha entrado de solo leerte jajajjja. Ese es un vísperas de reyes en toda regla, si señor.Tómatelo con calma, después de todo es un día al año y seguro que ha valido la pena. La de los churumbeles. Pd- Yo creo que la mejor cura es que los carnavales están a la vuelta de la esquina y ya nos cogen en caliente.
ResponderEliminarMe explicarias por favor ese comentario de la carcél mexicana
ResponderEliminarPor favor